La precariedad del empleo y de la vida en Bolivia

Los bancos no son precisamente generosos cuando los jóvenes están al inicio de su carrera profesional y los salarios son cada vez más bajos

Las estadísticas del INE apenas lo delinean, porque apenas les interesa hablar de la cualidad del empleo y más bien ponen todos sus recursos al servicio del discurso del pleno empleo, algo que es más que evidente en un país en el que no hay otra red de protección social que la familia y hay demasiada gente que no cuenta ni con esa: los jóvenes están perdiendo la batalla con el tiempo.

Es evidente que en Bolivia todo el mundo trabaja, pero cuando ese trabajo no te alcanza ni para cubrir las necesidades personales básicas para una persona emancipada, es decir, pagarse techo y comida, aseo personal y algunos útiles, de mala forma se va a poder plantear el formar una familia, comprar una vivienda o invertir en algún negocio.

Los bancos no son precisamente generosos cuando los jóvenes están al inicio de su carrera profesional y los salarios son cada vez más bajos: hace una década pocos profesionales aceptaban un trabajo por el salario mínimo de la época y ahora es de lo más común, y no sirve la explicación de que ha subido mucho, porque 300 dólares tampoco dan precisamente para vivir como un adulto responsable.

Hace una década pocos profesionales aceptaban un trabajo por el salario mínimo de la época y ahora es de lo más común, y no sirve la explicación de que ha subido mucho, porque 300 dólares tampoco dan

La materialización práctica de estos problemas es la postergación: los jóvenes tardan más en salir del hogar familiar; tardan más en formar una familia estable – que no quiere decir que dejen de tener hijos en edad adolescente – y tardan más en convertirse en núcleos de vida independiente y por tanto, consumidores activos.

Aunque solo fuera desde el punto de vista económico que defiende el gobierno, es decir, el consumo interno como motor de desarrollo, habría que intentar intervenir en esta situación, pero por el momento no se da. Es decir, no hay un esfuerzo colectivo por revertir una situación que no va a cambiar por programas asistenciales de inserción laboral para un pequeño grupo de jóvenes en riesgo de exclusión ni con un programa de vivienda social que prioriza sindicatos y no necesitados.

El problema de la postergación genera además numerosos problemas sociales y emocionales en los jóvenes. A menudo se diagnostican depresiones y en general se habla de un negacionismo generalizado a asumir responsabilidades. La cantidad de familias desestructuradas que se están generando al mismo tiempo que se derrumba la natalidad vienen a configurar el escenario vital en el que se mueve el país del futuro, ese al que estamos yendo sin demasiadas ambiciones ni demasiado amor propio.

Es urgente dar nuevas herramientas y más oportunidades a los jóvenes. Facilitar el terreno, cambiar las normas, darle una vuelta a todo. Probablemente se hace más necesario que nunca el cambio del modelo educativo desde la infancia hasta la universidad, seguramente hace falta una revisión de los valores que compartimos conjuntamente, pero lo que es más cierto que nada es que es tiempo de dejar de hablar bonito de los jóvenes del futuro y empezar a preocuparse por los que viven entre nosotros, que necesitan más espacio y funciones.


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