Para qué endeudarse

La magia de la economía se basa en que cada cual pueda crear su propia ilusión a partir de ciertos datos publicados, que a través del filtro que cada cual selecciones, sea este ideológico o simplemente coyuntural, puede llegar a conclusiones bien diferentes. No sucede lo mismo con las...

La magia de la economía se basa en que cada cual pueda crear su propia ilusión a partir de ciertos datos publicados, que a través del filtro que cada cual selecciones, sea este ideológico o simplemente coyuntural, puede llegar a conclusiones bien diferentes. No sucede lo mismo con las matemáticas, que deben ser tozudamente exactas.


Bolivia ha atravesado su década económicamente más estable producto de unas pocas medidas nacionalistas tomadas al principio del Gobierno de Evo Morales, como la nacionalización de 2006, y fundamentalmente la expansión de los precios de las materias primas con la incorporación de millones de chinos e indios al sistema de consumo.


Sin un marco teórico de referencia y cambiando sus denominaciones al calor de los acontecimientos o las tendencias mundiales, lo que Bolivia ha hecho en estos trece años se ha venido a llamar de diferentes formas: Socialismo del Siglo XXI, capitalismo de Estado, aplicación de un sistema Económico Social Comunitario y otros etcéteras que realmente no han servido de línea base, sino que han servido para explicar determinadas decisiones en determinados momentos. Es evidente que no estamos en un modelo socialista cuando la Salud va a seguir respondiendo a las lógicas de un Seguro individual, aunque sea universal; y que el Estado se ha quedado a medias en su intento de controlar el sistema y lo ha dejado en manos de otros aliados, imperiales al fin.


La economía va a resultar clave en los próximos comicios, pues los analistas de todas las tendencias advierten que el conservadurismo boliviano es inherente al bolsillo particular, es decir, que solo en tiempos de incertidumbre se permite el cambio. El Gobierno de Evo lo sabe y lleva ya muchos meses soflamando su estabilidad y buen hacer en la materia, aunque para ello tenga que recurrir a las adulaciones permanentes que durante 13 años han arrojado los guardianes de la ortodoxia: el FMI y el Banco Mundial.


Esos mismos aduladores han marcado la nueva senda señalando riesgos donde antes solo veían estrategias bondadosas e ideas fantásticas de un modelo sólido. El principal blanco de críticas pasa a ser ahora el nivel de endeudamiento, que supera el 40 por ciento y que según los manuales de la ortodoxia capitalista es un nivel razonable para el tamaño de la economía boliviana, pero que sin embargo, en la demagógica línea explotada por Morales durante todo su mandato de comparar las cifras actuales con las del paleolítico, resulta un flanco demasiado sencillo de atacar. La deuda ha crecido exponencialmente porque Bolivia ya no es un país “miserable” que pueda recibir donaciones, sino que es un país de economía en expansión, mejor o peor gestionada, con capacidad para usar los mismos mecanismos que sus vecinos.


No resulta honesto atacar la deuda boliviana mientras se bendice el modelo Obama o Trump de desarrollo, ni incidir con sarna en el déficit fiscal sin recordar toda la serie de superávit que el Gobierno registró durante los años de bonanza. No hay nada más keynesiano que eso, junto a lo de incentivar la demanda interna, por mucho que les pese a los “inventores” del casual modelo boliviano.


Otro debate son los porqués y los paraqués. No da igual para qué y por qué se endeuda cada uno, más al contrario, es lo que queda pendiente de hurgar, pues por el momento las grandes inversiones no acaban de dar resultados, las pequeñas acaban presas de la burocracia y demasiadas veces, la corrupción, y el aparato estatal es una pesada carga que no soluciona los problemas de los ciudadanos.


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