Del libro de Jesús Miguel Molina Gareca “Instantáneas, noticias y relatos históricos de Tarija”
Relatos “Al Raleo” y “Del Especial”
II
"Al Condenau" hay que rematarlo…"
Sergio Lea Plaza
Cuentan que don Willy era un sujeto de mucha chispa, le gustaba "prender" a sus paisanos y también a los vecinos en su finca.
Una de esas tardes se pone bastante ocurrente y dice al más próximo de sus contertulios que iba a jugar una de sus ocurrencias a los comunarios vecinos que tanto le apreciaban. Cuentan que hace disponer un velorio a toda regla, donde la pieza principal seria él, como finado. Luego de hechos los preparativos, se convoca a la gente de la comunidad, vecinos los más de don Willy, quienes sorprendidos por la aciaga noticia se apresuran a presentarse a la última visita. Serían como las 8 de la noche cuando la sala donde velaban al "finado" estaba repleta y ahí sin más trámite, cual un Lázaro moderno, don Willy se sienta de un solo golpe, causando el inmediato y escandaloso revuelo de toda la concurrencia que entre llantos, gritos y desesperación buscan la puerta de salida dejando al "finado” sentado solo en medio su ataúd desternillándose de risa junto a su cómplice.
Pasados unos momentos se escucha bulla en las afueras de la casa, sale el cómplice a ver y sin detenerse un minuto tranca la puerta y dice todo alterado: "¡Vuelven, vuelven toditos, vuelven don Willy!" El "finado" se levanta asomándose a la ventana y ve que los comunarios venían con machetes, picotas y sogas gritando: "¡Está penando, hay que matarlo bien!”
Dicen que convencer a los vecinos que todo era una jugarreta llevó un buen rato y más convencerles que no "terminasen de matar bien al condenado". Quien después de este sustito, no dudo en dejar su finca y venirse al pueblo durante un tiempo hasta que pasasen los humores.
III
La leyenda de la flor de Pascua
Viviana Yañez
Se dio en San Lorenzo. Muchos años atrás.
Mariela, hermosa joven de cabellos cobrizos, de trenzas recias que colgaban hasta sus caderas, rostro juvenil donde resaltaban dos grandes ojos verdes que graciosamente combinaban con las sonrosadas mejillas. Denotaba de seis a siete meses de embarazo, sin embargo, su espigado cuerpo juvenil seguía siendo admiración de los hombres y envidia de las mujeres del lugar.
Mariela estaba casada con Juan, desde poco tiempo atrás, él era su vida, a quien cuidaba, ayudaba y servía con aliento y entereza.
Vivían entre San Lorenzo y Lajas, más cerca de aquel que de éste. Una casita sobre la vera del camino, construcción de adobe, patio de tierra, techito de teja vieja.
Corría el mes de febrero -aires de carnaval- y en la ocasión el diablo metió la cola...
El marido, consecuencia del vino, la chicha, la fiesta, la rueda y de unos ojos obscuros de una moza del valle, estuvo festejando el sábado de carnaval por la tarde, dejando sola en su casa a Mariela.
Pasó el sábado, el domingo y llegó el lunes de carnaval y Juan no volvía. Mariela preocupada caminó hasta el pueblo, llegó a la "casa grande" donde había fiesta, preguntó por su esposo, nadie respondía con certeza; buscó a su esposo en las calles de piedra y tierra. Agobiada por el sol de la tarde se encaminó al arroyo y sentada refrescando su cuerpo cansado sintió que para arriba, en medio los viejos churquis, frente a un sembradío de maíz, se escuchaban jadeos y risas constantes.
Acercándose sigilosamente encontró entre los viejos churquis a Juan con una forastera en amores.
En ese instante se apoderó de Mariela un dolor Inmenso, tan profundo que la criatura se dio un vuelco en el vientre. Mariela quiso llorar, gritar y matar a pedradas al infiel y la forastera, sin embargo, nada hizo, su carácter pasivo por naturaleza evitó que hiciera algo, se calmó, dio media vuelta y recorrió el camino a su casa.
Regó el trayecto de vuelta con sus lágrimas.
Llegando a casa, abrió la puerta, ingresó directo a su cuarto y el dolor del alma venció la fortaleza física, se desplomó y su callado llanto se volvió un manantial que se confundió con gritos de dolor y un líquido tibio que comenzó a recorrer sus piernas. Gritó de dolor, de rabia e impotencia, se estaba desangrando, intentó levantarse para buscar ayuda, pero antes del primer paso, sintió como la criatura salía de sus entrañas, cayendo al suelo, empapada de sangre.
El tiempo se detuvo, no hubo ni sonido ni silencio. No hubo ni un antes ni un después. La criatura no lloró y sólo Mariela escucho quejido de adiós. La guagua estaba muerta.
En ese momento con la criatura murieron la alegría, la esperanza y la cordura de Mariela.
No tuvo a más que levantar el cuerpecito de su criatura, limpiarlo con algodón y óleo, que guardaba siempre en una cajita.
Llegó la oración y luego cayó la noche. Mariela -enajenada por el dolor- procedió a enterrar el cuerpecito de su hija. Cavó la tierra en la parte de atrás de su casa, por donde se salía al huerto.
Luego de limpiar a la bebecita y como no tenía ropita preparada para el nacimiento, la vistió con una blusa y polleras amarillas que ella había hecho para sus muñecas, cuando era niña. La enterró sin más.
Dos meses pasaron desde aquel aciago día; del truhán de Juan no se supo más nada. Las lenguas -las buenas y las malas- decían que había huido a la Argentina.
En una mañana de abril -de esas hermosas mañanas de abril-, por el camino veíase una silueta femenina, era la prima de Mariela que venía desde Santa Ana y quien al ver a su prima en ese estado de abandono y de enajenación, lloró desconsoladamente.
Se preguntaba cómo es posible que aquella mujer que por la belleza de su rostro tantas envidias había causado el día de su matrimonio, pueda estar en esa situación de abandono. Mariela, sin embargo, casi ni habló, tomó la mano de su prima que se llamaba Alicia, y la llevó consigo detrás de la casa.
Despacio y casi con miedo cruzaron las dos primas el patio de tierra, llegaron a la puerta que daba a la huerta y Mariela con el dedo apuntó una planta de hermosas hojas y relucientes flores amarillas. En voz bajita dijo a su prima:
Aquí está enterrada mi hija, mira esa planta y esas flores bellas ¿te acuerdas de las polleras amarillas que sabíamos coser cuando éramos niñas, en casa de nuestra abuela?
¿Pascua? -respondió Alicia
Divagando entre el abismo de la locura y el filo de la lucidez Mariela respondió:
Si primita, no sabes con cuánta esperanza y ternura estuve esperando esta niña para vestirla como a nuestra muñeca con esas polleritas amarillas y que su nombre sea Pascua, como el nombre de nuestra abuela...
Alicia guardó respetuoso silencio, viendo como su prima sentía la fragancia de esa flor bella que florece cada mes de abril vestida de color amarillo. Desde entonces -y hasta nuestros días- es que conocemos el nombre de la flor, fragante y amarilla, que nos acompaña el mes de abril.
VI
Mosto!
Mosto, como sangre de toro estremecido
te revuelcas en la cuba de tako, de roble, hecho vino.
Mosto, jugo prístino de Alejandría
hieres la pena, callas la muerte, atizas la alegría.
Mosto, jugo sagrado de los Dioses y de la tierra
en tu cuerpo danza el verso, muere el dolor, vive la vida.
VII
La riña de gallos
Armando Ichazo U.
Es este un festival que subyuga a todos, por lo sanguinario e irreductible, por el valor sin límites de los hermosos gallos, que luchan sin tregua, sin alma y sin el menor asco a la muerte, siguiendo el lema definitivo: Donde hay uno sobran los demás. O será como dicen los mejicanos; por que a cada uno de los espectadores se le vuelve el indio.
El "Ajiseco" es un gallito de fama muy bien ganada como viejo canchero; por tres veces hizo clavar el pico a sus contendores, luchando limpiamente y en un estilo muy depurado, es descendiente del gran "Cenizo Despicau", su tatarabuelo, el famoso vencedor de la fiesta de Santiago, padre del "Tisnau”, el agachado revoleador; del “Coliblanco", el criminal que no soltaba su presa ni teniéndola tiesa en sus patas; del "Jiro Plateado", pata blanca, quien tuvo por hijo al notable campeón el "Carnicero", un colorau, cuyo acierto pasó a la leyenda, al extremo de que sus peleas no duraban ni dos revuelos y máximo a la segunda vuelta ya era “indio en tierra”, su atrevido adversario.
De tal palo tal astilla, nuestro Ajiseco era el descendiente directo del Carnicero, en una hermosa y robusta ceniza; muy mentada por la pata amarilla, por lo altanera y bulliciosa, como que era la única que ponía en orden a todo el gallinero.
El otro gallo un “Azulejo”, era una incógnita en el ruedo; aunque de mayor renombre conquistado en otras canchas y redondeles más elegantes y más populosos; sus victorias eran también varias, sin embargo, el número de ellas era un secreto muy bien custodiado.
Igualmente, rancia era la ascendencia del Azulejo, aunque no muy divulgada, en la seguridad de recién hacerla conocer, en ocasión del triunfo.
Una vez pesados los gallos y ante un público que solo alababa las cualidades de su representante el Ajiseco, después de cotejarlos, eran exhibidos al público los dos magníficos ejemplares, haciéndolos pasar por todos los contornos de la cancha y sin desprenderlos de las manos de sus dueños, buscando así el mayor ánimo para las apuestas.
Casi todos los parroquianos miraban despectivamente al Azulejo, de manera que todo el público local se anotaba por el Ajiseco y depositaban su dinero. Tanto el dueño, como los extraños y escasos visitantes, hicieron frente a todas las apuestas y desafiantes se paseaban diciendo: "¿Cuánto más señores?” Quedando finalmente concertada la pelea.
Entonces sentencioso uno del público afirma: "¡Cada gallo canta en su corral!" Un visitante le contesta: "el que es bueno canta en el suyo y en el ajeno". El público ríe a grandes carcajadas del diálogo, mientras otro responde: "Su apetito por lo ajeno es el caso de la maldición del gallinazo!”
Sueltos los gallos en el redondel, se arremeten furiosos, elevándose a más no poder y como si se hicieran el saludo inicial, cruzándose como rayos sus cuatro fulgurantes espadas en la primera embestida, se dan pata con pata en el aire, cuál ágiles danzarines de valet.
Vueltos al suelo, arremete el Azulejo con vuelo alto, mientras el Ajiseco oculta la cabeza maliciosamente; gira sobre sí mismo y logra alcanzar con un fuerte golpe por el cuerpo del visitante. Aplauden los del Ajiseco y aseguran que la puñalada fue por bajo el ala; mientras alguien vocifera: "Al fierro en caliente, porque en friu trabajo perdiu!"
De nuevo los gallos están frente a frente, mirándose fieros y con las plumas del cuello encrespadas y erizadas en punta como polícromos abanicos; amagándose con movimientos de cabeza. Se cruzan algunos golpes en que los dos se embisten en vuelo, hasta que jadeantes llegan a los picotazos por la cabeza, en busca de un apoyo seguro; entre tanto los parroquianos alardean: "A quien madruga Dios le ayuda!"
Lograr agarrar el Ajiseco y se lanza en mortal estocada, en medio de una algazara infernal de los espectadores, "¡ahura es cuando vidita!", decía. Al mismo tiempo consigue levantarse el Azulejo y anular todo el impulso del atacante "¡Bravo, bravo!" gritaban los visitantes, "¡así se pelea!, enséñale lo que es bueno...!"
Al llegar el Azulejo al suelo logra también agarrarse y así, ambos prendidos de las crestas, se dan sin compasión el uno contra el otro, golpe y contra golpe, vuelo y revuelo, quite y agachada; encendidos como brasas, sudorosos y con espumarajos, como perros rabiosos envenenados, hasta que entre aletazo y patada logran desprenderse por un momento. Ventaja que es aprovechada por el Azulejo quien, tomado de los crespos del contrario y con un tiro certero, lanzó lejos y tambaleante al Ajiseco, hasta quedar sentado y apoyado sobre la cola; antes que llegara al final de esa trayectoria, ya gritaban despavoridos los visitantes: "¡le vació el ojo; a la olla!” "¡Listo el pollo y a cobrar se dijo!", mientras accionaban muy sueltos, frotándose las manos y en ademán de contar los billetes.
En efecto una gruesa columna de sangre negra cruzándole la cara al Ajiseco, empezaba a chorrear por el suelo y junto con el fuerte temblor del gallo, un frío glacial envuelve a los parroquianos; mientras alguno comentaba muy quedamente: "le llegó la sangre hasta las caronas”...
Seguro de su victoria y para darle el toque de gracia, vuelve al ataque el Azulejo, al tiempo que también le salta el Ajiseco, del frío vuelven al calor los partidarios metiendo sus cabezas por sobre el redondel hasta recibir en sus rostros de lleno la sangre de los luchadores, gritaban a su vez "¡si solo está tuerto. Adelante campeón. ¡No está ciego!” y cuando menos piensa el confiado Azulejo, hace su feroz agarrada el Ajiseco y en sendos pares de estocadas seguidas, logra ensartar sus cachos por entre el cuello y la cabeza del Azulejo, dejándolo quieto en el sitio y con la cabeza como plomo pegada al suelo. Los hasta ese momento perdidosos -seguidores del Ajiseco- vuelven a la carga: "¡Urrah, urrah, lo degolló, lo tutaneó. Hay que conservar el campeón para sacar cría. ¡Hijo de tigre overo tiene que ser!" alardeaban los del vecindario.
Cuando el dueño del Azulejo, blanco como un papel, se asomó a recoger el cuerpo del caído, para darle piadosa sepultura, con un buen picantito y bien rociadito, en el estómago de sus familiares, uno de los visitantes murmuraba entre dientes: "A perro flaco todas son pulgas". Mientras el ganador llevando al maltrecho campeón en alto vociferaba: "¡Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija!”.(26)
VIII
La Patanka y sus gigantes
El año 1989, en la vacación de fin de año, hice por vez primera el recorrido de la Patanka.
Dos extraviadas, la primera al ingreso para el abra .a Calderillas, la segunda saliendo de Calderillas; una mojada espectacular en el río de Sola y sobre mojado llovido, pues al descender el tramo a Pinos nos cayó un aguacero que no dejó nada seco. El recorrido lo hicimos con un amigo y una amiga que hoy disfrutan cada vez que recordamos dicha aventura mezcla de nerviosismo y misterio que nos llevó a realizar aquel recorrido cuando ninguno de nosotros lo conocía más que de nombre o tal vez lo poco que sabíamos era que estaba cerca de las lagunas de Taczara.
Lo que nos aconteció a los 3 en aquella jornada -porque estuvimos todo el día, la tarde y parte de esa noche- seguramente será recordado y trasladado al papel por uno de ellos que por supuesto tiene mejor pluma.
Sin embargo, lo que puedo trascribir -recordando a la luz de los años pasados- es el relato que nos hizo uno de los pobladores que vivía cerca la laguna de Pujzara, quien con una maestría procesada por la sabiduría de años y el encanto del paisaje que nos rodeaba en aquella jornada nos regaló el relato que traigo al presente porque creo pueda interesar y va más o menos coherente con lo que en éste fascículo se publica.
Permítaseme señalar que el nombre de nuestro guía, desde Pujzara al abra de Calderillas, no lo recordamos con certeza ninguno de los que estuvimos entonces, en lo que sí tenemos común acuerdo es ni el apellido: Guerrero. Lo recordamos como Don Guerrero.
Comenzó nuestro amigo precisándonos algunos acápites: "No debe llamarse camino del inca, porque como lo conocemos nosotros desde siempre lo llamamos Patanka.” -dijo. Luego añadió que fue construido por unas personas enormes, gigantes: "Seriyan como de tres metros o más, viviyan adondi ahura tá la laguna más grande. Su pueblo era grandi, sus casas puritas plata'i oro. ¡Comida tenían uh! De sobra. Era de lo que sacaban del lau de Noquera y Calderilla mesmo. Pero eran flojooos, acostumbraus a tomar por la fuerza lo que los pueblos cultivaban. Al ladito de sus casas habiya la laguna chiquita y hay teniyan mucho pescau, patos por temporadas. Asina que teniyau jarta comida y como eran gigantis facilitu se iban al otro lau del cerru -mientras apuntaba hacía Ñoquera- y traerse comida que allá siempre habiya. Choclos en especial, también mucha chicha que obligaban a que se los hagan y asina si la pasaban de jestejo en jestejo, los desgraciaus”
Tomaba un poco de aliento y mirándonos como buscando cómplices de un secreto nos decía: "a veces en la noche mi despierta mi mujer o mis tekis pa’decirmi: "papa, papa ta sonandu la música di nuevo en el lagu." ¿Qué podrá ser decimus? y rezamus hasta que nos pilla la albita. Se escucha que riyen, que bailan, que riyen, asina si escucha.” -afirmaba, generando entre nosotros escalofríos de un temor por la cercanía de esa laguna.
"Mi agüelo me deciya que estos Patankas eran bárbarus de jodius, malus, abusivus y cuando los de los pueblitos no les daban lo que pediyan se llevaban sus guaguitas y los desgracius se las comiyan en jestines de toda la nochi. Por eso se habían jecho enemigus en todus laus, especialmente los que eran sus enemigus eran los "hombres - pájaros", del lau de Yunchara. Esos eran igual grandis pero no eran malus y los Patankas les teniyan rispeto mientras nos lis cortin al agüita, porque dese lau corriya el riyu y por no peliarse los Yuncharas tampoco les cortaban el agüita, pero se odiaban! Pero un añu de seca no teniyan ya di donde sacar pa’comer, toncis es que cómo si habrán enterau que abajo en Tarija había todo. Maiz, chicha, sal, pescaus, todo! De’hay es qui los Patankas han comenzau el camino. Como este lau todu es cerru, y como los desgraciaus eran flojos se trajeron a toditos los hombris de dondi podiyan para jacer el camino, pero al menor descuido esos piones se escapaban y dejaban herramientas y camino abandonaus"
Nosotros en silencio escuchábamos el relato, mientras caminábamos haciendo billitas con un cigarro y cada vez más interesados en lo que nos contaba nuestro ocasional y providencial guía.
"Ostidis van’ver. Hasta Calderillas el camino parecí jechu con picota y pala, pero de "Abra linda" p’abajo son unas gradas churas, cortadas pareciera con cincel, pero en piegras enormis! Es que los Patanckas apenas pudieron lograr que sus piones hagan esta parti del camino, ya más allá han teniu que ir ellus mesmos. Ya no habiya quién se los haga.
Pero esa genti que si escapaba pa’lau de Tarija, Chaguaya y más allá alertaba lo que pasaba aquí. Los más asustaus eran los di Tarija porque si los Patankas llegaban más qui seguro que ya no se volviyan. En Tarija teniyan todo lo que buscaban y toncis sus pobladores pensaban cómo hacer pa’detenerlus? Hay taba jodida la cosa! Uno de sus jefes pensó que solitus no jarían nada. Toncis dijerun qui lo mejor era hacer una alianza con los Yuncharas, con los de Ñoquera, Curqui y los otros puebitos pa’acabar con los Patankas."
"Toncis -continuaba su relato- acordaron en asamblea cómo harían pa’engañar a los Patankas. Los de Curqui les dijeron a los Patankas que harían un juerti cerca al poblado de los hombres - pájaros y una vez concluido los ayudariyan pa’matarlus a sus enemigus, asina los Patankas podriyan jir más rapidu abajo al río dondi taban los jrutus que buscaban mucho y de dondi antis habían sacau su oro y que ahora no podiyan porqui estaban esos sus enemigus. Y como eran atontaos tuitu si creyerun y sacarun a los de Curqui, Rupasca, Noquera y otros del trabajo que estaban haciendo pa’bajar a Tarija y les ordenaron que vayan a levantar el juerti arriba. Entretantu los que jabían veniu de Tarija comenzaron a levantar de corrido un muro de piedras grandis más aquicito -y apuntaba para el lado del actual Iscayachi- Pero como los Patankas queriyan llegar hasta Tarija lo mas rapidu si turnaban; y hay jué que estos gigantis hicieron a puro golpe lo que ahora es el camino desde "Abra linda”. Como eran grandis moviyan las piegras como si jueran adobituss y las colocaban en jilerita y en jorma de grada; por esu van’ver esas piegras enormes por dondi van’pasar abaju no las mueven ni cien personas, pero estus barbarus entre tres o cuatro moviyan una y la poniyan jirme en el suelo y así avanzando si ambicionaban cuando ya iban llegandu abajo. Mientras los de Curqui en vez de un juerti taban haciendu un reparo, lo mismo que los de Tarija, pero al otro lau y de pronto un diya desde el lau de los Yuncharas ya no lligaba nadita de agua a la laguna chiquita donde teniyan sus pescaus los Patankas. Pero ellos no se daban cuenta porque estaban ambicionaus pensando en lo que sacariyan de Tarija. Un diya ya su caminu taba’bajo, a las patas del cerru y para festejar hicieron una fiesta de las importantes, babiándose su victoria sobre los de Tarija y todos los otros pueblitos que entonces habían allá."
"Pero ese día de la fiesta en que todos los gigantis bailaban y tomaban chicha hasta quedar umpitas, los de Curqui, los de Noquera y otros que habían jecho el reparo habían acordau con los de Tarija soltar toda el agua que ya tenían detenida y en la noche cuando ya estaban borrachos y dormidos los Patankas, soltarun la represa y el agua corrió a montones arrastrandu tuitu y como los gigantis taban mulas no se dieron cuenta hasta que se vieron desbordaus por el agua, pero ya no podiyan salir a ningún lau porque el muro que habiyan jechu los de Tarija hizo que el agua se diera guelta como una tropa de gueyes encerraus y se volvió con más rabia que antis. Algunos de los Patankas pudieron trepar a los cerrus pero hay los esperaban los Yuncharas y los de Tarija pa’lancearlis. Todo fue esa noche, ya aclareandu se veyia que todo el pueblo de los Patankas habiya quedau bajo el agua y solu jlotaban los muertos; los que habían podiu juir a los cerrus taban lanciaus y botaus y su sangre era negra, por eso miren los cerrus todavía se ve la mancha negra de su sangre en las piegras"
"Como si fuera un castigo de Dios tuitus los Patankas acabaron muertos unos ahogaus los otrus lanciaus, y andi taba su poblau ahura ta la laguna grandi. No van creyer hay gente que se mete hasta el medio de la laguna grandi pensando sacar el oru y la plata con que jabían hecho sus casas los Patankas, pero por ambiciosus hay se mueren también."
"De todo lo malu que jicierun los Patankas quedó algo bueno y es el camino que baja a Tarija, ustedes van’ver el camino sigue igualito como lo dejaron, con esas piegras grandis enterradas y desde entonces ese camino sirve para ir y venir."
Cerrando su relato nos llevó hasta el abra de Calderillas y nos dijo: "paque veyan hay’tán las piegras, ni la lluvia, ni el sol, ni el viento ni nada las ha movido porque esos gigantes las enterraron como no lo jariya persona alguna, pero como eran gente mala terminaron tuitus tiesus y su pueblo inundado”.
Los tres que escuchábamos quedamos mudos un rato contemplando esas moles líticas, luego agradecimos a nuestro provindencial guía por el relato, y por habernos guiado. Nos despedimos comprometiéndonos a recibirle en Tarija cuando fuera, sin embargo, ninguno de nosotros tuvo más noticias de aquella persona y sólo nos quedó este relato.
De la "medica Tomasa Baldivieso"
Luís Leigue
En la provincia Arce, cerca al caserío de Chorrillos, había una casa en la que habitaba la "medica” (así sin acento, como entonaban nuestros vecinos padcayeños) Tomasa Baldivieso. Era muy buena en sus diagnósticos y mejor en las curaciones. Tan cierto era esto que venía gente desde muy lejos: Padcaya, Toldos, Chaguaya, Camacho, Bermejo, Orán, para hacerse atender y desde la mañanita estaban esperando que abra las puertas de su rancho para atender; días hubo en que no alcanzaba el tiempo para atender a todos que llegando la noche la gente buscaba un Churqui o un Taco con follaje para echarse bajo ellos y dormir hasta el día siguiente en que serían atendidos.
Como para lo bueno está lo malo, así en esta historia había un personaje que cumplía a cabalidad el papel de malo y era un sanitario que había en Padcaya que no sé sabe con precisión si era por envidia o por ganas de fregar que la denunció a la "medica" en la Dirección Sanitaria en Tarija y utilizando sus influencias logró que la arrestarán y se la llevaran a la cárcel en Tarija. Los médicos que desde Tarija ayudaron a que se la encarcelara son reconocidos, pero no vale la pena nombrarlos aquí...
La medica en la cárcel para no estar sin hacer nada se dedicó a curar a los presos enfermos, algunos luego de ser curados agradecían con comida o dinero a la medica, quien haciendo mil malabares hacía llegar esa comida o ese dinero a sus hijos en su casa, allá en el campo. Un día, sabedores los "doctores" de Tarija que la encarcelada hacía esas curaciones decidieron hacerle una prueba para desafiar su capacidad y demostrar que eran tretas de la "curandera" como ellos la llamaban.
La llevaron al hospital y dentro, al fondo, había unos ambientes donde estaban los pacientes que no podían pagar sus atenciones y que además estaban ya desahuciados. Entonces le dijeron: "anda a curar, si les curas te vuelves a tu casa, sino directo a la cárcel de nuevo".
Tomasa hizo lo que le ordenaron y lo hizo con tanto éxito que no pasaron ni dos meses y de los más de 10 enfermos que estaban desahuciados quedaban nada más que 3, los mismos que según la "medica" no tenían remedio y que estaban prontos a morir. Pero ante las curaciones ya hechas no había argumento alguno para decir que ella engañaba a la gente, los "doctores" no tuvieron más que dejar que Tomasa Baldivieso partiera a su pago; además cada vez era más fuerte la solicitud desde Padcaya pidiendo la libertad de su "medica".
Un sábado por la tarde -dicen las crónicas- la trajeron de vuelta hasta Padcaya. Al llegar había mucha gente en la plaza de Padcaya que la recibió como una heroína; luego de los abrazos y felicitaciones volvió a su rancho en Chorrillos a encontrarse con sus hijos que la esperaban como sólo un hijo puede esperar a la madre que arrancaron de su lado.