Poemario de Heberto Arduz Ruiz



Reseña crítica
“Poemario” es una antología emergente de preocupaciones vitales que movilizan al “yo lírico” de su creador, Heberto Arduz Ruiz. Su poética se inscribe en el momento cuando el ser humano concientiza sobre la imposibilidad de detener el inexorable paso del tiempo, la llegada de la vejez, el inevitable cumplimiento de ciclos y la finitud de la vida, en un proceso de “conversión” plasmado en sus poemas; al evocar personas, tiempos, momentos, lugares y vivencias propias de una plenitud pletórica de reminiscencias, que añora.
Perdura una nostalgia en el escritor que impregna su poética, ejercita su memoria en bucólica armonía renacentista de paisajes interiores que develan una ensoñación ante el pasado, rebeldía ante el presente y futuro, que se interpelan e interpelan invitando significativamente “a no morir”.
He aquí la base de su filosofía: escribir para vivir y revivir, para “ser en el mundo”, proyectarse, comprender y significarse, tratando de entender que la vida consiste en elegir para desarrollar nuestra existencia y, asimismo, superar esa cierta incapacidad para aceptar el caos que es la realidad, según principios existencialistas de Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche.
En ese interés vital subyace la inquietud del niño, del joven, del hombre y la mundanidad del viajero incansable, que perviven en la poética de Heberto Arduz Ruiz e inauguran nuevas posibilidades de comprensión y significación en el lector. Escribir para ser leído en el S. XXI, requiere cierta inmediatez y liquidez, aceleración, que pretende convertir lo efímero, lo fugaz, y lo mortal e imaginable del mundo y de la vida en poesía que puja por existir y resistir en un universo postmoderno.
“Poemario” ha sido modelado alternando versos de arte mayor y de arte menor en composiciones estróficas variadas, acentos, pausas y rimas libres o combinadas al arbitrio del autor, que convergen en armonía rítmica y estructural. Con un predominio de versos endecasílabos y eneasílabos, alternados con otras medidas y agrupados en cuartetos, octavas y estancias que dotan de mayor intensidad y gravedad mediante la cadencia y el tono emocional.
La preferencia por el endecasílabo, independiente del tipo y variación de acentos, se justifica por su sobria y parsimoniosa cadencia en tono grave y monocorde, que crea una atmosfera de cierto detenimiento y gravedad como en “Visión de patria” –serie de pareados– de una muy profunda solemnidad retórica con algunas reminiscencias de antiguas odas patrióticas que exaltan la preocupación por el lugar donde se ha nacido.
Por contraste, las composiciones estróficas de arte menor, sobre asuntos y temas de una esfera más personal e íntima son de una mayor levedad que los que gravitan en torno a la conciencia del final. Arduz Ruiz armoniza mediante un tono más afectivo, aligerado en su estructura poética, de una sencillez eglógica, originando de esa forma cierta paz y resignación ante lo inevitable, lo impredecible y lo que abruma, irrumpiéndose de esperanza y aceptación por el tono que les imprime.
Pero, además cautivar por la musicalidad, sonoridad y cadencia del ritmo, tono e intensidad de los versos que un asunto o tema amerita, se torna agradable a la escucha en sintonía con una estética que provoca placer, incluyendo el verso blanco o suelto y algunas rimas asonantes libres, como uno de los secretos del autor de “Poemario”, aún cuando no incorpore rimas consonantes en forma tradicional.
La diversidad estructural y métrica, también su ruptura, tono y entonación con propósitos pragmáticos como los de la pausa versal en el encabalgamiento suave o abrupto, resulta ser uno de los recursos preferidos del poeta; porque le permite mimetizar, frecuentemente, el quiebre de los versos en cuestiones vitales frente al devenir de la vida misma. “Tiempo de espera” es una de las piezas poéticas que evidencia su uso y propósito:
“[…]tras haber vivido la vida presurosa
de la cual no sabemos hasta cuándo
extenderá sus alas que un día
quebrará la mariposa inconsútil
de la que no tengo memoria ni atisbos”.
Cuatro caligramas con sus respectivas imágenes simbólicas construidas “a verso”, son fruto de la herencia estética de Apollinaire en el poeta: “La cuerda floja”, representada por un primer verso que semeja un cordón; “Piadosa soledad” por un ave en lejanía; “Ofrenda al Illimani.Miscelánea Poética”, un ícono del nevado más alto de Bolivia; “Al Moto Méndez”, imagen de un jinete con poncho y a caballo, sin una mano y un brazo, representación del héroe independentista de Tarija, Eustaquio Méndez, “el Moto”.
En “Poema que apadrinó Homero“, Arduz Ruiz se refiere a Homero Carvalho Oliva, un poeta, cuya imagen cosiendo una prenda de vestir se publicó en Facebook; a partir de ella, visibiliza una analogía entre literatura y costura, o entre escribir y coser como prácticas artísticas similares, porque en ambas se hilvana: telas con hilos en una y versos con pensamientos, en otra. Ambos encarnan el afán por escribir y poetizar.
Esa estrategia discursivo-literaria roza el entremés teatral en un efímero dialogismo entre poetas, que los coloca en el centro de la escena, al momento del parto de un poema en un tiempo de iniciación poética, cuando se actúa entre conciencias entendidas como “la totalidad orgánica de la personalidad”, de acuerdo con algunas reflexiones bajtinianas. El escritor recrea con una pincelada de humor perspicaz la complicidad entre ambos, que le permite al lector disfrutar y descubrir.
Un conjunto de recursos estilísticos –imágenes sensoriales y de movimiento, metáforas, alegorías, hipérbaton, personificaciones, encabalgamiento, paralelismos, antítesis, polifonías, comparaciones, interrogaciones retóricas– hacen de la poética del escritor un delicado entramado discursivo, capaz de cautivar a cualquier lector por su nitidez y fino estilo retórico de matices filosóficos.
El autor logra llegar a sus lectores por esas cuestiones de poética; pero también, de ética. La diversidad de temas que propone y plantea, son propios de la experiencia humana de vivir, del buen vivir. Hay en ellos una profunda amalgama de sentires que conmueven y motivan por su brío, vitalidad y empuje, en armonía con pesares mitigados por la ardua tarea de luchar que equilibran la existencia y la convivencia en un entorno natural y social.
En esa impronta aborda la vida y la poesía, no hay en él un desengaño descarnado que lo movilice a actuar y escribir –aunque con ciertos pesares–; por el contrario, solo prima su deseo de honrar la vida en todas sus manifestaciones desde el más profundo respeto: el de valorarla, en el marco de una ley moral, hallando en sus poemas un medio muy legitimo para hacerlo.
Y en ese devenir, Heberto Arduz Ruiz cincela la armonía de una dulce y ética sensatez que proporcionan los años y los caminos recorridos, mediante su poética entre las experiencias vividas y el mágico poder de disfrutarlas, atenuarlas y plasmarlas a través del maravilloso don de la palabra que fluye fresca, redonda, pertinaz, rotunda, austera, vibrante, prometedora, nostálgica, realista, como un prodigioso atavío que carga en su viaje.
El juego de las isotopías semánticas es permanente en la poética del escritor: democracia-no democracia, historicidad-ahistoricidad, regionalización-mundanidad; soledad-libertad, amores pasados y amores presentes; son algunas de las que subyacen a la idea sobre una indeclinable finitud. Se plantean mediante isotopías, preguntas retóricas y antítesis que interpelan al yo lírico, al poeta, al escritor y al lector en su afán por escribir, y en esencia, al Hombre en su lucha por ser, estar y existir entre lo que es y no es.
Entonces, el clima de tensión generado por la angustia existencial y consciente acerca de la caducidad de los seres y las cosas, se desvanece al pedirle a Dios –mediante una fuerte intensificación lirica– por la continuidad de su existencia en “La última tregua”; de ese modo, el guerrero y el poeta se difuminan ante el hombre de fe. Esta alegoría evidencia la esencia religiosa y humanista de Heberto Arduz Ruiz.
En esa línea también se proyecta al referirse a Dios en “La creación literaria” como el ser que dotó la inteligencia humana o como el que prodigó la sonrisa al nacer en “La cuerda floja”; o la preocupación por si Dios en su bondad no interviene para evitar la pandemia en “Mala cosecha”. Todas, muestras de una profunda fe religiosa.
El escritor enriquecido por experiencias personales que comparte a través de sus versos, fragua su identidad local. Evoca personas, momentos y vivencias en Tarija, La Paz y Bolivia, su país natal: “Al moto Méndez” y “Ofrenda al Illimani”, ya citados, dan cuenta de esa construcción simbólica, retomada con mayor énfasis lirico en “Patria mía”.
Ese poema –salmo, oda e himno a la vez– a través del cual se percibe la vivencia de una tensión y un fuerte dramatismo en la apelación manifiesta del título y del verso “País, pobre país del desconcierto”, que connota dolor y clamor por la reivindicación política y organizacional de una Bolivia en crisis institucional cuya ciudadanía está sujeta a la incertidumbre provocada por sus malos gobiernos y gestiones.
La poética sobre el ser humano, sus experiencias y su ser en el mundo en sentido universal revelan la naturaleza de la personalidad mundana e itinerante del escritor. Una significatividad derivada de su conocimiento del resto del mundo, de su esencia filosófica y poética, de su ver y visibilizar en torno a lo propio, lo ajeno, lo local y lo universal a través de la memoria, estilo y tratamiento de una estética postmoderna con una importante calidad temática le dan vigor a las notas esenciales de su carácter.
Heberto Arduz Ruiz fusiona con ductilidad plástica una métrica al estilo italiano y al estilo español, una diversidad estructural, estilística y temática de piezas poéticas, una cosmovisión teocéntrica, antropocéntrica, existencialista, y a la vez, el conocimiento de sí mismo y del hombre contemporáneo, sobre diversas cuestiones profundamente humanas y atemporales, en clave de postmodernidad y lírica, que son una invitación a leer su Poemario”.