Durante el partido contra Napoli
Ambiente de Champions League en el Camp Nou
La salida de los dos equipos fue saludada por un himno extraño, desconocido, sin el ritmo ni la mística que acostumbra el de la Champions League



El Camp Nou tenía ganas de hablar, de expresarse, y no se cortó en su regreso a la Europa League dos décadas después. Se comportó como si el partido ante el Nápoles fuera de la mismísima Champions League. Y no sólo eso, dictó sentencia. Silbó a Dembélé al salir, le aplaudió después de una magnífica jugada y ovacionó a Luuk de Jong. De entrar su chilena en el último minuto, el holandés tendría hoy categoría de ídolo. Más que una afición, como siempre.
El ambiente en el exterior del estadio sonaba a grandes ocasiones. La riada de aficionados era incesante, con la policía escoltando a un grupo de unos doscientos radicales del Nápoles. Algunos improperios pero no mucho más. A medida que se iban acercando al estadio, las señalizaciones indicaban que aquello no tenía nada que ver con la Champions League. Paneles con la inscripción Europa League estaban situados en todas las puertas. En el interior, los arcos de publicidad alertaba al público de que que aquella era una competición diferente, a pesar de la entidad elitista del contrincante. Hacía dos décadas que el Barça no jugaba este torneo y se hacía raro.
La salida de los dos equipos fue saludada por un himno extraño, desconocido, sin el ritmo ni la mística que acostumbra el de la Champions League. Poco pegadiza y sin letra, pero a todo volumen. La atención y las miradas, sin embargo, se fueron a una pancarta de enorme dimensión desplegada en una de la tribuna frontal al palco y en la que podía leerse con claridad “Juntos somos imparables”.
Y los grupos de animación no tardaron en corresponder al mensaje. El Nápoles se adelantaba en el marcador a los veinte minutos de partido. Un mazazo para los azulgrana, que lo estaba intentando de todas las maneras. Los napolitanos encontraban premio en su primera aproximación. Nada de eso perturbó el ánimo culé. Ni reproches ni silbidos. De inmediato, el bombo arrancó con su ritmo acompasado. Las palmas volvían a echar humo acompañando cada acción ofensiva, cada dribling de Adama, cada cabezazo de Ferran Torres y cada desmarque de Aubameyang.
Ni la aparición de Dembélé ejercitándose en la banda, junto a Gavi y Busquets a los dos minutos de la reanudación, alteró en aquel momento a una grada que seguía a lo suyo, animando de manera incansable. Daba igual la categoría del partido. “Un día de partit...”, cantaban. Ni los errores individuales penalizaban.
La corrección del VAR señalando un penalti por una mano en el interior del área hizo estallar de júbilo, que ya no se contuvo con el gol de Ferran Torres, que asumió sin pensarlo la responsabilidad de tirarlo.
Pero el Camp Nou tenía ganas de hablar con claridad. De festejar goles, de aplaudir al equipo pero también de decir la suya. Y fue cuando Xavi ordenó la entrada de Dembélé. Una atronadora pitada se escuchó con una nitidez incuestionable. Y por si el francés, siempre despistado en todo, no hubiera atendido el mensaje, cada vez que cogía el balón en los primeros minutos de su reaparición, el Estadi le abucheaba sin miramientos. La polémica se acabó justo en un contragolpe por su banda, cuando protagonizó una galopada de las suyas aunque su centro no encontró destinatario. Daba igual, tenía que pagar peaje y lo hizo.