La participación de Güemes en un plan militar tarijeño



I. — El apoyo de Tarija a la Revolución de Mayo.
La derrota patriota de Huaqui, sufrida el 20 de junio de 1811, desvaneció como por encanto todo el fácil optimismo que había inundado el ánimo de los principales conductores de la Revolución de Mayo con motivo de la victoria de Suipacha.
De pronto se pusieron en evidencia las carencias y limitaciones del Ejército Auxiliar del Perú, disimuladas tras la euforia del primer triunfo importante de las armas revolucionarias, en 1810. La falta de cohesión, la indisciplina, la imprevisión, las rencillas entre los jefes, la falta de visión política, el odio general de las poblaciones contra los porteños, el desbande de los soldados y oficiales asolando los caminos, todo surgió en forma violenta como ingredientes de una triste realidad que no podía ser neutralizada con sólo el coraje, el entusiasmo revolucionario y el espíritu de sacrificio de los buenos patriotas.
“Nuestras fuerzas se hallan en un estado deplorable”, le confiaba Tomás Manuel de Anchorena a su hermano Nicolás, desde Chuquisaca, en agosto de 1811, en una carta que se conserva en el Archivo General de la Nación[1]. Y luego de informarle que había partido hacia Potosí uno de los principales responsables de tanto descalabro, el Dr. Juan José Castelli, agregaba: “Lo que a mí más me desconfía es el odio tan manifiesto de que se han poseído todas estas gentes contra nosotros. Ellas no desconocen la santidad y justicia de la causa que hemos proclamado, pero maldicen la conducta de nuestras tropas, culpando sobremanera a los oficiales y jefes. Yo creo que esta desgracia ha sido un castigo manifiesto de los innumerables delitos que se han cometido y que nos servirá de freno para moderar nuestra conducta”[2].
Entre otras consecuencias importantes que no es ocasión de estudiar aquí, la derrota de Huaqui permitió el libre avance en territorio del ex virreynato del Río de la Plata, del Ejército Real del Alto Perú al mando del brigadier José Manuel de Goyeneche, quien en forma inexorable fue dominando las principales ciudades y poblaciones que se habían pronunciado a favor de la Revolución de Mayo. Así la capital de la gobernación intendencia de La Paz fue ocupada el 10 de julio de ese año, y dada la incontenible fuga y deserción de las tropas patriotas, todo hacía presumir que pronto se perderían ciudades de la importancia de Oruro, Cochabamba y Chuquisaca.
Pero a pesar de un panorama revolucionario tan negativo, una vez más Tarija demostraría que el calificativo de “leal y valerosa Villa” con que el Gral. Antonio González Balcarce la había distinguido el 17 de octubre de 1810, era un título criollo bien ganado. En efecto, en medio de una situación militar adversa, sabiendo que el enemigo se encontraba victorioso, sin trabas que le impidieran marchar a reprimir los pueblos, y a pesar de las “mil noticias infaustas” que divulgaban los soldados desertores vencidos en Huaqui, lejos de amilanarse, el gobierno tarijeño emitió el 13 de julio de 1811, una extraordinaria proclama a los moradores y milicianos de su distrito para convocarlos a proseguir la lucha como protagonistas destacados en la conquista de la libertad americana contra toda otra autoridad política que no fuese la legítima que correspondía al amado monarca Fernando VII.
El espíritu combativo existente en esa región de la gobernación intendencia de Salta del Tucumán desde que su Cabildo se pronunciara a favor de la Revolución de Mayo el 25 de junio de 1810, se mantenía con notable vitalidad, y en vez de aflorar como consecuencia de la derrota, sentimientos adversos al “sistema” de Buenos Aires —tal como sucedió en una parte de las poblaciones altoperuanas, según el testimonio de varios oficiales patriotas, situación que fue muy bien aprovechada por los jefes de la opresión americana con tan buen éxito que se llegó al punto de planear en Oruro el asesinato de Castelli y Balcarce—[3], en vez, repetimos, de nacer alguna oposición contra el gobierno de la capital de Buenos Aires, se acrecentó el fervor bélico de un modo ejemplar que recuerda el que demostraron los porteños en 1806 y 1807 en la reconquista y defensa de Buenos Aires contra los invasores ingleses y el que a partir de 1811 exhibieron otras regiones altoperuanas —con especial relevancia Cochabamba— y por supuesto el resto de la gobernación intendencia de Salta, sobre todo desde que fue elegido gobernador el entonces coronel Martín Miguel de Güemes (1815).
Nada mejor para graduar en forma documentada la firme actitud revolucionaria tarijeña a mediados del año 1811, que transcribir dicha proclama, redactada por la Junta Subalterna de Tarija presidida por el comandante de armas y teniente coronel don José Antonio de Larrea —uno de los oficiales tarijeños que comandaron tropas en las acciones de Cotagaita y Suipacha—, e integrada por los vocales don Francisco José Gutiérrez del Dozal y José Manuel Núñez de Pérez. La proclama dice así:
“Valerosos tarijeños: Desde los primeros momentos, en que supisteis que la inmortal Buenos Aires trataba de salvar la patria de la esclavitud, y tiranía, en que ha gemido por tres siglos, manifestasteis vuestra adhesión a este gran sistema, y cuando algunos de los pueblos circunvecinos se disponían a sofocarlo en su nacimiento, vosotros les disteis lecciones de patriotismo, jurando derramar vuestra sangre para sostenerlo. Así lo cumplisteis. La patria os llamó a Santiago en su defensa, y volasteis a socorrerla. Allí peleasteis contra unas tropas veteranas, aguerridas, y superiores en número; y a pesar de estas ventajas, que debían asegurarles la victoria, las obligasteis a encerrarse en sus trincheras. En Suipacha os cubristeis de gloria, ganando una victoria, que dio nueva fuerza, y energía a nuestro sistema. El bambolea ahora por unos sucesos poco favorables de la guerra; pero no de la consecuencia que se han figurado. En estas críticas circunstancias os vuelve a llamar la patria, informada de vuestro valor, que ha resonado en los ángulos más remotos de este continente. ¿Os ensordeceréis a sus clamores? ¿Permitiréis que ella sucumba, y que vuelva a arrastrar nuevas cadenas, que la tiranía sabrá hacer más pesadas, y más ignominiosas? No. Lejos de vosotros esta conducta, que eclipsaría la gloria que habéis adquirido con vuestras hazañas y os cubriría de ignominia y confusión. Vosotros tenéis una gran parte en la sagrada obra de nuestra libertad, no la dejéis imperfecta; consumadla. Vosotros habéis ceñido vuestras sienes con laureles inmarcesibles en los campos del honor: no permitáis que una infame cobardía los marchite. No temáis a esas huestes mercenarias y cobardes, que con prestigios y simulaciones pretenden colorir su infame causa. La nuestra sí, es justa y sagrada. El Cielo no puede dejar de protegerla. Aprontaos pues para correr a Viacha, a uniros con vuestros hermanos, que han dado nuevas pruebas de valor en la acción de 20 de junio. Regad, si es preciso, con vuestra sangre esas áridas campañas, para que produzcan la frondosa palma de la victoria, que va a decidir nuestra felicidad, y nuestra suerte. Haced este último, y generoso sacrificio en obsequio de la madre patria. Ella lo recompensará a su tiempo y transmitirá su memoria a la posteridad más remota, escribiendo en los fastos de esta sagrada revolución el siguiente epíteto: Tarija me libertó. Tarija me salvó. Dada a 13 de julio de 1811.
José Antonio de Larrea Francisco José Gutiérrez del Dozal. — José Manuel Núñez de Pérez.”[4]
Acorde con este entusiasmo por la justa causa de la patria, Tarija preparó hombres, armas y dinero para reforzar el Ejército derrotado, sin imaginar que la disolución de las tropas era tan completa que no pudieron sostenerse en el ámbito de la gobernación intendencia de La Paz, y que el retroceso que en un principio pareció que se detendría en Charcas o Potosí, continuaría en poco tiempo hasta la gobernación intendencia de Salta. Lo cierto es que durante el mes de agosto, ante el requerimiento de las Juntas Provinciales de Charcas y Potosí, distritos aún en manos de los patriotas, la Junta Subalterna de Tarija remitió, por un lado, diez mil pesos, y por otro comenzó el envío de tropas a Potosí, organizadas por compañías de a cien hombres cada una, tarea en la que participaba activamente el jefe porteño Luciano Montes de Oca, comandante del 4° Escuadrón de Dragones de la Patria, que había arribado a Tarija después de combatir en Huaqui con la misión de impulsar, precisamente, “la saca de tropas para la fortificación de Potosí”[5]
En esas circunstancias está documentado, por vez primera, que en la Villa de San Bernardo de Tarija se encontraba también el joven capitán salteño don Martín Miguel de Güemes, ya reincorporado al Ejército Auxiliar del Perú, y concluida su última misión encomendada en el mes de julio por la Junta Subalterna de Jujuy de apresar y remitir a esta ciudad a todos los soldados y oficiales desertores que huyendo desde Huaqui bajasen por la Quebrada de Humahuaca, haciendo honor así al calificativo de “oficial infatigable” con que lo había caracterizado el gobernador Feliciano Antonio Chiclana en septiembre de 1810[6].
Se sabe con exactitud que para la nueva misión que se le asignó a Güemes en Tarija se le entregaron en Salta, el 5 de agosto de 1811, la cantidad de $ 100 para “el costeo de bagaje hasta Tarija”, y debe suponerse que esos elementos militares fueron enviados para una mejor defensa de ese distrito, en cuya organización debió intervenir el futuro caudillo salteño. También es verosímil que Güemes colaborase con el arreglo de los auxilios que esa fértil región de la gobernación intendencia de Salta podía aportar en esa grave situación histórica. Asimismo es probable que al reencontrarse Güemes con el teniente coronel Larrea, su compañero de armas en Cotagaita, Suipacha y Potosí, y ahora presidente de la Junta Subalterna de Tarija, hayan conversado, entre otros temas, sobre la injusta postergación que ambos sufrían con respecto a los ascensos que les correspondía en premio a su participación en las acciones de Cotagaita y Suipacha, según lo había determinado la Junta Provisional Gubernativa de Buenos Aires por decreto del 14 de enero de 1811, teniendo en cuenta que el 9 de agosto el citado Larrea había enviado un oficio al gobierno nacional reclamando su despacho que, viene al caso subrayarlo, fue recepcionado en forma positiva por la Junta de la capital[7].
Los avatares de la guerra hacían que estos jefes militares de la gobernación intendencia de Salta, volviesen a cobrar relieve en aquel vasto teatro de operaciones, y sus servicios en aquella emergencia tornaban a hacerse imprescindibles después de haber sido desplazados de hecho —poco después de la victoria de Suipacha— del Ejército Auxiliar del Perú por la conducción militar que encabezaba el Dr. Castelli, y que había provocado que Güemes retomase a Salta y Larrea a Tarija, sin poder participar en el resto de la campaña, concluida en el desastre que ahora exigía que se recurriese a sus personas. Sin embargo, ninguno de estos dos patriotas titubearon en proseguir con sus servicios a la justa causa de América, probando de manera incontestable su lealtad y valor en momentos cruciales de la revolución rioplatense.
Más aún, juntamente con otros patricios civiles y militares se reunieron para trazar en forma insólita un amplio plan estratégico que sin duda estudiaron y debatieron durante parte del mes de agosto, con imaginación y ardor revolucionarios. Es una lástima que no pueda determinarse cómo surgió y de qué manera fue madurando en Tarija el interesante plan militar que enseguida veremos. Pero encontramos que en él hay buen conocimiento de la realidad operativa de la región como frente de guerra, juicio equilibrado sobre sus ventajas bélicas en materia logística, capacidad de previsión del futuro, percepción de las posibilidades en que nadie había pensado hasta ese momento, audacia en la propuesta, convicción de que la guerra se ha convertido en la primera obligación de los tarijeños, acertada valoración de las condiciones militares de un oficial como Güemes —a pesar de su juventud— para actuar junto al teniente coronel Luciano Montes de Oca, aprecio político por la persona de don Juan Martín ríe Pueyrredon, y conmovedora confianza en el gobierno central de Buenos Aires.
Conociendo el temperamento de Güemes en relación con la libertad e independencia americanas, se puede afirmar sin temor a equivocación que muy a gusto debió sentirse en medio de esos tarijeños que evidenciaban un espíritu combativo tan decidido como el que demostraba la proclama del 13 de julio, y que reiteraba el amplio proyecto militar que se estaba elaborando en esos días, en el cual todo parece indicar que participó, por la confianza que de él se desprende en su aptitud para la buena instrucción de las tropas.
II.— La Junta de Guerra del 1º de septiembre de 1811.
A fines del mencionado mes de agosto, urgido Larrea por las alarmantes noticias políticas que se recibían en Tarija —entre ellas la retirada hacia Jujuy, según se creía todavía, de don Juan Martín de Pueyrredon de la villa de Potosí con los caudales sacados de su famosa Real Casa de Moneda—, y en su carácter de comandante de armas del distrito y presidente de su Junta Subalterna, convocó a un acuerdo y consejo de guerra que tuvo lugar el 1° de septiembre de 1811. En el Archivo General de la Nación se conserva la copia fiel del acta respectiva de tan importante reunión, cuyo texto completo es el siguiente:
“Junta de Guerra. — En esta Villa de Tarija en primo día del mes de septiembre de mil ochocientos once años. Habiendo concurrido en esta comandancia el vocal don Francisco José Gutiérrez del Dozal único que en el día existe por estar el otro socio ausente en el real servicio, y los demás señores que irán suscriptos citados de mi orden por el porta estandarte don Juan Ramón de Ruyloba, a saber: el señor coronel don Juan de los Santos Rubio, y el teniente coronel don Luciano Montes de Oca, el comandante del tercer escuadrón don Juan de Dios de Evia y Baca, el capitán don Martín Miguel de Güemes, el teniente don Isidro Ichasso, el teniente de dragones don Gabino Ibáñez, el teniente don Francisco Javier de Tapia, el coronel de los Urbanos, regidor alférez real don Pedro Manuel Rodríguez Valdivieso, el licenciado don Mariano Antonio de Echazú, abogado de la Real Audiencia de la Plata padre de esta República de los más antiguos llamado para que concurra en calidad de asesor, para conferir y tratar cosas pertenecientes al real servicio del Rey Nuestro Señor y de la Patria. Yo dicho juez presidente propuse las ocurrencias del día siendo una de ellas las varias cartas que se han recibido de la ciudad de la Plata, que únicamente aseguran que el señor Goyeneche se ha apoderado de la ciudad de Cochabamba siendo este el único ejército y fuerzas que tenemos para sostener nuestra causa en aquella parte, y otras cartas que se han visto de la provincia de Chichas que apoyan lo mismo, añadiendo que el señor presidente de la Plata que estaba en Potosí con el mando de las armas, ha salido transportando los caudales de Real Hacienda para la ciudad de Jujuy, y otra del señor general en jefe don Antonio González Balcarce su fecha veintinueve del mes que acabó, dirigida al señor marqués del Valle de Tojo, por la cual se le dice que el dicho señor presidente hacen cinco días está en camino, conduciendo un crecido caudal, y pide se le proporcione auxilio para su transporte, cuyos datos aseguran la verdad del caso, y hacen palpar el suceso de haberse conmovido el pueblo de Potosí, y demás de la carrera, como se asegura por varias noticias, y pidiendo este acontecimiento pronto remedio se acordase el más oportuno señaladamente para asegurar el punto de Tarija que es el más interesante por su localidad, gente, y proporciones que tiene de defensa, que si éste se abandona, debe considerarse cuasi imposible su recuperación, si la parte enemiga se apodera. En cuya virtud dijeron: que con concepto a ser esta población y su comarca digna de la mayor consideración del Superior gobierno por la fidelidad, y constancia con que ha procedido hasta el día haciendo ventaja en esto, a otros puntos de lo interior, exige por esto como por su localidad, no se abandone, antes sí, y haciendo uso de sus proporciones se establezca un cuartel general respecto a que podrán conservarse con la mayor equidad lo menos tres mil hombres que servirán gustosos por el sueldo de siete a ocho pesos cada mes, ínterin se hallen en disciplina, y puestos en campaña por el señalado en estos destinos: a más de esto todas sus escabrosas, riscosas entradas por donde podrá pasar ejército pueden ser destruidas del modo más fácil, y en términos de quedar la plaza como inexpugnable, que la proporción y abundancia de sus granos es grande, y facilitar mucho tiempo la manutención de mayor número de hombres.
Que para la ejecución de este pensamiento se necesitan precisamente las armas que sea posible enviar a la mayor brevedad teniendo en consideración la gran necesidad que padece este pueblo de siquiera doscientos fusiles al pronto para preservarse de cualesquiera invasión que pueda experimentarse de los indios del Chaco, como ha tenido de costumbre, circunstancia por la cual siempre conservó quinientos que suplió al Ejército Auxiliar.
Que en atención a tener esta población camino recto a Jujuy, y extraviado al mismo punto, es muy propio al intento propuesto, respecto a que después de batirse en él sus tropas pueden ser retiradas en caso de mal suceso con el objeto de ser engrosadas por las que pueden ser regeneradas, creadas, o recibidas en la citada ciudad de Jujuy.
Que debe reflexionarse sobre las ventajas que resultarán de tener como avanzado sobre este Centro del interior un pié de Ejército como el propuesto, y con las miras de facilitar las operaciones del que pueda tener Jujuy.
Que también es atendible la razón de tener caminos inmediatos a las provincias interiores extraviados por los cuales se puede sostener comunicación con ellas, y recibir todas las noticias conducentes.
Que en caso de ser adoptado este plan, el muy ilustre señor presidente don Juan Martín Pueyrredon podrá resolver venirse con las tropas que tiene a su mando, trayendo el dinero que conceptúe necesario para esta empresa, con concepto a que ya no tiene recurso Tarija en lo sucesivo para poder sostener las tropas, y en caso de no tener por conveniente su venida, se remitan dichas armas cuantas sean posibles, y el dinero de cien mil pesos para arriba con la tropa tarijeña, cinteña, y chuquisaqueña, y municiones necesarias, manteniéndose en esta plaza el comandante don Luciano Montes de Oca, para la disciplina militar, y el capitán don Martín Miguel de Güemes.
En cuyo estado se cenó este acuerdo, y consejo de guerra, dándose cuenta a la mayor brevedad por conducto del capitán don Gabino Ibáñez para que éste pueda informar verbalmente sobre el punto o puntos que ocurran de duda. Y lo firmaron en ésta dicha villa, día, mes y año citados.
Y en este estado añadieron que sacándose copias se dé cuenta a la Excelentísima Superior Junta Gubernativa, y a la de provincia. — José Antonio de Larrea. — Francisco José Gutiérrez del Dozal. — Juan de los Santos y Rubio. — Luciano de Montes de Oca. — Juan de Dios de Evia y Baca. — Martín Miguel de Güemes. — Isidro de Ichaso. — Gabino Ibáñez. — Francisco Javier de Tapia. — Pedro Manuel Rodríguez Valdivieso. — Mariano Antonio de Echazú. — Juan Ramón de Ruyloba. —” [8].
Consideramos que una lectura atenta de los puntos tratados en la reunión que comentamos lleva a apreciar en forma adecuada la comprensión cabal que tenían sus participantes del momento histórico que se vivía. Por ello fueron capaces de una propuesta militar de la magnitud que pone en evidencia este olvidado documento: que todo el distrito de Tarija se dedique a la guerra, propuesta extrema justificada por ser el único medio idóneo de hacer viable la nacionalidad argentina en embrión que criollos y españoles patriotas estaban noblemente empeñados en proteger y concretar de manera definitiva.
Que sepamos, no existen antecedentes históricos hasta la llegada en 1814 del Gral. José de San Martín a la región, de nada parecido a esta valoración objetiva de las posibilidades tácticas de la gobernación intendencia de Salta teniendo en cuenta su jurisdicción integral y en especial ese trozo de territorio tarijeño ubicado sobre el frente de guerra en forma por demás expuesta. Puede decirse que, a los 26 años de edad, Güemes adquiere en Tarija, por medio del plan elaborado en esta Junta de Guerra que lo reclama como uno de sus oficiales para su realización práctica, una exacta visión anticipada de la confraternidad guerrera que formaban los pueblos dependientes de la capital de Salta y de la necesidad de la mutua cooperación y unión en la formidable lucha entablada contra el despotismo peninsular, destino, común que tres años y medio después debió impulsar y tratar de mantener a toda costa en forma personal como gobernador intendente de la nueva provincia de Salta, haciendo realidad el pensamiento que en 1811 nutrió las deliberaciones de la Junta de Guerra de Tarija: la acción bélica debía ser el principal objeto de los pueblos de aquélla jurisdicción.
Por otra parte queremos poner de relieve la impresionante coincidencia de la idea de convertir la razón de ser del distrito tarijeño en una posición militar inexpugnable con toda su población en armas que tienen Larrea, Gutiérrez del Dozal, Rubio, Montes de Oca, Evia y Baca, Güemes, Ichasso, Ibáñez, Tapia, Rodríguez Valdivieso, Echazú y Ruyloba, con la determinación, cinco días después, de la Junta Provisional Gubernativa de Buenos Aires de crear y organizar una "Comisión militar” para la instrucción de los ciudadanos en el arte de la guerra, por cuanto al estar la patria en peligro, las ciudades no debían ofrecer sino “la imagen de la guerra”, y todo ciudadano debía mirar sus armas “como que hacen parte de ellos mismos, y la guerra como su estado natural”. Este decreto, fechado en Buenos Aires, el 6 de septiembre de 1811, está firmado, entre otros representantes de las provincias, por el diputado por Tarija Dr. José Julián Pérez de Echalar, quien sin saberlo se hacía eco del espíritu existente en su Tierra natal, precursor del enérgico sentimiento patriótico que manifestara la mencionada resolución del gobierno nacional[9].
No parece fácil, luego de haber participado del citado consejo de guerra, que se halla borrado de la mente de Güemes la visión de un pueblo inmerso en el teatro de la guerra, lleno de patriotismo pero angustiado tanto por la indefensión en que se encontraba por falta de armas que ha entregado al Ejército Auxiliador —nótese la forma en que se remarca la necesidad de que se le reintegren por los menos 200 fusiles— [10], como por la posibilidad de ser abandonado a su suerte debido a la retirada hacia el sur del Ejército, a pesar de su espíritu bélico y de la situación muy comprometida en que quedaban tantas familias patricias de la primera hora de la revolución.
Mucho de algo muy parecido debió de presenciar Güemes en Jujuy y Salta poco tiempo más tarde, reavivando seguramente en su memoria lo visto y oído en Tarija, y que explicaría tal vez su “maldita determinación”, como calificó el prócer jujeño Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante a la actitud del caudillo salteño de apoderarse en Jujuy de más de 600 fusiles que pertenecían al parque del Ejército Auxiliar del Perú[11].
III. — Las consecuencias negativas de una táctica inoperante.
El estudio de este plan induce a pensar que si el cuartel general de las armas patriotas, en vez de establecerse en forma volante «durante varios años en Jujuy, Salta y Tucumán, se hubiese instalado y sostenido en Tarija como punto estratégico fundamental cuya existencia debía asegurarse a cualquier precio por constituir una jurisdicción que se adentraba francamente en el Alto Perú a modo de cuña insoslayable, amenazando el camino real de Buenos Aires a Lima, y dos de sus principales gobernaciones intendencias (Potosí y Charcas), se hubiera evitado uno de los más graves cargos que se hicieron al gobierno revolucionario de Buenos Aires como fue el de que abandonaba por largos períodos de tiempo a los pueblos altoperuanos, desaprovechando sus sacrificios y excelente disposición a favor de “la grande obra de nuestra redención”, cuestión que, por otra parte, vieron con claridad, ya en 1811, jefes responsables de la envergadura de Pueyrredon y Güemes.
Como las provincias altoperuanas nunca lograron darse jefes militares nativos de reconocida experiencia en el arte de la guerra para organizar en esas comarcas un Ejército con características profesionales similares a los que conducían los generales nombrados por el gobierno de Buenos Aires, con masas de infantería y soldados de caballería y artillería adiestrados, disciplinados y pertrechados para la realización de campañas que les permitiera enfrentar al grueso del ejército regular enemigo, su dependencia de las expediciones venidas desde la ex capital del Virreynato, u organizadas en la jurisdicción de la gobernación intendencia de Salta, les fue fatal cada vez que se produjo una derrota importante —Huaqui, Vilcapujio, Ayohuma, Sipe- Sipé—, porque el retroceso de esas grandes expediciones de miles de soldados las dejó sin protección militar efectiva y con sus recursos disminuidos. La guerra de guerrillas, muy poco sincronizada en su operativo global por la índole misma de los caudillos locales, fue el limitado y heroico recurso que les quedó como demostración de su amor a la libertad. Pero cada ciudad y villa de cierto valor estratégico por su población y recurso, tras cada descalabro del Ejército patriota, y sin que pudiera evitarlo la guerra de recursos, eran indefectiblemente ocupadas por el enemigo, ocupación que terminó siendo prácticamente permanente a medida que fueron muertos, apresados o ajusticiados con inaudita crueldad los diversos caudillos de la guerra de las Republiquetas sobre todo a partir de 1815, situación que se prolongó hasta después de la victoria de Ayacucho a fines del año 1824.
Este fue el destino que le cupo en suerte a Tarija durante largos años, también en forma casi permanente [12], a diferencia de las ciudades de Jujuy y Salta que sólo fueron ocupadas de manera siempre transitoria por el enemigo, al consolidarse con gran eficacia la línea defensiva en la capital de la provincia de Salta, gracias a la sucesiva actuación militar de Belgrano, Rondeau y Güemes[13], este último de manera sostenida durante seis largos años y dentro del contexto operativo señalado por el Gral. San Martín quien recién en 1820 varió el papel defensivo que había asignado a Salta al ordenar el comienzo de la fase ofensiva, que no se pudo realizar por la muerte del prócer salteño.
La ubicación geográfica, gente y recursos que poseía Tarija para crear una posición militar inexpugnable que puso de relieve la Junta de Guerra, se veía reforzada por otra circunstancia. Las “escabrosas, riscosas” entradas al distrito, viniendo sobre todo del altiplano, permitían también introducir y fomentar en aquélla zona la guerra de recursos a la que hemos aludido, que podía tener su centro de operaciones ideal en la Villa de Tarija, facilitando la actividad revolucionaria en las demás provincias interiores del Alto Perú a través de los diversos caminos y senderos extraviados bien conocidos por los baqueanos de la zona, actividad bélica irregular que beneficiaría en forma directa a las provincias situadas al norte y noroeste de Tarija, y al sur, especialmente a los distritos de Jujuy y Salta, que quizá hubieran podido librarse de buena parte de las dramáticas alternativas de la guerra en su propio territorio, al funcionar ese punto de avanzada que no habían imaginado ni los conductores políticos ni los mandos militares de Buenos Aires.
Estamos convencidos que fue lamentable que, a más de mil quinientos kilómetros de distancia, se pretendiera dirigir el aspecto estratégico y operativo de la guerra por gobernantes que eran ajenos a esas regiones[14], y que el plan propuesto por la Junta de Guerra de Tarija en la que participó Güemes, no se hubiera considerado factible en Buenos Aires o, por lo menos, no se lo reemplazara por otro proyecto similar, antes que fuese demasiado tarde, como ocurrió, ya que según lo previsto por los integrantes del consejo militar del 1º de septiembre, Tarija debió rendirse en octubre de 1811 al enemigo de la causa americana, que enseguida la ocupó, encontrando el distrito indefenso por falta de armas y tropas perdiéndose así importantes contingentes de hombres y de bienes materiales que nunca pudieron recuperarse en forma suficiente, a pesar de las diversas reconquistas del distrito por las fuerzas patriotas[15]. Y lo que fue peor aún, al quedar relegado aquél plan, jujeños y salteños debieron sufrir en carne propia todo el peso de la guerra defensiva —“inmensos males que sólo saben sentir quienes saben experimentar”, según expresión de Güemes—, sin poder aportar una ayuda eficaz a sus hermanas en la desgracia, las provincias altoperuanas, que se desangraron durante años tratando de sacudirse inútilmente la dominación de los virreyes de Lima [16]. Quedó así configurado otro más de los muchos ejemplos de cosas que en la historia de los pueblos han quedado definitivamente sin efecto, sólo por el hecho de que la posibilidad de que pudieran convertirse en realidad no fue tenida en cuenta.
Y en este orden de ideas, es indudable que de acuerdo a los hechos relatados se torna antojadiza la versión del citado historiador Luis Paz cuando dice que Tarija se constituyó en el “antemural” entre las provincias altas y bajas del ex-Virreynato del Río de la Plata, “deteniendo las invasiones de los ejércitos españoles, por un lado, o protegiendo, el avance de los ejércitos patriotas por el otro” [17]. Tampoco es cierta su afirmación de que sus caudillos hayan sido “auxiliares poderosos” de los restantes distritos que formaban la provincia de Salta y protectores “del norte, combinando sus operaciones con los distritos de Cinti y de Chichas, o en apoyo de las republiqueta del oriente”[18].
A partir de septiembre de 1811 lo escrito por Paz es, justamente, lo que debió haber ocurrido si se hubiera concretado el plan tarijeño proyectado en la reunión del 1° de dicho mes. Tarija debió ser la “línea precisa de operaciones de todo movimiento ofensivo y defensivo, y punto preciso para que ambos contendientes” se disputasen su posesión. tal como estimaron los integrantes del consejo de guerra. Pero nada de esto sucedió, como estamos demostrando, y el centro estratégico de la región pasó a ser la ciudad de Salta, que transformó una extensa parte de su jurisdicción en un verdadero antemural. Por ello, en una síntesis de notable contenido histórico, el Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante pudo escribir con justicia que en el largo período de quince años de la guerra por la Independencia, “la provincia de Salta ha sido el sangriento teatro de una guerra desoladora, el campo de gloria donde han sido batidas, contenidas y escarmentadas de diversos modos las huestes enemigas; el asilo de los ejércitos de la Independencia en los diferentes contrastes que han sufrido en el Alto Perú; la vanguardia de las provincias libres y la frontera de la libertad” [19].
Exaltar el patriotismo de Tarija no debe llevar a exageraciones que deformen los hechos históricos, ya que lo cierto es que después de 1811 nunca Tarija fue un punto central sino periférico en la guerra de la Independencia, a pesar de su potencial importancia estratégica, debidamente percibida por los ya mencionados Echazú, Evia y Baca, Güemes, Gutiérrez del Dozal, Ibáñez, Ichasso, Larrea, Montes de Oca, Rodríguez Baldivieso, Rubio, Ruyloba y Tapia. Por ello merece ser rescatado del olvido el plan militar que elaboraron en el segundo año de la lucha por la libertad americana.
Tan acertada fue esa apreciación estratégica que debe recordarse que años más tarde el Gral. Antonio José de Sucre y el Gral. Carlos de Alvear coincidieron plenamente con ese modo de ver. Efectivamente, en ocasión de tratarse en Potosí, en octubre de 1825, el asunto de la incorporación de Tarija a la naciente República boliviana, en una de las conferencias privadas celebradas entre el Libertador Simón Bolívar y la delegación diplomática argentina integrada por el Gral. Alvear y el Dr. José Miguel Díaz Vélez, el gran mariscal de Ayacucho señaló específicamente que el distrito tarijeño constituía “un ángulo entrante en el corazón del Perú”, por lo que consideraba que si un ejército se formase allí podía amagar “a un mismo tiempo a Chuquisaca, y a Potosí lo mismo que a Cinti, y a Chichas”. A su vez el Gral. Alvear, que contradijo a Sucre por razones políticas, luego expresó confidencialmente a su gobierno que también estaba persuadido “de la importancia militar de Tarija, y de la gran ventaja que dará a las Provincias Unidas la conservación de este punto sobre las de Alto Perú en el caso de obrar militarmente”[20]. En una palabra, si bien referido a distintas hipótesis de guerra debido a la variación de la situación histórica, el mismo punto de vista que el expuesto dos décadas antes por la Junta de Guerra de Tarija a las autoridades de Buenos Aires, que omitieron considerar una propuesta que debe ser calificada como extraordinaria.
Esta falta de acierto del gobierno central de Buenos Aires para aprovechar los factores positivos e inesperados que ofrecía el curso de la guerra puede señalarse también con referencia a lo que ocurrió inmediatamente después de la victoria de Suipacha. Sobre esta cuestión opina Luis Oscar Colmenares que si el Ejército Auxiliar enseguida de ese triunfo hubiera marchado con rapidez hasta el confín de la jurisdicción de las Provincias Unidas del Río de la Plata “habría sido posible impedir toda resistencia al pronunciamiento de Mayo”. Y luego agrega estos significativos conceptos: “Además con los mismos hombres que reclutó Goyeneche y con los que se sumaron al Ejército Auxiliar en su lento avance, se habría podido organizar una acción eficaz contra la ofensiva que hubiese podido efectuar el virrey Abascal. También los altoperuanos y saltojujeños no habrían tenido los padecimientos y sinsabores que pasaron y, sobre todo, habría sido muy factible la mantención de la unidad política de las Provincias Unidas del Río de la Plata”[21].
Agreguemos, para finalizar, que al producirse las circunstancias históricas que permitieron a Güemes ponerse al frente de la provincia de Salta, ya no fue posible tratar de llevar a cabo en forma eficaz esa ambiciosa empresa guerrera tarijeña que había contribuido a proponer al gobierno central de Buenos Aires, porque el distrito de Tarija se encontraba devastado por la actividad bélica desarrollada entre 1811 y 1815, y por el afianzamiento del poder del enemigo en el Alto Perú que habla obligado, de acuerdo a lo indicado por el Libertador Gral. San Martín, a la ya mencionada estrategia defensiva cuya misión cumplir la provincia de Salta, y cuyo punto más débil, precisamente por su situación de avanzada que había destacado la Junta de Guerra, fue siempre Tarija, a pesar de los esfuerzos de Güemes y del Gral. Manuel Belgrano desde Tucumán, para auxiliarla en la medida de lo posible.
Porque bien se puede afirmar que a pesar de todas las limitaciones logísticas, ni el Gral. Belgrano, ni el Gral. Güemes, jamás abandonaron a Tarija durante la prolongada guerra de la Independencia Americana que les tocó protagonizar en esas regiones. Tarija tuvo el privilegio de ser auxiliada como ninguna otra región altoperuana por el hecho favorable de pertenecer a la jurisdicción del célebre caudillo salteño que, desde 1811, había participado de las inquietudes de sus principales conductores criollos, y había vislumbrado junto a ellos el importante papel que pudo haber jugado ese distrito si las máximas autoridades de las Provincias Unidas hubieran adoptado el sorprendente plan militar que se le propuso con tanto fervor por la causa de nuestra América.
[1] El Dr. Anchorena, porteño que se habla graduado de abogado en 1807 t la célebre Universidad de Chuquisaca, se encontraba en esta ciudad de su época de estudiante atendiendo sus intereses comerciales. Al año siguiente, impulsado por su patriotismo, sería uno de los más fieles colaboradores del Gral. Belgrano al aceptar ser su secretario de guerra en la segunda campaña militar en esas regiones, que se inició con tan feliz buen éxito como fueron las victorias de Tucumán y Salta.
[2] - Sin duda que Anchorena, al internarse en el Alto Perú, recibió noticias muy precisas de la conducta jacobina de Castelli y del proceder impolítico de los expedicionarios en aquellas provincias interiores de una idiosincrasia muy singular. El distinguido académico Emilio A. Bidondo, en su último libro aparecido en Buenos Aires — La Expedición de Auxilio a las provincias interiores (1810-1812)—, analiza en forma detallada la campaña del Ejército Auxiliar del Perú y desde distintos ángulos hace ver con absoluta claridad cómo perjudicó a la causa de la libertad los desaciertos en materia militar y política del gobierno central, uno de cuyos representantes directos en dicha expedición fue el vocal Castelli, cuyo proceder pueril y soberbio en el Alto Perú produjo una fuerte reacción de rechazo. Es oportuno indicar la tajante opinión que sobre Castelli tenía el diputado por Jujuy a la Junta Gubernativa de Buenos Aires, el famoso canónigo Dr. Juan Ignacio de Gorriti: "Castelli para nada servía, menos que para dar impulsos a la organización del ejército”. (Véase Papeles del Dr. Juan I. de Gorriti, documentos publicados por Miguel Ángel Vergara, Jujuy, 1936, p. 30)
[3] Véase: Emilio A. Bidondo: La expedición de auxilio a las provincias interiores (1810-1812), Círculo Militar, Bs. As., 1987, p. 325 a 330.
[4] Si bien no suficientemente difundida, esta ejemplar proclama tarijeña que cubre de gloria a toda la jurisdicción que tenía como capital a la ciudad de Salta y que como bien señaló en 1988 el prestigioso publicista tarijeño Dr. Numa Romero del Carpio, “merece grabarse en letras de bronce”, ha sido publicada en diversas ocasiones desde su primera reproducción en la Gazeta de Buenos Aires. El último autor que recientemente la publicó en la Argentina es el citado Dr. Romero del Carpió en Güemes en las guerrillas de Tarija (Boletín del Instituto Güemesiano de Salta, nº? 11, Salta, 1986, p. 97-98), si bien debe advertirse que con alguna omisión y vocablos erróneos, y sobre la base de la que publicó en el año 1968 en su trabajo La participación de Tarija en la guerra de la Independencia Americana, revista Universidad, nº 30, Tarija, Bolivia, p. 10, estudio que mereció el primer premio en el concurso nacional de historia convocado por la Universidad de Tarija. En 1979, la reprodujo Luis Güemes en Güemes documentado (p. 335-336), aunque con algunas interpolaciones y bastardillas personales; y en 1937, Atilio Cornejo en sus Apuntes históricos sobre Salta (p. 361), en una excelente transcripción. Igualmente la publicaron los autores bolivianos Luis Paz, en 1919, en Historia general del Alto Perú, hoy Bolivia (t. II, p. 148- 149), pero con diversas erratas; Bernardo Trigo, en 1934, en Las tejas de mi techo (p. 85-86), en una versión que también se resiente por las omisiones y excesivos errores de transcripción y Joaquín Gantier en Güemes fuerza telúrica, este último según informa Luis Güemes en su citada recopilación documental.
[5] Comisionado por la mencionada Junta Provincial de Charcas para pedir los referidos auxilios de gente con destino a Potosí, había llegado oportunamente a Tarija el administrador de Tabacos de Charcas don Pedro José Labranda y Sarverri, quien también contribuyó con Larrea y Montes de Oca en el reclutamiento de tropas. Si se recuerda que en septiembre de 1810 fue enviado por Balcarce a Tarija el oficial uruguayo Pedro Rafael Galup para solicitar con urgencia refuerzos para la Expedición Auxiliadora del Perú, y el gran aporte de hombres y recursos materiales que se hizo antes de Suipacha e inmediatamente después, es fácil observar que desde el primer impulso revolucionario que dio al distrito el Dr. Mariano Antonio de Echazú —como se verá la única figura civil con título universitario que participó de la Junta de Guerra a la que enseguida nos referiremos—, y hasta octubre de 1811, la región tarijeña se había convertido en un importante centro militar y económico al que los patriotas recurrían en cada emergencia.
[6] Véase Luis Güemes, op. cit., p. 203.
[7] Parece ser que la lista de oficiales de la División Tarija quedó sin ser remitida al gobierno de Buenos Aires (Luis Güemes, op. cit., p. 302). Esta omisión que debe reprocharse a Castelli, fue lamentada más tarde por el gobierno central, que en septiembre de 1811 tomó las providencias adecuadas para que los “valerosos hijos de Tarija” fuesen debidamente premiados. También hacia esa época fue reparada la omisión habida con Güemes, quien fue ascendido de capitán a teniente coronel.
[8] Archivo General de la Nación, sala X, 3.4.2. Para su transcripción hemos tenido a la vista el original. Con respecto a su grafía, hemos preferido adoptar la forma literal modernizada, respetando estrictamente, como es obvio, el texto heurístico compulsado. Puede leerse esta pieza documental en Luis Güemes, Güemes documentado, p. 343 a 345, donde se publica con algunas ligeras variantes. Es interesante puntualizar que esta Junta de Guerra corrobora muchos otros documentos demostrativos de la errónea apreciación del general boliviano Bernardo Trigo cuando afirmó en 1846 que Tarija "se ha manejado por sí sola en toda la guerra de la Independencia hasta la formación e instalación de la República Boliviana...”. Lo que aconteció fue estrictamente al revés: Tarija en la guerra de la Independencia siempre actuó estrechamente ligada al gobierno de Buenos Aires y a las autoridades de la provincia de Salta. Aislarse hubiera sido un suicidio colectivo ya que sólo era posible combatir con alguna probabilidad de buen éxito integrándose al conjunto de las provincias libres del Río de la Plata. (Véase: Bernardo Trigo, op. cit., p. 38).
[9] Véase Rejistro oficial de la República Argentina, t. I, Bs. As., 1879, p. 116- 117. En el último artículo de creación de la referida “Comisión militar” y teniendo en cuenta la grave situación que atravesaba la revolución que hacía preciso “que todo sea militar, y se dedique a la guerra”, y a fin de que los niños fuesen adquiriendo el gusto de las armas, disponía la Junta que se imprimiese y distribuyese en las escuelas “un prontuario de las ordenanzas militares, para que se familiaricen los niños con su lectura, y que se destinen sargentos inválidos que cuiden de enseñarles el ejercicio [...] para que de este modo se grabe profundamente en sus tiernos corazones la idea de que son las esperanzas de la patria., y de que para servirla, defender sus derechos y mejorar la suerte de su descendencia, ha de ser su divisa constante: honor y disciplina”. Digamos de paso que nunca hemos visto que se haya reparado en la fuerza clásica que posee este documento, digno de los ciudadanos de Esparta, y que en una obra tan detallada como es la Reseña histórica y orgánica del Ejército Argentino, editada en tres tomos por el comando en jefe del Ejército Argentino, en su biblioteca del oficial, (Bs. As., 1971), no se menciona para nada, en el período independiente, la creación de esta comisión de guerra.
[10] Al lector que conoce bien la vida de Güemes ¿no le evoca en forma instantánea la situación que deseaba prevenir Tarija y el planteo que hace de los fusiles, el episodio que en 1815 provocó gran tirantez entre el prócer salteño y el Ejército Auxiliar del Perú al mando del Gral. Rondeau, precisamente por un asunto de fusiles, y en razón de un porvenir de mal agüero que se quería evitar?. Naturalmente las circunstancias históricas no eran idénticas, pero ¿por qué surge ese recuerdo
[11] Véase la carta del Dr. Sánchez de Bustamante a su “amigo, paisano y señor don Juan Antonio Álvarez de Arenales, fechada en Mondragon el 15 de julio de 1815, en nuestra obra: Cartas inéditas de un jujeño revolucionario, Bs. As., 1980, p. 30
[12] Recuérdese que Tarija recién proclamó su libertad el 13 de marzo de 1825, cuando por orden del comandante Eustaquio Méndez, el sargento mayor José María Aguirre logró posesionarse de la villa cabecera del distrito al reducir los últimos restos de las tropas enemigas que la oprimían: una división de 15 hombres al mando de 2 oficiales.
[13] No mencionamos la fugaz internación del ejército de Pió de Tristán hasta Tucumán en septiembre de 1812 por su carácter excepcional y por formar parte este episodio de una situación bélica que en definitiva se controló desde Salta después de las victorias de Tucumán y Salta obtenidas por el Gral. Belgrano, y del subsiguiente predominio de Güemes en toda esa vasta región.
[14] Un buen ejemplo de ese intento disparatado lo constituye el conocido episodio en que el Triunvirato le insiste con severidad al Gral. Belgrano para que no presente batalla y prosiga su retirada hacia Córdoba... ¡cuando ya había obtenido el triunfo de Tucumán, fruto de su acertada desobediencia!
[15] La consideración de un plan del alcance que tenía el que comentamos no pudo hacerse con la atención que exigía porque, lamentablemente, coincidió su envió a Buenos Aires con la creación del Triunvirato y su inmediato accionar, despótico que provocó la disolución de la Junta Conservadora, y simultáneamente con los sucesivos cambios de mandos militares en el frente de guerra del actual norte argentino, que tornó precaria toda la empresa revolucionaria en aquellos difíciles años. Pero debemos decir que debería investigarse con cierto detalle, el trámite que siguió el plan militar tarijeño ya que el diputado por Tarija Dr. Pérez, integró el Triunvirato como secretario de Gobierno. ¿Le dio la importancia que tenía y lo respaldó suficientemente, primero en el seno de la Junta y después en el Poder Ejecutivo? ¿Habrá chocado con Bernardino Rivadavia, a cargo de la secretaría de Guerra, y por consiguiente principal responsable de su consideración? ¿Habrá influido la franca mayoría porteña en el órgano ejecutivo, pues sólo Pérez era provinciano?
[16] El prestigioso historiador boliviano Luis Paz reconoce en forma clara que “la insurrección de las masas del Alto Perú carecía de unidad, de plan y por consecuencia de eficacia militar”. Véase, op. cit., t. II, p. 268.
[17] Véase, Luis Paz, ob. cit., p. 372.
[18] lbídem.
[19] Véase. Bernardo Frías, Historia del general D. Martín Güemes y de la provincia de Salta, discurso preliminar, t. I, Salta, 902, ps. 16 y 17; asimismo puede consultarse nuestra obra Biografía del Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante -diputado por Jujuy al Congreso de Tucumán—, Jujuy, 1966, p. 143.
[20] Véase. ERNESTO RESTELLI, La gestión diplomática del Cral. Alvear en el Alto Perú (misión Alvear-Díaz Vélez, 1825-1827), Buenos Aires, 1927, ps. 200 y 202.
[21] Véase, Luis O. Colmenares, Un triunfo que pudo haber dado la libertad al Alto Perú en 1810: Suipacha, en Boletín del Instituto Güemesiano de Salta, n° 6, Salta. 1982, p. 112.
En relación con el tema de los sufrimientos de la población civil con motivo de la guerra de la Independencia, no quiero dejar de citar el interesante enfoque y análisis documentado que hace el historiador Armando Raúl BazÁn sobre sus efectos sociales en los vecindarios de las ciudades de las provincias del actual norte argentino. (Véase su trabajo Las provincias del norte en 1814, en Investigaciones y Ensayos, Academia Nacional de la Historia, nº 34, Buenos Aires, 1983, p. 267-271). Se halla intacto un estudio de este tema con referencia a las familias tarijeñas en el período 1810-1825. Su importancia radica en que pondría de manifiesto cómo se vieron afectadas esas familias por el reclutamiento de sus miembros en los ejércitos de ambos bandos contendientes, por las emigraciones o confinamientos, contribuciones forzosas, confiscaciones e, incluso, por los cambios de actitud política de algunos de sus integrantes según las alternativas de las invasiones en ese territorio, permitiendo conocer cómo influyó la situación bélica sobre el núcleo familiar, la seguridad, educación, bienestar prestigio y economía de la sociedad tarijeña. Alguien debería emprender esta apasionante investigación histórica siguiendo las huellas de Bazán, que bien podía estimular la Universidad de Tarija.