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El MAS y el sentido de Estado

El partido más grande del país, el más influyente en términos sindicales, coquetea con un quiebre que probablemente se dirima en la calle y no en los Congresos

Arranca esta jornada el Congreso del Movimiento Al Socialismo (MAS) en Lauca Ñ. O al menos así lo ha asegurado su máximo dirigente, el expresidente Evo Morales, quien no ha tenido en cuenta el número de renuncias a asistir de varias organizaciones sociales, algo que sin embargo ha llevado al presidente del Estado, Luis Arce, a declinar su participación.

El evento podría no ser más que un acto administrativo dentro de un ente netamente privado propiedad de sus socios y militantes sujeto a las mínimas fórmulas de la democracia liberal que supervisa el Tribunal Supremo Electoral como lo es en el resto de los partidos de ámbito estatal, donde la mayoría tienen que hacer esfuerzos para simular una vida orgánica plena, sin embargo, no lo es en el caso del Movimiento Al Socialismo (MAS) por varios motivos.

El principal, su propio tamaño y dimensión que lo han convertido no solo en el más grande de la historia de Bolivia, superando a aquel MNR hegemónico que se instaló en el poder después de la revolución de 1952, sino también en el más influyente en términos más sindicales que políticos: Los movimientos sociales son capaces de conquistar hitos al margen de cualquier lineamiento político lo que le deja al gobierno enormes posibilidades de matizar su relato.

La influencia de esa forma de hacer política hace que lo que sucede en el interior del partido, especialmente en su lucha interna por el control de los órganos, hace que sea de interés de todos los bolivianos en tanto las decisiones y compromisos que cada cual asuma tendrá impacto global en el país.

Con la trayectoria electoral reciente, y la propia endogamia mediática que fomentan las cúpulas, es lógico deducir que controlar el partido te da muchas posibilidades de acceder al gobierno, sobre todo cuando se ha querido borrar de la mente lo sucedido en octubre de 2019 con un resultado en el que el MAS no alcanzaba el 50 por ciento de los votos por segunda vez en dos décadas. La anterior fue en el referéndum de febrero de 2016.

Morales ha quemado etapas a gran velocidad en su objetivo declarado de dotarse de una segunda parte de vida institucional, que aparentemente no tiene otro propósito que curar su propio ego herido, pues perfectamente podría acompañar el proceso desde fuera del gobierno. Primero convocó el Congreso, dicen, sin consultar con el Pacto de Unidad, después se proclamó candidato y antes incluso de ver los sucesos, ha pedido la reconciliación con el arcismo y con otros fundadores que huyeron despavoridos.

La cuestión es qué pasará si la estrategia falla, si el MAS, ese instrumento de estructura mínima, también se desinstitucionaliza como la mayoría de los poderes del Estado – porque el MAS actúa como tal – y sus problemas se acaban dirimiendo, como tantas otras veces, en la calle. ¿Quién podrá defender al Estado y a sus ciudadanos entonces? Abogar por la mediación a estas alturas, parece tardío. Ojalá la cordura y el sentido de Estado primer en este conflicto.


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