Los hedores de Tarija

Los olores nauseabundos en las bocatormentas siguen entre sospechas de conexiones fraudulentas que pueden convertirse en problemas serios de salud pública a la vista de todo el mundo.

En el imaginario colectivo, Tarija era una ciudad acogedora y sobre todo, limpia. Tal vez a base de repetirlo, el valle florido andaluz cobró estatus a nivel nacional y sigue siendo un referente en lo que se refiere a turismo de descanso y placentero, aunque mayormente familiar, pues ese es el secreto mejor guardado. No es raro escuchar suspiros de anhelo cuando se cita la referencia tarijeña.

Claro que Tarija ha crecido mucho desde principios de siglo, y ya no es esa ciudad recogida de 40.000 habitantes, sino una urbe desparramada de casi un cuarto de millón de habitantes, donde los barrios han crecido sin control ni cariño por parte de sus autoridades, que todavía siguen dudando de que exista vida más allá de la Circunvalación, que por cierto hace ya una década que dejó de ser una vía rápida para convertirse en otra avenida congestionada, incluso en pandemia.

En la última legislatura, tal vez por la crisis económica, las diferencias se han agrandado entre barrios centrales y periféricos. Alguna vez allí se construyeron jardineras en sus avenidas y algunos parques, que sin embargo nadie se encarga de cuidar y mimar más allá de una o dos veces al año, dejando que las malas hierbas hagan estragos.

Con el calor la ciudad se vuelve insoportable mientras los responsables de todo esto ruegan porque se adelanten las lluvias y contribuyan a reducir los olores y las quejas.

Tampoco se han logrado solucionar los dos grandes problemas de salubridad que acechan a la ciudad y a los vecinos. El primero es el del botadero municipal, que más allá de vagos compromisos y alguna plantación simbólica, sigue sin tener lugar donde ir mientras amenaza la salud de los vecinos que construyeron sus casas con licencia municipal y su compromiso de llevárselo. El otro es la planta de tratamiento de aguas residuales de San Luis, la que debe servir para tratar la mayor cantidad de lo que produce la ciudad. Es verdad que se han hecho esfuerzos con la planta de San Blas y el proyecto de mitigación de olores, pero es necesario resolver el problema principal.

Los malos olores se han vuelto una constante en la ciudad sin que a nadie parezca importarle demasiado. En este medio hemos reportado desde principios de año numerosas esquinas y bocatormentas con nauseabundos hedores sin que nadie haya hecho nada para remediarlo.

Las excusas están a la orden del día: que si hace falta un censo de alcantarillas, que si es la basura de los viandantes, etc., y hasta el alcalde ha comprado imponentes camiones hidráulicos para quién sabe qué. Los olores siguen entre sospechas de conexiones fraudulentas que pueden convertirse en problemas serios de salud pública a la vista de todo el mundo.

Estamos atravesando un invierno no tan frío, y pronto llegarán los días de altas temperaturas. En ese momento la ciudad se vuelve insoportable mientras los responsables de todo esto ruegan porque se adelanten las lluvias y contribuyan a reducir los olores y las quejas.

El subsuelo tarijeño es un polvorín, la red de tuberías, desagües de vía pública y vertidos sanitarios son un descontrol. Es necesario que las autoridades asuman sus responsabilidades.


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