Perú, terremoto

El triunfo de Pedro Castillo no es solo la reacción a la pandemia, sino el resultado del hartazgo de una clase política ensimismada y alejada de los problemas reales de la población

Unos dirán que es el efecto de la pandemia, pero algo tendrá que ver que de los últimos cuatro presidentes electos dos hayan pasado por prisión – Kuczynski y Humala -, otro esté prófugo en Estados Unidos – Alejandro Toledo – y otro – Alan García – decidiera suicidarse el mismo día que le entraban a detener.

También tendrá algo que ver que la familia del expresidente Alberto Fujimori, sentenciado por crímenes de lesa humanidad durante su régimen dictatorial/autárquico, siga manejando los hilos en todos los poderes sumando escándalo tras escándalo, condena tras condena, video tras video, y que, aun así, los poderes oligárquicos y aristocráticos del Perú se hayan concentrado en apoyar a Keiko solo por temor a lo que Pedro Castillo puede representar en el poder.

Castillo no era un buen candidato, ni tenía estructura y apenas proyecto -nacionalización de las minas, constituyente y otras ideas poco ortodoxas -, pero ha acabado conquistando el poder desde la sinceridad y con el convencimiento de que el Perú, tal como se está planteando últimamente, no va por buen camino.

No hay duda que Castillo ha protagonizado una gesta alcanzando la Presidencia desde una candidatura periférica y rural, del otro Perú más allá de Lima – pero que también ha sumado en Lima – con planteamientos enmarcados dentro del nacionalismo popular propio del continente. Obviamente, tampoco hay que olvidar que la victoria ha sido agónica, por lo que hablar de mayorías aplastantes o dominantes va a ser excesivamente complejo, por lo que se espera un Gobierno conservador que sobre todo cumpla con la promesa de la Constituyente, pues es además el proceso que le dará legitimidad en el resto de planteamientos.

El triunfo de Castillo marca un hito en un país donde la izquierda había estado proscrita desde los 70 por el efecto y el manejo de la guerra con las guerrillas Tupac Amaru y, sobre todo, Sendero Luminoso, devenida en otra cosa, aunque es bueno precisar en este momento que Castillo no es precisamente un izquierdista marxista de los de toda la vida, sino como todos sus antecesores sudamericanos, un nacionalista.

Castillo es una especie de punta de lanza que parece confirmar un cambio de tendencia en el continente. Otro cambio de tendencia, pero, además, en los países más duros del bloque andino y del tratado de libre comercio con Estados Unidos (ALCA). Un cambio que empezó en Chile con las protestas sociales en 2019 y de momento ya han sacado adelante una constituyente y que también se apunta en Colombia, otra democracia apoltronada con bajísimos índices de participación que han permitido durante décadas la rotación entre liberales y conservadores y que de repente se ha dado cuenta de que tiene jóvenes, indígenas y que no se puede improvisar una reforma tributaria.

Es cierto que cada país del continente tiene su propio proceso y su propio momento histórico, pero las realidades nacionales se parecen demasiado en un continente tradicionalmente esquilmado y que se ha convertido en el más desigual. La emergencia social está viva. El cambio está en marcha.


Más del autor
Las ranas pidiendo rey
Las ranas pidiendo rey
Tema del día
Tema del día
Evo, la justicia y la política
Evo, la justicia y la política