El olvido del Pacto Fiscal

Que el momento sea tenso no debe evitar que se debatan los asuntos de fondo para que los bolivianos podamos elegir las mejores propuestas y no a los más bravucones

Las fallidas elecciones de 2019, los resultados de 2020 y la efervescencia de 2021, todo atravesado por una pandemia mundial, no ayudaron a resolver uno de los problemas sustanciales que atingen al Estado Plurinacional, y es que una década y media después de la promulgación de la Constitución, todavía no se ha resuelto el conflicto de la financiación autonómica, lo que en general debilita el proyecto soberano de país.

A la fecha hay un compromiso para modificar el reparto de coparticipación tributaria en base a los resultados del censo que se hará en marzo, pero no hay una reflexión profunda de lo que supone diseñar una financiación pensando en los ciudadanos y en su bienestar.

Desde siempre, el centralismo ha sido el gran problema en una buena parte de naciones que no han sido capaces de concentrar los esfuerzos importantes y facilitar la gestión de lo cotidiano desde los lugares donde se baten los problemas. En Bolivia lo fue antes y lo es ahora.

Aquellas regiones que nacieron a la vida Plurinacional con el avance autonómico consolidado, apenas han avanzado en su desarrollo institucional, y aunque parezca increíble, es Tarija donde más logros se han conseguido. Pando, Beni y Santa Cruz avanzaron apenas antes de declararla fracasada y empezar a hablar de un modelo federal del que apenas hay base teórica incluso luego de desafiar al Estado invocando el derecho a la autodeterminación.

Mientras, la otra media luna, que trabaja con instituciones interinas sin haber aprobado un Estatuto, no quiere ni saber del tema, y es que al final, más allá del documento estatutario, es necesario dar pasos al frente en materia de financiación, y para eso se ha tratado de avanzar durante cinco años un acuerdo de Pacto Fiscal que en la práctica, no llegó a ningún sitio porque no existieron consensos para llevar más recursos a las regiones.

Después de muchas discusiones, ni siquiera se ha llegado a delinear un modelo de país cooperativo en el que las regiones y el Estado central se complementen. Ni siquiera hay una mínima visión compartida sobre la utilidad o no de la autonomía en sí misma. En Tarija podemos tener claro que siempre se administrará la salud de forma más eficiente desde casa que desde casa del vecino, pero no piensan lo mismo en otros lugares del país.

El problema es de raíz, de concepto mismo. Por alguna extraña razón, a muchos les pareció buena idea financiar las autonomías con recursos tan volátiles como los de las regalías y el IDH; recursos fósiles, agotables, y del que no existe la más mínima posibilidad de incidir en sus precios. Hoy padecemos los resultados de aquellas decisiones.

Esta distribución ha permitido comparaciones poco agraciadas al poner a todos los departamentos bajo el mismo prisma y no así al Gobierno Central, ni los recursos que desde esa dependencia se invierten en cada departamento sin otro criterio que el discrecional.

No se puede eludir el debate hasta el infinito, ni confiar en que las coacciones o los negocios inmediatos que calman las aguas inmediatas no sigan alimentando el sentimiento de secesión multiplicado por la represión y la petulancia.

Posiblemente los ánimos estén hoy demasiado caldeados, pero eso lo hace precisamente un buen momento para el debate de ideas. Es necesario que los bolivianos podamos decidir entre las mejores propuestas, entre el debate ideológico de fondo y no entre los líderes más bravucones, provocadores o con mejor performance de caudillo.


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