El derecho de Oliva a guardar silencio

Los seis años de gestión del Gobernador, con unas condiciones económicas y políticas durísimas, han culminado además con dolorosas pérdidas humanas. El tiempo acabará poniendo a cada uno en su lugar

En el festival de adhesiones y acomodaciones que se ha convertido la recta final de la campaña por la segunda vuelta de la elección de Gobernador de Tarija, ambos bandos se han dado por arrogarse la simpatía del gobernador Adrián Oliva, que a todos los efectos, ha guardado un silencio sepulcral en este asunto, y con todo derecho.

Los seis años de gestión del Gobernador Adrián Oliva han sido particularmente duros por la forma en que se han dado, pero la recta final ha pasado a ser una auténtica pesadilla y ya no por lo político, sino por lo humano. En su gestión, tres secretarios en ejercicio han fallecido, dos en los últimos dos meses: Óscar Farfán y Rubén Ardaya por culpa del fatídico virus que sigue castigando el país y el mundo sin excepciones, aunque los políticos en campaña lo hayan olvidado.

Lo más fácil hubiera sido que Oliva no disputara la reelección por diferentes motivos, pero sobre todo porque la pandemia se ha llevado por delante a cuanto gobierno lo ha intentado en este año largo de crisis mundial, de Donald Trump a Netanyahu pasando por alcaldes y gobernadores en todo el mundo. La pandemia y el contexto de crisis pandémica, caracterizado por el agotamiento y la incertidumbre, ha hecho que los ciudadanos pateen al más cercano cada vez que han podido.

 Oliva hizo lo que pudo sin ponerse de costado en el referéndum del 21F, ni callar ante la repostulación, ni esconderse durante las protestas postelectorales de 2019, ni diluirse tras firmar alianzas

Con todo, Oliva decidió defender su gestión, porque ciertamente no ha sido fácil. El Gobernador, al llegar en 2015, se encontró una crisis financiera muy profunda, con un barril de petróleo hundido y una fractura social en ciernes entre todo lo que se pudiera: campo – ciudad, Chaco – valle central, municipios entre sí, etc. La estrategia pasaba por transparentar mucho la situación al inicio, posicionando la idea de crisis, para después ir saliendo de la misma con el paso del tiempo, entregando obras, culminando proyectos e implementando programas innovadores, pero la pandemia arruinó esta posibilidad.

Y es que a la fecha nadie ha podido negar que lo que Oliva encontró fue una montaña de proyectos comprometidos por Lino Condori (MAS) y Mario Cossío sin mayor planificación ni cohesión, que indudablemente había que pagar. Aun después del trabajo de purga, la deuda flotante seguía siendo enorme.

En esas, la Gobernación más alejada del MAS tuvo que negociar condiciones y fideicomisos para tomar oxígeno, y lo hizo casi sin ayuda: La mayoría de los alcaldes, los subgobernadores y una mayoría de dos tercios en la Asamblea Legislativa Departamental eran férreos opositores a Oliva, cuando no directos rivales; incluso sus aliados se apartaron bajo diferentes pretextos, a espacios donde pudieron tener mayor protagonismo.

En esas, Oliva pudo hacer política gruesa incluso con obras que nada aportaban, como el velódromo, y culminó tramos de la vía al Chaco o el Hospital Materno Infantil, tantas veces demorado; ejecutó una planta de tratamiento de aguas residuales para la ciudad de Cercado y hasta interpeló a bases de otro costal con los programas de créditos. Los resultados están ahí, aunque no todos recordarán el flagelo de los débitos automáticos, las presiones del Prosol, o el cierre de otros chiringuitos como el PEU-P o las Brigadas Barriales; y tal vez tampoco recuerden que esto se hizo sin ponerse de costado en el referéndum del 21F, ni callar ante la repostulación, ni esconderse durante las protestas postelectorales de 2019, ni diluirse tras firmar alianzas.

Oliva tiene el derecho hoy a no opinar sin que nadie le tilde de nada ni le exija nada, pues el tiempo acabará poniendo a cada uno en su lugar.


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