Llegó el día, inicia la Copa del Mundo en Catar



Con el Mundial de Catar 2022, que comienza hoy, se completa un “plan maestro” que se gestó por allá a medidos de 1974, cuando Joao Havelange fue elegido presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA). El dirigente brasileño se propuso convertir a la entidad, a como diera lugar, en una multinacional con inmenso poder político y económico.
De la mano de su discípulo y luego sucesor, el suizo Joseph Blatter, logró alianzas comerciales con grandes compañías que tenían presencia e intereses en todos los rincones del planeta y comercializó los derechos de transmisión por televisión de la Copa del Mundo. Con el pretexto de la masificación, convirtió ese torneo en la joya de la corona, su mina de oro.
Con la idea de la rotación intercontinental, el Mundial se disputó en países sin tradición futbolera, como Estados Unidos (1994), Corea-Japón (2002) y Sudáfrica (2006). Por eso solo era cuestión de tiempo que se hiciera en una nación como Catar.
La sede se adjudicó hace 12 años, al igual que la de Rusia 2018. “La pelota no se mancha”, aseguró el astro argentino Diego Armando Maradona el día de su despedida, en 2001. Una frase icónica que, sin embargo, ahora más que nunca se puede debatir. Desde el caso “Fifagate”, que estalló en 2015, cuando se comprobaron sobornos para la adjudicación de las sedes de las Copas del Mundo de 2018 y 2022, está claro que la dirigencia del fútbol juega (todavía) con sus propias reglas.
EL ÚLTIMO BAILE DE MESSI
Ajenos al impacto social y mediático, una competición en el Golfo Pérsico, los futbolistas, excepto contadas excepciones como la selección de Dinamarca, han evitado opinar sobre temas diferentes al fútbol.
En los días previos al inicio del torneo han alabado las instalaciones, tanto los sitios de entrenamiento como los ocho espectaculares estadios, al igual que la infraestructura hotelera, logística y de transportes del país, el segundo en el mundo en renta per cápita y uno de los más ricos gracias a la producción de petróleo y gas.
Entre las 32 selecciones participantes no hay una superfavorita, aunque sí dos que parecen llegar un escalón por encima de las demás, Brasil y Argentina. Eso, lejos de ser ventaja, puede ser contraproducente, sobre todo en un torneo de un mes, en el que una mala tarde, una expulsión o un gol en contra pueden cambiar el rumbo de un partido definitivo.
Entre las europeas, Francia, defensora del título, tiene la mayor responsabilidad, pero nunca se puede sacar de la baraja de candidatos a Alemania. Bélgica, Inglaterra y España, mientras que alguno de los equipos de África, Asia y Concacaf podría sorprender con una gran actuación, pero no tanto como para ser finalista o salir campeón.
Lionel Messi, el mejor futbolista de los últimos tiempos, tendrá la última posibilidad de ganar el trofeo que lo separa de Pelé y Maradona, los más grandes de la historia. Un Mundial juvenil, el oro olímpico, cuatro Champions y 28 títulos más no son suficientes para sus detractores, que le exigen levantar la Copa Mundo para estar a la altura de El Rey y El Pelusa.
Su posible heredero, Kylian Mbappé, ya conquistó la Copa y con apenas 23 años tiene la oportunidad de confirmar por qué es el futbolista más caro del planeta. Seguro aparecerán nuevas figuras, pero será difícil que brillen más que los consagrados, sobre todo por el respaldo que les puedan brindar sus equipos.
Será un torneo particular, a final de año, cuando la mayoría de las ligas apenas van por la mitad; con temperaturas promedio de 30 grados Celsius e hinchas locales disfrazados de extranjeros, además de visitantes con el poder adquisitivo suficiente para pagar tiquetes, hospedajes, alimentación y boletos costosos, gente que nada tiene que ver con la que cada domingo asiste a fútbol en las ligas nacionales de los diferentes países.