Qué hacer con el gas boliviano

El consenso mundial le ha dado una bola extra al gas natural, y en eso el imperio político diplomático qatarí ha tenido mucho que ver: el gas es visto ahora como un combustible “de transición” y no hay fecha para su sustitución

Insiste Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) en que sigue viva. No es un asunto menor. Hace dos años lanzó un plan de reactivación de los hidrocarburos del que apenas se materializó el inicio de obras en Astillero, uno de los bloques polémicos por estar dentro del área de protección estricta de la Reserva Nacional de Flora y Fauna de Tariquía hasta 214, cuando se modificó el plan de manejo para dejarla fuera.

Ahora ha vuelto a lanzar uno similar, con muchos proyectos reciclados del anterior, pero con la convicción de que esta vez sí es el bueno, aunque a tenor de los ecos, el optimismo es escaso.

Puede ser una deformación del país, como si fuéramos incapaces de mirar diferentes potencialidades y desarrollarlas en paralelo. Como si siempre hubiera que cerrar una etapa – el estaño, la plata, la goma, la castaña, el zinc, el gas – para abrir la siguiente. Como si solo se pudiera encajar una derrota o un fracaso con una ilusión nueva, pero en otro rubro. La cuestión es que el potencial del litio ha venido a ocupar todo el espacio político – económico desplazando a, entre otras cosas, el gas, cuyos números empiezan a ser insostenibles para imaginar un futuro sostenido en sus vapores, pero no para despreciarlo.

El consenso mundial le ha dado una bola extra al gas natural, y en eso el imperio político diplomático qatarí ha tenido mucho que ver: el gas es visto ahora como un combustible “de transición” y no hay fecha para su sustitución ni prohibición en los países más desarrollados, particularmente en la Unión Europea, como sí tiene el diésel y la gasolina.

La petroquímica de etano y propano prometida en Yacuiba hace una década está prácticamente olvidada

Esto le ha dado vida a países como Argentina, que ha acelerado sus planes para Vaca Muerta, uno de los yacimientos de gas y petróleo no convencional más importante del mundo y con el que pretende llegar a todos los rincones del continente en ducto y liderar el comercio de ultramar.

En Bolivia sin embargo todo el mundo sigue más o menos cruzado de brazos mientras se repiten planes y proyectos para los que luego no se encuentra financiación por motivos evidentes: la falta de ambición y de proyectos sostenibles de futuro impide la concreción de negocios.

La petroquímica de etano y propano prometida en Yacuiba hace una década está prácticamente olvidada, mientras que otros proyectos como la unión de ductos con Perú o usar la hidrovía hasta Uruguay para ingresar al mercado del GNL a través de barcazas nunca se tomaron en serio. La “prioridad” siempre fue exportar lo más posible a Brasil y Argentina y así nos ha ido: ellos han desarrollado planes propios como el Presal y Vaca Muerta para abastecerse y exportar y nosotros nos hemos quedado con las reservas tan secas que incluso el abastecimiento interno está en duda.

El problema siempre fue no tener claro para qué se hacían las cosas; el problema fue aquellos que creyeron de verdad que solo cabía exportar porque aquí nadie sabría hacer nada mejor con el gas… pero hay una bola extra.

El suelo sigue siendo rico en hidrocarburos aunque se requieran otras técnicas para explotarlo y la población demande mayor respeto a las áreas protegidas. Lo urgente es saber qué es lo que realmente queremos hacer con el gas, y una vez trazado el plan, no escatimar esfuerzos ni recursos hasta hacerlo rentable y sostenible.

Eso o podemos olvidarnos del gas, convertirlo en ruta turística y poner todas las expectativas en el litio esperando que, esta vez, no vuelva a ser como siempre.


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