Del libro “ESTAMPAS CHAPACAS. Visiones y Versiones sobre la ciudad de Tarija” FAUTAPO, Casa de la Cultura de Tarija, Editorial El cuervo, 2013.
Subdesarrollo y felicidad
Si tendría que pronunciar un discurso cívico, siguiendo la máxima “breve-bueno”, simplemente diría: “Bolivianos, trabajad” he dicho... pero este no es el caso. Si el discurso fuera político, trataría de hablar mucho y decir poco, esto causo buen efecto sobre las multitudes, como por ejemplo “sobre las nemunosas ampulosidades de la palingenesia”.
Si fuera una conferencia, escogería un título rimbombante: “Tabulación de las infraestructuras en la tecnocracia capitalista y el sub-desarrollo nacional”, esto atraparía incautos y además está de moda. Pero nada de eso será...
Una charla implica un tema especializado, en este caso, sobre materia agraria podría ser: “Sobre la irreversibilidad del proceso socio-económico del agro iniciado en el país, la agroindustria y las hormigas”. Pero de ningún modo es mi intención ni pretendo atiborrarles la cabeza con más conceptos de los que ustedes ya conocen.
Se preguntarán con razón, que será? ... pues, algo menos breve que un discurso cívico, menos largo que un discurso político, menos erudito que una conferencia y menos pretencioso que una charla, será algo más sencillo y para mí más placentero. Será una evocación de recuerdos de esta tierra chapaca en el día de sus días. Será como el abuelo que cuenta a sus nietos arrimados al fogón, su mundo, su tiempo, sus hazañas, sus glorias y su felicidad pasada.
Yo no puedo hablar de hazañas y en cuanto a glorias solo tengo una: mi hermana. Pero tengo muchos recuerdos de esta tierra nuestra que muy paulatinamente se va precipitando hacia la vorágine de un mundo civilizado, impersonal y materialista que va diezmando con sus engranajes de acero, costumbres y tradiciones.
Este mundo transistorizado, atómico, espacial y electrónico, ha dado fin a los coloquios, que se realizaban en la plaza principal; ya no se ve a los viejecitos platicar en sus bancos preferidos, temas de su predilección; ha desbaratado el cuadro pintoresco (furia de las patronas) que representaban las “imillas” y los “rondas” en la fuente de la plaza. Mientras los cántaros rebasaban el líquido elemento, manos, oídos y vista tejían un romance bajo la sombra de una palmera. Era una época en que en Tarija el único surtidor de agua para la ciudad, era la fuente de la plaza donde las fámulas acudían con su cántaro y una caña hueca para proveerse y al mismo tiempo para encontrarse con el dueño de su corazón, que por lo general era un paco arrogante que en lugar de cuidar el orden público se entregaba de lleno al romance con la “aguatera”. Así, la plaza principal, dentro del marco verde de naranjos, nísperos y palmeras y a los efluvios de azahares y rosas, alberga a cupido sin distinción de clases sociales. Las imillas en el centro cuidando su cántaro y las “niñas” en el ruedo, de la mano de su pareja, cuidándose de la mirada indiscreta de sus padres o amistades. Era una época feliz, en que no había luz neón o gas e mercurio que perturbara la paz de los enamorados y era también una época en que la población crecía y crecía...
Los Robots, los Sputniks, los Apolos, los Sonar y los Surveyes de este mundo electrónico; los Batman, los Superman, la CIA, el Agente 007 y las motos de dos y cuatro tiempos estruendosos, han arrollado el metapaso, el trompo, la cuarta, la troya, el volador y el enchoque de nuestra infancia. En Tarija como en otras partes, los juegos y los juguetes se imponían en épocas determinadas. Todos eran juguetes de manufactura casera. El volador aparecía a finales del otoño, cuando las brisas y los vientos arreciaban. El cielo de la playa y los alambres de la luz estaban cubiertos de barriletes multicolores... era la temporada en que Dn. Cecilio vendía más papel de seda. El metapaso se imponía como una necesidad en el invierno, el ejercicio que el juego exigía a sus participantes hacia innecesarias mayores prendas de vestir, y saltando y brincando los niños y adolescentes llegaban a la primavera, robustos, ágiles, para dedicarse otros pasatiempos.
En aquella época que rememoro, no habían para los chiquillos vitaminas, alimentos concentrados, ni tónicos, sin embargo, eran sanos y fuertes. ¿Sería tal vez la selección natural? En cuanto a golosinas, no se conocía la goma de mascar, los caramelos “Salvavidas” o galletas “Terrabusi”
Hoy a causa del “desarrollo”, que trae el intercambio comercial, las golosinas son importadas y, así, éstas han suplantado inicuamente a las deliciosas tablillas de chocolate y leche de doña Mercedes, a las hojarascas y masitas de trigo de doña Clotilde, a las empanadas blanqueadas, suspiros y masapanes de las “Surtidas”, en fin, a los ancucos, alfeñiques, chupetes y manzanas confitadas que hacia doña Isabel Ortega, quien cariñosamente llamábamos “La vieja”.
Como se ve existía una industria doméstica en Tarija, y grande, pero que ha desaparecido o está en vías de extinguirse porque preferimos lo importado a lo genuinamente nuestro.
Esta civilización nos está envolviendo en un mundo que no deseamos pero que, sin embargo, nos empeñamos en hacerlo. Hoy tachamos de incivilizado al que no toma Coca Cola, Fanta u Orange Crush, pero quien haya tomado la aloja de cebada que hacia doña Perfecta o la de maní de doña Fada, o la chicha de uva que hacia Angelito, preferirá, sin duda, volver a aquellos tiempos del subdesarrollo.
Y, a estos tiempos me permito llevarlos, si vuestra buena voluntad y vuestras posaderas lo permiten.
Decía que no soy tan viejo, pero tenemos que admitir que tampoco soy muy joven, tengo 35 años de vida útil, ya que los primeros cinco, con los que sumo 40, simplemente vegetaba. Y hasta donde llegan mis recuerdos, Tarija era un pintoresco pueblito medieval en el que se asentaba una gran familia, celosa de sus costumbres y de sus tradiciones. Su arquitectura evoca los antiguos “burgos” de callejuelas estrechas y empedradas, de casonas de tres patios y dos corrales, de arbolados prados y una playa ancha ribeteada de verde donde surcaba plácido el Guadalquivir lamiendo con sus olas el sudor de los bañistas. Eran tiempos felices en que para admirar se campiña no necesitábamos de un Ford Mustang o un Mercedes Benz, simplemente, nos solazábamos con el paisaje, meciéndonos en un tordillos de paso o un bayo de marcha. Los menos afortunados, trotábamos muy contentos y alegres, superponiendo imágenes, en alguna mula pianera.
La plaza “Luis de Fuentes” llamada “principal”, vestida de verde todo el año, dejaba entrever su enagua de azahares en cada primavera. Calzaba loza y piedra con rejuntes de pasto, era el lugar de las dianas y retretas, era el lugar de citas, donde los tímidos enamorados vestidos de gala, se contentaban con la sonrisa o la mirada de la dama de sus sueños. Los más viejos, discutían temas políticos, liberales por un lado y conservadores por el otro, se fulminaban con la mirada en cada vuelta, pero de ahí no pasaban. Las señoras, con un ojo en la interlocutora y el otro en la hija, discutían sobre modas, fiestas y qué se yo. Los chiquillos, entre los que me contaba, nos divertíamos pisando las lozas flojas de la calzada para salpicar agua y barro a los transeúntes... dolorosa diversión, porque después de cada diana, quedábamos con la cabeza como chirimoya.
Los dandys y coquetas esperaban el crepúsculo para disimular sus caricias. El amor rondaba en cada esquina, en cada naranjo o palmera, porque la sombra protectora de la noche no era mellada por la luz eléctrica, tan deficiente, que Cupido hacía de las suyas y don Ángel y don Eugenio (Empresarios del Servicio de Luz), hacían lo que podían.
Las plazas y parques secundarios eran: la plazuela Sucre, sombreada por gigantescos pinos y guarnecida por alambradas a rombos en todo su perímetro, en las cuatro esquinas brindaban la entrada cuatro arcos de ladrillo a cuyos costados se levantaban unos surtidores de agua que siempre estaban secos. Por los costados de la Plazuela corrían sendas acequias donde se lavaba ropa o se jugaba con barquitos de papel. Este parque era el lugar ideal de los colegiales, donde so pretexto de estudiar se practicaban los juegos de moda, especialmente las “pilladitas” y la “mancha hincados”.
El interior de la Plazuela era una verdadera selva, donde raras veces se podía distinguir la efigie del Mariscal de Ayacucho. En el día del Mariscal, se podaban los ligustros para dar paso y vista al congratulado prócer.
La Plazuela Uriondo, huérfana de todo monumento, era el soberbio escenario de la fiesta del “Rosario”. Esta Plazuela era famosa por sus rosales y sus nísperos, era el lugar favorito de los pensadores... siempre estaba vacía.
La fiesta del “Rosario”, preparado por los vecinos del barrio del Molino aglutinaba a la gente de la ciudad en verbenas pintorescas donde se entremezclaban las misas, procesiones y novenas con bombo, violín y erke, y con un mundo de golosinas y tragos como el “té con té” y las “sopaipillas”.
... Y pasamos al prado “Bolívar”. Ayer exuberante bosque de eucaliptos y pinos, hoy hecho guiñapos por la técnica despiadada de los que estudian “Ingeniería Forestal”. Quiera Dios que esa mutilación de árboles solo sea un paso para poner otras especies ornamentales. Este lugar pintoresco, era el último adiós a las caravanas que viajaban a las provincias del sud y sudeste y era el fresco recibimiento a los que llegaban a la capital del departamento. Era considerado un extramuro de la ciudad, lugar distante y peligroso, vedado para las jovencitas de 15 años y al que acudían con alguna esperanza las de 30.
Frente al prado Bolívar, se levantaban erguidos, árboles de alto vuelo del parque “Moisés Navajas”, fortaleza inexpugnable cuyas vallas con púas protegían las deliciosas manzanas y kakis importadas de Europa, de las que más de una vez disfruté furtivamente, aunque para ello, dejara el trasero de mis pantalones en los afilados dientes de los mastines...
En Tarija no se habló jamás de regionalismo, estábamos tan alejados de los demás centros poblados del país que cuando asomaba a estas vegas algún “forastero”, los chiquillos y lustrabotas lo seguían con la mirada curiosa y llevaban la noticia a las casas como la gran novedad de año. Así, las familias, ávidas de un intercambio con el mundo exterior, buscaban afanosamente al “forastero” -según su extracción social identificada por la vestimenta- ya sea en el Hotel Plaza, en el Savoy o en el Tambo Maldonado. Lo evidente es que el afortunado forastero vivía en Tarija una vida regalada, con la sola condición de ir de casa en casa contando lo que era La Paz, Cochabamba, Oruro, etc..., ciudades conocidas solo de nombre. Los brazos estaban siempre abiertos para los hermanos de los demás departamentos. Pero lo que no podemos desconocer es que en Tarija existía un marcado “Barrionalismo”. Cuatro barrios dividían la ciudad: La Pampa, el Molino, las Panosas y San Roque; el Molino orgulloso de su fiesta del Rosario no transigía con que la fiesta de “San Roque” fuera mejor; el pampeño se mofaba de los dos con la Pascua Florida, llena de canelados y zapateos de ruedas zamarreos y por último los panoseños se colocaban muy alto con las “vísperas”, procesiones y verbenas de San Placido. Estos cuatro barrios cada cual seguro de ser mejor que el otro, con estimulantes rivalidades, se daban siempre la mano para festejar el 15 de Abril y el 6 de Agosto.
¡Oh! aquellas épocas de Tarija!..., no había desarrollo, pero había felicidad. Qué importaba el teléfono automático con estridentes timbrazos y cuentas fabulosas, si con la “mocha” el chisme corría más rápido? La “Mocha” era una institución y un servicio inestimable al mismo tiempo, no estaba reservada a ciertas capas sociales, sino más bien, era accesible a todas; el campesino, el artesano (no existía proletariado) y el aristócrata tenía en su casa una “mocha”. La “mocha” era la aprendiz de sirvienta y aspirante a ser la matrona de su casa algún día. Se la llamaba mocha, porque para ganar el tiempo que ella derrochaba en peinarse, se le corraba el cabello al ras, por otra parte, era mejor tenerle el pelo cortado que echarle D.D.T. producto todavía no inventado.
El “mochazgo” fue la gran invención de esa sociedad feudalizada y medieval. La “mocha” servía para los mandados, para los mensajes orales (tenía gran memoria) para los menesteres domésticos, para jugar y entrenar a la prole, para disminuir la despensa y para meter leña en las rencillas familiares, llevando y trayendo magnificado, lo que furtivamente escuchaba a las patronas, era un gran invento. Incluso cuando se instalaron los teléfonos automáticos en Tarija, se cuenta que muchas respetables matronas mandaban a la “mocha” a decir a sus amistades que se pongan al teléfono porque querían hablarles... Quiero dejar aclarado que la mocha no era ni una esclava, ni una sirvienta ni un pongo, participaba de la actividad de los tres, pero se divertía y aprovecha las cosas de la casa más que la misma patrona, además, la condición de mocha era transitoria, pues al llegar a la adolescencia, dejaba de ser mocha para incorporarse a la plana mayor de la aristocracia de la servidumbre, o para contraer enlace matrimonial con el mayordomo o algún virtuoso varón que la familia encontraba. Finalmente, la mocha por antonomasia, llevaba el apellido de la familia.
La mocha era una criatura vivísima, ágil y escurridiza, era una gacela para correr, un loro para los mensajes y un topo para ocultarse, sobre todo, cuando su buen juicio le advertía que se encontraba próxima al látigo de la patrona. La dueña de casa, cierta vez, advirtiendo a la mocha que no debería hacer nada sin que se le ordenara, metió una torta en la alacena. Gran sorpresa se llevó la señora cuando queriendo invitar a sus amistades el producto de sus artes reposteriles se encontró con la charola vacía, inmediatamente llamó a la mocha para preguntarle dónde estaba la torta a lo que respondió sin inmutarse “yo me la comí” y por qué? porque usted no me ha ordenado que no me la coma ... Así era de inteligente este ser tan caro a la comunidad de la época, y tan caro a los recuerdos de muchos señoritos.
Cordialidad Y Curiosidad
Tarija tiene tradición de ser un pueblo efusivo y cordial, los recibimientos y agasajos a los recién llegados han sido siempre un derroche de fiestas y alegría. Durante la campaña del Chaco, era un oasis de dicha para los que salían del frente y un ansia de retornar para los que entraban, y hasta una tentación de quedarse y no por miedo de entrar a combatir. De ahí un dicho conocido en Tarija: “Que los que no se quedaron en la trinchera, se quedaron en Tarija”.
Cuando alguna vez llegaba algún Presidente, cosa muy rara en aquellas épocas, la población se congregaba con banderitas de papel, flores, guirnaldas, etc., en la Loma de San Juan, para dispensar al mandatario un apoteósico recibimiento, esto era espontáneo. A los alumnos del colegio nos preparaban en marchas y contramarchas, tanto como para el “6 de Agosto”. La madres se ponían en afanes para lucirnos ante el mandatario con nuestras mejores galas, que no pasaban de ser un overol azul y una camisa blanca. Manuel María Barriga, zapatero del pueblo, desenterraba la bigornia y el martillo para hacer botines, única ocasión en que calzábamos y cojeábamos ya que el resto del tiempo la pasábamos mejor descalzos o en abarcas.
Cierta ocasión cuando la Constitución Política del Estado empezó a introducir reformas de tipo socialista y los artesanos empezaron a llamarse “propietarios” se anunció la llegada a Tarija de las célebres Princesas de Braganza. El revuelo fue tal que con la debida anticipación se empezaron a preparar fiestas sociales, oficiales, banquetes, cócteles, etc., etc., no hubo agrupación social, cívica, deportiva, obrera, etc., que no peleara por realizar el programa de festejos preparado en honor a las reales testas. Y así, después de la bienvenida de las autoridades y agrupaciones cívicas y sociales, se adelantó un dirigente obrero a rendir pleitesía a las Princesas, encabezando sus palabras de salutación con esta frase: “Camaradas Princesas de Braganza”... Yo me pregunto a veces si todo aquello fue pura cordialidad o había algo de curiosidad por saber cómo era un Presidente, una Princesa o un Nuncio? Y me hago la pregunta porque después de una recepción de esta índole, la empleada de casa estaba desilusionada porque al preguntarle qué le pareció el recibimiento? me contestó, “un macanazo”... la Princesa había sido gente igualita a nosotros...
Ustedes pensarán que la vida en aquellas épocas era muy aburrida en Tarija, no señores, había muchas y varías diversiones, sin Pantallas Panorámicas, Vista Visión ni sonido estereofónico, sin radios ni parlantes que aturdan a la gente, había diversión. Sin “Idilio Film”, “Femirama” u otras baratijas del arte gráfico, las damas del pueblo disfrutaban de interesantes tertulias al rítmico compás de unos palillos de los que salían siempre, o casi siempre, suéteres de mangas desiguales o muy largas; revivían en una lectura colectiva el romance de “Amalia”, o reproducían en sollozos la tragedia de “Julieta”. Lo cierto es que se leía mucho y leyendo se divertían. Por su parte los jóvenes y sobre todo los caballeros, más que libres pensadores eran huidizos andadores, mientras sus cónyuges saboreaban la literatura, ellos con los calzados en las manos entraban a sus aposentos en puntas de pies, después de haber corrido alguna romántica aventura.
Un bautismo, un matrimonio, un aniversario natal o matrimonial, era siempre objeto de sendas reuniones sociales con gran profusión de bebidas, tales como la horchata, el clericóp y de vez en cuando alguna Pilsener Alemana o un vino de Rhin, Los Caballeros, después de tales reuniones, desembocaban fatalmente en el entonces celebre barrio de “San Roque”, donde las musas y mozas los esperaban con los brazos abiertos para darles el desquite con la chicha, vino y mistela, entre cuecas y zapateos. No faltaba, de vez en cuando, un certero ojotazo, que delataba al ilustre poseedor de ese ojo amoratado, sus aviesas intenciones con su pareja.
Oh! San Roque..., se llamaba la “sucursal del cielo”, Don Heriberto, don Lucho y don Numa, algo deben recordar. Yo estuve allí una vez... para escuchar misa en su capilla...
Las carreras de caballos en la Pampa y las corridas de toros, eran también diversiones por las que había gran afición.
Juan Guttemberg en Alemania y don Eusebio Lema en Tarija, tenían algo en común, ambos habían hecho una imprenta de madera y desde entonces el movimiento intelectual en este pueblo cobra vida y aparecen semanarios, bisemanarios, y hasta diarios. Salen a la luz una serie de revistas literarias y también de la Sociedad Histórica y Geográfica. Saborea el pueblo los escritos de “Capitán Rotuno”, “Fray Mocho” y otros pseudónimos de hombres ilustres que contribuyeron grandemente a la literatura nacional.
Los amantes de la música, organizaron la “Sinfónica de Tarija” de donde las fugas de Bach salían despavoridas por alguna cueca del “Zenca” Martínez y donde la Sinfonía
Inconclusa de Schubert concluyó rindiéndose ante una balada criolla desgañitada de mandolina de don Juan de Dios Sigler; y, conste, que no habían “Culpables” por ese entonces...
Económicamente Tarija era una autarquía, se autoabastecía de todo y aunque los sueldos llegaban en el término de la distancia, es decir en seis u ocho meses para los afortunados, nadie se moría de hambre. Las penas no se mataban con licor, sino más bien morían de indigestión.
Las ferias celebradas en distintas zonas y festividades eran el centro de las más notables transacciones comerciales, el elemento más importante era el campesino, que llevaba a ellas mayor cantidad de artículos de consumo y compraba casi todo lo que los artesanos y comerciantes ofrecían. Muchos campesinos ricos, compraron en ocasiones, la Plaza de la ciudad y hasta la Catedral...
De las ferias todos salían contentos, los plateros con chanchos, los talabarteros con ovejas, los ojoteros con gallinas, los herreros con papas, los comerciantes en telas con burros y los curas con dinero. Todos contentos...
Y vienen las vacaciones..., después de un duro año de tanto no hacer nada, justo era un descanso reparador para volver con brío y optimismo a la misma función.
En las vacaciones el pueblo quedaba abandonado, y no había temor a que se lo roben, porque sin caminos ni ferrocarriles, los cochabambinos no podían llegar. Las familias se movilizaban en masa al campo, a sus huertas o a sus propiedades a gozar de la fruta, de la leche al pie de la vaca, a comer quesillos con miel, en fin a reponer sus energías de un año pleno de horas libres.
Así era esta tierra nuestra a la que hoy - en el día de sus siglos- le tributo mi más ferviente admiración y mi más profunda gratitud. Quién no quisiera volver a esos tiempos o que esos tiempos volvieran a nosotros?...
Y ahora mis queridos amigos, para justificar el rótulo de “Subdesarrollo y Felicidad”, simplemente me remitiré a las estadísticas. Yo no sé si las estadísticas son producto del desarrollo o se ha llegado al desarrollo a través de las estadísticas, de todos modos, las usaremos comparativamente para descubrir dónde está la felicidad en el desarrollo o en el subdesarrollo?
Tomaremos dos países para nuestra comparación. Estados Unidos Y Bolivia y de estos, dos pueblitos: Nueva York y Tarija, veamos ahora lo que dicen las estadísticas:
En Nueva York hay un automóvil para dos y medio habitantes, vale decir seis millones de automóviles y seis millones de problemas. En Tarija hay cincuenta automóviles para treinta mil habitantes y no hay ningún problema porque todos andan a pie... no es esto más agradable?...
En Nueva York mueren trecientas personas por día en accidentes automovilísticos. En Tarija mueren dos personas cada diez años. No están más seguros aquí?...
En Nueva York hay dos teléfonos por persona, vale decir dieciocho millones de teléfonos. En Tarija hay trecientos teléfonos, uno para cada cien personas. Para qué más, si una habla y noventa y nueve cantan?...
En Nueva York hay dos baños por habitante. En Tarija hay dos habitantes por baño. Es que aquí no tenemos mucho apuro.
En Nueva York hay dos líneas de subterráneos que salen de Times Square uno cada minuto. En Tarija no hay ninguno, para qué los queremos?...
En Nueva York hay un crimen cada treinta segundos. En Tarija uno (leve) cada tres meses. No es mejor nuestra sociedad?...
En Nueva York hay nueve millones de habitantes y nueve millones que pagan impuestos. En Tarija hay treinta mil habitantes y tres mil pagan impuestos, pero, solamente la mitad...
En Nueva York no se trabaja el 4 de Julio, el día de Gracias y Navidad. En Tarija sólo se trabaja el 4 de Julio y el día de Gracias...
En Nueva York se consume por día: cincuenta mil litros de whisky, trecientos mil litros de vino y un millón de latas de cerveza, en el verano. En Tarija se consume: un litro de whisky, ciento cincuenta litros de vino, diez fardos de cerveza paceña, cinco de taquiña y una botella de cerveza tarijeña, cuando pagan los sueldos.
En Nueva York se paga al contado por la bebida, en Tarija se bebe al fiado.
En Nueva York los bares no quiebran. En Tarija no hay cantinero que no haya tenido una quiebra.
En Nueva York hay ciento cincuenta mil desocupados por año. En Tarija solamente treinta mil...
Tabulando las estadísticas anteriores, llegamos a la siguiente conclusión: Aparte de los cantineros, en Tarija se vive más feliz que en Nueva York. Por lo tanto, en el subdesarrollo está la felicidad.
Bluske, William, Subdesarrollo y felicidad, Tarija, 1978.