De la Revista TARIXA de Antropología, Arqueología e Historia de Tarija. No. 2 2024 1
Obituarios Eduardo Trigo, el último gran hombre



Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach nació en la casa de sus padres ubicada en la esquina de las calles Bolívar y Sucre en la primavera del año 1936, cuando Tarija era un pueblo rodeado de ríos caudalosos y con algo más de 15 mil habitantes. Mi padre fue un privilegiado por la época en la que le tocó vivir: conoció Tarija cuando las calles eran empedradas, las casas de adobe y cuando había cuatro plazas, cuatro farmacias y un solo taxi y se fue después haberla visto multiplicar doce veces su población y de haber sido testigo de hechos trascendentales en el desarrollo de la ciudad como la llegada del teléfono, de la primera señal de televisión a color de Bolivia y del internet, y de ver aparecer sitios emblemáticos como la avenida, la terminal del aeropuerto o el observatorio astronómico.
Fue el tercer y último hijo de Raquel O’Connor d’Arlach y Oscar Trigo Pizarro, y creció en una familia tradicional en la que se cultivaban las buenas costumbres de la época. Fue nieto de Tomás O’Connor d’Arlach, uno de los intelectuales bolivianos más destacados, a quien no llegó a conocer, pero de quien presumimos heredó varios atributos. En su casa no había grandes lujos, pero había espacio para la música, el arte, la lectura, sus padres estaban suscritos a revistas y periódicos internacionales que llegaban a Tarija con retraso pero que eran la única ventana posible al mundo. Él, en su infancia, leía la revista Billiken que llegaba desde Buenos Aires y que relataba hechos históricos con dibujos y textos cortos.
No fue un niño convencional. Desde chico le gustaba estar con la gente grande y escuchar sus conversaciones, conocer historias familiares en las anécdotas de sobremesa y leer los diarios que habían escrito sus antepasados. Esperaba con ansías cada fin de año porque la familia se iba todo el verano a su finca en Santa Ana, un viaje que 20 kilómetros que entonces duraba una hora y donde disfrutaba de bañarse en el río todos los días, de tomar leche al pie de la vaca, de hacer paseos a caballo, jugar juegos de mesa a la luz de lámparas de kerosene y escuchar alrededor de la fogata los cuentos de terror que contaban los campesinos que vivían en la hacienda y que llenaron de fantasía su infancia. A lo largo de su vida, recordó con añoranza esas vacaciones que sembraron en él su profundo amor a Tarija.
Dice el poeta Rilke que “la verdadera patria del hombre es la infancia” y es posible que todo lo que Eduardo Trigo hizo en su vida hubiera sido sembrado en ella. Desde pequeño desarrolló dos virtudes que en principio parecen contradictorias: el don de la escucha y el don de la palabra. Mi padre era una persona observadora y silenciosa, pero con una actividad interior en ebullición permanente que cuando empezaba a narrar historias revelaba un poder cautivante como un imán. Tenía fascinación por el lenguaje, le gustaba hojear el diccionario y era un buscador maníaco de palabras precisas. Escribía de manera pulcra y lírica como pocos. De uno de sus libros de historia, el escritor Franco Sampietro dice que su obra se acerca al arte y que sus letras se asemejan a la poesía.
También fue un lector voraz. Leyó los clásicos de la literatura universal en francés, idioma que le enseñó su mamá en la infancia sentándolo todas las tardes después de almuerzo a pasar clases con ella. De aquellos años conservó libros de francés y vinilos para practicar la pronunciación del idioma que llegó a dominar. La afición por la lectura y el conocimiento lo acompañó a lo largo de la vida. Su compañero de cuarto en los años universitarios en La Paz, Fernando Paz, recuerda que se despertaba en la madrugada y leía antes de comenzar el día y la rutina se repetía en los atardeceres escuchando música juntos. Tenía un poder de abstracción envidiable y era capaz de leer en medio de alborotos imposibles. Leía a diario casi toda la prensa boliviana y un par de diarios extranjeros, estuvo siempre al corriente de lo que acontecía en el país y el mundo. Le gustaba leer columnas de opinión y tenía la gentileza de hacerle saber a los autores cuando un artículo le gustaba. Al final de la vida, cuando se le nublaron los ojos azules, tuvo quien le leyera en voz alta libros y periódicos
Y es precisamente la gentileza una de las principales características por las que la gente lo recuerda. Era amable y atento con todos. Un periodista de la vieja guardia me contó que cuando mi papá era vicecanciller era el favorito del gremio porque no le negaba entrevistas a nadie, independientemente del tamaño o prestigio del medio en el que trabajaran, y que los recibía en su despacho con cordialidad. No escatimaba su tiempo ni su conocimiento con nadie.
Emanaba una calma contagiosa y se podía conversar horas con él: sabía de historia, de actualidad y tenía un gran sentido del humor, era ocurrente en sus respuestas y tenía salidas llenas de picardía. Poseía la virtud de reírse de sí mismo y a sus hijos nos pedía que nos hiciéramos la burla una y otra vez de sus despistes inolvidables para volverse a reír. Mostraba un genuino interés por cosas que a uno lo entusiasmaban, podía escuchar atento hablar de cosas tan dispares como la inteligencia artificial o la formas en las que puede cebar el mate. Con él, el tiempo se suspendía y la vida entraba en un paréntesis de serenidad.
La vida de mi papá no se puede contar sin mencionar su profundo amor a Tarija. Pero no era un amor de declaraciones pomposas ni de fotos con camisa de chapaco cada 15 de abril, fue un amor dedicado, al que le entregó una buena parte de la vida: estudió durante años su historia, y su obra periodística y literaria estuvo centrada en Tarija. Lo motivó el poco espacio que dedicaban los historiadores nacionales a la participación de Tarija en la Guerra de la Independencia o a su incorporación a Bolivia por la propia voluntad de los habitantes. Por eso, a lo largo de los años y a la par de sus actividades profesionales, recorrió en su tiempo libre archivos históricos, investigó y recolectó documentos manuscritos que estaban dispersos para producir libros que hoy son fundamentales para entender no solo a Tarija sino también a Bolivia desde la región.
Mi papá decía que el amor del ser humano a Tarija entraba por los sentidos: por el olor de la tierra después de la lluvia, la fragancia de los churquis, la melodía del dejo cantado al hablar, los sabores de la gastronomía local, la calma que transmitían las pozas de los ríos. El río posiblemente fue el lugar que más amó en la vida, era extremadamente hábil para caminar descalzo en las piedras, le gustaba echarse mojado sobre las lajas hirvientes y cuando trabajaba como abogado en el Banco Agrícola, iba al mediodía a bañarse al Guadalquivir -a la altura del puente San Martín- y volvía al trabajo a primera hora de la tarde. Tenía una frase emblemática, decía que la tiricia se curaba tirando piedritas al río.
En su vida personal siempre fue un ejemplo a seguir. En uno de los últimos cumpleaños, su amigo Pedro Heberto Moreno hizo un brindis por él y dijo que Lalito -como le decían con cariño- había sido una persona ejemplar desde niño. Ciertamente su vida fue una puesta en escena del deber ser. De manera natural, él demostraba cómo debe ser un padre, cómo debe ser un hijo, cómo debe ser un hermano, un amigo, un vecino, un ciudadano. Fue excepcional en todos los roles de su vida.
Hay un episodio que lo retrata de cuerpo entero. En una época en la que trabajaba mucho y tenía pocas horas de descanso, una mujer que había sido cocinera en la casa de sus papás, doña Gregoria, lo buscaba incesantemente para pedirle ayuda con un problema que tenía con el dueño del cuarto que ella alquilaba. Lo buscaba siempre al mediodía, en el escaso tiempo que él tenía para almorzar. Uno de esos días en los que sonó el timbre, alguien pidió que si era doña Gregoria le dijeran que mi papá no estaba para que pudiera comer tranquilo. Él, en ese momento, dijo que no lo hicieran, pidió que la hagan pasar y argumentó ante nosotros: “¿saben?, soy la única esperanza que ella tiene en la vida”. Y así, pasó infinitos mediodías sin comer escuchando los pesares de doña Gregoria.
Mi papá era también una persona sencilla y sin aires de grandeza. Era quien siendo vicecanciller y teniendo un chofer a su disposición, se transportaba de vez en cuando en minibús. Era quien se levantaba en madrugadas heladas para comprar pescado, que elegía él mismo trepado en la carrocería de los camiones que llegaban de Villa Montes. Era quien cumpliendo funciones diplomáticas recibió invitaciones de la reina Isabel para tomar el té pero a la vez disfrutaba de comer en mesones compartidos en el mercado, donde fue el mimado de las vendedoras. Una vez, a finales de los 90, un periodista de La Paz lo visitó en Tarija y mi papá lo llevó a comer al mercado. Volvió sorprendido de ver que las vendedoras lo conocían y lo querían, le sugirió entonces que se postule para alcalde.
También fue un buen amigo, estaba pendiente de los más cercanos y cada tanto hacía rondas por teléfono para preguntar cómo estaban. Tuvo siempre una actividad fija los viernes en la noche, un grupo de amigos con los que jugaba cacho y del que fue -como dijo su amigo Diego Cisneros-, el “alma, alegría y amalgama”. Desde el jueves al mediodía se ponía en modo cacho y llamaba uno por uno para asegurarse de que nadie falte.
En la vida familiar no miento al decir que fue el favorito de todos. Y que la favorita de él fue mi mamá, a quien amó con una devoción fuera de serie. Pero siempre se entregó con generosidad a todos nosotros. Nunca decía que estaba cansado, que le dolía la cabeza o que tenía algo que hacer. Era compañero para todo, le decías vamos a hacer algo y estaba listo para cualquier plan. Pese a su edad y a sus hondas convicciones religiosas, fue amplio de mente y nunca nos juzgó, incluso cuando no estaba de acuerdo con nosotros.
En la vejez terminó de revelar toda su grandeza. Cuando su cuerpo ya estaba cansado y le daba más de un achaque, se tragó todo el dolor para que nosotras estuviéramos tranquilas. Nunca, pero nunca, se quejó. Descubrimos que ese cuerpo menudo y frágil contenía una bestia llena de fuerza y coraje que en los umbrales de la muerte, cuando pudo haber aullado, eligió callar y decirnos sin decirnos “tranquilas, todo va a estar bien”.
Dr. Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach,
HISTORIADOR
Eduardo Trigo O’Connor d’Arlach (1936-2023), nació en Tarija el ... de ... 1936 y falleció el … Fue Abogado, diplomático, periodista e historiador. Realizó estudios en las universidades Juan Misael Saracho de Tarija y San Andrés de La Paz, posteriormente en la University College de Londres y en la Academia de Derecho Internacional de La Haya.
Desempeñó cargos en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Fue Vicecanciller y representó al país en Gran Bretaña y Argentina, en la cual fue Embajador. También se dedicó a la docencia y a la actividad académica como catedrático de Derecho Internacional Público en la Universidad de Tarija. Es autor de: Conversaciones con Víctor Paz Estenssoro (1999), Tarija en la Independencia del Virreinato del Río de la Plata (2009), Crónicas de Tarija (2015) y muchas publicaciones sobre diversos temas en diarios de nuestro país y de la Argentina. Fue miembro de las Academias Boliviana y Argentina de la Historia y correspondiente de la Real Academia de la Historia de España.
pequeño mundo original con la tierra de origen de su distinguido antepasado, el Cnl. Francisco Burdett O’Connor.
Fue uno de los más decididos impulsores y sostenedores de las páginas del Suplemento CÁNTARO del periódico El País, de nuestra ciudad, que ya ha alcanzado sus 782 ejemplares y es la única vía de expresión de la cultura desarrollada en Tarija. Compartió esta preocupación con el Rvdo. Padre, Lorenzo Calzavarini, con quien no solamente la hizo viable sino que la apoyó permanentemente cuidando se mantuviera viva.
Otro aspecto importante fue su preocupación por el cuidado del material archivístico de nuestro medio, reflejado no solamente por su apoyo a todas las actividades del Archivo Histórico del Convento de San Francisco y de sus dignos representantes como los Rvdos. Padre Maldini, Anasagasti y, principalmente, el Padre Calzavarini, ya nombrado.
A esto habría que añadir el manto que tendió sobre uno de los “protegidos” del exigente don Joseph Barnadas, el buen amigo don Juan Ticlla Siles, quien se dedicó a la Archivística sin haber conseguido nunca ocupar el puesto que debió haberle correspondido, por su capacidad y dedicación. Malogrado en forma desgraciada y prematura tiene, en su archivo, no disponible lamentablemente para nosotros, una monumental recensión bibliográfica de Tarija en la que fue reuniendo todas las publicaciones de libros, revistas, folletos, cartas, etc., que se produjeron en Tarija desde el comienzo de los tiempos que estaba prácticamente completa pero desapareció con su fallecimiento. No conocemos su actual paradero, lamentable pérdida para todos nosotros.
Como periodista estuvo como corresponsal del periódico PRESENCIA durante muchos años y publicó una serie de comentarios y artículos cuya recolección es una tarea que queda para futuras generaciones.
Valorando sus dotes de periodista e historiador, el Dr. Victor Paz Estenssoro le pidió que le colaborara en la edición de sus Memorias en las que estuvo ocupado durante los últimos años de vida del Estadista tarijeño en nuestra tierra. Publicadas en 1999 por la empresa Comunicaciones El País. S.A., se constituye en una de las obras de gran significación histórica de este estadista tarijeño que tanta gravitación tuvo en la política boliviana en toda la segunda mitad del pasado siglo XX.
Mientras desempeñaba el cargo de Embajador de Bolivia en la República Argentina tuvo la oportunidad de acceder a las fuentes bibliográficas que esa hermana República conserva de todo el proceso por el cual, los territorios que correspondían al entonces Virreinato del Río de La Plata, enfrentaron a la Corona española para conseguir su independencia, documentando el importante rol que jugó Tarija en todo el proceso independentista que se inició el 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires.
Esta faceta historiográfica se plasmó en el libro: “Tarija en la Independencia del Virreinato del Río de La Plata”, publicado por la Editorial Plural en 2009, centrando la atención en las acciones que su tierra natal desarrolló en una época de tantos contrastes. Es la Historia de la Guerra de la Independencia vista desde la perspectiva local, es decir, desde Tarija, desde sus verdaderos inicios hasta el desarrollo de los graves acontecimientos suscitados a partir de ese momento, principalmente, la acción más emblemática de todas: la Batalla y triunfo de Suipacha, cuyas acciones merecen ser analizadas con todo detalle por las grandes consecuencias que tuvieron en los acontecimientos que se sucedieron a partir de ese momento.
Eduardo profundiza en este acápite. Consulta las fuentes analizando no solamente los archivos de Buenos Aires, sino también, muy especialmente, los estudios que a este respecto hicieron Don Manuel Bidondo y Mariano Echazú Lezica, quienes desmenuzaron los hechos ocurridos en esos momentos, tanto en las filas de los ejércitos beligerantes como en las reuniones del Cabildo de Buenos Aires y, desde luego, las que se tomaron en la Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija. Destaca la importancia del “pronunciamiento de autonomía del reconocimiento de la libertad e independencia de Tarija respecto a Salta”, como un reclamo directo de rechazo a las disposiciones de la Real Cédula de 17 de febrero de 1807 que determinaba el paso del Partido de Tarija a la Intendencia de Salta, manteniendo su rechazo a su subordinación a Salta y a la República Argentina, reclamando su adhesión a la República de Bolivia.
Resalta, del mismo modo, la decisiva actuación del Cabildo realizado en Tarija el 20 de agosto de 1810, en el cual se tomó la determinación de apoyar a la Revolución de Mayo de 1810 eligiendo, casi por unanimidad, al Dr. José Julián Pérez de Echalar como representante de Tarija a la Junta Superior Gobernadora de Buenos Aires con una actuación descollante que lo llevó a ocupar elevados cargos en el Triunvirato como Diputado por Buenos Aires a la Asamblea General Constituyente a la cual, finalmente, tuvo que renunciar por su delicado estado de salud.
Con una aproximación “amable”, pasa revista a todas las vicisitudes por la que tuvo que pasar Tarija y todo el territorio del antiguo Virreinato del Río de La Plata en los varios ejércitos auxiliares que envió la Argentina a los territorios del norte entre los cuales se encuentra la gloria obtenida en Suipacha.
Todas las acciones que tuvieron lugar en Tarija y lo que fue posteriormente Bolivia, son revisadas en detalle añadiendo enfoques nuevos a lo que ya se conocía revelando, con ello, sus grandes dotes de historiador.
mismo dice, en charlas de familia o de amigos a las que dio un aspecto formal apoyándose en archivos familiares o en correspondencia personal, familiar o en escritos sueltos que hubieran podido servir de apoyo a lo que se relata.
Dentro de este mismo acápite debe añadirse su preocupación por mantener las mejores relaciones con figuras o instituciones de talla nacional o internacional como la Sociedad de Historia Argentina y de la Boliviana, de las cuales fue miembro, su gran amistad con don Joseph Barnadas, de quien conocemos su estrictez y verticalidad en la elección de sus corresponsales. Una de sus permanentes preocupaciones fue la monitorización de las actividades de uno de los pupilos del Profesor Barnadas: el archivista Juan Ticlla Siles, con quien trabajó intensamente en el Archivo de Sucre y a quien protegía y trataba de ayudar en lo que hubiera sido posible, habiendo lamentado profundamente su lamentable pérdida. Ni que decir de la gran amistad que le ligaba a los padres del Convento franciscano, principalmente la del Padre Lorenzo Calzavarini y su labor investigativa, a la que concedía especial importancia. También, desde luego, su preocupación porque los trabajos sobre historia mantuvieran un nivel aceptable, con baremos que eran bastante exigentes. Eduardo habría podido fijar su atención en la caracterización de un personaje más cercano a él y su familia, la del Cnel. Francisco Burdett O’Connor, brillante personalidad que vino a encontrar en Tarija el lugar ideal para desarrollar sus actividades de fin de jornada. Lalo probablemente lo dejó a un lado como invitando, a alguno de sus descendientes, que se ocupara de asunto de tanta importancia.
Dejamos constancia de nuestra admiración por la excelencia que nuestro amigo, Lalo, alcanzó en el campo de la Historiografía. Nuestra tierra, Tarija; Bolivia, nuestro país y la hermana República Argentina, le dan la más honrosa despedida.
Juan Ticlla Siles
Mario E. Barragán Vargas
(Anotación póstuma extractada de la contratapa del libro: “La Batalla de la Tablada. 200 años”. ISBN: 978-99974-895-6-2. (2017)
“Juan Ticlla Siles. Mairana, 1977. Es investigador de historia boliviana, cofundador de la revista: “Para leer y quemar (2004- 2005) y colaborador de las revistas: Anuario de la Academia Boliviana de Historia Eclesiástica, Anuario de Estudios Bolivianos, Archivísticos y Bibliográficos y Boletín de la Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre”. Fue miembro del Grupo de Estudios Históricos que editó el Diccionario Histórico de Bolivia (2002).
Tiene publicado: “Breve aporte a la biografía del P. Adrián Melgar i Montaño (1891 - 1966), 1966. “El Dr. N. Mejía y Ochoa: Impresiones de viaje a Santa Cruz y producción literaria de un poeta colombiano. 1916” (2000). “Walter Fernández Calvimontes (1915 - 1954). Poeta uyunense” (2007), “Bibliografía preliminar del coronel Eustaquio Méndez (1784 - 1849)” (2015), “La capitulación de Eustaquio Méndez (2016), entre otros estudios”.
A lo anterior debe añadirse: “La Batalla de la Tablada. 200 años”. Compilación, Introducción y anotación de Juan Ticlla Siles, publicada en 2017 en la cual inserta una resención bibliográfica sobre la Batalla de La Tablada del 14 - 15 de abril de 1817 (p. 295 - 305)
Aproximadamente en diciembre de 2022 se supo extraoficialmente del fallecimiento de don Juan Ticlla Siles en la localidad de Vallegrande en circunstancias no conocidas. En esos momentos se encontraba por terminar un estudio acerca de la bibliografía tarijeña cuyo resultado lamentablemente no se conoce. Tampoco hemos podido establecer contacto con sus posibles familiares para averiguar dónde y en qué estado se encontraban esos estudios.
La Sociedad de Etnografía e Historia de Tarija rinde su homenaje a esta distinguida personalidad que tanto ha hecho en beneficio de la bibliografía local y nacional.
Muere Tristan Platt y deja legado a la etnohistoria andina de Bolivia*
El antropólogo y etnohistoriador inglés Tristan Platt falleció ayer, a los 80 años de edad.
Esta noticia fue confirmada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (BCB), institución que aprovechó para lamentar el deceso del "notable historiador, filósofo y antropólogo".
Varias instituciones, autoridades y personajes del ámbito literario se adhirieron a las condolencias, como el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia.
TRAYECTORIA
El experto inglés estudió lenguas clásicas, historia y filosofía en Oxford, antropología social en la London School of Economics y lengua quechua en Cornell University (USA).
Vivió en el ayllu Macha en el Norte de Potosí (Bolivia) entre 1970 y 1971, en 1973 regresó a los Andes, donde vivió hasta 1983, trabajó en la Universidad de Tarapacá (Arica, Chile) y en el Museo Nacional de Etnografía y Folclore de La Paz.
También trabajó en el Instituto de Estudios Peruanos (Lima), en el Archivo Nacional de Bolivia (Sucre), en el espacio minero y económico entre 1980 a 1984, en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de Londres y la Universidad de Salamanca.
Enseñó en México, en países de la región andina y en varios europeos. Es cofundador del Grupo Avances (La Paz, 1977). En 1988 llegó a la Universidad de St. Andrews (Escocia), para unirse al Departamento de Antropología y dirigir el Instituto de Estudios Amerindios, es profesor emérito de esta universidad.
Es autor de diversos artículos y libros, entre estos: “Espejos y maíz” (1976), “Estado boliviano y ayllu andino” (1982), “Estado tributario y librecambio” (1986), “Historias unidas, memorias escindidas” (1997), “Qaraqara-Charka. “Historia antropológica de una confederación aymara” (2006, con Thérese Bouysse- Cassagne y Olivia Harris), y de varias decenas de artículos.
Entre 1993 y 1998 realizó un proyecto de investigación en Bolivia sobre los métodos tradicionales y apropiados para dar a luz, también trabajó como consultor y evaluador antropológico de varios proyectos de desarrollo en Bolivia.
Fue Director de la Escuela Superior de Estudios en Ciencias Sociales (EHESS), de París, entre 1986 y 1999. También colaboró con el programa de Historia de América “Mundos Indígenas” de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla.
* Tomado de internet