Molidos a golpes

Es tiempo de recapacitar: la democracia es, al final, quien acabará poniendo a cada uno en su lugar

Es cierto, la movilización popular ha sido la verdadera clave de los hechos políticos más importantes de nuestra historia. Nada se hubiera movido en casi ninguna discusión trascendental si no hubiera habido un componente social que la empujara. Lo fue en el 52, lo fue en la dictadura de Hugo Bánzer, lo fue en la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada y en la de Evo Morales, pero también ha servido para impulsar decisiones aquí o allá, como el referéndum del gas o la inclusión de la autonomía en el texto constitucional.

Obviamente la historia la escriben los que ganan, y por ende, toda explosión popular que exige un cambio de gobierno se tilda de revolución o de golpe de Estado en función de sus resultados. Así, las movilizaciones de 2006 – 2008 por la Autonomía eran fruto de un intento de golpe cívico – militar y la posesión de Áñez se juzga por sedición y golpe de Estado, mientras que la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada se debió a la movilización de millones de patriotas que rechazaban una forma de gobierno en general y la exportación de gas por Chile en particular.

Asistimos estos días a la pugna por el poder de dos facciones de un partido que sigue creyendo que se mantendrá en la presidencia pase lo que pase y hagan lo que hagan

Así, es legítimo afirmar que en los cimientos de este Estado Plurinacional está la movilización popular o el golpe de Estado en función del enfoque del interlocutor, por lo que a nadie debería sorprenderle que la misma se mantenga constante como método de expansión de los propios derechos contemplados en la Constitución fundante.

Sn embargo, el Movimiento Al Socialismo (MAS) ha abusado del concepto de tal forma que sus permanentes invocaciones son asumidas casi como una propia parodia del conflicto político que existe, pero que nadie quiere resolver por las vías democráticas, por si pierde.

El presidente Luis Arce, desde el mismo día de su asunción, ha venido advirtiendo de oscuras fuerzas pertrechadas para restaurar una visión conservadora y antipopular, claro que al principio hablaba de una nueva conspiración alentada desde los poderes económicos con su tinte sectario y racista, y ahora habla directamente de quienes fueron sus “hermanos” hasta hace cuatro días.

Lo mismo sucede en el sentido contrario. Morales habló de golpes y conspiraciones en su contra incluso en los momentos de máxima hegemonía y ahora advierte de una suerte de autogolpe protagonizado por Arce para perpetuarse en el poder con el apoyo de los Tribunales y el autoritarismo más perverso.

Es posible que algunos piensen que seguimos viviendo en el 52 aún por muy reciente que esté lo de 2019, donde por cierto la movilización no contó con parapetos. Abusar de la mística de la protesta “hasta las últimas consecuencias” en temas que no despiertan el interés genuino de la población solo conduce a un mayor hartazgo.

Asistimos estos días a la pugna por el poder de dos facciones de un partido que sigue creyendo que se mantendrá en la presidencia pase lo que pase y hagan lo que hagan, y posiblemente la entidad de la oposición actual les permite pensar que así será y por tanto, están dispuestos a cruzar todas las líneas rojas en la batalla por la nominación.

Ojalá fuera un problema que solo afectara a un partido, pero no lo es. Las pugnas entre los dos potenciales candidatos afectan al conjunto del Estado en un momento que es especialmente delicado en lo social y en lo económico. No es honesto con el país andar en estas. No es honesto buscar el desgaste ni lo es buscar ventajas estrujando el poder. Es tiempo de recapacitar: la democracia es, al final, quien acabará poniendo a cada uno en su lugar, salvo que ambos acaben molidos de tanto golpe.


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