Autobiografía de Borges
“Mi padre era un hombre tan modesto que hubiera preferido ser invisible”
“Mi padre era un hombre tan modesto que hubiera preferido ser invisible”, escribe Jorge Luis Borges en la primera parte de las memorias que dictó en idioma inglés a su traductor Norman Thomas de Giovanni, como en su tiempo lo hizo Miguel de Montaigne, y abarcan de 1899 a 1970, cuando él tenía setenta y un años de edad. En las páginas del libro, al evocar a su padre principalmente hace dos referencias muy sugestivas: que su progenitor le “reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música”. La segunda se refiere a la importancia capital que tuvo en su vida la biblioteca de su padre: “En realidad, creo no haber salido nunca de esa biblioteca. Es como si todavía la estuviera viendo. Ocupaba toda una habitación, con estantes encristalados, y debe haber contenido varios miles de volúmenes”.
A su progenitor le sobrevino la ceguera y en su familia consideraban que Jorge Luis cumpliría el destino literario que su padre no pudo llevar a cabo. “Era algo que se daba por descontado”, puntualiza. Relata que se inició en el camino literario al escribir cuando apenas contaba con seis o siete años. “Recordar mis primeros años escolares no me produce ningún placer. Para empezar, no ingresé a la escuela hasta los nueve años, porque mi padre –como buen anarquista—desconfiaba de todas las empresas estatales”. Aparte de ello, demostró a temprana edad mucha facilidad para el aprendizaje de otros idiomas.
Era tan voraz lector, que confiesa que, a diferencia de todos los demás mortales, “siempre llegué a las cosas después de encontrarlas en los libros”. Su padre, abogado de profesión, empezó a perder la vista y rememora haberle oído decir: “Como voy a seguir firmando documentos legales si no puedo leerlos?”. Tuvo que retirarse del despacho profesional. Y de él mismo, Jorge Luis, afirma que toda su vida fue miope y usó lentes, siendo de contextura débil; “desde muy joven me avergonzó ser una persona destinada a los libros y no a la vida de acción”.
A su madre Leonor Acevedo de Borges, de origen de familias argentinas y uruguayas, le dedica numerosos párrafos plenos de cariño y reconocimiento por la valiosa ayuda que le prestó durante toda su existencia. “Para mí siempre ha sido una compañera –sobre todo en los últimos tiempos, cuando me quedé ciego— y una amiga comprensiva y tolerante. Hasta hace muy poco, fue una verdadera secretaria: contestaba mis cartas, me leía, tomaba mi dictado, y también me acompañó en muchos viajes por el interior del país y el extranjero. Fue ella, aunque tardé en darme cuenta, quien silenciosa y eficazmente estimuló mi carrera literaria.”
En el hogar de la familia Borges indistintamente se conversaba en español o en inglés. Sus primeras lecturas de libros las hizo en idioma inglés y Don Quijote leyó en español en versión original. Reconoce que el idioma español es mejor que el alemán y el francés, aunque “sus palabras sean demasiado largas y pesadas”. El inglés, sin duda, fue su idioma preferido.
Su primera obra publicada fue Fervor de Buenos Aires, que reúne poemas escritos en 1921 y 1922 después de su retorno a la capital argentina, tras su estancia europea de formación y estudio en Ginebra. Sin embargo, la edición de trescientos ejemplares tuvo que hacerla rápidamente porque la familia debía volver a Europa para un control de la vista de su padre. Con firmeza sostiene que tiene la impresión de que toda su vida estuvo “escribiendo ese único libro”, que lo califica de romántico, concebido en un estilo escueto y pletórico de lacónicas metáforas. Reniega por haber escrito cuatro libros de ensayos, por lo que él llama pecados literarios: la afectación, el color local, la búsqueda de lo inesperado y el estilo del siglo diecisiete; agregando que “Hoy no me siento culpable de esos excesos; esos libros fueron escritos por otra persona”.
De la época de estudiante sostiene: “Mientras vivíamos en Suiza empecé a leer a Schopenhauer. Hoy, si tuviera que elegir a un filósofo, lo elegiría a él. Si el enigma del universo puede formularse en palabras creo que esas palabras están en su obra”.
Entre otras confesiones que revela en esta interesante autobiografía señala que a lo largo de toda su existencia ha leído pocas novelas “y en la mayoría de los casos sólo he llegado a la última página por sentido del deber”. Y precisa que ante todo siempre fue un gran lector de cuentos, “cuyos elementos indispensables son la economía y una formulación nítida del comienzo, el desarrollo y el fin”.
Lo admirable es que Borges hace autoanálisis y deja expresa constancia que se siente en total desacuerdo con el “joven pedante y un tanto dogmático que fui”. No fue, pues, en manera alguna un ser bien pagado de su suerte este gran maestro literario y destacado hombre culto, a sabiendas de que tuvo que confrontar el problema de la vista, que la perdió totalmente a sus 55 años de edad; durante sus casi 87 años de edad se encerró en su torre de cristal y vivió rodeado de libros, pero, ya en plena madurez, entró en contacto directo con escritores de su tiempo que admiraron su talento y creatividad.
De todas las personas que conoció en su vida, algunos verdaderamente excepcionales, según afirma, cita al escritor español Rafael Cansinos Assens, a quien conoció en España y se llegó a considerar su discípulo, cuenta que vivía enteramente para la literatura y toda su casa era una biblioteca desordenada con libros en todos los ambientes. Luego menciona al escritor Macedonio Fernández, amigo de su padre y posteriormente de él, junto a este autor tradujo a su tan admirado Arthur Schopenhauer. Del polígrafo mejicano Alfonso Reyes sostiene que “es el mejor prosista del idioma español” en el siglo veinte y aprendió de él a escribir de modo sencillo y directo. Otra referencia puntual que formula es la de su amistad con Adolfo Bioy Casares, que se inició cuando él tenía treinta años de edad y Adolfo diecisiete; quienes, como se sabe, aunaron sus voluntades para escribir y publicar libros firmados por ambos. Asegura que las Crónicas de Bustos Domecq, “son mejores que todo lo que publiqué bajo mi propio nombre y casi tan buenas como cualquier cosa escrita individualmente por Bioy”.
Así de forma llana y sincera Borges dicta sus memorias, sin que haga conocer dato alguno respecto a su vida amorosa, aunque se sabe que contrajo matrimonio en dos ocasiones, con Estela Canto, a la que amó con pasión desenfrenada no obstante la gran diferencia de edad y María Kodama, de origen japonés, esposa supérstite y heredera legal que creó una fundación con el nombre de su esposo para perpetuar su nombre y obra. A ella la conoció de niña, a sus doce años, y se convirtió en su discípula a los dieciséis años, con una diferencia de edad de 44 años. En alguna ocasión Jorge Luis soltó esta confesión: “Desde que tengo memoria, siempre estuve enamorado de una mujer. Han sido diversas, pero cada una era única. El amor ha sido una forma de revelación”.
Por lo demás, en cuanto a las letras se refiere, admirable la equidad y alto sentido de autocrítica: “Cuando leo algo que han escrito contra mí, no sólo comparto el sentimiento sino que pienso que yo mismo podría hacer mucho mejor el trabajo”. Por último, estas palabras con sabor a conclusión instintiva: “La fama, como la ceguera, me fue llegando poco a poco. Nunca la había esperado, nunca la había buscado”.