La triste y fecunda soledad



Las musas tienen sus caprichos, jalan la lengua y te hacen decir, cuando quieren, lo que les apetezca: de la espalda, canillas o el ombligo; de la Tierra redonda, cuadrada, o plana. Paradójicamente, también de la soledad cuando estás más feliz que nunca, rodeado de parte de los tuyos en deslumbrante entorno, París. Lo importante es que las musas soplen, o dicten algo.
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La soledad es…
La voz que canta sin acompañamiento.
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El jinete que monta el caballo ensillado que no conduce a parte alguna.
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La bandera de la independencia enarbolada en el olvidado poste de la esquina de las cinco calles.
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El cielo abierto que permite volar la cometa de la imaginación, en alas de libertad.
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Llegar a tiempo, trabajar y cumplir para formar familia y cruzar la meta de la vida.
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El cielo azul celeste sin nubes que se interpongan al paso de las horas.
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La musa que te inspira, el silencio que habla con elocuencia, la noche que no se vuelve nuevo día.
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La ausencia de la pareja junto a la almohada, en el espejo de la existencia, sin recibir sus órdenes.
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Alargar con amor los brazos a hijos y nietos, compartir con los verdaderos amigos y ambicionar a la mujer bella que se cruza en tu vereda.
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Quebrada que discurre agua mansa y clara, sombra que ilumina y tarde que no declina. La soledad se absorbe a sí misma.
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Ave que remonta vuelo y no sabe qué hacer perdida en el espacio sideral.
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Un nombre de mujer que te acompaña pero no te apoya ni entiende.
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Bruma que te eleva hasta las nubes, o precipita tu caída vertiginosa.
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Noche que se duerme y no despierta jamás, cada uno enfila por su lado. Te prende o apaga a discreción.
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La cita de una mujer que no conoces ni te espera en el camino, para guiar tus pasos en la misma dirección.
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Partir de algún paraje en que un día fuiste feliz.
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Cerrar la puerta al retorno de un viejo amor.
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El recuerdo del primer amor, en que la memoria no se rinde y venera por siempre.
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El sol que refulge sin prisa ni término, lejos del reemplazo selenita.
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No convivir minuto tras minuto con la familia, ni compartir con los amigos.
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Un barco lanzado al mar de la deriva, un tren sin rieles que te encaminen ni tu alma que te espere en la estación.
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La vocación de libertad e independencia en un cielo sin límite que alegra, en veces, y desconsuela en otras.
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Una señal de humo que se escabulle por la chimenea silenciosamente, carente de ruido que ensordezca ni interrumpa tu discurrir cotidiano.
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Un potro al galope, impulsado por espuelas, que tienes que frenar a tiempo antes de que te lance al vacío.
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La estrella del firmamento que ilumina tus días y horas, al margen de contrariedades y falta de comprensión.
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El invierno que se prolonga por nueve meses más y dura todo el año, fuera de todo cambio de estación.
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Una avispa que busca y no encuentra a su reina, para trabajar en la colmena.
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El freno de mano que utilizas, a fin de no estrellarte ante el primer obstáculo.
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Ave que vuela sin dirección precisa y anida en cualquier lugar.
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La melodía que no finaliza y acompaña tus horas, inspirándolas en el día a día.
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El manto de sombras que te abriga en el frío invernal, para que tu alma no se resfríe ni jamás estornude.
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El impulso necesario que te brinde fuerza y coraje, eludiendo problemas cotidianos.
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No encontrar a nadie en tu lecho, al dar vuelta la espalda en la noche tibia.
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Escribir un mail que no tenga destinatario ni poder compartir un correo.
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No ubicar a nadie en la puerta de embarque, así como a la llegada al hogar después de la oficina.
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Vibrar de fuerte emoción por un cálido recuerdo del lejano pasado.
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Despertar sólo al abrigo de tus recuerdos.
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El eco de una voz ya olvidada.
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La luminosidad de tu presencia que sin motivo me abandone.
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Que tus pies no dejen huella al caminar a mi lado.
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Tu piel que no transpira el tiempo que nos besamos, en un amor pasajero como el viento.
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El paso de las horas compartidas que no despiertan recuerdos.
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Que tus labios no entonen nuestra canción.
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El vino de mi ausencia que humedece tus pupilas.
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Tu sonrisa que no acompaña el paso de las horas.
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El sol de tu mirada que no ilumine el atardecer de nuestras vidas.
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Que tus labios ya no musiten palabras de amor.
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Que tus ojos dejen de mirarme un instante ni sonrían como en el ayer.
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Morir de sueños y no convertirlos en realidad compartida.
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Que tus ojos color miel no derramen lágrimas de amor.
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La lectura convertida en céfiro de paz y tranquilidad. Paradójicamente, también representa inquietud, al tener que recorrer caminos no imaginados.
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La voz de tu conciencia que no permite otro naufragio matrimonial.
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La nostalgia del retorno que empieza cuando percibimos que está llegando la hora del adiós.
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La vela de tu vida que se apagará el instante en que no la alimente el combustible de la ilusión.
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Los mercaderes de la fe que asolan un templo y lo convierten en feria.
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El banco que en la plaza, al atardecer, en ausencia de ella, reclama su lugar.
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La conversión de la débil libélula en una bella y colorida mariposa.
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Cerrar los ojos a la realidad y no afrontar los problemas cotidianos.