Tariquía no es por dinero
En 2018 el proyecto se paró por una sencilla pero poderosa razón: la electoral
El ingreso a Tariquía es inminente y no será porque los medios de comunicación no lo venimos advirtiendo desde hace varios años. Las autoridades principales que representan a Tarija han decidido guardar silencio absoluto y apartarse de la escena, y apenas alguna diputada y algún concejal siguen tratando de coordinar la resistencia.
La Reserva de Tariquía lleva años amenazada y de a poco se han ido cediendo espacios. Su ubicación entre el valle central y las últimas estribaciones andinas lo convierte en una suerte de rectángulo ecológico fundamental para la vida y el ciclo hídrico y precisamente por eso, en un rico subsuelo: a su alrededor se han explotado las principales áreas petroleras del país: Caipipendi y Huacareta al norte (que también ingresa unos kilómetros), San Alberto y San Antonio al nordeste y las áreas tradicionales de Bermejo al este.
Es evidente que en la Reserva hay hidrocarburo y de hecho, hace tiempo está cuarteada en zonas petroleras, pues es afectada por Huacareta y también por las de Churumas y Astilleros, la primera recientemente reactivada y la segunda, nueva, aunque conocida desde hace décadas, que se ha puesto en operación luego de acomodar a la medida el Plan de Manejo de la Reserva convirtiendo una zona de cuidado estricto en una de aprovechamiento de recursos por obra y gracia de los intereses petroleros sin que autoridades, vecinos y siquiera ONG abran la boca.
Todo esto iba por los costados, pero el área de San Telmo, que es la que hoy está en discusión, es la que atraviesa todo el corazón de la Reserva naciendo en Chiquiacá y bajando, como quien dice, hasta Orozas en la carretera a Bermejo. En todo ello hay trazados una docena de pozos que aparentemente requerirían de aprobación para ser explorados y cuyo impacto en el conjunto del ecosistema no parece estar tomándose en cuenta. Y peor: Nadie parece darse cuenta de lo que ha sucedido en los valles aledaños del megacampo Margarita, por ejemplo, donde el régimen de pluviosidad ha bajado sustancialmente.
En 2018 el proyecto se paró por la sencilla pero poderosa razón electoral: el rechazo en las áreas urbanas y el lastre que suponía para sostenerse como el proyecto indigenista y sostenible que tantas veces se verborrea. Se paró pero nada cambió ni siquiera cuando cambiaron las cosas que nadie creía que iban a cambiar, como el gobierno de Evo.
Tratar cada pozo de un conjunto como un hecho individual que afecta a unas pocas familias que se seducen fácil con garrafas de gas, cocinas, paneles solares o viviendas sociales y alguna que otra pega de chofer, es una trampa, pero todos miran para otro lado… ¿Hasta que ya no haya nada que hacer?
Nadie puede dudar de la lealtad de Tarija con Bolivia, desde su misma fundación y con grandes sacrificios posteriores, pero los tiempos han cambiado. Tarija necesita explicaciones de fondo y conocer los límites, porque si hay algo cierto es que siempre, siempre, siempre, se acaba pidiendo más, y que nunca, nunca, nunca, llegan esos millones que con tanta alegría se prometen. Esto ya no va de dinero, sino de dignidad.
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Tratar cada pozo de un conjunto como un hecho individual que afecta a unas pocas familias que se seducen fácil con garrafas de gas, cocinas, paneles solares o viviendas sociales y alguna que otra pega de chofer, es una trampa