Dar respuesta a la Autonomía

La autonomía ha fracasado por falta de apuesta política y sobre todo, financiación, pero eso no implica que la pulsión popular no siga anhelando desarrollar su autogobierno

Si algo queda en evidencia después de cada aniversario del Estado Plurinacional es que el Estado Plurinacional, en realidad, está ausente de la vida cotidiana. Cada 22 de enero se vuelve a representar esa especie de supremacía indígena, aunque de determinados pueblos, como representación del conjunto, siempre mirando la raíz ancestral, sin embargo, cada invocación a la necesidad de incrementar el autogobierno de las regiones y departamentos es visto como una especie de agresión al conjunto.

La Constitución de 2009 dio origen al Estado Plurinacional. Un Estado que empezó su andadura – según relato de la época – el 22 de enero de 2010, aunque ahora se hayan celebrado 15 años por aquello de restar protagonismo al posesionado entonces. En aquella Constitución no solo se reivindicaba la plurinacionalidad, sino que incluía también un capítulo dedicado a la Autonomía, no tanto como forma de gobierno, ya que se dejaron la mayor parte de los asuntos prácticos a la Ley que debía desarrollarla, sino como forma definitoria del país. Implícitamente suponía reconocer las pulsiones identitarias regionalistas dándoles un marco para su desarrollo, y por mucho que aquello se enredara entre autonomías indígenas y municipales y otras duplicidades, lo cierto es que era un cambio central que exigía dar pasos valientes.

La práctica de vivir juntos es lo que nos ha hecho Bolivia, la que nos ha hecho un país entre regiones que alguna vez fueron del Río de la Plata y otras que fueron del Alto Perú.

La unidad del país es un constructo reciente que tiene fecha: 1825, pero ni siquiera desde entonces somos una unidad: después se sumó Tarija y se perdieron enormes porciones de terreno en el Acre, en el Chaco y sobre todo, el mar, toda esa práctica vivida conjuntamente es lo que nos ha hecho Bolivia, la que nos ha hecho un país entre regiones que alguna vez fueron del Río de la Plata y otras que fueron del Alto Perú.

También los pulsos por la descentralización primero, en los años 80, y los de la Autonomía después, ya en los albores de este siglo, forman parte de la historia nacional. Somos parte de lo que somos y así lo reconoció la Constitución de 2009, aunque las aspiraciones de autogobierno quedaran muy limitadas.

La Ley Marco de Autonomías acabó poniendo todavía más candados, y que la concreción financiera de la misma se sostuviera sobre las regalías evidenció el camino: más temprano que tarde el proyecto naufragaría. En la expansión hubo momentos surrealistas, como que se obligara a la mitad del país que siempre condenó a los autonomistas a hacer su propio Estatuto y que este acabara rechazado por el pueblo.

En la actualidad ya nadie quiere hablar de aquello. Ni siquiera en Santa Cruz ni en Tarija, donde la gestión se ha convertido en un problema y ya no hay músculo ni siquiera para echarle un pulso al gobierno en ningún caso, y eso no tardará en convertirse en un problema.

Las promesas de la nueva Constitución han acabado siendo falsas y sin horizonte, por lo que las expectativas requerirán renovarlos, y en un mundo complejo con demasiadas pulsiones desatadas, las alternativas pueden convertirse en pesadillas.

El Estado debe ser capaz de dar respuesta a sus promesas constitucionales y la autonomía es central, ojalá seamos capaces de desarrollarla antes de empezar a pensar en sus sustitutos federalistas o secesionistas.


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