Capítulo V del libro, de Juan Carlos Castellanos, Tojo – Yavi “LA SAGA DE UN MARQUESADO” a ser publicado:
Don Pablo Bernárdez de Ovando y las raices del Marquesado del Valle de Tojo
1. Semblanza de Don Pablo Bernárdez (Velásquez) Ovando y Zarate
2. Su actividad en la puna jujeña
3. Participación en las Guerras Calchaquíes
4. Obtención de las encomiendas de Cochinoca y Casabindo
5. Su matrimonio
6. Su muerte y descendencia
1.- Uno de los personajes más fascinantes de su época, es sin duda Pablo Bernárdez de Ovando y Zarate, el tercer hijo del matrimonio de Gutierre Velásquez de Ovando y doña Juana de Zarate, hombre que nació y se crio en la villa de Tarija, amaba su ciudad natal sobre la que tenía un sentimiento de pertenencia. Varón recio, emprendedor, de convicciones firmes y una personalidad arrolladora, sobre cuyas encomiendas, mercedes y cuantiosos bienes heredados por su única hija Juana Clemencia Ovando, se forjaron luego los cimientos del futuro mayorazgo y el portentoso Marquesado del Valle de Tojo.
Pablo asumió el rol de hermano mayor, Gutierre el primogénito, llamado como su padre (de quien nos referimos en el capítulo precedente) al igual que Lorenza, los primeros en nacer en el orden filial migraron hacia Lima, el objetivo paterno respecto al primer hijo no fue otro que el de preservar la hidalguía familiar, para ello nada mejor hacer que estudie en la capital virreinal; mientras que a Lorenza, por tradición le estaba destinado el convento de las hermanas Carmelitas descalzas, donde consumió sus días entre penitencias, silicios y oraciones como monja de claustro. Sabido es que, durante la colonia los encomenderos, adelantados o hidalgos destinaban el segundo hijo según su género al seminario o el convento, ofrenda que compensaba los favores recibidos por la corona española de raigambre católica y el apoyo de la religión puesto al servicio de la conquista, además de representar orgullo en el status familiar el contar con un miembro en el clero.
A juzgar por la semblanza de Pablo, según muestran diferentes investigaciones realizadas a su persona, debió ser un niño sano, vivaz y travieso; de mozuelo extremadamente juguetón e inquieto, condiciones que perfilarían su carácter montaraz. Gustaba recorrer los campos de su padre montando a pelo su corcel, armado solo con una lanza y rodeado de indiecitos tomatas hijos de yanaconas al servicio de su familia, que más que escuderos consideraba sus amigos. Talvez esta actitud explique por qué en Tarija pasados los siglos, existió una relación de respeto entre el hombre del campo y el terrateniente citadino, relación a la que contribuyó y mucho la comunicación, habida cuenta que cuando se produjo la conquista, los españoles encontraron el valle de Tarija casi deshabitado, por el bárbaro sojuzgamiento inca a los churumatas, moyo moyos y tomatas, diezmados los primeros y sometidos los segundos como mitimaes a servir en otras regiones del incario, esta circunstancia llevó a los nativos a tomar el castellano como su idioma oficial, cuya riqueza se mantiene hasta hoy en el hablar pausado, sentencioso y con términos propios del español antiguo utilizados por el campesino tarijeño.
En su temprana juventud, Pablo alentado por sus padres o descubriendo su ascendencia, entendió que pertenecía a una de las más connotadas estirpes de conquistadores, colonizadores y emisarios de la cristiandad, el formaba parte de una raza de hombres egregios que se internaron sin temor a lidiar en diferentes epopeyas del ignoto universo de los chunchos y chiriguanos, también lucharon por conseguir el control de la rica puna jujeña que se había convertido en una importante región en la relación comercial entre Tucumán y el Alto Perú. De este modo, con el corazón partido tomó la decisión que con los años lo abrumarían de nostalgias, abandonar su valle andaluz, como algunos españoles llamaban a Tarija, aludiendo el gentilicio de la región de donde provenía su fundador.
2.- Los nuevos desafíos llevaron a Pablo hasta San Salvador de Jujuy, región ubicada al noroeste del antiguo Tucumán, ciudad que antes de su tercera y definitiva fundación, había sido erigida por su abuelo el coronel Pedro de Zarate. Jujuy en la época se constituía en uno de los grandes escenarios de la conquista española, asentada al pie del macizo andino sus características naturales y culturales eran propias de las tierras altas, su geografía contaba con una gran planicie conocida como puna, donde habían quebradas y valles que albergaban una población originaria de agricultores agrupados en diferentes etnias, pero lo fundamental era haberse constituido en el paso que vertebraba el creciente comercio entre Potosí y Tucumán.
Pablo sorprendido percibió como su familia materna se había convertido en la aristocracia jujeña emergente, su tío Juan Ochoa de Zarate, heredero de la encomienda de Humahuaca (Omaguaca en los textos) era el hombre más rico e influyente de la región, los demás se desempeñaban como gobernadores, alcaldes, regidores, etc. También contaban con miembros en diferentes órdenes religiosas, sobresaliendo su primo el sacerdote Pedro Ortiz de Zarate Garnica[1], conocido después como el mártir de Zenta. La influencia de este religioso fue decisiva en el matrimonio de Juana Clemencia Ovando (hija de Pablo) con quien fue el primer Marqués del Valle de Tojo, el hidalgo español Don Juan José Fernández Campero y Herrera, como veremos más adelante.
Pronto Pablo advirtió que la vida citadina y las posiciones en la administración colonial no eran lo suyo, su naturaleza pertenecía a la conquista, al rudo trabajo de campo, a la lucha con lo trashumante, agreste y en domar en su provecho todo lo desconocido. Buscando esos derroteros se trasladó a San Rafael de Sococha, importante pueblo en la jurisdicción de Chichas, se instaló allí en la casa de hacienda que perteneció a su abuela materna Petronila de Castro, se propuso de inmediato conocer, unificar y trabajar las extensas tierras que pertenecían a su familia.
Con poca paciencia y gran tesón, consolidó y amplió su frontera territorial, inventario cada hacienda y determinó para que eran aptas esas propiedades; en estas faenas afloraron otras facetas de su rica personalidad, demostró ser un hábil comerciante, un virtuoso negociador consiguiendo ventajas al deslindar sus propiedades con otros mercedarios; además de ser un inflexible litigante, beneficiándose con el resultado de juicios sostenidos a ultranza que le dieron grandes réditos. Su nombre comenzó a resonar como eco en la puna, monopolizaba el negocio del tasajo, los cueros, acémilas y productos agrícolas.
Según juzga Madrazo[2], una característica muy particular iniciada por Gutierre Velásquez de Ovando, padre de Pablo, y que este continuaría con más ahínco, fue dedicarse a trabajar y hacer producir sus pertenencias en forma personal; Jujuy quedaba a 20 leguas de distancia de la hacienda de Sococha y Tarija perdida en el afecto de la azul lejanía, ese fue el momento en que Don Pablo, reconocido ya por su importancia con esta dignidad, apartándose un poco del apoyo recibido de los Zarate y los encomendados Omaguacas que frecuentemente le cedía su tío, decidió adquirir la propiedad de San Francisco de Aycate, consideró que ese era el punto nodal para controlar lo que salía del viejo Tucumán e ingresaba desde el Alto Perú, su decisión fue acertada y allí, sobre los cimientos de precarias construcciones existentes, mandó ampliarlas y remodelarlas para edificar lo que sería su residencia principal, la célebre casa de la hacienda de Yavi, donde de inmediato también construyó su capilla, mientras sus propiedades se multiplicaban, Santa Victoria, Tojo, El valle de Zenta en Oran y muchas otras que por continuidad se incorporaban a la hacienda principal.
3.- La servidumbre en el Tucumán, como explica Madrazo, estuvo ligada a una clase de producción netamente rural, subsidiaria pero alejada de las minas altoperuanas, bajo este medio se dio con fuerza un tipo de relaciones sociales y de articulación hispano indígena, pero en definitiva era el sudor y la sangre de los nativos los que movían los pesados engranajes coloniales en beneficio especialmente de los encomenderos, por esta razón, Don Pablo no daba su obra por concluida, se convirtió una obsesión para él, contar con su propia encomienda, pero ¿cómo lograrlo? Las encomiendas eran inalienables, no había forma de comprarlas y si bien podían heredarse por alguna vida, este no era su caso; para conseguirlas había un solo modo y este era la conquista, por este medio se hizo encomendero su abuelo y su padre adquirió grandes mercedes, así que astutamente urdió su plan para obtenerla.
Las guerras calchaquíes llevaban décadas con triunfos y reveses para los españoles en el reto de afianzar la conquista y dominar al indio, en este marco expuso y convenció al gobernador la necesidad de tener presencia militar efectiva en la región en conflicto, como antes lo había hecho su padre en la contención de los chiriguanos con la fundación de Tarija. Siguiendo su objetivo el año 1649 Bernardez Ovando había levantado la fortaleza de Zenta, de este modo cultivaba su prestigio con las autoridades de la gobernación de Tucumán[3], afianzaba también su poder con sus relaciones familiares, sus hermanos Pedro como alcalde ordinario de Jujuy y Gutierre Ovando, como prestigioso abogado de la Real Audiencia de Charcas.
4.- No pasaron muchos años, los denodados esfuerzos de Don Pablo dieron sus frutos al conseguir lo más ansiado, el gobernador de Tucumán Don Alonso Mercado y Villacorta, por sus valientes acciones le otorgaba las mejores encomiendas de la jurisdicción, las de Casabindo y Cochinoca por dos vidas. Convertido en encomendero Ovando vivió intensamente todas las etapas del afianzamiento de la conquista luchando contra los calchaquíes, especialmente en la sublevación acaudillada por el falso inca Pedro Bohórquez. El carácter crucial de esta situación puso a prueba el temple indígena, los propios cochinocas y casabindos encomendados desde hacía décadas intentaron acudir a la convocatoria rebelde y en este episodio, fue hecho prisionero el cacique de Casabindo Juan Quipildor. Ovando actuó con dureza contra los sublevados, pero tuvo una curiosa actitud, intercedió para liberar a Quipildor quien moriría después luchando a su lado en estas guerras, actitud que le significó el respeto de sus encomendados. Al final Pablo fue recompensado nuevamente por el gobernador Mercado y Villacorta, ampliando por una vida más el disfrute de sus encomiendas y los títulos de maestre de campo, sargento mayor de las milicias de Esteco, Salta y Jujuy, teniente general del ejército del Tucumán y al ser calificado como benemérito se le concedía un sueldo mensual[4]. La concesión de sus encomiendas fue confirmada diez años más tarde por el rey Felipe IV, el usufructo debía durar tres vidas, pero por renovaciones sucesivas llegó hasta principios del siglo XIX como unidad feudataria del mayorazgo del Marquesado del Valle de Tojo.
Pablo Bernardez de Ovando instauró un sistema desde la mitad del siglo XVII como encomendero de Casabindo y Cochinoca, promoviendo una migración masiva, muchas veces inducida y otras forzada para trabajar en la hacienda de Yavi y los valles agrícolas subtropicales del eje Yavi-Tarija. Su sucesor Fernández Campero, quien desposaría a su hija Clemencia, será quien después perfeccione este sistema para esos valles que constituían la porción más productiva del patrimonio territorial, sobre el que años después se constituyó el mayorazgo[5].
No fue fácil consolidar las encomiendas, Don Pablo tuvo que litigar con los descendientes de Martin Monje y Juan de Villanueva, el primero favorecido con la encomienda de Casabindo y el segundo con la de Cochinoca, quienes pretendían prorrogar este beneficio a su favor, pleitos de los que salió airoso y fortalecido. Después se dio a la tarea de juntar a sus encomendados, que por diferentes razones estaban dispersos entre Moraya, Mojo, Sococha y Tojo. Tuvo que dar forma a su relación con autoridades y vecinos que poblaban la puna, muchos de ellos atraídos por las minas que se descubrían en la región.
Pablo Bernardez de Ovando era inmensamente rico, contaba con un flujo de mano de obra a su disposición y podía disponer su ocupación trabajando sus minas, haciendas o cediendo previo pago a otros feudatarios y mineros, sus actividades comerciales según Zanolli, se extendían desde Lima hasta Santiago del Estero, pasando por Cinti, Pilaya, Talina, Potosi, San Salvador de Jujuy, Tupiza, Lipez y varios pueblos intermedios; sus caravanas comercializaban vino, aguardientes, tasajo, lana de llama, vicuña y sus derivados, mulas, cabras, frazadas de Lima, paños que Quito, yerba y muchos otros productos.
5.- Pero el amor, aunque tardío tenía que anidar en algún momento en el inquieto y esquivo corazón de Don Pablo Bernardez de Ovando, en el pináculo de su vida mientras febrilmente desarrollaba sus actividades comerciales, conoció a doña Ana María Mogollón de Orozco, hija del Capitán Francisco Mogollón de Figueroa y de Magdalena de Arredondo y Alvarado, avecindados en La Plata con haciendas en el corregimiento de Porco. Los bisabuelos de la novia, Juan Mogollón de Acosta y María de Rivera y Orozco se contaban entre los primeros pobladores del valle de Tarija, por lo que estas nupcias reforzaron sus vínculos tarijeños y el amor que Don Pablo tenía por su tierra natal.
En la navidad de 1655 en la solariega casa de una estancia de Porco de propiedad de los Mogollón, se celebraron los esponsales con varios días festivos, para luego consumar la boda y trasladarse la pareja a residir en la hacienda de Yavi. Del matrimonio de Ovando con Ana María Mogollón nació Juana Clemencia, quien sería su única heredera y habría de ser desposada por Juan José Fernández Campero y Herrera, futuro Marqués del Valle de Tojo.
Se conoce también que Don Pablo tuvo dos hijos fuera de su matrimonio a los que reconoció como tales. Miguel de Ovando a quien separando del patrimonio dejado para su hija legitima, legó la inmensa propiedad de Santa Victoria, y una niña pequeña que vivía en San Salvador de Jujuy al cuidado de Juan Lozano, para ella dispuso de un solar amplio con una casa en una zona privilegiada de la ciudad.
6.- Agotado de contender tantas lides, su inmarcesible estrella se fue apagando, Don Pablo sintió que la muerte estaba al acecho y el sol que alumbró sus dorados días declinaba propinándole un crepúsculo de dolencias. Desvalido recibió la extremaunción en la casa de hacienda de San Francisco de Aycate (Yavi) rodeado de su confesor, su esposa Ana María de Mogollón que se encontraba encinta de tres meses y su hija Juana Clemencia impúber aún. Se extinguía la vida de la figura más prominente de la puna, el hombre que tenía su vecindad en Jujuy y el corazón en Tarija, pero hacía florecer sus intereses comerciales en ambas jurisdicciones, un ser que tuvo la capacidad de enfrentar todas las adversidades con valentía y sobre todo con humor, alguien que supo ser amado y respetado por sus parientes cercanos, tal vez esto explique según refiere Zanolli[6], porque sus hermanos sin formular pleitos ni protestas, cedieron casi la totalidad de los bienes dejados por sus padres Gutierre Velásquez de Ovando y Juana de Zarate, en favor del bueno de Pablo.
Antes de convocar a sus albaceas para expresar su postrera voluntad, evaluó su vida y allí flotaban sus pasadas glorias entremezcladas con la nostalgia de no expirar en Tarija. Don Pablo Bernárdez de Ovando no se mostraba arrepentido de nada de lo que hizo, se entregaba mansamente a la muerte confiado en la gracia divina, porque todo lo que realizó tenía su justificación, no percibía la injusticia del sistema social en el que le tocó actuar. Fue temeroso de Dios y sirvió con lealtad a su rey, estaba seguro que desde los primeros tiempos de la humanidad, no hubo sociedad que no haya prosperado con el sometimiento y el servicio de otra; comprendía también que tuvo que asumir el destino de su familia, se consideraba un buen encomendero utilizando a los indios de la mejor manera para su servicio y así obtener la mayor utilidad posible, con sus encomendados mantuvo una relación de respeto más que de sometimiento.
Criado como hombre de acción, su obnubilada mente recorría su niñez y adolescencia en los parajes de su amada Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija, encomendaba a Dios que su espíritu permanezca vagando por ese valle florido, deambulando desde las alturas del Chismuri en la cordillera de Sama, hasta las breñas de la serranía de la Gamoneda, donde su padre fieramente mantuvo a raya a los indómitos chiriguanos. Imploraba ser recordado en los recodos del manso rio o en la silente cruz del sur, brillando en el cielo en las serenas y fragantes noches de abril. Pero también el tormento agobiaba su espíritu, no conocería a su vástago, tenía la certeza que el hijo que su esposa acunaba en su vientre sería el varón que continuaría el imperio por él conquistado.
Al expirar, se estremeció la puna, empalideció su luna de sal, la flor de los tolares vertió rocíos de lágrimas, se apagó la vida de Don Pablo Bernárdez de Ovando, en su testamento al margen de inventariar los cuantiosos bienes que dejaba[7], honraba a la tierra que amó con la siguiente disposición:
“Mando también que mi cuerpo sea enterrado en la vice parroquia de esta mi estancia de San Francisco de Aycate en la sepultura y parte que a mis herederos y albaceas pareciere. Mando, asimismo, que los dichos herederos y albaceas trasladen y hagan llevar el dicho mi cuerpo a una de las sepulturas que tengo en la villa de Tarija o ciudad de La Plata."
No pudimos evidenciar que el afligido deseo expresado como voluntad testamentaria por Don Pablo Bernárdez de Ovando, para que acaecida su muerte sus restos se trasladen a Tarija o en su defecto a La Plata (Chuquisaca) se haya cumplido, sea por sus albaceas, familiares, o por miembros vinculados al “Marquesado del Valle de Tojo” cuando este fue creado.
[1] Pedro Ortiz de Zárate y Carrizo de Garnica, nació en Jujuy el año 1622, fue sacerdote conocido por evangelizar a pueblos indígenas del Noreste argentino, murió en 1683 desnudo y degollado por un grupo de tobas y mocovíes en el Puesto de Santa María, Valle de Zenta, Salta. Venerado en el norte argentino, fue beatificado y se propuso al papa Francisco I su canonización.
[2] Guillermo B. Madrazo, “HACIENDA Y ENCOMIENDAS EN LOS ANDES”.
[3] Extraído del relato efectuado por Carlos E. Zanolli en “LA RAICES DEL MARQUESADO DE TOJO”
[4] Referencias extraídas de las citadas obras de Carlos E. Zanolli y Guillermo B. Madrazo
[5] Datos obtenidos de la obra “MEMORIAS DEL JUJUY COLONIAL Y DEL MARQUESADO DE TOJO” de Daniel J. Santamaria, publicado por la Universidad Internacional de Andalucía, Sede Iberoamericana de la Rábida (Colección encuentros Iberoamericanos).
[6] Cita de Carlos E. Zanolli, “LAS RAICES DEL MARQUESADO DE TOJO”.
[7] El cuadro con el detalle de las propiedades dejadas a la muerte de Don Pablo Bernárdez de Ovando, está consignado en la obra de Guillermo B. Madrazo en “LA PUNA ARGENTINA BAJO EL MARQUESADO DE TOJO” y en “LAS BASES DE UN IMPERIO” del Dr. Mario Barragán Vargas.