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Del Libro: Motivos Campestres, Tarija. 1960

Unión eterna

A mi hija Norma Aguirre

Cántaro
  • Nivardo Aguirre Lema
  • 24/07/2022 00:00
Unión eterna
Portada Motivos Campestres Foto: Nivardo Aguirre Lema
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A mi hija Norma Aguirre

Por un estrecho camino

De cierta ignota región,

Baja en silencio un jinete

En un zaino redomón.

 

Tira el caballo la rienda

Con muy marcada impaciencia,

Al sentir que se aproxima

El lugar de su querencia.

 

Y por los claros de un monte

De pino, encinas y jarca,

Se aprecia ya el caserío

De aquella pobre comarca.

 

El sol ocultó su brillo

Y a la luz crepuscular,

Bajan tropeles de ovejas

Que llevaron a pastar.

 

Han salido a contemplarlo

Una mujer y dos chicos,

Diciendo ésta, muy contenta:

Trae Fermín los «apachicos».

 

El mozo llega a su casa.

Lo escolta un hermoso perro,

Que loco salió a alcanzarlo

Al verlo faldear el cerro.

 

Desensilla su caballo

Y con marcada ansiedad,

Se va llevando un paquete

A un rancho en la vecindad.

 

¿Como te va Fermincito

Trayes todos los encargos?

Hemos pasao con la «engerma»

Unos momentos amargos.

 

Está todo en el paquete,

Compruébelo con la lista;

Y también traigo otras cosas

Que indicó doña Calixta.

 

Dios te lo pague Fermín,

Esperamos los remedios,

Porque ya no le hacen nada

Las limpias y los sahumerios,

 

Entrá, vela a la Lorenza,

Mucho pregunta de vos,

Acompáñala un ratito

Mientras yo apuro el arroz.

 

Entra el mozo a la morada,

Con singular ansiedad,

La pieza mal alumbrada,

Casi está en la oscuridad.

 

La enferma lo está esperando,

Su rostro toma color,

Como si por un momento

Olvidara su dolor.

 

Tratando de incorporarse,

Entreabre sus ojos glaucos

Y una sonrisa ilumina

La belleza de sus rasgos.

 

El mozo toma su mano,

Ella, lo mira extasiada,

Y muchas cosas se dicen

Tan sólo con la mirada.

 

Permanecen un momento

En muda contemplación,

Temiendo que las palabras

Interrumpan su pasión.

 

Mucho has tardado Fermín,

Por culpa de ese adivino;

Los remedios nada pueden

Cuando Dios, echa el destino.

 

Tuve un sueño impresionante,

Los dos en tu zaino en anca

Saltamos a la quebrada

Del borde de una barranca.

 

Siento que se va la vida

Y si hay ser esta mi suerte,

No quiero que te separes,

En las horas de mi muerte.

 

Iba a expresar el muchacho,

Tal vez, algún juramento,

Pero entró doña Pascuala,

En el preciso momento.

 

Pasaron algunos días,

La moza, está mejorada;

Nuevamente se la vé

Bajar alegre a la aguada.

 

Y bajo los botones de oro

De los churquiales en flor,

Se han hecho con el Fermín,

Nuevas promesas de amor.

 

Y sólo esperan la fecha

En que llega la misión,

Para que el Santísimo Padre,

Les eche la bendición.

 

La gente de aquel lugar,

De esta unión no tiene queja;

Pues Fermín y la muchacha,

Forman bonita pareja.

 

El mozo es muy apreciado

Y lo conocen buenazo,

Para «quebrar» una mula

O asentar un latigazo.

 

Es el único que lee

Y soluciona cuestiones,

Siempe le salen cabal

Toditas sus opiniones.

 

Pero lo que no agradaba

A aquellos buenos vecinos,

Es que el mozo se reía

De brujerías y adivinos.

 

Cuando en reuniones nocturnas,

Se planteaba estas querellas,

Salía Fermín por el campo

A contemplar las estrellas.

 

Nunca quiso discutir

Esté engorroso problema,

Pero sabía que en el mundo

No existen almas en pena.

 

Y no creía en otro hechizo,

Que los ojos de su amada,

Que le embriagaron el alma

Con una sola mirada.

 

Una noche vuelve al rancho,

Con gran intranquilidad;

Nuevamente su Lorenza,

Cayó con la enfermedad.

 

Pasada la media noche,

Sintió que el perro ladraba,

Percibíanse claramente,

Voces de doña Pascuala.

 

Temiendo por su adorada,

Se vistió ligeramente;

Mil pensamientos oscuros

Se atropellan en su mente.

 

El perro volvió a la casa,

Cuando lo vió aparecer

Y nuevamente se oyeron

Los gritos de la mujer.

 

Voló al lado de la anciana

¿Que pasa doña Pascuala? ...

Apúrate Fermincito,

La Lorenza está muy mala.

 

En dos segundos Fermín,

Se halló en el rancho vecino;

Había en el muchas personas

Y también el adivino.

 

Aquel silencioso grupo

Que lo miró con tristeza,

Le trajo a su pensamiento

Una terrible certeza.

 

Y sin perder un momento,

Penetró en la habitación

En donde varias personas,

Se hallaban en oración.

 

La moza estaba sin vida,

Tendida sobre su lecho,

Fermín quiso dar un grito

Que se estranguló en el pecho.

 

Contempló como un demente

Aquel cuadro aterrador;

Sin que siquiera una lágrima

Amortigüe su dolor.

 

Y le dice al crucifijo,

Que se halla en la cabecera,

Alumbrado débilmente

Por toscas velas de cera.

 

De mi profundo pesar

Eres único testigo

¿Que mal hice en este mundo

Para tamaño castigo? ...

 

Y quiere abrazar el cuerpo,

Arrancándolo del lecho,

Sintiendo que el corazón

Aún tiene vida en el pecho.

 

La gente compadecida

Ante tan hondo pesar,

Rogándole que se aparte

Lo alejan de este lugar.

 

Desde ese momento el hombre,

No tuvo más expresión,

Dejando que el pensamiento

Se concentre en la oración,

 

Y cuando al amanecer

Volvió al rancho compungido,

Lo mira el perro a los ojos

Y lanza un terrible aullido.

 

El muchacho lo acaricia

Diciendo con emoción:

Parece que vos también,

Comprendes mi honda aflicción.

 

Más tarde se ve a la gente,

Que sin hacer mucho alarde,

Va preparando el entierro

Que se hará esa misma tarde.

 

Y entre un trago y otro trago,

Cada uno en algo trabaja,

Unos arman la camilla,

Otros cosen la mortaja

 

Y algunos indiferentes

A la desgracia pasada,

Se reparten muy golosos

Pedazos de carne asada

 

El cielo se ha encapotado

Y el nublado se presenta,

Como anunciando muy pronto

Una furiosa tormenta.

 

La gente aumenta su afán,

Ya está lloviendo en el cerro

Y han decidido que se haga,

Lo antes posible, el entierro.

 

Fermín, vuelve a contemplar

A la muchacha que inerte,

No presenta todavía

La rigidez de la muerte.

 

Y vuelvo a tocar el cuerpo,

Con extremada porfía,

Nuevamente le parece

Que el corazón le latía.

 

Y pensando que tal vez,

Es una obsesión macabra,

Se retira muy confuso,

Sin decir una palabra.

 

Como a las tres de la tarde,

Después de larga oración;

La fúnebre comitiva

Se encamina hacia el panteón.

 

Ha empezado la llovizna

Y al subir la alta pendiente,

Por un estrecho camino,

Va resbalando la gente.

 

Fermín, tirando su zaino,

Va lejos de la tropilla;

No le permiten que cargue

Ni un momento la camilla.

 

Pues lo dijo el adivino,

El mozo se halla con pena

Y si se acerca a la muerta

La muchacha se condena.

 

Caminando lentamente,

Siempre en constante oración,

Llegan a la alta colina,

De donde se ve el panteón,

 

Allá esperan varios hombres,

Con la herramienta en la mano;

Que a cavar la sepultura

Se vinieron muy temprano.

 

Han llegado al cementerio

Y al borde de aquella fosa,

Depositan el cadáver,

Con la expresión dolorosa.

 

Le descubren la cabeza.

Arrojan algunas flores

Y el curandero le reza,

Las postreras oraciones.

 

Fermín se encuentra alejado,

Ya dijeron que su pena,

Podría hacer que la muchacha

Sufra en el mundo condena.

 

Pasada esta ceremonia

Doña Pascuala aturdida,

Se lanza sobre su hija

En la última despedida.

 

Y en momento en que la abraza,

Con devoción, de rodillas,

Creyeron ver que la sangre

Asomaba a sus mejillas.

 

Y alguien en este momento,

Con terror, y en voz muy baja,

Dice, señores he visto,

Se ha movido la mortaja.

 

De nuevo con claridad.

Se repite aquel encanto

Y el cuerpo de la muchacha,

Se estremeció bajo el manto.

 

Y ante tamaño prodigio,

Creyéndola condenada,

La gente se ha retirado

Y se amontona espantada.

 

Sentencioso el adivino,

Dice mirando el confín:

La moza está condenada

Y es por culpa del Fermín.

 

No se amontonen así

Y escuchen lo que les hablo;

Preparen unos chicotes;

No hay más que sacarle el diablo.

 

Fermín, que comprende el caso

Y conoce aquella gente,

Ha visto en sus ademanes

Que el peligro es inminente.

 

No pudiendo permitir

Aquel horroroso crimen,

Toma una resolución,

Mientras los otros dirimen.

 

Y aprovechando el momento,

Que la gente está en tropel.

Toma a la moza en sus brazos,

Y salta sobre el corcel.

 

Quieren detenerlo algunos,

Pero, la bestia es ligera

Y picada brutalmente,

Arranca por la ladera.

 

Saltando enormes pedrones

Cual fantásticos espectros,

El caballo ha recorrido

Por la falda algunos metros.

 

El mozo vuelve a picarlo,

Para que salte al camino;

Más la cruel fatalidad

Ha marcado su destino,

 

Resbalan sus duros cascos,

En este momento mismo,

Y el caballo con su carga,

Se precipita al abismo.

 

Un ruido sordo y siniestro,

Repercute en la montaña;

Y se desbordan las piedras

A destrozarlos con saña.

 

Aquellas almas gemelas,

Castigadas por la suerte,

No se unieron en la vida;

Sólo se unen en la muerte.

 

Allí quedaron sus cuerpos

Al fondo de aquel averno,

Confundidos para siempre

En aquel abrazo eterno.

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