Esa democracia tan vieja y masculina… (II)

Bolivia ha hecho esfuerzos por desarrollarse, por crecer desde su idiosincrasia, por integrarse culturalmente en su identidad común y también, evidentemente, por incorporar los elementos de modernidad necesarios para seguir compartiendo con el mundo de tú a tú. En definitiva, la aymara con...

Bolivia ha hecho esfuerzos por desarrollarse, por crecer desde su idiosincrasia, por integrarse culturalmente en su identidad común y también, evidentemente, por incorporar los elementos de modernidad necesarios para seguir compartiendo con el mundo de tú a tú. En definitiva, la aymara con pollera y celular o el weenhayek pescando referenciado por GPS son parte de la expresión cultural propia, tan criolla y tan originaria.

Nada de esto tiene que ver con el decadente espectáculo que cada fecha límite electoral se ofrece en las puertas del Tribunal Supremo Electoral, o el Departamental si es el caso. En la era de la comunicación digital y el diálogo 2.0, de la protección de datos y la certificación remota, resulta curioso ver a los candidatos acudir a la ventanilla del Tribunal para registrar su propia candidatura y guardar el sello de entrada y la fotografía como trofeo.
El único candidato que usa twitter de forma personal y espontánea es Víctor Hugo Cárdenas, que promete sorpresas
No se trata de la puesta en escena, sino de que los partidos sigan asumiendo riesgos de ese estilo para formalizar sus proyectos a última hora. Y también actitudes vergonzosas. Resulta poco comprensible, por ejemplo, lo protagonizado por el Partido Demócrata Cristiano, con dos bandos peleándose a puñete limpio quince minutos antes de cerrar las puertas del TSE para ver si se inscribía uno o dos candidatos a unas Primarias cuyo objetivo – decían – era hacer más democrática la participación política.

En ese goteo constante de partidos, candidatos y militantes más comprometidos que llevaron sus papeles hasta la ventanilla hubo más o menos de todo. Hay aspirantes a presidir el país más aptos y otros menos. Unos más entusiasmados, y otros menos. Unos más arropados, y otros menos. Pero en general queda claro que ninguno tiene especial interés en establecer una comunicación directa – de verdad – con los ciudadanos. Las redes sociales han jugado roles fundamentales en las elecciones de los países del entorno; no tanto para colocar el mensaje político sino para demostrar existencia. Todos los presidentes y candidatos han tenido vida activa en las redes sociales y el propio Evo Morales, impulsado en parte por esa presión, ha tenido que adecuar a su gabinete de comunicación para que hable por él en las redes.

Los medios grandes y paceños tuvieron apostados a las puertas del Tribunal uno o varios equipos de prensa para ir narrando una jornada de inscripciones como lo llevan haciendo décadas. Los más humildes, y los que contamos la realidad nacional desde otro lugar que no sea el eje, nos pegamos a las redes sociales para brindar la mejor información, con acento tarijeño. El resultado era el esperado: Unos pocos tienen subcontratado el manejo de su red, entre ellos Evo Morales, Carlos Mesa, Virginio Lema o el propio Doria Medina y lo utilizan más como un factor de propaganda positiva que como espacio de reciprocidad. Muy pocos lo usan de forma personal, como el sorprendente Víctor Hugo Cárdenas, que promete impactos, y la mayoría no tiene ni la más remota idea de lo que son y de para qué sirven.

¿Puede alguien querer administrar el Estado y no poder administrar una triste cuenta de tuiter? ¿Puede alguien querer ser presidente y no expresarlo ni siquiera en sus redes? ¿Puede alguien pretender que a estas alturas Bolivia entera esté pendiente de sus movimientos? El país necesita desarrollarse y difícilmente lo hará si quienes deben conducir el proceso continúan atornillados a sus asientos sin intención de cambiar nada.

 

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