Una vuelta a la normalidad poco normal

Solo cuando el virus sea un asunto del pasado, la economía se reactivará y los sueños se pondrán de nuevo al alcance. Es tiempo de ser responsables. Y prudentes.

El 6 de julio no solo Tarija volvió a una “nueva normalidad” condicionada con muchas restricciones y muchos relajos, también Santa Cruz, que en realidad nunca llegó a encapsularse ni a guardar una cuarentena mínimamente estricta pese a ser el departamento más afectado y con unas proporciones muy significativas, trató de recuperar el pulso de ciudad pujante con medidas de bioseguridad modernas. El resultado es conocido.

Mientras unas ciudades tratan de recuperar su dinamismo, otras ven crecer una anormalidad con pasmosa tranquilidad. En Cochabamba los cadáveres se quedan en la calle, faltan ataúdes y hay dificultades incluso para enterrar a las víctimas. Ni Tarija ni ningún departamento está libre de presenciar pronto esas mismas escenas, pero resulta paradigmático que suceda en una de las ciudades más pujantes del país.

Naciones Unidas ya viene advirtiendo de un incremento de hasta el 30% de la pobreza extrema en Sudamérica, con su consiguiente repunte de violencia social y conflictividad

Por el momento, en el proceso de “desencapsulamiento”, prima la presión económica, resultado de un sistema productivo que no ha sido capaz de canalizar la fuerza laboral del país hacia iniciativas productivas formales y sigue teniendo más de un 70 por ciento de informalidad, según las cuentas del Fondo Monetario Internacional.

El retorno a la “nueva normalidad”, sin embargo, romperá pronto el espejismo y la realidad sacudirá directamente a las familias bolivianas y tarijeñas. El plan de emergencia, con apenas un bono de 500 bolivianos y el no pago de algunos servicios básicos ya subsidiados, no funcionó. El plan de reactivación no parece tampoco estar dando resultados: Por ejemplo, solo el 5% de las empresas tarijeñas accedió al crédito de financiación salarial, por ejemplo.

El problema del derrumbe de la actividad formal, incluido el previsible ajuste de personal que las instituciones públicas tendrán que realizar para ajustarse a la caída de los ingresos de regalías e IDH, tendrá efectos en la inversión y el consumo, por lo que “los que viven del día” padecerán las consecuencias, mientras que un gran número de población cualificada ya está padeciendo la situación.

El plan de reactivación económica parece haberse quedado en eso, pues desde el anuncio apenas se han continuado más anuncios, como el de invertir 19 millones de dólares en subsidiar unos meses 11.000 empleos, sin dar muchos más detalles, pero claramente insuficientes en un país joven de 11,5 millones de habitantes.

Naciones Unidas ya viene advirtiendo de un incremento de hasta el 30% de la pobreza extrema en Sudamérica, con su consiguiente repunte de violencia social y conflictividad. Ante esto, el Gobierno no parece tener un plan B que es de hacer que el mercado funcione y, eso sí, apuntalar las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Por el momento, cualquier conato de violencia se utiliza electoralmente, pero la cosa se puede poner peor.

De momento, lo más importante para salir de esto es precisamente cuidar la salud y evitar el contagio. Solo cuando el virus sea un asunto del pasado, la economía se reactivará y los sueños se pondrán de nuevo al alcance. Es tiempo de ser responsables. Y prudentes.

 


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