La seriedad perdida de YPFB

Con una enorme cantidad de temas complejos e irresueltos sobre la mesa, el presidente se debe encargar del robo del 1% del combustible que se consume en un día

En lo que va de año, Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) ha salido al menos una docena de veces a la escena pública para negar una falta de combustible, aunque evidentemente, en los surtidores estaba faltando el producto. Su agresividad mediática, inconsistente donde las haya, insiste en que se trata de problemas coyunturales, del momento concreto o de algún problema menor de logística, y siempre cabe la posibilidad de que eso sea verdad, pero en la reiteración de la excusa se siembra la desconfianza.

El otro ademán ciertamente surrealista ha sido el de la presunta – aunque probable – red organizada al interior de Yacimientos para sacar combustible de forma ilegal para el mercado negro. Como casi siempre, este operativo se dio en medio de una recurrente crisis de provisión y obviamente sus esforzados comunicadores trataron de asimilar esta falta con la presunta red criminal.

En todos los casos se habla con precisión de un volumen de 91.000 litros sustraídos ilegalmente, lo que resulta ciertamente ridículo para un país que consume del orden de 9 millones de litros de combustible diarios según datos de la Agencia Nacional de Hidrocarburos. Incluso el potencial negocio apenas rondaría los 50.000 dólares, el doble si llegara a traspasar fronteras con todo el riesgo y costo que eso supone.

Bolivia tiene un problema de gestión en la materia de hidrocarburos que son ciertamente preocupantes que merecen toda la atención:

Los pozos petroleros más importantes se están secando y no hay iniciativas suficientes para sustituir sus reservas, ni las ha habido en los últimos diez años ni las hay ahora, salvo lo de entrar de una a las Reservas Naturales para acabar arrasando con todo.

Los mercados se están cerrando y no hay sustitución posible. Incluso si se diera el milagro de encontrar un gran reservorio, o alguien quisiera asumir el desgaste político de adentrar al país en el fracking, no habría ningún lugar donde venderlo porque Argentina ya ha logrado producir lo suficiente en Vaca Muerte y en breve, distribuirlo por todo el país, y lo propio con Brasil y su proyecto del Presal, en aguas profundas frente a las costas de San Pablo y no se trabajó en vías alternativas para alcanzar el mercado internacional del gas licuado al margen de aquel demoníaco proyecto pergeñado por Repsol y Sánchez de Lozada en 2003.

Además, la industrialización se detuvo en seco en 2015, cuando las reservas flojeaban y la prioridad era monetizar y poco más; tampoco han llegado nuevos socios a perforar ni YPFB ha asumido su rol central como corresponde, además de un largo etcétera de asuntos que son de fondo y requieren la máxima atención.

Que con todo eso sobre la mesa, el presidente de YPFB tenga que ocuparse de un asunto tan insignificante dando esta sensación de desastre contemporizado a gran escala dice mucho de una nueva gestión que nadie sabe bien de qué se está encargando, salvo de poner excusas y paños calientes.

Necesitamos una YPFB más seria.

 


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