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Del libro: Poetas Tarijeños, de Heriberto Trigo Paz. Año 1959

Los Marqueses del Valle de Tojo (Primera parte)

Cántaro
  • Heriberto Trigo Paz
  • 05/11/2023 00:00
J. Fernandez Campero

J. Fernandez Campero

Ubicación de Yavi

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Paisaje de la ciudad de Tarija

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J. Fernandez Campero
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Lindaura Anzoátegui de Campero y Manuel Campero — los dos vates comprendidos en este pequeño volumen de la colección Poetas Tarijeños — tienen una común prosapia: la de los marqueses del Valle de Tojo.

No cabe duda de que el linaje de esos señores — portadores de uno de los apellidos más nobles de la aristocracia en América — contribuyó, con arraigadas tradiciones, a nutrir vidas y espíritus de los vástagos de su estirpe.

Bien será, en su mérito, abrir estas páginas llevando la mirada retrospectiva hacia la savia familiar de los Campero.

Con la valiosa ayuda del nobilísimo poeta y amigo Octavio Campero Echazú vamos a «remontar las fuentes del río de la sangre» de aquellos señores.

El primer marqués del Valle de Tojo fue don Juan Joseph Fernández Campero de Herrera. Vino de España muy joven, alrededor de 1667, con una carta de recomendación de la Reina Gobernadora Mariana de Austria, dirigida al Conde de Lemos, Virrey del Perú.

Se casó con doña Juana Clemencia Bernárdez de Obando. No tuvo hijos en ella, y, cuando enviudó, contrajo matrimonio con doña Josefa Gutiérrez de la Portilla, que le dio dos hijas: Manuela y María Rosa. Esta falleció de 11 a 12 años.

Don Juan Joseph fue considerado como el primer filántropo de América. Empleó gran parte de su fortuna en obras de piedad y en la terrible lucha contra los chiriguanos. Fundó y sostuvo, a su costa, el Colegio de la Compañía de Jesús en Tarija, varias reducciones en el Gran Chaco y algunas de las célebres misiones de Chiquitos. Murió en Tojo el 7 de septiembre de 1718.

Heredó el marquesado de Tojo y Yavi doña Manuela Fernández Campero, casada en Yavi con el capitán Alejo Martiarena del Barranco, natural de España. A favor de ambos, se otorgó en Yavi, el 9 de julio de 1727, escritura pública de fundación del vínculo y mayorazgo del Valle de Tojo. En dicha escritura se estableció que los sucesores del mayorazgo estarían obligados a llevar el apellido de Fernández Campero, razón por la cual el esposo de la marquesa comenzó a llamarse; Alejo Fernández Campero Martiarena del Barranco. Este murió el 9 de junio de 1758, y, al poco tiempo, su esposa, después de otorgar testamento en Tojo, el 9 de noviembre de 1759. La marquesa fue enterrada en la famosa iglesia de Yavi, edificada a costa del primer marqués, y declarada monumento nacional por el gobierno argentino.

Don Alejo y doña Manuela tuvieron 5 hijos: Petrona Ignacia, Antonia, Ana María, Josefa y Juan Jo­sé Manuel Gervacio. La primera y la tercera se hicieron monjas. Josefa casó con don Francisco de Eguía, y Antonia, con don Joaquín de Uriondo y Murguía, Oidor de la Audiencia de Charcas. Estos dos últimos tuvieron una hija: María Ignacia de Uriondo y Martiarena.

Enviudó doña Antonia, y casóse, en segundas nupcias, con el general Francisco de Güemes.

El tercer marqués de Tojo fue don Juan José Manuel Gervasio Fernández Campero Martiarena del Barranco, es decir el quinto hijo de Alejo Martiarena y Manuela Fernández Campero. Nació en Tojo el 19 de junio de 1754, y quedó muy niño a la muerte de sus padres.

Previa dispensa del impedimento de consanguinidad, dada en Roma por el Papa en 27 de mayo de 1767, contrajo enlace con su sobrina María Ignacia de Uriondo y Martiarena. Murió en 1784.

Hijo de ese matrimonio fue el cuarto marqués de Tojo: don Juan José Feliciano Fernández Campero Martiarena y Uriondo. Nació en Yavi y fue bautizado el 15 de junio de 1777.

Por Decreto Real, de fecha 12 de noviembre de 1789, se le concedió la Cruz de la Real Orden de Carlos III.

Desempeñó muchos cargos y cumplió misiones de importancia. Fue Alcalde Ordinario de la Villa de Tarija, capitán y luego teniente coronel del regimiento de Dragones de Jujuy. Tomó parte en varias «expediciones» contra los «bárbaros infieles» de las fronteras de Tarija y del Tucumán. La de 1802, al Chaco, fue costeada a sus expensas, juntamente con el teniente José Hernández Cermeño, cual consta en el informe que el Gobernador Intendente de Potosí, don Francisco de Paula Sanz, dirigió al Virrey de Buenos Aires, el 26 de septiembre de 1802. El Cabildo de Buenos Aires le dio los más rendidos agradecimientos, en sus oficios fechados el 26 de noviembre de 1808 y el 27 de febrero de 1809.

Al abrazar la causa de la emancipación americana, el marqués prestó a ella inmensos servicios. Facilitó más de doscientos mil pesos a las Cajas Nacionales de Lima. El Director Supremo del gobierno argentino le nombró Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria y Comandante General de la Puna. No se incorporó al Congreso de Tucumán, al que pertenecía como diputado electo, «por ser más importantes sus servicios en las acciones de armas». Después de la batalla de Sipesipe, levantó a su costa un cuerpo de ejército, al que llamó «Peruano», y con el que cubrió la frontera argentina, mientras las fuerzas de Rondeau permanecían en Jujuy. Después, estuvo a las órdenes de Belgrano y de Martín Güemes.

El 15 de noviembre de 1816 fue sorprendido en Yavi por una fuerza del general Olañeta. Cayó prisionero. Sometido a Consejo de Guerra, fue remitido a España, para que lo juzgasen allí.

En el camino, fugó de una cárcel, y fue a morir en Kingston, en octubre de 1820. Sus bienes fueron confiscados. Desapareció un mártir de la independencia de América, después de haber sacrificado «sus títulos y honores, su inmensa fortuna y su vida misma» por la causa de la libertad.

Casado con doña Manuela de Barragán, natural de Potosí, don Juan José Feliciano había dejado tres hijos: Fernando, que sería el padre de nuestro poeta, don Manuel Campero, María Calixta y José María. Este último falleció a los seis años.

El primogénito de ese matrimonio fue el quinto y último marqués de Tojo. Omitiendo el patronímico (Fernández), quizá porque llevaba el nombre propio (Fernando), él llamóse lisa y llanamente Fernando Campero.

Contrajo matrimonio con doña Tomasa de la Peña y Santa Cruz, sobrina del mariscal Andrés de Santa Cruz, y tuvo los siguientes hijos: Juan José, Samuel, Casimira y Manuel Campero.

Don Fernando quedó viudo, y entonces se casó, en segundas nupcias, con doña Corina Arauz, natural de la Argentina. Los vástagos de este matrimonio fueron: Octavio, Julio (que llegó a ser Obispo de Salta) y Hortensia Campero.

Ahora volvamos, para los fines que específicamente motivan estas anotaciones, al cuarto de los marqueses, o sea don Juan José Feliciano Fernández Campero. La segunda hija de éste, es decir doña María Calixta, contrajo matrimonio con don Manuel Anzoátegui, y tuvo los siguientes hijos: Delfina, que casóse con don Pedro Reyes; Adelaida, que se casó con don Pedro José Zilveti; Estela, que se casó con don Juan Sor; Braulia, que murió soltera; Lindaura, nuestra poetisa, que casó con el general Narciso Campero; Florinda, que casóse con don Telmo Ichazo, y Felina, casada con don Luis P. Rosquellas.

 LINDAURA ANZOÁTEGUI DE CAMPERO 

Fijando la vista en el retrato de Lindaura Anzoátegui de Campero, encontramos un rostro que revela un alma conmovida, con gesto casi imperceptible de dolor...

Sus ojos son como los de las vírgenes de Oriente que pintó el arte bizantino.

Por aquellos ojos parece asomar el amor, la bondad, la tristeza, el espíritu mismo... Son ojos de mirar anhelante, que anticipan lo que su dueña y señora volcará en los versos: intimidad, sinceridad, pasión...

Ya conocemos «las fuentes del río de la sangre» de esta poetisa, sus antepasados.

Nacida en el valle de Tojo ([i]) el 31 de marzo de 1846, Lindaura Anzoátegui vivió en aquel paraje, con sus padres, hasta alcanzar la edad escolar. Luego, trasladóse, con su familia, a la ciudad de Sucre.

A poco quedó huérfana. Apenas si había cumplido 16 años de edad. Duro trance y amarga realidad. Su hermana Adelaida, esposa de don Pedro José Zilveti, acogióla con singular cariño en el seno de su hogar, y en él vivió hasta su matrimonio con el general Campero.

Sucre era la ciudad ideal para el alma de Lindaura Anzoátegui. Capital de la república, centro de múltiples actividades humanas, gozaba de una época de auge. En lo social, parecía — al decir de Prudencio Bustillos—«como un Versalles diminuto, sin pelucas empolvadas ni calzón corto, de tradición española y ambiciones y modales corteses». Allí estaban las figuras más sobresalientes de las artes y las letras nacionales. Ateneos, sociedades literarias, peñas de artistas y escritores, alimentaban las manifestaciones culturales. El «Centro de Lectura» era uno de esos asideros de inquietudes intelectuales, y su alma estaba encarnada en Lindaura Anzoátegui.

Para explicar y comprender mejor la vida y la obra de esta poetisa tarijeña, hay que ayudarse con otras referencias.

Una de ellas atañe a sus relaciones con el general Narciso Campero, su esposo, su «amado esposo» ...

Don Narciso fue tío segundo de doña Lindaura. Hijo de don Felipe Campero, hermano éste del cuarto marqués, don Juan José Feliciano, y de doña Florencia Leyes, nació en la hacienda de Tojo, el 28 de octubre de 1813.

Casáronse, don Narciso y doña Lindaura, en la ciudad de Sucre, el 24 de junio 1872. Él tenía 59 años y ella sólo 26. A la sazón, Campero ejercía las funciones de Ministro de la Guerra, que dejó luego (julio de 1872), pasando a ocupar el cargo de Ministro Plenipotenciario de Bolivia ante los gobiernos de Francia, Inglaterra e Italia.

El viaje a Europa fue provechoso para la formación cultural de la poetisa. Pudo leer en su lengua de origen a los clásicos franceses, ingleses e italianos, y traducir al idioma español poemas inmortales. Don Narciso, que ya había estado en el viejo mundo de 1845 a 1854, y poseía amplia cultura humanística, fue magnífico guía espiritual para su consorte.

De regreso en la patria, el general recogióse a la vida privada, hasta que el presidente Frías pidióle ocupar la prefectura de Potosí. Allí sorprendióle el golpe del 4 de mayo de 1876, que llevó al poder a Hilarión Daza. Campero fue encarcelado por más de 3 meses. Recobrada su libertad, volvió al retiro del hogar. Desencadenada la Guerra del Pacífico, don Narciso Campero olvidó agravios y dirigióse al gobierno nacional: Pido — dijo — se me conceda el derecho de defender a mi patria, como soldado». Daza le encomendó organizar la Quinta División del Ejército, a cuya cabeza el descendiente de los marqueses del valle de Tojo marchó al campo de operaciones militares. Es en ese instante que doña Lindaura escribió su extraordinario poema, recogido en este volumen, intitulado Bolivia, y que está dedicado a su noble compañero.

Ante el desastre de la Guerra, los pueblos de Bolivia llevaron la mirada al intachable militar Narciso Campero, y le ungieron presidente de la república, con carácter provisional el 17 de enero de 1880 y constitucionalmente el 19 de julio del mismo año. «Con la firmeza y la consagración» — como él mismo proclamó — que demandaban las circunstancias, el gran tarijeño cumplió su deber de gobernante.

Y no olvidemos, en estas referencias, que Narciso Campero — militar, hombre de leyes, ingeniero — también incursionó por el campo de las letras. Fundó y dirigió periódicos en Bolivia, colaboró en revistas nacionales y extranjeras y dejó publicados libros y folletos de carácter diverso.

Doña Lindaura estaba consciente de que era la esposa de ese hombre histórico. En los tiempos de paz o de guerra, en las jornadas de gloria o de desastre amó con gran pasión a su cónyuge y supo acompañarle dignamente y honrarle. Don Narciso también amaba a su mujer, y hasta dejó testimonio de su admiración por ella. Encontrábanse correspondidos. Se merecían. Y siendo así, ambos supieron gozar de destellos de felicidad.

El uno para el otro fueron todo lo que pueden ser material y espiritualmente dos esposos ejemplares.

El 11 de agosto de 1896 murió, en la ciudad de Sucre, el general Narciso Campero. Había cumplido 83 años. A su lado estuvo su abnegada esposa, amándole siempre, prodigándole cariños y cuidados, hasta el último instante. Mujer de entereza, doña Lindaura trató de sobreponerse a su dolor. Además, quedaban los hijos, consuelo y prolongación de la vida de los padres.

Bajo el ala tutelar de lecturas selectas, Lindaura Anzoátegui sintióse, en plena adolescencia, requerida a volcar sus emociones intelectuales en blancas cuartillas de papel. Y escribió en prosa y en verso, pero sin publicar nada, hasta etapas ulteriores, que corresponden a su madurez; y aún entonces, hízolo sólo a instancias de amigos, ocultando su nombre bajo seudónimo: «Tres Estrellas», «El Novel»...

Desde un primer instante, y por siempre, doña Lindaura manifestó acusada tendencia al tema histórico americano. Una y otra vez penetró en él, con bruñido estilete. Así en sus novelas o en sus poemas. Verdad que también escribió poesía sentimental, pero ésta es la menos, y no alcanza, ni se asoma, a su otra producción en verso.

En todo caso, vale la pena dejar bien claro que en su obra literaria Lindaura Anzoátegui puso el sello de su propia feminidad. Con palabras de Rilke podría decirse que ante ella no hay «nada que haga pensar ni en complemento ni en limite, sino en vida y en ser: el Humano Femenino».

Como novelista, Lindaura Anzoátegui demostró habilidad narrativa y usó lenguaje lirico.

Se inició escribiendo algunos cuentos, y dio vida a cinco novelas: Una mujer nerviosa, Cuidado con los celos, Cómo se vive en mi pueblo, Huallparrimachi y En el año de 1815.

Las dos primeras tienen la universalidad de ambiente, caracteres, personajes, etc.

Cómo se vive en mi pueblo es la novela boliviana típica, dedicada a describir las costumbres del país, hecho que hay que destacar porque, entre otros méritos, esta obra tiene el de iniciar la literatura costumbrista en Bolivia, sin desconocer ni disminuir el valor de «Juan de la Rosa», de Natanie! Aguirre.

Huallparrimachi es la novela de mayor mérito entre las cinco que escribió Lindaura Anzoátegui de Campero.

Publicada en Potosí el año 1894, sus 160 páginas contienen un relato construido con originalidad v belleza literaria, con habilidad en la manera de encadenar los episodios.

Su fondo es de carácter histórico, con personas reales y de ficción, siendo el principal el poeta quechua que da nombre al libro, Huallparrimachi, hijo de María Lahuaraura, descendiente directa del lnca Huáscar, «partidario decidido de la causa independiente» e «hijo adoptivo» de Manuel Ascencio Padilla y de Juana Azurduy de Padilla.

Doña Juana, heroína americana, entrega a Huallparrímachi un «mensaje reservado», dirigido a La Madrid, jefe de una fracción del ejército auxiliar argentino en el Alto Perú. En camino, el emisario es seguido por un espía indígena, destacado por Remigio Ronsardes, padre de una muchacha de quien está enamorado Huallparrimachi, y cuyas relaciones amorosas rechaza aquel padre. El espía se finge patriota, y gana la confianza del poeta-soldado. (Ronsardes había obtenido los servicios de espionaje de aquel indígena haciéndole consentir que el incendio de su choza y el asesinato de su familia fueron obra de los patriotas, de los que debía vengarse). Huallparrímachi cumple la misión. Comunica a La Madrid que doña Juana Azurduy de Padilla estima que debe postergar el asalto a la capital Sucre — ciudad que estaba en manos de los realistas — , hasta que las fuerzas militares organizadas por ella puedan sumársele. La Madrid está en las puertas mismas de la capital y se traba el combate. Huallparrimachi combate en la vanguardia. La Madrid es derrotado. Se esfuerza en evitar la desbandada de sus tropas, las que, reorganizadas, se sumarán a los efectivos de la guerrillera, a la sazón en Sopachui. Redacta un mensaje, y encomienda su conducción a Leoncio, el indígena espía. Este, en vez de entregar la carta a doña Juana, la pone en manos del jefe realista La llera. Don Remigio reúne a su gente y va a sumarse a La Hera. Su hija queda en casa, custodiada por un antiguo sirviente. Hualiparrimachi logra ver a su enamorada, a Blanca, la hija de don Remigio. En el Ínterin, Leoncio, el indígena espía, descubre que quienes incendiaron y saquearon su casa fueron los realistas, con Remigio a la cabeza. Ciego de odio, el nativo se dirige a la casa de aquél. Pero don Remigio se adelanta en llegar a ella, y, al sorprender a su hija en brazos de Hualiparrimachi, no trepida en dar muerte a ambos. Leoncio arriba luego a la casa, y mata a don Remigio. La Hera y La Madrid se traban en cruento combate en las cercanías de Sopachui. Las fuerzas patriotas sufren una nueva derrota.

Otra de las novelas de Lindaura Anzoátegui de Campero que aquí deseamos comentar, es la intitulada En el año de 1815.

Esta obra también es de fondo histórico, correspondiente a los tiempos de hierro y sangre de la in­dependencia americana. Trátase de unos episodios de los guerrilleros, teniendo como personajes centrales a Manuel Ascencio Padilla y a su esposa, Juana Azurduy de Padilla, que a la sazón habían sido injusta e inmotivadamente pospuestos por el general Rondeau, circunstancia que aprovechan los realistas para proponer a aquellos «conciliación». Invitado Padilla a una entrevista secreta, duda el guerrillero pero acaba aceptándola. Doña Juana es radical y trata de impedirla. Aquí la autora de En el año de 1815 pone en labios de la gran patriota chuquisaqueña unas palabras elocuentes, dirigidas a su esposo: «Conozco — le dice — la elevación de tus sentimientos, y mi fe es completa en la firmeza de tu carácter y de tus convicciones; pero sé también la astucia, la habilidad que distingue a los servidores del rey. Si su contacto empañara tu honradez, si te desviase la senda del deber, ¡te juro que seré yo quien castigue tu infidencia a la causa de la patria!» Marcha Padilla al lugar de la entrevista, y quédase doña Juana como jefe de los guerrilleros, reteniendo al emisario realista, capitán Hernando de Castro. Pasan los días, y una comunicación reservada de Manuel Ascencio a su esposa, en la que le revelaba su plan de engaño a los realistas, cae en poder de éstos, los que, a su vez, urden una treta, según la cual Padilla estaba traicionando a la patria. Transcurre el tiempo, y encontrándose Manuel Ascencio sin noticias de su gente, regresa a su campamento. Apenas llegado a él, sublévanse los guerrilleros, que piden castigo para su antiguo jefe, cayendo en la treta realista. La lucha es patética en doña Juana, esposa del acusado y jefe de los montoneros. Dirigiéndose a éstos, ella dice: «Yo, como vosotros, conozco la acusación (...) y más que vosotros quiero y debo esclarecerla. Soy la esposa del acusado (...), pero antes que eso están mis sentimientos por la patria y mis deberes de jefe; en virtud, pues, de mi autoridad y cumplimiento de mi deber, voy a entregaros al sindicado, haciéndoos guardianes y responsables de su seguridad y vida, hasta que el juicio militar, que se organizará inmediatamente, le pruebe su crimen y ordene su castigo». Y dirigiéndose al esposo: «Marcha:        Te resta mi cariño, pero mi estimación sólo te será devuelta cuando pruebes tu inculpabilidad».

Formado el Consejo de Guerra, Padilla no quiso asumir defensa ninguna. Cuando se realizaban los debates, súpose de la presencia de fuerzas realistas, en las vecindades. Interrumpióse el juicio. Con doña Juana a la cabeza, las fuerzas patriotas organizaron la defensa y lanzáronse, luego, a la lucha. Tras duro combate, flamearon las banderas del triunfo para la gente de la causa de la emancipación. Huyeron los realistas, dejando buen número de prisioneros, entre éstos, malherido, el capitán Hernando de Castro, quien poco antes de morir pidió se le perdonase la calumnia por él fraguada contra el intachable guerrillero Manuel Ascencio Padilla.

Desde el principio hasta el final de la obra, adviértese que Lindaura Anzoátegui de Campero ejerció, con buen éxito, una preocupación esencial: exaltar el temple ejemplar de la mujer patriota.

La autora de En el año de 1815 expresa que, para escribir estos episodios, se basó en relatos auténticos.

En otro género literario, la insigne escritora tarijeña dejó inédito un trabajo digno de elogio: la biografía del famoso guerrillero Manuel Ascencio Padilla. Esta obra fue presentada, con el seudónimo de «Tres Estrellas», por los familiares de la autora al concurso literario convocado el año 1909 para celebrar el centenario del pronunciamiento de Chuquisaca (25 de mayo de 1809). Doña Lindaura había muerto once años atrás. El trabajo fue premiado, pero no se publicó.

En la novela, en el cuento, en la biografía, en sus prosas en general, Lindaura Anzoátegui de Campero se muestra sencilla, tierna, suave, sensitiva, y, sobre todo, sincera.

Hay en sus escritos algo así como notas musicales que bien pueden confundirse con los arrullos de una madre. Ejecutoria de nobleza.

Un crítico literario ha afirmado que su prosa es «la mejor escrita en Bolivia por pluma femenina», y otro ha dicho que la gran tarijeña «es un alma delicada, cuyas obras sentidas y armoniosamente logradas, contrastan con el barroquismo ambiente».

La esencia femenina — operante en toda la obra literaria de Lindaura Anzoátegui de Campero— es muy visible en sus poemas. Sus versos tienen la noble resonancia de una voz humana, de mujer.

El alma sensible de la poetisa, estaba en constante vibración, dando a su lira acentos de ternura. Doña Lindaura fue una lírica, que cantó con acento melancólico, ciertamente, pero también con tono recio, rebelde, de patriótica dignidad. Escribió poesía Intima y sentimental, mas esto no es lo característico de su arte, que preferentemente tuvo, en el verso, entonación épica. Y es que sus rimas — que son para el amor y para el bien — animadas están por el poderoso aliento que sentía la poetisa por la patria, a punto que no será exagerado decir que la patria absorbió su inspiración. Ante la catástrofe nacional, que fue para Bolivia la guerra del Pacífico, la artista amable se yergue sobre su dolor de patriota, no se resigna, no llora, «...que hay cobardía — dice — en el llanto que hoy vierte la mujer»; y canta a la patria, a su patria, henchido el pecho de amor y de esperanzas. Confía en el triunfo final. Los días son amargos y las horas oscuras. Es la «guerra injusta». No importa. Bolivia se levantará. La patria triunfará. Se diría que, como en la leyenda de Tirteo, Lindaura Anzoátegui esperaba que al son de los versos patrióticos la nación iría al triunfo. Aquí hay que advertir que en el trazo artístico no aparece ni rencor, ni humillación. Hay dignidad de patriota de verdad, dignidad de mujer superior, dignidad de poeta. Ni sensibilidad excesiva o afectada, ni sequedad. Dignidad, y, con ella, dulzura, espiritualidad. ¡Si hasta parece que, entre lágrimas, sonríe la inmortal poetisa!... Léase su poema Bolivia. El traduce cierto orgullo espartano y su autora asume actitud de estoica serenidad, dando una lección de altivez y energía, de dignidad y valor, amén de la sobriedad y la austeridad de las estrofas.

Ese y otros poemas patrióticos, presentan a Lindaura Anzoátegui de Campero envuelta en valor de héroe. Si, de héroe; pues no se olvide que, mientras ella así cantaba, su esposo, el general Narciso Campero, recogía en los campos de batalla del Pacifico la bandera de la patria cubierta de sangre y polvo. Eso revela el singular valor de aquella mujer patriota, esposa y madre.

No conozco poemas semejantes, en la literatura nacional, a los dos primeros de la poetisa tarijeña, que recoge esta selección. Nadie ha cantado con igual belleza, hondura y elevación a Bolivia, en horas de infortunio, y al Gran Mariscal de Ayacucho, como Lindaura Anzoátegui de Campero Y, sin embargo, esos poemas ejemplares nunca han sido recogidos en ninguna antología, y hasta he evidenciado, con dolor, que son desconocidos. Inexplicable. Imperdonable.

Detrás de la poetisa está la educadora que, con sinceridad y entusiasmo, canta a la vida, a Dios, al trabajo, y siempre a la patria, a sus héroes, a sus lorias...

Y claro que, como educadora de verdad, los versos de Lindaura Anzoátegui de Campero están impregnados de elevada y resplandeciente moral.

En 1898, doña Lindaura cumplió 52 años de edad. La vida desgastada en luchas y sufrimientos había envejecido prematuramente a la poetisa.

El 25 de junio de aquel mismo año, en su casa de la calle de San Felipe, en la ciudad de Sucre, apagóse la llama vital de la noble y gran tarijeña.

Su postrer pensamiento debe haber sido para su pueblo, que ella lo quería alegre, sin penas ni aflicciones. La última palabra que musitaron sus labios fue: ¡patria!...

Poesías de Lindaura Anzoátegui de Campero

 BOLIVIA

(FRAGMENTO )

He llorado hasta hoy, acerbo llanto,

Al contemplar tu trágica agonía;

Pero no lloro ya, que hay cobardía

En el llanto que hoy vierte la mujer

 

Ella que al hijo su deber le inspira,

Y al esposo valor, aunque deshecho

Quede en silencio su angustiado pecho,

Sumisa ante el honor debe callar.

 

Mas, cuando Dios, ¡oh, patria!, en su clemencia

El triunfo te conceda, justo y santo,

Débil volveré a ser, vertiendo llanto,

Llanto esta vez de dicha y bendición.

 

SUCRE

Sucre inmortal: si con potente brío

Mi patria aclama tu virtud, tu gloria;

Si América saluda tu memoria

Y altiva dice al mundo: ¡Es hijo mío!

¿Por qué no unir la voz del sentimiento

A ese clamor armónico y vibrante?

Grata es la luz de pálidas estrellas

Tras el regio brillar del sol radiante.

 

Y así no busca inspiración mi canto

En los laureles que ganó tu espada;

Me inclino reverente, entusiasmada

De tu bondad ante el recuerdo santo.

¡Cerebro de héroe y corazón de niño!

Dios al formarte con amor profundo,

Ciñó tu sien con la inmortal corona,

Egregio emblema del Señor del mundo,

 

¡Y tras la redención, el sacrificio!...

¡Tras el Tabor, el Gólgota!... La huella

Seguiste de Jesús. ¡Cómo descuella

Tu suave imagen ante el recto juicio

Del siglo que transcurre! Fue tan grande

Tu destino mortal aquí en la tierra,

Que, avara de tu nombre y de tu gloria,

Hasta el secreto de tu tumba encierra.

 

Y a Bolivia ¿qué importan tus despojos?

¡Si por herencia le legaste el alma!

Por eso en la ansiedad como en la calma

Vuelve al cielo, buscándote, los ojos.

Y cada corazón que aquí palpita

De tu amor, de tu culto se halla lleno;

Y al esposo y al hijo se le dice:

Imítalo: ¡tan grande fue y tan bueno!

 

EN UN ÁLBUM

Dicen que allá en la noche misteriosa

es muy dulce escuchar del vago viento

la murmurante voz;

y en el primer albor del nuevo día

elevarse del ave hasta los cielos

la plácida canción.

 

Dicen que es bello contemplar el brillo

de la gota purísima que llora

la mañana en la flor;

y sentir el perfume de la rosa,

cuando abre su corola sonrosada

a los rayos del sol.

 

Pero yo sé que algo existe de más dulce

que del viento en la noche misteriosa,

la murmurante voz;

sé que hay algo más tierno que el acento

que al cielo eleva el ave matizada,

en plácida canción.

 

Hay algo, yo lo sé, algo más puro

que ese nítido llanto de la aurora

sobre una blanca flor;

y más embriagador que los perfumes

que despiden las rosas entreabiertas,

cuando las besa el sol

 

Tú lo sabes también, pues que tus ojos

se humedecen con lágrimas dulcísimas

de dicha y bendición,

cuando elevas por ellos tu plegaria,

por tus hijos que arrullas tiernamente,

de hinojos ante Dios...

Salta, 2 de marzo de 1875

 

PLEGARIA

...¡Ellos duermen! ¡Hijos míos!

¡Cuánta calma hay en sus frentes!

De sus labios inocentes

aspiro candor y paz.

 

Hace un instante a tus plantas

se postraban ¡Virgen pura!

y con infantil ternura

imploraban tu piedad.

 

Dulce llanto me arrancaron

sus acentos bendecidos;

«¡Padre y Patria!» iban unidos

en concierto angelical.

 

¡Ah!, sin duda, Madre mía,

que Tú también has sentido

el corazón conmovido

por tan inocente afán.

 

Sin duda que tu mirada

de bendición y consuelo,

cumplir prometió el anhelo

de esa plegaria filial.

 

¡Ay!, mientras gocen, tranquilos,

gratos sueños de inocencia,

¡Madre! imploro tu clemencia,

humilde, a mi turno, yo.

 

Tú que del trono de estrellas,

donde reinas soberana,

la guerra ves inhumana

que nos lanza el invasor;

 

y de mi patria oprimida

por sin igual desventura, ([ii])

despertar ves la bravura

con pujante indignación;

 

y acudir sus hijos, llenos

de patriótico ardimiento:

marchar uno contra ciento...

¡No lleva cuenta el valor!

 

Y allí, noble entre los nobles,

entre valientes valiente,

¡mi esposo! su altiva frente

irradia bélico ardor.

 

¡Ah! que tu manto azulado

sombra les preste en el día;

defiéndelos, ¡Madre mía

sírveles de inspiración...

 

Devuelve llenos de gloria

a mis hijos ¡«Patria y Padre»!,

devuélveme, tierna Madre,

al esposo de mi amor.

San Salvador, 19 de mayo de 1879

 

OBRAJES ([iii])

Venid aquí los que sentís el alma

sin goces ni ilusión;

los que marcháis sin fe, los que sin calma

tenéis el corazón.

 

Hay luz aquí, y en su riente cielo

mil nubes de arrebol,

y flores que embellecen este suelo,

que vivifica el sol.

 

¡Es tan dulce sentir la suave brisa

viniendo sin rumor,

a provocar del labio una sonrisa

de gratitud y amor!

 

¡Es tan grato soñar, mientras murmura,

con cadenciosa voz,

el río que da vida y da frescura

en su curso veloz.

 

¡Venid! ¡Venid! los que sentís el alma

desnuda de ilusión;

los que marcháis sin fe, los que sin calma

tenéis el corazón.

 

Hay luz aquí y hay flores y hay ensueños:

escucharéis su voz;

cayendo, de la dicha siendo dueños,

de hinojos ante Dios.

Obrajes, 1880.

 

A TI

¡Tu padecer cesó! Y allá en los cielos

estrella rutilante te ve el alma,

gozando de los ángeles la calma

debida a tu virtud.

 

Dichosa tú que al levantar el vuelo

a esa región sin sombras ni quebranto,

dejas el mundo lleno de tu canto,

de amor, el corazón...

 

[i] Tojo, cantón de la provincia Avilés, departamento de Tarija.

[ii] El flagelo del hambre y la peste, junto con la guerra nacional.

[iii] Villa cercana a la ciudad del Illimani.

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