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Transcripción del libro: “Batalla de Tarija” de José Paz Garzón y Eduardo Valencia Paz

“Memorias del General Gregorio Araoz De La Madrid.” Págs. 116 al 124

…se hallaban al otro Extremo como para tomar el animal a quien le cayere

Cántaro
  • José Paz Garzón y Eduardo Valencia Paz
  • 13/11/2022 00:00
Memorias G. Araoz de La Madrid

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Caballería y cañones

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Cabildo de Tarija

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Junta Gubernativa

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Acta de la independencia

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…se hallaban al otro Extremo como para tomar el animal a quien le cayere, y la armada de este en vez de caer sobre las yeguas, cae sobre mi cabeza y se me ciñe por los ojos.

En el acto de sentirlo, al mismo tiempo que se me ceñía, logré meter el dedo índice de la mano derecha entre el laso y la cara, y ya al arrancarme de mi caballo, la furia con que los animales llevaron el laso por delante, pude lograr zafarlo, pero después de haber quedado aturdido y con el dedo, ojos y orejas desollados ó quemados por el laso: siendo la causa el estar el otro extremo de él prendido a la cincha del soldado.

Quedé por mucho rato viendo visiones y marché unos cuantos días ciego, porque se me formé una costra por sobre los dos ojos que apenas me permitían vislumbrar un poco- Esta fué la primera desgracia do mi marcha.

Como a los 8 días llegamos al valle de San Carlos sin otra novedad que la de dos desertores de una de las compañías y por la tarde ya al ponerse el sol se me presenté un oficial de milicias de Tucumán, conduciendo 74 caballos de buen servicio, como para reserva y un Oficio del señor General, en que me comunicaba con pesar, ser esos los únicos caballos buenos que le hablan presentado sus comisionados, por estar en extremo estropeadas todas las Caballadas, de resultas del servicio y creo de la escasez de pasto que hubo en dicha fecha.

Contesté al General manifestándole mi pesar al verme privado del principal elemento, en una marcha tan dilatada y expuesta, pero consolándolo con l idea de que yo sabría proporcionármelo pronto en Tarija. Al siguiente día continué la marcha, pero resuelto ya a variar de dirección separándome de las instrucciones del General. Por consiguiente tomé la dirección hacía los campos del Marqués de Yavi, por Casal indo, con el ánimo de atravesarlos y dirigirme a Tarija que estaba guarnecida por el batallón «Gerona», en número de 400 y más hombres. Incluso un escuadrón de caballería.

Al cruzar dichos campos de noche, ful informado por mis hombres, de hallarse una partida enemiga en número como de 30 hombres en uno de los puestos del Marqués, y destiné en el acto al teniente Cortés, de Húsares, con 40 hombres de su compañía y una mitad de infantes del 2, a sorprenderla. a la madrugada estaba logrado el objeto y toda la partida en nuestro poder, excepción de tres hombres que escaparon y de cuatro ó cinco muertos; sin más desgracia que la de un soldado herido y muerto el valiente oficial. Se les tomó a dicha partida a más de unas armas, algunos caballos y mulas, pues eran los más de infantería.

Logré atravesar dichos campos sin haber sido descubierto por nadie más que por dos ó tres indios que encontramos en dos ranchos, a los cuales llevé presos hasta Tarija, pues los tres enemigos quie escaparon no distinguieron más que una partida que ganó la puerta a sus compañeros. Asi que tomé la partida pasé el parte al General, avisándole por medio de la clave que llevaba al efecto, las razones que me habían obligado a tomar la dirección a Tarija separándome de sus instrucciones. En toda mi marcha tuve la precaución de Llevar presos en la prevención a cuantas personas veían nuestra fuerza; ya fuese de algún rancho que encontrásemos en el paso, o ya a las postas de algún rebaño de ovejas o llamas que descubrían mis observadores de los flancos. Mi objeto al tomar una medida tan cruel, era el de librarme por este medio, que las personas que nos veían de cualquier sexo y edad, trasmitiesen la noticia.

Un día antes de llegar a Tarija, me alcanzó una comunicación del señor General en jefe en que contestándome a la que le dirigí de San Carlos, indicándole que yo me proporcionaría los caballos en Tarija, se quejaba amargamente por haberme separado de sus instrucciones, pero con tanta fuerza, que me ofendí de reproche tan injusto, en mi concepto; porque siendo los caballos el primer elemento para la empresa, no parecía propio que me lo hiciera, quien no me los había proporcionado y mucho menos cuando de seguir sin ellos la ruta que se me indicaba, marchaba de seguro al precipicio, sin conseguir el objeto que el General se había propuesto.

Contesté pues, esa noche, que mal podía reñir a un jefe a no apartarse en presencia de los obstáculos, de las instrucciones que se le habían dado, desde una inmensa distancia y sin conocimiento de ellos; que al menos siendo yo General, jamás quitaría a un oficial que comisionara, la libertad de obrar en sentido contrario si la fuerza de las circunstancias y su inteligencia se lo aconsejaban; pero que en Cambio le haría pagar con la vida, si preciso fuese, las fallas que cometiera por su imprudencia o falta de tino.

Despachado el chasque, continué a. esas mismas horas descendiendo la cuesta a los valles, al sur de Tarija y resuelto a sacrificarme para hacerlo conocer a mi General el acierto de mi deliberación. Al descender ya el llano, fui informado por mis hombres de hallarse un escuadrón de caballería enemiga con algunos infantes en el valle de la Concepción; y variando inmediatamente mi marcha casi a la izquierda por una quebrada, me dirigí a Tarija, dejando esta fuerza a mi derecha. Logré proveerme en dicha quebrada de algunos caballos y aceleré mis marchas basta que fuí descubierto por las fuerzas de la plaza, cuando me hallaba como a 14  cuadras, a las 3 1/2 de la tarde del 20 de abril.

El coronel Ramírez jefe del batallón Gerona, que había quedado con el mando de la Provincia por haberse marchado a Potosí días antes, el brigadier Álvarez que lo mandaba, mandó tocar generala en el momento de descubrirnos y notando que mi columna apuró al galope al sentir dicho toque, creyó que éramos los gauchos tarijeños del comandante Uriondo, que existían en la Provincia hostilizándolos. En este supuesto, observando que ya descendíamos de los altos de la Tablada, al río que está a Orillas del pueblo hacia el poniente, Salió precipitadamente con su cuerpo, diciéndoles; «Vamos a correr a estos gauchos».

Yo que iba con mis dos piezas montadas, mandé desplegar en batalla a mí caballería con el frente a la columna enemiga, que empezaba ya a pasar el primer brazo del rio y desplegué en guerrilla dos Compañías de infantería. Ramírez que advirtió que no eran gauchos los que desplegaban con tanta precisión bajo los fuegos ya de su columna, pasó en el acto, y contramarchó de carrera así que vio disparar mis dos piezas sobre su columna, pero perseguido ya por las dos compañías de cazadores y los Húsares que mandé los cargaran.

Fué ejecutada con tanta precisión esta carga que apenas tuvieron tiempo de ganar la plaza, que tenían atrincherada desde una cuadra en circunferencia. Ocupé en el acto con mis tres compañías de infantería y las dos piezas, el alto de San Roque que domina la plaza a tiro de cañón, al Cabildo que ganaron sus tropas; suspendí el fuego y mandé un parlamento intimando la rendición en el término de media hora.

El parlamento fue recibido y regresó luego con una contestación altanera del jefe enemigo, mandé continuar el fuego de cañón sobre la plaza e hice que penetrara mi caballería a los puntos más principales del pueblo; dejando completamente encerrado al enemigo. Por la noche hizo repetidos esfuerzos por salirse, el teniente coronel graduado Andrés Santa Cruz, que era entonces el que mandaba el escuadrón que yo había dejado a mi retaguardia en el valle de la Concepción, por no hacerme sentir por los de la plaza; pero todos sus esfuerzos fueron vanos; igualmente que los que repitieron durante toda la noche, los diferentes chasques que despachó el jefe sitiado, ya, a la fuerza de Santa Cruz que estaba en dicho valle, como al general Vivero, que se hallaba en Cinti con otra división.

Era tal la vigilancia con que estaban cerradas todas las avenidas, que los chasques que no fueron tomados, se me presentaron pasados.

Aclarando ya el día, me da parte la guardia que había dejado en la banda opuesta del rio, de que aparecía una fuerza por el camino que habíamos traído y en seguida descubrimos los polvos que hacia la columna; marcho inmediatamente en persona con un escolta de 12 hombres a reconocer dicha fuerza, haciendo que me siga de paso la guardia avanzada de 20 Húsares, que me había dado el parte, cuando al subir a la Tablada que está a poco más de un cuarto de legua del pueblo, me da noticia, la descubierta de que los enemigos estaban ya encima.

En el acto de recibirla y cierto ya que era el escuadrón que había dejado a mi espalda en el valle de la Concepción, mando corriendo a mi ayudante Victorio Llorente, a pedir a mí 2º el sargento mayor de artillería Antonio Giles, que mandara al instante al capitán de la 1ª de Húsares Mariano García, con su compañía; y subiendo yo precipitadamente a la tablada, descubro ya sobre nosotros, al escuadrón enemigo marchando en batalla y con 40 infantes dispersos en tiradores a su frente.

El lance era crítico y peligroso. Llorente no había todavía hablado al mayor Giles; los enemigos habían subido a las torres y tejados y me observaban. Era, pues preciso o volver a escape acuchillado por el escuadrón dando a mi tropa al disgusto de ver huir por primera vez a su Jefe, o aterrar al enemigo con mi audacia, precipitándome sobre él. Elegí sin vacilar este último partido y mandando en el acto salir por mi derecha al ayudante de Húsares Manuel Cainzo con 10 hombres y con 8 al aspirante Lorenzo Lugones por mi izquierda, doy atronadamente la voz de «carabina a la espalda y sable a la mano», a ellos que son unos cobardes, y mandando tocar a degüello con el trompa de órdenes que iba a mi lado me precipito al centro con los 14 hombres y el oficial de la partida que me quedaba y seguido con igual ardor por las dos pequeñas partidas de mis flancos.

Los enemigos tiradores que hablan roto ya sus fuegos, al ver separar las dos partidas a los flancos, vuelven la espalda así que sienten mi voz, y son acuchillados en el acto. El escuadrón que presenciaba este espectáculo que venía mandado por el capitán Vaca, chileno y que me conocía: se aterró y se puso en fuga, pues era compuesto en partes de milicianos. Fue tan rápido este suceso que, cuando el capitán García salió a escape al campo de la Tablada, me encontró Acabando de reunir 40 prisioneros que había ya tomado, acuchillando los más de ellos.

Recorrimos de vuelta el campo por donde los había perseguido y se encontraron 63 hombres muertos, sin haber tenido más desgracia que el negro herrador que marchaba a mi lado, muerto, y tres o cinco heridos levemente, Regresó pues, envanecido de tan prodigioso triunfo y entré al pueblo proclamando a mis tropas; y así que me incorporé a mi 2º, que ocupaba el alto de San Roque con las tres compañías de infantería y las piezas, entre atronadores victores, escogí dos de los prisioneros que estaban más heridos, y dándoles dos pesos a cada uno los mandé a reunirse a sus compañeros de la plaza, diciéndoles: «Vayan Vds. a contar a sus compañeros como pelean los soldados de la patria; díganles que 33 hombres de los más inferiores de mis Húsares me han bastado para anonadar a 140 de los suyos; díganles que Vds. son testigos oculares, de quedar muertos en el campo, 63 de sus compañeros, y que si no se me entregan a discreción fiados de mi clemencia, serán muy prontos pasados a cuchillo». Estos pobres se resistieron a marchar, diciéndome que no querían volver a exponerse incorporándose a unos enemigos a que solo podían servir forzados; más los obligué e hice marchar acompañados hasta cerca de la trinchera más inmediata.

Mientras tanto había ya hecho avanzar una fuerza por entre las casas y ocupar los tejados que dominaban el cuartel enemigo. Así que los dos heridos se aproximaron a la trinchera, subieron a ella sus compañeros y dándoles las manos, los ayudaron a hacer lo mismo. Yo había mandado cesar el fuego para observar el efecto que producía en la plaza el envío de dichos hombres, quienes asi que entraron fueron conducidos a ella.

Luego que hube dado tiempo a que el Jefe enemigo se impusiera de cuanto había yo encargado a dichos prisioneros y observó las carreras de los ayudantes por la plaza, llamando según las apariencias a los Jefes a junta, mandé al ayudante de mi cuerpo Manuel Cainzo, en calidad de parlamentario a la plaza, con la siguiente intimación de oficio. — «Si el Jefe que guarnece esta plaza no se rindo a discreción en el término de 5 minutos, será pasado a cuchillo igualmente que su tropa

Así que el parlamento se anunció a la trinchera más inmediata salieron dos oficiales a recibirle la comunicación, pero habiendo aquél manifestado que llevaba orden de entregarla solo al Jefe enemigo en persona, siguió corriendo uno de ellos a la plaza y volvió al instante con la orden para introducirlo vendado.

Al poco instante de haber sido introducido el parlamento, pues todo lo descubrí yo desde la altura que ocupaba, regresó éste acompañado por el Jefe enemigo hasta mi campo y me entregó una capitulación escrita que venía a solicitar. Impuesto yo de ella y observando que el hecho mismo de venir el Jefe de la plaza a solicitarla por sí, manifestaba su debilidad, quise ser generoso. Le contestó dándole la mano:— «El venir Vd. mismo a solicitar esta capitulación, me hace conocer su estado, pero me manifiesta también que Vd. ha venido confiado en que no abusaría yo de mi posición: está concedida».

La capitulación estaba reducida a que se les permitiera a los Jefes y oficiales el uso de su espada y uniforme y que se respetaran sus equipajes, quedando todos prisioneros después de entregar las armas. Le ordenó saliese inmediatamente con toda su tropa, al campo de las carreras, que está al sur-este del pueblo, donde iría yo con mis fuerzas a recibir las armas: él me pidió un Jefe para que lo acompañara y quedase al cargo del pueblo, mientras él salía, a fin de evitar todo desorden El sargento mayor de artillería Antonio Giles, marchó con él y yo pase al punto señalado.

No tardó el Jefe enemigo diez minutos sin presentarse al frente de su línea con 300 hombres formados en columna. Le ordenó que desplegara al frente en batalla y mandando echar armas a tierra al frente, desfilara por su derecha. Esta orden fue ejecutada al instante y después de hacer levantar los fusiles por mi tropa, mandó a dicho Jefe que formara en columna y entré con él a su cabeza hasta el pueblo, siguiendo a retaguardia mi tropa.

Le mandé destinar una casa con los muebles necesarios para los Jefes y Oficiales prisioneros y pasaron a ella con una guardia de Oficial y con la orden de poder salir a pasear cuando gustasen, acompañados de uno de mis oficiales, toda vez que quisieran hacerlo y del modo que gustasen, ya fuese individualmente o ya reunidos.

Habían pasado como dos horas cuando se presentó un correo de Tupiza que venía con la balija y acompañado ya por un patriota desde la posta, a virtud de órdenes que había yo librado al efecto a todas las postas desde el día anterior; y el conductor de la correspondencia no supo que había ocurrido semejante cambio en la plaza hasta que hubo entregado la valija al nuevo administrador.

Toda la correspondencia de los Jefes y Oficiales fueme presentada por el administrador y habiéndome impuesto de la que sólo merecía mi conocimiento, la pasé toda al coronel Ramírez con mi ayudante Llorente. Me acuerdo que entre ella venia un oficio o del general Canterac, o del de la misma clase Valdés desde Tupiza. en el cual avisaba al coronel Ramírez «que por un acaso había escapado de caer en manos de una fuerza que se había aparecido por Yaví o sus inmediaciones juntamente con el caudal que conducía para el ejército a Jujuy, que este escape lo debía al aviso que le hizo retroceder no recuerdo si de Mojo, Que en dicho aviso se Je decía va Belgrano con tropas de su ejército, lo cual lo creía imposible, que lo más probable era que serían algunos gauchos, pero sin embargo, bueno seria se mantuviese con toda la precaución posible».

Así que Ramírez se impuso de esta comunicación, le dijo a mi Ayudante:—«Mire Vd. que b… a buena hora viene con sus prevenciones, cuando estoy más seguro que un pájaro en la jaula». Se me olvidaba prevenir que en las 24 horas que duró el ataque, hasta la toma de la plaza, no tuve más pérdida que la de 5 ó 7 heridos y dos hombres muertos.

Pasado dos días remití a todos los prisioneros a Tucumán por Oruro, escoltados por el capitán Carrasco con sus 50 milicianos de Tucumán, después de haber proporcionado un socorro de 12 pesos a toda mi tropa y en proporción a los oficiales, mediante un auxilio que me proporcionó el pueblo; y de haber separado unos 80 o más de entre los prisioneros indígenas del Perú, que quisieron tomar partido y los cuales fueron distribuidos en las tres compañías a, excepción sólo de los muy pocos que desertaron.

Los 14 días que me fue preciso permanecer en Tarija para proporcionarme todas las cabalgaduras necesarias, fueron empleados en aumentar mi cuerpo de Húsares con más de 60 jóvenes tarijeños, y en ejercicios continuos hasta que emprendí mi marcha sobre Potosí, el 5 de mayo, con más de 400 hombres, para llamar allí la atención del enemigo y alejarle del verdadero punto a que me dirigía, habiéndome puesto también en comunicación con los varios comandantes de republiquetas o fuerzas que hostilizaban a los enemigos, compuestas de indígenas y de algunos dispersos de nuestros ejércitos.

Habiéndome acercado el 16 de mayo hasta 9 o 10 leguas de Potosí, levanté mi campo por la noche y me dirigí rápidamente por el camino de esta ciudad a la de Chuquisaca, y como llevaba en mi compañía un número crecido de indígenas patriotas y conocidos, tenía interceptada la comunicación que pudieran tener las guarniciones de ambos pueblos; así fue que cuando tomé esta…

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