Encomiendas para los tarijeños
El tiempo pasó de prisa, la globalización trajo consigo su gran revolución tecnológica en las comunicaciones, transacciones bancarias, el transporte, interacción en las redes, etc, sepultando modos de vida y costumbres que hoy nostálgicos recordamos, por ligarnos con afectos y el natural apego a nuestra tierra.
Este afán me llevó a evocar lo que significó las encomiendas para los tarijeños, algo que enternecerá especialmente a médicos, ingenieros, maestros y otros profesionales hoy jubilados, que por razones de estudio salieron al interior del país. Aquellos años, me remonto a las décadas del 60 y 70 del pasado siglo, no era fácil llegar ni salir de Tarija, eso la convirtió en una ciudad enigmática que adormecida en el romántico sur, era arrullada por sus poetas y trovadores que evocaban su río, la frescura de su valle y la belleza de sus mujeres.
Durante décadas la carrocería de los camiones nos acogió como pasajeros transitando polvorientos caminos, las flotas que hacían servicio al norte, tenían destino final Potosí, sus oficinas de partida y llegada circundaban el centro de nuestra ciudad, entre las calles Bolívar y el Palacio de Justicia, a la hora del arribo de las flotas solían arremolinarse carritos de madera, de una estructura plana y direccionados con una correa por quien los impulsaba, para que el pasajero pueda trasladar a casa el equipaje de mayor volumen, reservándose una maleta de mano para que él vecindario sepa que es un recién llegado.
La ex Terminal de Buses ubicada en el Tejar, fue inaugurada el año 1974, dentro un cúmulo de obras diseñadas para festejar el IV Centenario de nuestra fundación, esta infraestructura al margen de descongestionar el centro citadino, sirvió para que las empresas de transporte utilicen unidades más cómodas para viajes largos y sin escalas.
Viajar por vía aérea, fue un lujo destinado a las autoridades y ciertas personas, a través del recordado “L.A.B” mediante una pequeña nave Fairchild con motores a hélice. La importancia de subir a un avión resaltaban los tarijeños vistiéndose de paquete, de allí quedó el dicho ya extinguido de “te dejó el avión” cuando alguien en un día común vestía sacó y corbata. El 15 de abril de 1980 marca un hito importante, fue cuando la ex Presidente Lidia Gueiler inauguró la pista asfaltada de nuestro aeropuerto, iniciándose con ello nuestra vinculación aérea con el interior y exterior del país.
Hasta antes de la interconexión telefónica, comunicarnos con el interior fue una verdadera odisea, había que concertar cita y trasladarse a las oficinas de ENTEL soportando tediosas esperas, si la conferencia se solicitaba desde casa era un motivo para no salir de ella, esperando con ansiedad el ingreso de la llamada y poder hablar con la persona deseada.
Contextualizado, el Valle Andaluz con sus endémicos problemas de comunicación y transporte, para quienes salían a estudiar al interior con el natural anhelo de profesionalizarse lejos de su tierra, se convertía en añoranza y la distancia después, en una pesadilla de añoranzas, porque nunca fue fácil dejar la familia, amigos, la novia y los particulares aromas de la vida hogareña, que eran mitigados al recibir una encomienda.
Pero ¿Que tenían de particular las encomiendas para los tarijeños? En ellas no solo se recibían golosinas y comestibles no perecederos, las canastas o cajas pulcramente cubiertas con lienzo bien rotuladas, llevaban también consigo una indescriptible carga de sensibilidad familiar, al extremo que abrir una encomienda era un rito que desbordaba variadas emociones extrayendo de a poco su contenido, hasta encontrar la infaltable carta de la madre o la abuela con los reiterados pedidos de cuidarse, alimentarse bien, abrigarse de los fríos para no enfermar y estudiar mucho para ser hombres de bien, y en medio la misiva un feliz billetito de mediano corte.
En las encomiendas resultaban infaltables el pan grande, caucas, hojarascas, queso chaqueño, butifarras, alguna fruta seca, mermeladas etc. y si el motivo era especial, como haber cumplido años, lo habitualmente enviado se incrementaba con variedad de masas, una pierna de cerdo azada, sábalo frito con tostado y hasta algún vino, influía también la posición económica de los remitentes.
Las encomiendas sirvieron también para juntar en torno a ella a paisanos los fines de semana, la aventura se iniciaba buscando el nombre del afortunado destinatario en las guías de transporte en las oficinas de las flotas, luego descoser la canasta y extraer su contenido constituía una ceremonia matizada con humor y añoranza a la tierra. Yo estudié en Tarija, pero disfrute de este encanto visitando amigos en el interior, además cuando se viajaba, no era bien visto el negarse a llevar una encomienda para algún familiar o conocido.
Hoy quienes tienen hijos formándose en otros lugares, aprecian la comodidad que sus vástagos llevan la comunicación en la mano y para cualquier requerimiento, basta con depositarles dinero en su cuenta para satisfacer sus necesidades, el mundo se volvió práctico, se abrevió todo con una impávida simpleza, que será siempre incapaz de hacernos olvidar la madera con la que fuimos tallados los de antes, cosas sencillas pero con valores más puros y perdurables.