Cicatrices en el alma
Milena Gareca Una tarde de otoño, fría y ventosa, me encontraba solitaria, sentada en una banca de una plaza poco frecuentada, esperando ansiosa la llegada de mi enamorado. En el transcurso de espera, se acercó un señor en elevado estado de ebriedad. Sentí temor en un inicio ya que...
Milena Gareca
Una tarde de otoño, fría y ventosa, me encontraba solitaria, sentada en una banca de una plaza poco frecuentada, esperando ansiosa la llegada de mi enamorado.
En el transcurso de espera, se acercó un señor en elevado estado de ebriedad. Sentí temor en un inicio ya que portaba una navaja en su bolsillo.
Intenté actuar con normalidad y relajada, después de varios minutos de plática, iniciamos una amena conversación.
Me comentó lo mal que la vida le había tratado y por qué buscó refugio en el alcohol, intercambiamos ideas y pensamientos. En esto llegó otro joven y se unió a la charla; este muchacho también había ingerido bebidas alcohólicas, se despidió pronto y continué hablando con el señor de un inicio.
Derramé unas lágrimas cuando expresó un poema a la madre, él sentía demasiado dolor, ya que su madre lo había abandonado a los cinco años. Traté de consolarlo con palabras de aliento y me despedí atentamente.
Desde ese día me quedó la enseñanza de no juzgar antes de conocer, de no despreciar y de saber escuchar, pues detrás de muchas personas que consideramos “marginales”, hay historias demasiado tristes, llenas de marcas y cicatrices que no han podido superar.
Una tarde de otoño, fría y ventosa, me encontraba solitaria, sentada en una banca de una plaza poco frecuentada, esperando ansiosa la llegada de mi enamorado.
En el transcurso de espera, se acercó un señor en elevado estado de ebriedad. Sentí temor en un inicio ya que portaba una navaja en su bolsillo.
Intenté actuar con normalidad y relajada, después de varios minutos de plática, iniciamos una amena conversación.
Me comentó lo mal que la vida le había tratado y por qué buscó refugio en el alcohol, intercambiamos ideas y pensamientos. En esto llegó otro joven y se unió a la charla; este muchacho también había ingerido bebidas alcohólicas, se despidió pronto y continué hablando con el señor de un inicio.
Derramé unas lágrimas cuando expresó un poema a la madre, él sentía demasiado dolor, ya que su madre lo había abandonado a los cinco años. Traté de consolarlo con palabras de aliento y me despedí atentamente.
Desde ese día me quedó la enseñanza de no juzgar antes de conocer, de no despreciar y de saber escuchar, pues detrás de muchas personas que consideramos “marginales”, hay historias demasiado tristes, llenas de marcas y cicatrices que no han podido superar.