Democracia y Sudamérica

Sin instituciones que controlen el poder, la consolidación de dictaduras de facto que no dan explicaciones y que impulsan leyes a su medida se multiplican

No corren los mejores tiempos para la democracia. Lo venía advirtiendo el Latinobarómetro desde hace una década: los jóvenes de ayer ya preferían un sistema que les garantice seguridad física y económica a uno que les permita votar. Este dato ya rondaba el 50% en países que salieron de trogloditas dictaduras hace menos de 50 años y se estima que es peor en países que la tienen olvidada.

La aplicación práctica de estas percepciones era una cuestión de tiempo, pero en todo el mundo se han instalado gobiernos populistas y personalistas, independientemente de si son de izquierda o derecha. Son gobiernos que cultivan la eficacia de su presidente, ensalzan su figura y juguetean con la separación de poderes hasta que la pisotean. Ejemplos hay de todos los colores, desde Erdogan en Turquía, López Obrador en México o Maduro en Venezuela, aparentemente más populares, a los gobiernos de Donald Trump en EEUU, Bolsonaro en Brasil, Meloni en Italia; la “restauración” de los Marcos en Filipinas o los gobiernos híbridos de Nayib Bukele en El Salvador.

Por lo general, los sistemas presidencialistas sin suficientes controles en la Constitución facilitan ese tipo de gobiernos autoritarios, donde el poder casi infinito del presidente permite tomar decisiones de alto calado sin debatir en los parlamentos, pero apelando a la supuesta voluntad de un pueblo secuestrado por los poderes económicos en su forma mediática.

Bolivia fue un ejemplo práctico de esta evolución. El sistema parlamentario se agotó rápidamente en los 90 cuando “el tercero fue presidente”, como se suele descalificar a Jaime Paz y su gobierno del triple empate, o cuando se permitía aplicar programas políticos apoyados por apenas un 30% de la población con consecuencias para el resto. La caída de Gonzalo Sánchez de Lozada y el deterioro posterior culminó en una nueva Constitución presidencialista que unida a la articulación del poder popular sobre el Movimiento Al Socialismo le dio poderes absolutos a la figura de Evo Morales con consecuencias para todo el sistema democrático, como se evidenció en el pasado reciente.

Diferentes organizaciones y colectivos activistas vienen advirtiendo de los riesgos que entraña desarticular la participación ciudadana y renegar del sistema democrático, dejando todo el poder para el ejecutivo de turno. Sin instituciones que controlen el poder, la consolidación de dictaduras de facto que no dan explicaciones y que impulsan leyes a su medida se multiplican.

La hegemonía facilita la prebenda y la corrupción y por eso es importante que el pueblo sostenga los mecanismos de control a los gobiernos, que se exijan responsabilidades en el plano penal, pero también en el plano político, que la impunidad no sea la regla, que nadie pueda hacer como que no pasaron las cosas. Sí, se ha perdido tejido asociativo, pero también se ha ganado capacidad de incidencia en redes y con medios más accesibles. La política debe ser revalorizada, no los políticos.

Es urgente tomar conciencia. No todo hay que probarlo en la vida.


Más del autor