Utilizar nuestro gas

En el país hay suficientes planes para nuestro gas, para hacerlo más productivo que con su exportación, que van desde la industrialización hasta el uso en termoeléctricas o en vehículos

El gas se ha convertido en el combustible favorito del nuevo contexto mundial porque es más amigable y menos contaminante en estos tiempos de agenda verde y cumbres climáticas, pero no deja de ser un combustible fósil con alto impacto en comparación con otras energías, y además, no renovable.

Con todo, es el combustible que más opciones tiene de sobrevivir en el mediano plazo, tal como van los planes de los países ricos para acabar con los motores de combustión en las próximas dos décadas y reducir el consumo de plásticos.

Convertirse en bien escaso dentro del sistema capitalista tiene sus ventajas – precio -, y también sus inconvenientes – que deje de ser utilizado precisamente por escaso -, por ello la mejor recomendación sobre la administración del gas propio en Bolivia sería utilizarlo internamente como palanca de desarrollo, algo que se repite desde hace décadas pero que demasiados gobiernos lo han interpretado como venderlo al mejor postor (que no siempre ha sido el mejor postor) y hacer con los recursos que se generen otras inversiones productivas para no depender del gas. Huelga decir que los resultados no han sido especialmente buenos con este “método”, ya que gran parte de los recursos se han perdido en inversión no productiva y otra, lamentablemente, en corrupción.

El tiempo de la exportación de gas por ducto llega a su fin y el escenario ha cambiado lo suficiente como para que sea una gran noticia. El contrato con Argentina acaba y sus últimas decisiones estratégicas, suspendiendo la construcción de ductos importantes, evidencian la no renovación, y lo propio con Brasil, que ya no quiere tener relaciones de largo plazo. En cualquier caso y vistos los precios del energético en otros formatos, como el del Gas Licuado, es a Bolivia a quien menos le interesa regalar nada, pues el precio del BTU por ducto es mucho menor.

En el país hay suficientes planes para nuestro gas, para hacerlo más productivo que con su exportación, por ejemplo, convertido en electricidad en las termoeléctricas de ciclo combinado, que no son la panacea medioambiental, pero son mucho más eficientes que las inversiones en renovables.

También se puede convertir en urea, cuyos precios en el mercado mundial están disparados arrastrados precisamente por la crisis alimentaria que se prevé hacia 2050.

También en plástico siempre que se le den las cualidades ecológicas que demanda el mercado, pues el debate sobre la conversión de sus licuables ya está agotado.

También en combustible para los vehículos y en energía para el Mutún y para el litio.

Sin duda hay numerosas aplicaciones para un combustible que tiene demanda y que, pese a los siempre pesimistas, no se ha agotado en el país. La cuestión es que el mundo ha cambiado, la demanda es diferente y también las prioridades. Es tiempo de que utilicemos nuestro gas sin escuchar demasiado lo que pasa en el exterior.


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