De La Revista de Etnografía, HISTORIA Y ARQUEOLOGÍA: TARIXA Sociedad de Etnografía e Historia de Tarija. Vol. 2 N° 1
Jesuitas Paraguayos en Charka’s y la Misión del Chaco en las Anuas Provinciales (1682-1688) entre Guaranís de Asunción y Chiriguanos de Tarixa (Segunda parte)
[Necrología de Ortiz de Zárate]
Nació don Pedro Ortiz de Zárate en la ciudad de Jujuy el año de 1623 añadiendo este dichoso hijo nuevo lustre a la esclarecida nobleza de sus padres, el general Juan Ochoa de Zárate y doña Bartolina de Garnica. Fue hijo y heredero de sus padres, así en las encomiendas de indios que eran cuantiosas, como en el oficio de Alférez Real. Su educación en tierna edad fue muy conforme a padres [superpuesto] como de [tachado] muy cristianos y temerosos de Dios como lo eran sus padres [tachado]. De esta crianza sacó don Pedro la natural inclinación que mostró siempre al culto divino, pues entre los entretenimientos de su niñez se traslucían afectos a los eclesiásticos, los cuales se descubrieron más en su mayor edad.
Llegó el tiempo de escoger estado y tomó por entonces el de matrimonio con doña Petronila de Ibarra, señora de mucha riqueza y muy conocida calidad, de quien tuvo dos hijos: don Juan Ortiz de Zárate, que ahora se halla en posesión de un [superpuesto] Mayorazgo que tiene en Vizcaya; el segundo fue el maestre de campo don Diego Ortiz de Zárate, que sucedió a su padre en el oficio de Alférez Real de Jujuy, el cual siendo de muy pocos años quedó sin madre, porque estando cierto día en su casa, se rindió la madera que sustentaba un techo y cayendo todo el peso sobre ella [superpuesto] dicha madre de don Diego [tachado], la dejó no sólo sin vida sino entre sus ruinas sepultada, sin que valiese diligencia alguna para evitar en don Pedro Ortiz la causa del justo dolor con que lastimó su alma el fatal golpe de tan sensible desgracia; pero lo que pareció penoso al juicio humano, desgracia, fue prevenida traza de la disposición divina que con este golpe quiso [234v] llamar a don Pedro para los altos designios de su oculta providencia, y como él no se hizo sordo a la vocación ejecutó luego dejar el siglo [o vida civil], dando ¿de? mano a sus posesiones y oficios porque no le sirviesen de demoras que le detuviesen en el servicio de Dios y camino de la perfección en que pretendía adelantarse a ligeros pasos.
Pero ya que por varios y prudentes motivos desistió de la resolución de hacerse religioso, se acomodó al consejo y parecer de algunos confidentes, vistiéndose el hábito clerical, sujetándose a aprender desde sus principios gramática y música para asistir con esto al culto divino, disponiendo su modo de proceder con singular ejemplo, recogimiento y recato para el orden de sacerdocio que finalmente recibió, regulando después sus acciones con la santidad y pureza de su estado. Aquí no es de omitir un raro ejemplo de su humildad y desprecio de sí mismo y vanidad del mundo, pues cuando fue a ordenarse a Santiago del Estero (donde reside la catedral de este Obispado [de Tucumán]), sin atender a sus años y autoridad que se debía a su persona y atropellando respetos humanos iba a la Iglesia [Catedral] a servir de acólito con los demás monaguillos, cargando los ciriales e incensario como el menor de todos y aunque por el respeto de su persona los señores prebendados le procuraban eximir de semejantes oficios, pero vencía siempre su humildad y eficacia de sus ruegos para que le permitiesen ocupaciones tan humildes en que prosiguió con admirable edificación del pueblo y clero.
Ordenado de sacerdote volvió a su patria y movida toda aquella república del fervoroso celo y recatado proceder con que don Pedro se granjeaba la estimación y benevolencia de los ciudadanos, todos con uniforme aprobación en la vacante que hubo del curato en aquella ciudad [de Jujuy], pidieron por informes fuese nombrado por cura y Vicario suyo como con efecto se [superpuesto] consiguió. Administró don Pedro estos oficios por espacio de veinticuatro años en que se dieron más a estimar sus singularísismas [sic: muy singulares] virtudes al paso que sobresalían más en los empleos de su nueva dignidad, en que cada día daba más a conocer el encendido celo de la gloria de Dios que fue el único empeño de su santa vida y principal motivo de su dichosa muerte.
Se esmeraba con desvelo en la asistencia y aseo del culto divino y sin reparar en su calidad acudía con la música en las fiestas así de su propia iglesia [Mayor] como de los conventos que hay en aquella ciudad [235] mezclándose entre los indios para acompañarles en su canto, y no pocas veces se vio obligado por falta de monaguillos o acólitos a administrar él mismo en el altar y coro el incensario y la paz, ni fue menor el cuidado con que atendió a reedificar templos en que se rindiesen cultos a Dios, como lo muestran las dos principales iglesias de Jujuy y otras iglesias y capillas que levantó en varios sitios de la jurisdicción, y para adelantar más la decencia del culto divino trajo músicos de Perú, pagándolos a su costa. Sustentaba a todos los clérigos pobres dándoles liberalmente vestuario y comida sólo porque hubiese quienes con más solemnidad hiciesen los oficios de la Iglesia, repartiendo entre ellos sus rentas sin reservar para sí ni un real de este beneficio.
No mostró menos su fervoroso espíritu en fomentar por cuantos medio podía la paz y conformidad de todos los ciudadanos, debiéndose a su paternal afecto (con que se entrañaba en los corazones de todos) la amigable unión y conformidad con que vivían hermanados. Acudía con igual celo a quitar escándalos, valiéndose de todas las trazas que las ocasiones requerían y su prudencia le dictaba. Pero el que tenía tanto celo de impedir culpas ajenas, lo tenía sin duda mayor de evitar con delicadísima conciencia las propias. No sólo cuidando de la mayor pureza de su alma, sino de hermosearla con el precioso esmalte de todas las virtudes.
En el trato de su persona más parecía austero o anacoreta que delicado seglar, criado entre blanduras y regalos. Afligía su cuerpo con una indispensable abstinencia, pues según afirman los que más de cerca le trataban nunca relajó (aun hallándose indispuesto) la forma del ayuno eclesiástico; antes muchas veces la estrechaba más, reduciéndola a sólo pan y agua, añadiendo a ésta su mortificación la penalidad de continuos y ásperos cilicios y cotidianas y sangrientas disciplinas, sin interrumpir estos rigores aún en ocasiones de mayor divertimiento y regocijo, como sucedió entre otras una noche víspera de [la fiesta de] San Pedro en que habían de salir a caballo con los demás clérigos y algunos vecinos de la ciudad para solemnizar la fiesta del príncipe de los apóstoles y habiéndose de vestir de gala, se previno interiormente con variedad [235v] de cilicios que le cogían lo más del cuerpo para que si lo exterior tuviese visos de regocijado, hallase su ánimo con esta mortificación el resguardo de cualquier desordenado movimiento.
Ocho años antes de su muerte dicen sus más familiares que, siempre llevaba la cama por los caminos para la apariencia y no para el descanso, pues así en su casa como fuera de ella nunca se pudo averiguar dónde dormía; sólo en las partes que llegaba donde hubiese Iglesia o Capilla, se sabía que su retiro era el Coro o en la misma Capilla, sirviéndole de cama las tablas o la desnuda tierra. Atestigua un eclesiástico que habiendo hecho un viaje en su compañía, una noche después de haber dormido largo rato, despertó y halló puesto de rodillas a don Pedro; queriéndole ver hasta qué tiempo duraba aquél ejercicio, fue tan adelante que le rindió el sueño y volviendo a despertar al romper el alba le halló siempre de rodillas, prosiguiendo su oración con repetidos sollozos, la cual continuó como dije desde prim[er]a noche hasta el amanecer, y en lo restante del viaje nunca pudo averiguar su compañero a qué hora se acostaba o levantaba de la cama, pues jamás le vio en ella.
De lo dicho se da bien a entender cuán hermanadas andaban siempre en don Pedro Ortiz la oración y mortificación, destinando cada día muchas horas en que no permitía le interrumpiesen de su continua contemplación en que parece traía siempre empleada sus potencias, y no es mucho viviese tan aficionado a este familiar trato y conversación con Dios, pusiera muy celestiales las dulzuras y regalos con que le suavizaba su majestad las amarguras de esta vida, comunicándole entre otros favores tan señalado don de lágrimas, que ni en los actos públicos podía reprimir los raudales de sus ojos.
A todas estas y otras virtudes de don Pedro coronaba el encendido amor de Dios y caridad con los prójimos en que con ardientes excesos se abrazaba su corazón, ésta era la que le hacía ser cariñoso padre de pobres y atender con próvida generosidad al remedio de las necesidades, saliendo todas las tardes poco antes de ponerse el sol con dos pajes suyos cargados de pan y otras cosas para repartir limosna y regalos a los enfermos, Pero no se estrechaba su caridad a los cuerpos; se dilataba mucho más a las almas, por eso ni las incomodidades de los [236] temples, ni la alteración de elementos era bastante para excusarse de administrar los sacramentos aunque fuese mucha la distancia, asistiendo con paternal cariño a los enfermos especialmente a los pobres indios como más desamparados, animándoles a la paciencia en sus penalidades y trabajos, caminando asimismo muchas leguas con no pequeña molestia para poder decir misa a los que vivían retirados en que fue tan inviolable su tesón que muy rara vez dejó de celebrarla en todo el tiempo de su sacerdocio, aunque fuese por caminos o se hallase con otros embarazos, sólo por no defraudar de este provecho común a las almas y de particular consuelo a la suya. Pero dejando otros casos particulares en que se acreditó la ardiente caridad de con que celaba la salud de sus prójimos, no es justo pasar en silencio el que sigue:
Sucedió en la ciudad [de Jujuy] una muerte violenta, prendió la justicia al homicida y sustanciando la causa pronunció sentencia de muerte. Antes de la ejecución llamaron a un sacerdote que administrase los sacramentos al reo, el cual se mostró tan pertinaz que no fue posible reducirle a que se confesase. Repitió nuevas diligencias el Juez solicitando varios sacerdotes que con [superpuesto] sus exhortaciones alentasen aquel desesperado corazón, pero todas aunque duraron por muchos días fueron sin provecho para conquistar su obstinación.
Supo don Pedro Ortiz el infeliz estado de aquella alma y compadeciéndose del peligro que corría su salvación determinó probar los esfuerzos todos de su espíritu en vencer la tirana resistencia con que el enemigo común se oponía a su remedio. Fue a hablar al delincuente y con palabras de singular ternura y amor procuró ablandar su dureza y con eficaces razones convencer su entendimiento para que saliese de la ceguedad y confusión en que le tenían sus delitos; pero aunque a la primera vez no consiguió los fines de su buen deseo, ni pudo a fuerza de razones y consejos rendir la rebelde pertinacia de aquel protervo [u obstinado] corazón, no por eso se dio por vencida la caridad de don Pedro, antes bien meditando nuevas trazas [o estrategias] se volvió a su casa y a deshora de la noche fue segunda vez a verse con el homicida llevando consigo un crucifijo [236v] y dos disciplinas [o instrumentos para azotar] y habiendo entrado al lugar de la prisión repitió con mucho fervor sus amonestaciones para moverle a que se confesase. Pero viendo que todas eran en vano y no hacían mella en el bronce de aquel pecho, se desnudó a vista del delincuente y tomando el Santo Cristo en una mano y unas disciplinas en la otra comenzó a rasgar sus espaldas con recios golpes que no pudieron menos de hacer eco así en la divina misericordia para que se apiadase de aquel miserable pecador, como también en el duro pecho del mismo reo para que se enterneciese y trocase su primera obstinación en muestras de dolor y arrepentimiento, a cuya vista cobrando nuevos alientos el espíritu de don Pedro prosiguió con tal eficacia sus exhortaciones y con tal rigor su sangrienta disciplina que deseando ya el homicida vengar en sí lo grave de sus delitos tomó la otra disciplina y ambos a porfía comenzaron a herirse y castigarse, el uno por el bien ajeo y el otro por el interés propio, lo cual continuó con el mismo fervor don Pedro Ortiz por otras ocho noches que parece dieron ¿determinación? [superpuesto] al suplicio del delincuente, consiguiendo por este medio una dolorosísima confesión de sus culpas con que se dispuso para la última cuenta de su vida.
[Entrada del Chaco]
Pero sobre todo lo que más acreditó el caritativo celo y espíritu verdaderamente apostólico de don Pedro Ortiz fueron el empeño grande y vehementes ansias con que pretendió mucho tiempo la entrada del Chaco. Movido sólo de una tierna compasión con que le lastimaba el que se malograse en aquellas perdidas almas la sangre de Cristo que por ganarles había derramado, y el día que consiguió la deseada licencia fue el de su mayor gozo y alegría, regocijando su dichosa suerte más con lágrimas que con palabras y luego se desposeyó de su patrimonio, dio de mano a las honras, dignidades, estimaciones y conveniencias, quedando totalmente destituido de bienes temporales por entregarse totalmente a Dios y sacrificar su vida a la conversión de aquellas almas, pero no ejecutó sus fervorosos designios sin que fuese muy a costa del sentimiento con que lloró toda la república la falta de tan cariñoso padre; el iris de [237] la paz de sus vecinos, el consuelo de los afligidos y al fin universal remedio de sus necesidades y desgracias.
Correspondió don Pedro con no menores afectos de ternura a las finas demostraciones de dolor con que los ciudadanos lloraban tristes su partida, pues habiéndoles convocado en la iglesia [Mayor], descubierto el santísimo sacramento, bañado en dulces lágrimas y atropellados sollozos se despidió de todos, habiéndoles pedido primero en común y en particular perdón de todos los yerros [o equivocaciones] en que hubiese incurrido en la administración de su oficio, protestando que todos habrían sido efecto sólo de ignorancia y no torcidos intentos de su malicia. Con estos y otros actos de ternura y humildad se despidió sin dar lugar a que en su salida ninguno le acompañase no arrastrando aún esta penosa honra el que todo había renunciado por granjeársela mayor a Dios a costa de su persona, hacienda y vida. Libre ya de las prisiones de su patria en cuya corta esfera a su celo habían estado como represadas sus ansias, dispuso luego su viaje a la provincia del Chaco, donde calificaron de suerte sus obras lo apostólico de su espíritu que pudo servir de modelo para los misioneros infervorosos [añadido, sic: indiferentes, incrédulos], no perdonando a trabajo por más arduo e insuperable que pareciese, no había dificultad a que su alentado espíritu se rindiese, su oración continua, su caridad ferviente, su penitencia rigurosa. Salía frecuentemente por los montes a macerar su cuerpo con sangrientas disciplinas, toda la noche se le pasaba en arrojar clamores a Dios y suspiros al cielo pidiendo que le quitasen los indios la vida, hasta que finalmente lo consiguió como luego se dirá.
[Jesuitas escogidos]
Señaló el padre Provincial [Baeza] para que acompañasen a don Pedro Ortiz en esta gloriosa empresa dos sujetos que fueron el padre Diego Ruiz y el padre Juan Antonio Solinas, los cuales después de haber llegado al sitio donde los esperaba dicho don Pedro y ajustadas con él las materias a 3 de mayo de 1683, se partieron para el Chaco, llevando para su resguardo hasta ochenta personas de armas y después de haber caminado doce días escalando tan encumbradas cordilleras que sucedía estar el sol en la cumbre y estar lloviendo a un mismo tiempo en los valles, y después de haber pasado muchos y arrebatados ríos llegaron a unas campañas que llaman de Ledesma. En este [237v] paraje que después se bautizó con el nombre de San Rafael encontraron con dos indios ojotaes que venían en busca de los nuestros o iban a la ciudad de Tarija a visitar [a] sus parientes. Los agasajaron con singulares muestras de amor los misioneros y los vistieron de pies a cabeza y poco después dieron la vuelta a sus tierras a dar aviso a sus curacas. Vino uno de ellos con tres compañeros indios de hasta setenta años, cuya voluntad se procuró ganar con los extremos posibles de cariño y agasajo, presumiendo serían la piedra fundamental de la nueva Iglesia que allí se intentaba fundar y el primero que con su ejemplo abriese la puerta para que entrase en el Chaco la fe y cristiana religión. A los seis días llegó toda la demás gente de este curaca que entre chicos y grandes serían sesenta almas y pocos días después bajó también otro curaca de los taños con toda su gente y se quedaron entre los nuestros muy contentos y gustosos.
[Acercamiento a los Tobas]
En este principio al parecer dichoso no podían menos de darse festivos parabienes nuestros misioneros y teniéndolos por abonados prenuncios [o anuncios] del cumplimiento de sus deseos, determinaron o pasar adelante o enviar como legados algunos indios amigos a dar aviso a los tobas de su llegada. Lo primero no pareció acertado por muchos inconvenientes que se ofrecieron, pero si lo segundo y así se señalaron tres embajadores que fuesen a darles noticia de sus intentos. Fueron estos y dentro de breves días vino un curaca toba con seis de los suyos, a los cuales hablaron y acariciaron los nuestros certificándoles que no eran otros sus designios, ni otro el interés que los traía a sus tierras, sino el bien y salud eterna de sus almas, a que respondió el curaca que si los habían de engañar como en otra ocasión lo habían hecho, que no trataban de paces ni amistad, mas asegurados de la verdad se despidieron con ánimo y promesa de volver. Pero viendo que tardaban e impaciente el celo de don Pedro Ortiz se determinó sin que le acobardasen los recelos y riesgos, ir en persona a las tierras mismas de los tobas, llevando en su compañía a uno de los padres.
Llegaron al río Grande o Colorado [Bermejo][29] en cuya playa descubrieron treinta y seis de a caballo con sus dardos en la mano, pero aunque al parecer estaban con afectaciones [o demostraciones] de guerra recibieron a los nuestros con demostraciones de paz y regocijadas señales de alegría y en el tiempo que allí se detu- [238] vieron todo era entrar y salir nuevos indios o ya llevados de la curiosidad o movidos de algún interés. Alentados nuestros misioneros con las esperanzas que aseguraban tan favorables principios y viendo que era ya tiempo de trazar y deliberar el modo con que habían de vadear las aguas que a toda prisa se acercaban, se determinó saliese el padre Diego Ruiz a comunicar la materia con el señor Gobernador de esta provincia [de Tucumán] don Fernando de Mendoza [y Mate de Luna][30] para que su señoría diese el arbitrio con que se había de hacer, así en lo tocante a los soldados que habían de asistir, como a los bastimentos necesarios para seis meses, porque entradas las aguas se imposibilitaba después el socorro.
Salió el dicho padre [Ruiz] a la ciudad de Salta donde por algunos accidentes se detuvo más de lo que pensaba (que cuando las cosas dependen de la conveniencia de varios y encontrados dictámenes, no es fácil tener pronta resolución), y habiendo negociado soldados y bastimentos, dispuesto todo en forma de marcha dio vuelta el padre a proseguir su misión y por el camino encontró varios soldados que dejando a don Pedro Ortiz y a su compañero se salieron a descansar a sus casas, de los cuales se supo la sobrada confianza de los dos misioneros que llevados del celo menos recatado entre tantos enemigos, resolvieron solo con el resguardo de seis hombres entrarse por la nación de los vilelas, gente fiera y belicosa, arrojo que hasta los mismo [indios] bárbaros calificaron de temerario, ponderando que había muchas naciones de por medio de cuya amistad se dudaba y por eso decían que hasta que tuviesen asegurada la paz desistiesen de sus intentos, y así teniendo por más acertado este parecer aunque era consejo de los mismos enemigos “salutem ex inimices nostris”, mudaron los misioneros de dictamen.
Se volvieron al fuerte [de Ledesma] de donde si no hubieran salido, no se hubieran atrevido los indios a lo que después hicieron; porque portándose los dos misioneros con menos recelo de lo que convenía intentaban nuevas empresas pareciéndoles sin duda era posible lo que imaginaban sus deseos, que todo el Chaco se había de convertir en un día y así ni velando sus designios, mas por las apresuradas ansias de su fervor que por los considerados dictámenes de una recatada providencia, pareciéndoles no había ya riesgo alguno que cautelar, todo su cuidado era levantar capilla en varios puestos, con tanta seguridad que nuestros indios [que acompañaban a los misioneros] arrimaban [o abandonaban] las armas por orden de [238v] don Pedro Ortiz para que no se acobardasen o retirasen por algún miedo los [indios] infieles. En una capilla de estas, distante cinco leguas del fuerte [de Ledesma] estuvieron algún tiempo nuestros soldados sin más defensa ni resguardo que el de su demasiada confianza, pero luego se vieron obligados a despoblarla previniendo el alevoso y sacrílego desastre que sucedió en la misma capilla de que les dio aviso un curaca de los indios mataguayos.
[Martirio de Ortiz y Solinas]
Sabiendo don Pedro Ortiz que el padre Diego Ruiz se iba acercando, quiso salirle a recibir con su compañero el padre Juan Antonio Solinas algunas leguas del fuerte y en lugar de coger la senda derecha, torcieron el camino dando la vuelta por la dicha capilla donde hallaron gran número de indios que llegarían a quinientos, todos muy armados y muy de fiesta; pero no se si llame yerro lo que sin duda fue acertada providencia del cielo porque aquellos fervorosos misioneros encontrasen en una gloriosa muerte el premio de sus deseos y la laureola de mártires con que coronar sus apostólicos trabajos. Les dijeron los indios que venían a dar la paz y todo era disimular con aparentes visos de amistad el odio de reconcentrado en sus atrasdorados [sic] corazones, pero los misioneros no penetrando la tiranía de sus dañados y desleales intentos, previnieron comida, ropa y otros donecillos qué repartirles, agradeciéndoles con singulares muestras de gozo y regocijo las afectaciones [o demostraciones] de amistad que los bárbaros fingían, los cuales se alojaron en forma de cerco rodeando por todas partes la capilla. Dos días habían estado entreteniendo las buenas esperanzas de los nuestros con decir que aguardaban a otros curacas y al tercero día que fue la víspera de [los] san[tos] Simón y Judas [27 de octubre], se despachó un aviso al padre Diego Ruiz en que le daban cuenta de lo que iba sucediendo. Dio éste correo que maliciar [o recelar] a los indios como quienes tenían la traición fraguada y sospecharon que su mala intención estaba ya descubierta y que por esto pedían los nuestros socorro y así aquel mismo día, estando don Pedro y los suyos retirados en sus ranchos y habiendo dejado todas las armas descuidadas, como quienes se consideraban entre amigos los acometieron de repente atravesándoles [superpuesto] a saetazos y al fin los [tachado] degollándoles a todos y esto con tanta presteza que un soldado de los nuestros que había ido cerca de allí a buscar un caballo, por más que apresuró la vuelta no encontró indio alguno de [239] los agresores que se habían ido fugitivos llevándoselo todo sin reservar ni aún los vestidos de los muertos a quienes dejaron desnudos y esparcidos por los campos.
Llegó el padre Diego Ruiz al fuerte [en la] víspera de Todos Santos y el día siguiente lo gastó en sepultar los cadáveres, los cuales estaban casi todos comidos de pájaros y a su compañero no lo hubiera conocido a no haber hallado entre sus huesos la última carta que le escribió y acomodando su cuerpo en una capa se volvió con la tristeza y desconsuelo que ya se deja considerar, así por ver frustrada tan en breve una empresa tan gloriosa y de tantas esperanzas, como por no haberle cabido la suerte de su dichoso compañero y venerable padre Juan Antonio Solinas, cuya inculpable vida, heroicas virtudes, ejemplarísimo proceder, regular observancia, fervoroso espíritu e infatigable celo quiso premiar nuestro Señor con la corona de esclarecido mártir, título con que ya le honra la piedad y que le merecieron los trabajos, fatigas, penalidades y muerte en que por la gloria de Cristo y exaltación de la fe derramó animosamente su sangre, fertilizando con tan costoso riego aquel inculto gentilismo, para que rinda a su tiempo el deseado fruto que con la divina gracia se espera, y este fue el fin que por ahora tuvo aquella nueva entrada y trabajosa Misión del Chaco.
[Expedición de castigo]
Viendo el Rey nuestro señor que no bastaban medios de suavidad para reprimir el tirano atrevimiento, [para] quietar los ánimos de aquellos bárbaros y reducirlos al conocimiento de Dios, teniendo tan justificada su causa, despachó sus reales cédulas ordenando se sujetasen por armas y si fuese necesario se llevase a fuego y sangre. Se escogió para la acertada ejecución de este orden al General Antonio de Vera y Mújica que a la sazón acababa de recibirse por Gobernador de Paraguay [en 1684]. Dejó el gobierno y vino a la ciudad de Esteco, plaza de armas de la provincia de Tucumán donde se juntaron los convocados para esta conquista que fueron cuatrocientos veinte españoles y quinientos indios amigos, todos muy alentados y con ánimo de mostrar su valor en alguna heroica hazaña con que se acreditasen las armas de su Majestad y se desagraviasen las injurias hechas a sus vasallos. Pidió Antonio de Vera al padre Provincial de esta provincia [padre Baeza], dos padres así [239v] para acudir a lo espiritual de los soldados como para que se encargasen de la enseñanza de aquel gentío, si por ventura tomaban las cosas algún buen medio. Fueron señalados el ya nombrado padre Diego Ruiz y el hermano José de Estrada, coadjutor [temporal].
Dispuso [Vera] todo lo necesario de carruaje, caballos y bastimentos, salieron de la ciudad y apenas llegaron [a] la primera jornada [superpuesto] que les alcanzó un aviso de humo; el enemigo había dado en una hacienda de españoles y robado muchas cabalgaduras. Al punto subió el General Vera en un caballo y ordenó hacer unas emboscadas para atajarles la retirada, las cuales aunque no tuvieron el logro que se pretendía, con todo sirvieron para quitarles a los enemigos todo lo que llevaban, dejándolos heridos y maltratados, [quienes] aseguraron en la fuga sus vidas y alborotaron después las naciones todas del Chaco para que se escondiesen y retirasen. Aquí se dividió en dos partes nuestro ejército; la una cogió su derrota por el río que llaman del Valle y la otra pasó al río Dorado [ambos al este de la ciudad de Salta], la cual haciendo alto sobre las riberas del río descubrió un rastro muy fresco cuya entrada era un asperísimo monte cubierto de muchas ramas, industria que discurrió la astuta sagacidad de los indios para burlar los intentos de los nuestros y dificultarles el paso. Siguieron el rastro doscientos veinte hombres y habiendo andado veinte leguas de escabrosísima [sic: muy escabrosa] montaña llegaron a un arroyo muy pantanoso, caminaron por él todo un día cayendo y levantando hasta que finalmente dieron en la ranchería pero desamparada de los indios, que ya habían prevenido con el retiro su peligro. Fueron en su alcance los nuestros a pie con las cabalgaduras de diestro porque las espesuras del monte no permitían ir a caballo. Los primeros encontraron con los indios disparándoles dos armas de fuego a que respondieron ellos con algunas flechas de una y otra parte y quedó uno herido de la [parte] nuestra. Se desistió finalmente de su alcance por apretar tanto los calores que se ahogaban los soldados. Se retiraron los nuestros al Real donde escogió el Maestre de Campo Vera doscientos treinta españoles y doscientos indios amigos, con los cuales saliesen en busca del río Grande [o Bermejo] siguiendo el rumbo del oriente, y habiendo caminado casi once leguas encontraron a dos indios enemigos que venían tan divertidos y embelezados - [240] en reconocer algún rastro para saber si habían los españoles pasado, que tuvieron los nuestros lugar para emboscarse, aunque no valió la diligencia porque un presumido o impaciente de esperar salió antes de tiempo con que los enemigos huyeron y por estar nuestros caballos fatigados del demasiado calor no fueron seguidos y así se desperdició el lance y ocasión de tener lengua.
Al día siguiente prosiguieron los nuestros su derrota hasta llegar al río Grande [o Bermejo] donde les aguardaba un indio principal con sus aliados, el cual en nombre de los demás prometió que daría la paz. Estuvieron los nuestros aguardando tres días a que viniesen pero ellos daban por escusa [superpuesto] que no podían pasar el río por el mucho frío; o fuese ésta o no la causa, ni ellos pasaron ni se vieron más escarmentados y a los nuestros, en este primer engaño de los muchos que aquellos bárbaros burlaron siempre sus intentos. Trató el Maestre de Campo Vera el vadear con los suyos el río, como se ejecutó con mucho trabajo y pérdida de bastimentos y habiendo caminado algunas leguas se hubo de perder el ejército por haberse emboscado más de lo necesario a tierra adentro. Se buscó de nuevo la ribera y se vadeó segunda vez el río con igual afán y trabajo y en unas acomodadas campañas se alojaron y levantaron un fuerte a quien [sic: al que] se puso por nombre San Julián. Aquí se detuvo algunos días el ejército disponiendo lo necesario para subir río arriba con ánimo de llegar a la capilla donde martirizaron a los venerables don Pedro Ortiz y [el] padre Antonio Solinas. Salieron y habiendo caminado doce leguas se les ofreció el primer lance; encontraron los corredores a dos indias en la campaña de las cuales la una era mujer del curaca que como dijimos había venido a dar la paz. Ésta luego que vio a los nuestros protestó con grandes voces que no habían sido sus indios los homicidas de los padres, con todo las aseguraron muy bien y confesaron luego a dónde estaba la ranchería y guiando ellas dieron a poco trecho en los ranchos, cuya gente parte se había retirado a la espesura del monte porque [240v] acababa de pasar a la otra parte del río. Se arrojaron quince de los nuestros en busca y alcance de los enemigos y aunque no sin riesgo de alguna desgracia cogieron doce piezas, y con esto pusieron en libertad a las dos mujeres dichas por haber dado palabra que traerían a toda su gente, pero ni ellas ni ellos parecieron más.
Caminaron al otro día cinco leguas más y [a] diez de distancia del sitio en que mataron a los padres. En este camino encontraron dos rancherías y en ellas dos cabelleras de los difuntos puestas en unos palos donde con los círculos de sus acostumbrados bailes celebraban sus victorias con borracheras. Viendo el General Vera que perecían de hambre los soldados [tachado], dio la vuelta sin pasar adelante, ni ver lo que restaba del río arriba, pero antes de acercarse al fuerte [de San Julián] envió algunos soldados que diesen en una ranchería y antes de llegar a ella mataron a un indio que llevaba por mangas de un coleto las medias del venerable padre Juan Antonio Solinas, y al día siguiente cunado volvieron, hallaron que por la herida que estaba en el pecho un perro le había comido el corazón. Llegó finalmente nuestro ejército al fuerte de San Julián y reconociendo el General Vera que se pasaba el tiempo de ir como intentaba a las naciones de los vilelas, trató de reforzar con bastimentos el Real y para esto dio la vuelta al fuerte de San Simón donde se había quedado el carruaje al cual hallaron muy desproveído, pues por el descuido de las guardas se habían llevado los enemigos trescientos caballos y muerto mucho ganado.
[Continúa la relación de los difuntos de la provincia]
[212]
Capítulo Segundo
Misiones pertenecientes a los colegios por las caserías o estancias de españoles y pueblos de indios cristianos[216] Colegio de Salta [en el margen][31]
Las misiones que están subordinadas al Colegio de Salta son las principales de esta provincia [jesuítica de Paraguay] y son cuatro: la de la ciudad de Jujuy que dista doce leguas hacia el Perú; la de la ciudad de Tarija que dista sesenta [leguas] hacia la Imperial Villa de Potosí; la del Chaco, si bien para esta está del todo cerrada la puerta desde la feliz muerte del padre Juan Antonio Solinas[32] y [de] don Pedro Ortiz de Zárate, Cura y Vicario [que fue] de la ciudad de Jujuy [superpuesto] [a finales de 1683], y así esta misión no es de todos los años; y la última [superpuesto] es la de Calchaquí. A la de Jujuy van los padres misioneros todos los años a mediados [de] Cuaresma desde el Colegio de Salta por no haber fundación de colegio en esta ciudad, si bien la desea grandemente por el fruto y consuelo que experimentan con la asistencia de los padres en especial la gente de servicio [personal], como más destituida de doctrina.
[Misión de Tarija]
Dije que la Misión de Tarija estaba subordinada al Colegio de Salta, si bien no con tanta propiedad como la de Jujuy porque es nuevamente entablada, y hasta el año de 1686 estuvo subordinada a la Provincia [jesuítica] de Perú[33]. Mas como los tarijeños deseasen padres de la Compañía por el fruto que experimentaban, no pudiéndoles acudir de[ la provincia de] Perú, recurrieron a esta provincia [de Paraguay] pidiendo dos padres que les asistieran y ejercitasen el ministerio que con tanto bien de las almas ejercitan en otras partes, mientras se disponía la fundación de [un] Colegio que con tantas ansias anhelaban [sus vecinos] para gozar más de asiento el fruto que tan de paso experimentaban, mas no pudiendo tener efecto su deseo tan presto por dificultades que se han ofrecido, se hubieron de contentar con dos padres misioneros de esta provincia de Paraguay, los cuales tuvieron bastante que hacer [216v] en desmontar aquella selva inculta, ofuscada en su ignorancia y reducida a una extrema necesidad de doctrina en que se hallaban así españoles como indios y morenos, y aunque en esta provincia [de Paraguay] no sobran los obreros evangélicos por ser mucha la mies en que se emplea su fervoroso celo, condescendió a su justa petición.
[Descripción de la región]
El territorio de Tarija se compone de varios valles cuyos nombres son: Charaja, Chocloca, Concepción, Sella, Tarija la Vieja [o San Lorenzo] y el valle de Tarija donde está la ciudad. Los tres primeros apenas tendrán cuatro leguas de largo y media de ancho. El valle donde está la ciudad es como de dos leguas y tiene algunas ensenadas bañadas de algunos ríos. Dista el río Bermejo de Tarija catorce leguas. En este paraje [del río Bermejo] da don Diego Porcel [de Pineda][34] por otro nombre Charabusu a la Compañía una estancia[35] muy buena con condición de que se funde Colegio en Tarija. Dista esta estancia cuatro leguas de los chiriguanas, nación de indios infieles, si bien son amigos del español. [36]La villa es acomodada, los edificios buenos y aun en algún tiempo da a entender que fue rica, ahora no lo es tanto. Tiene cuatro conventos: Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y San Juan de Dios, y el que más tiene son tres frailes y no por falta de lo necesario, pues sólo el convento de San Agustín tiene cinco mil pesos de renta segura.
[Habitantes y misión entre fieles]
La gente es muy capaz, entendida y devota, pero tan destituida de doctrina como de maestros que le enseñen. Son muy trabajadores, así hombres como mujeres, dados al cultivo de la tierra que es muy fecunda; la gente es mucha de calidad, que según el cómputo que hicieron los padres misioneros, hay más españoles que en Jujuy, Salta y [San Miguel de] Tucumán. Fueron recibidos los padres con universal gusto a que correspondió el fruto que se cogió con los sermones y explicación de la doctrina cristiana, concurriendo todo el pueblo que, como no estaba acostumbrado a semejantes funciones estaba admirado, siendo la admiración ocasionada de su mucha ignorancia, pero no era mucho la [que] hubiese en ellos cuando en aquellos que por su profesión y estado no la debieran tener, era mayor como lo dieron a entender en las disputas que tuvieron con los padres algunos que tenían el nombre de maestros, siendo muy perjudicial su ignorancia a los fieles, porque era en casos pertenecientes a [la] doctrina, y para que se haga concepto de esta suma ignorancia enseñaban que sin tener la bula de la Santa Cruzada, no se podían confesar los fieles con los confesores que tienen jurisdicción del señor Arzobispo, sino con el Cura u Obispo, y esto aunque sea de pecados veniales, y hallándose convencidos con los argumentos que les ponían los padres, no sabiendo qué responder, les dijeron que se fuesen con tiento en decir que se podía confesar sin bula con los que tenían jurisdicción de su [Obispo] ordinario, con tal que no fuesen de los reservados, porque no les levantasen el que relajaban las conciencias, siendo así que eran ellos los que con tan perniciosa [...] le relajaban, pues se hallaron muchos que por esta causa en muchos años no [217] se confesaban y muchos más los que no se sabían confesar.
Viendo los padres tan grande falta de doctrina cristiana se resolvieron de enseñarla tres veces cada semana, ya cantándola por las calles, ya explicándola en la iglesia con concurso de todo el pueblo y no bastando los días a tan santa ocupación, acudían de noche a que les enseñasen la doctrina cristiana y condescendiendo los padres a piedad tanta, salían al patio de la casa en que vivían a enseñarla y cuantos pasaban por la calle se detenían por no perder lo que tanto habían menester. Para el último día dijo uno de los padres, en el sermón que les quería decir, una oración para no morir en pecado mortal, la cual era el Acto de Contrición,[37] y como hasta entonces no sabían lo que era se les hizo muy de nuevo, pues después de haberle oído los que no le pudieron coger de memoria, enviaban a la casa de los padres papelitos, unos para que se les escribiese el Acto de Contrición y otros para las preguntas y respuestas de la doctrina cristiana, por esta causa acabada la misión venían los padres con determinación de remitir cantidad de libritos de la doctrina cristiana a Tarija porque casi todos, hombres y mujeres saben leer y no tienen más que libros de comedias, y con ser tan capaces de suyo e inclinados a la piedad cristiana, en nada la mostraban más que en la docilidad con que se dejaban doctrinar de los padres, los cuales antes de ponerse a confesar juntaban a todos, así hombres principales como señoras españolas y les explicaban el modo de confesarse bien y esto sin empacho alguno porque su devoción era mucha y en nada reparaban.
[Misión rural]
Del valle de Tarija pasaron los padres al río Bermejo donde hay más de cincuenta españoles [asentados][38] y los más de ellos, en su vida se habían confesado por no tener la bula de la [Santa] Cruzada como se lo habían enseñado sus maestros y predicadores, a que se juntaba el no poder parecer en el pueblo con decencia por su mucha pobreza. A este paraje vinieron los indios chiriguanas a los padres, y les dijeron que como venían a predicar a los españoles ¿por qué no iban también a sus tierras? Pero no les fue posible por entonces satisfacer su deseo en tan justa demanda, porque como era tiempo de aguas los ríos estaban muy crecidos y lo embarazaban, y el tiempo de volverse los instaba dando glorioso fin aquí a la Misión de Tarija, quedando tristes todos si bien con el consuelo de haber merecido a los padres aún para tan poco tiempo.
Continúa la descripción de la Misión de calchaquíes y pulares]
[266]
Tomás Donvidas
[29] Siguiendo probablemente el curso del río San Francisco que desemboca en el río Bermejo a la altura de la actual población de Pichanal
[30] Gobernador entre 1681 y 1686
[31] Este extracto es parte del texto más amplio y general del segundo capítulo que trata sobre las misiones rurales. Aquí se comenta el modo de realizarlas, siguiendo el libro del obispo de Quito Alonso de la Peña Montenegro "Itinerario para párrocos de Indios... ". También se destaca la llegada del contingente de misioneros europeos que condujo los Padres Cristóbal Grijalva y Tomás Donvidas. Además de la particular referencia al territorio de Tarija se hace mención a las misiones por las estancias de Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán, como a su vez las experiencias misionales de los colegios de Salta y Jujuy con los calchaquíes, el de La Rioja con la misión de Capayar y Asunción con la de Villarrica. No faltan por cierto la descripción de casos edificantes.
[32] El sardo Solinas nacido en Oliena (Nuoro) a 15 de febrero de 1643, ingresó en la provincia sarda de la Compañía en Cagliari a 12 de junio de 1663, recibiendo la ordenación sacerdotal en Sevilla a 27 de mayo de 1673. Últimos votos 15 de agosto de 1682 en Encarnación (Itapúa), muerto en San rafael (jujuy) a 27 de octubre de 1683. "Cursada la teología, fue destinado a... Paraguay y, antes de zarpar de España, ordenado sacerdote. Llegó a Buenos Aires el 15 de marzo de 1674, en la expedición del padre Cristóbal de Altamirano, junto con otros tres jesuitas sardos.
Trabajó en las reducciones del Paraná de Santa Ana e Itapúa hasta 1682 (Tb Lozano 242). En 1683, a instancias de Ortiz de Zárate., el provincial Baeza, decidió intentar una vez más fundar reducciones en el Chaco. Ya se había intentado en 1653 y 1672, pero fracasó por la hostilidad de los tobas y mocobíes. Con la aprobación del obispo de Tucumán, Nicolás de Ulloa, y la del gobernador, Fernando de Mendoza, se organizó una entrada al mando de Ortiz de Zárate. Baeza designó para acompañar a Solinas al padre Diego Ruiz y al hermano Pablo de Aguilar. En abril de 1683, se fundó el fuerte de San rafael con veinticuatro soldados, junto al que se formó un poblado de 400 familias de ojotas y taños. Los misioneros para fundar otras reducciones entre los tobas y mocobíes, veían necesario lograr antes la paz entre éstos y sus enemigos chiriguanos. En agosto logró Solinas la aceptación de ambas cosas de parte de algunos Caciques. Supieron Ortiz de Zárate y Solinas en octubre que Ruiz y Aguilar volvían de Jujuy, a donde habían ido en busca de aprovisionamiento para San rafael. Yendo a su encuentro, les rodearon 500 tobas y mocobíes armados, opuestos a los acuerdos hechos, y les dieron muerte. DHSI, IV, p. 3604, Par4 295, 305, 314, 336v, 7 17, 22, 24, 26v, 9 232v, 240v, 11 430, 437Lozano, Storni 274.
[33] Javier Matienzo, Roberto Tomichá, Isabelle Combes y Carlos Page (eds.), Chiquitos en las Anuas de la Compañía de Jesús (1691-1767). Jesuitas paraguayos en Charcas. Scripta Autochtona 6, p. 1
[34] Sobre la ambigua actuación de Diego Porcel hijo, ver Thierry Saignes: "Políticas mestizas y etnogénesis fronteriza", en Historia del pueblo chiriguano, La Paz: IFEA-IRD-PLURAL, 2007, pp. 207-230.
[35] La estancia nombrada del Río Bermejo tenía impuesto un censo de mil pesos de principal a favor del Convento de San Agustín de la villa de Tarija. Algunos pormenores más sobre esta propiedad pueden verse entre otros documentos en la provisión de la Audiencia de Charcas de 18 de julio de 1726, aceptando la apelación interpuesta por Juan Porcel de Pineda, hijo y heredero de Diego Porcel de Pineda contra el remate que de dicha hacienda pretendía hacer el Alcalde Ordinario de Tarija. Archivo particular de Horacio O. Porcel. Transcripción íntegra en Roberto Edelmiro Porcel, Documentación inédita de Tarija y su jurisdicción. Siglos XVIIy XVIII. Buenos Aires: Ad graphis bureau creativo Srl., 2000, pp. 107-114.
[36] Ver la introducción general. Los chiriguanos estaban lejos de ser en esta época "amigos del español": el autor se refiere sin duda a una sola "parcialidad" chiriguana
[37] Es una fórmula con la que se expresa el dolor por arrepentirse de haber ofendido a Dios sólo por ser quien es. Una detallada descripción de un acto de contrición se describe en la Carta Anua de 1720-1730 luego de una fuerte epidemia que azotó a la ciudad de Tarija en 1727. Comenzó en la Novena de Gracia de San Francisco Javier de 1727, prolongándose las confesiones generales hasta después de la Cuaresma.
[38] Este era la segunda de las poblaciones establecidas en tierras del Chaco junto a la Nueva Vega de Granada (1616-c1631) que habían sido promovidos en el primer tercio del siglo XVII por don Juan Porcel de Padilla, como heredero del capitán Luis de Fuentes, fundador de Tarija. Roberto Edelmiro Porcel, Los Porcel en la conquista del Perú y Alto Perú, Tarija: Editorial Luis de Fuentes, 1999, pp. 45-50.