La nueva izquierda de Boric en el populismo sudamericano

La izquierda de Boric tiene poco que ver con los regímenes populistas, más apegados a un discurso nacionalista que poco se acomoda a la realidad de sus políticas pragmáticas y que han extirpado de su acción política cualquier viso de progresismo social

La victoria de Gabriel Boric en Chile ha supuesto un “subidón” de energía para diferentes movimientos alineados a la izquierda más clásica en Sudamérica y también para los gobiernos que se declaran de ese espectro ideológico, aunque en la práctica gobiernen con otros postulados, porque sí, en Sudamérica la “izquierda” es cualquier cosa menos ortodoxa.

Boric es un joven de 36 años que ha llegado a la presidencia a lomos del descontento social que estalló en octubre de 2019 – aunque llevaba ya varios años generando protestas aisladas -, pero que en última instancia ha debido viajar hacia el centro y se ha beneficiado de que su contendiente era, básicamente, la encarnación de Pinochet 40 años después.

Boric ha huido durante toda la campaña no solo de invocar a Salvador Allende por todo lo que implica, sino que ha marcado diferencias concretas y muy crudas con los regímenes más “bolivarianos” como Venezuela, Cuba y Nicaragua – y también Bolivia, aunque menos – que de hecho han levantado gran polvareda en su alianza donde la fuerza centrífuga era el partido comunista.

En los últimos días de la campaña, y cuando ya la victoria era segura, la parte más dura de la alianza y otros críticos empezaron a cuestionar la deriva de Boric e incluso a promover la abstención, en cuenta de que no era necesaria una victoria tan amplia – finalmente fue de algo más de diez puntos.

Boric ha ido matizando sus propuestas a medida que ha avanzado la campaña y de momento el único compromiso más o menos claro es el que tiene que ver con la pensión universal, el resto es avanzar hacia la educación pública, la sanidad pública, etc., etc., y por otro lado sí que se prevé que avance en esa otra agenda de derechos sociales más progresistas, sobre todo después de la aprobación del matrimonio igualitario.

Lo que está claro es que Boric pretende huir de alarmismos y medidas radicales inmediatas o golpes de efecto más o menos disonantes con el status quo, que de hecho lo va a recibir de uñas en medio de una pandemia enquistada que no ha dejado de causar problemas.

Es una incógnita cómo se acomodará en el contexto continental y cuáles serán sus apuestas en el corto plazo en grupos como el de la alianza atlántica o el Grupo de Lima y como se desempeñará en los otros foros como la Celac, Unasur y, sobre todo, la Organización de Estados Americanos cruzada por la poderosa diplomacia chilena de arriba abajo.

La izquierda de Boric tiene poco que ver con los regímenes populistas de – Venezuela aparte – Bolivia y Perú, más apegados a un discurso nacionalista que poco se acomoda a la realidad de sus políticas pragmáticas y que han extirpado de su acción política cualquier viso de progresismo social.

Boric viene a restablecer el equilibrio en Sudamérica que cuenta cinco regímenes a la derecha: Uruguay, Paraguay, Ecuador, Brasil y Colombia y otros cinco a la supuesta izquierda: Argentina, Venezuela, Bolivia, Perú y ahora Chile. Tan cierto es que hay pocas cosas en común como que hay voluntad de sentarse a dialogar. Quién sabe cuál será al final el legado de Boric o cuál será su misión ahora en esta parte del mundo. Pero que se habla de otra cosa, se habla.


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