El ineludible debate presidencial

Un buen debate puede ser esencial a la hora de decantar el voto de los aún indecisos, suele ser una oportunidad para los que vienen remontando y, sobre todo, es un riesgo para los que se creen ganadores antes de tiempo, pero que no lo pueden eludir

Por primera vez en década y media, Bolivia va a vivir un debate presidencial con la participación de los principales candidatos a la Presidencia del país, salvo que alguno de los candidatos de un paso atrás en los próximos días.

La iniciativa se ha llevado a cabo con el impulso de la Asociación de Periodistas y los principales medios de comunicación, entre ellos este diario, además de la Confederación de Empresarios, la Fundación Jubileo y otras entidades de la sociedad civil que da garantías de pluralidad y profesionalidad a la convocatoria.

Todos los candidatos han mostrado su predisposición a debatir y solo el Movimiento Al Socialismo (MAS), está gambeteando de forma más o menos pública para poner claras las reglas de su participación. Se trata de una negociación normal teniendo en cuenta que, a priori, se trata de un debate de seis contra uno, y ya sin la concurrencia de la presidenta Jeanine Áñez, Arce pasa por ser el objetivo a derribar de todos, porque las encuestas le dan su ventaja.

La posibilidad de debatir y que el mismo se lleva a cabo en los términos democráticos en los que se presume servirá para cualificar nuestro sistema político desde la pluralidad y la discrepancia, un mecanismo que se extraña cada vez más en el país, y también en el mundo.

Una elección en medio de una crisis es sin duda la oportunidad para salir reforzados y con un plan claro de futuro, pero ninguno de los candidatos parece hacer esfuerzos en ese sentido

El populismo, tan de derechas como de izquierdas, está copando todos los espacios democráticos, no hay sistema que no haya dejado agujeros por los que se están colando discursos demagógicos y de odio que han llegado – o más bien retornado – a agitar el sistema de representación. Al mismo tiempo – porque no se sabe si es antes el huevo o la gallina -, los estrategas políticos han optado por campañas cada vez más “emocionales”, dicen en su jerga, y que básicamente se tratan de cultivar la personalidad del líder y hacer de la guerra sucia poesía sucia.

Bolivia, que en esto es pionero desde hace décadas, casi siglos, está precisamente curada de espanto y conoce bien los riesgos de las derivas totalitarias, y de sustituir las ideas por los eslóganes.

El país vive un momento de extrema zozobra. La crisis política permanente, que tuvo una década más o menos de indulgencia, volvió con todas sus fuerzas a partir de 2016 y colapsó en 2019. En 2020 se ha sumado una crisis pandémica sin precedentes, que ha desencadenado una crisis económica diferente a las conocidas, porque también ha desembarcado en un país diferente al que conocíamos.

En este contexto, una elección es sin duda la oportunidad para salir reforzados y con un plan claro de futuro, pero ninguno de los candidatos parece hacer esfuerzos en ese sentido. Al contrario, y por un ello un debate en estas circunstancias se antoja esencial, puesto que más allá de la trifulca entre candidatos, ellos se verán obligados a desgranar su programa político y proponer sus soluciones de cara al futuro inmediato, pero también al largo plazo.

Sin duda, un buen debate puede ser esencial a la hora de decantar el voto de los aún indecisos, suele ser una oportunidad para los que vienen remontando y, sobre todo, es un riesgo para los que se creen ganadores antes de tiempo, pero que no lo pueden eludir. Para Bolivia es una oportunidad de redignificar la política y el debate y un sano ejercicio de higiene democrática.


Más del autor
Tema del día
Tema del día
El MAS y el cambio de época
El MAS y el cambio de época