Del Libro: Motivos Campestres, Tarija. 1960
Unión eterna
A mi hija Norma Aguirre



A mi hija Norma Aguirre
Por un estrecho camino
De cierta ignota región,
Baja en silencio un jinete
En un zaino redomón.
Tira el caballo la rienda
Con muy marcada impaciencia,
Al sentir que se aproxima
El lugar de su querencia.
Y por los claros de un monte
De pino, encinas y jarca,
Se aprecia ya el caserío
De aquella pobre comarca.
El sol ocultó su brillo
Y a la luz crepuscular,
Bajan tropeles de ovejas
Que llevaron a pastar.
Han salido a contemplarlo
Una mujer y dos chicos,
Diciendo ésta, muy contenta:
Trae Fermín los «apachicos».
El mozo llega a su casa.
Lo escolta un hermoso perro,
Que loco salió a alcanzarlo
Al verlo faldear el cerro.
Desensilla su caballo
Y con marcada ansiedad,
Se va llevando un paquete
A un rancho en la vecindad.
¿Como te va Fermincito
Trayes todos los encargos?
Hemos pasao con la «engerma»
Unos momentos amargos.
Está todo en el paquete,
Compruébelo con la lista;
Y también traigo otras cosas
Que indicó doña Calixta.
Dios te lo pague Fermín,
Esperamos los remedios,
Porque ya no le hacen nada
Las limpias y los sahumerios,
Entrá, vela a la Lorenza,
Mucho pregunta de vos,
Acompáñala un ratito
Mientras yo apuro el arroz.
Entra el mozo a la morada,
Con singular ansiedad,
La pieza mal alumbrada,
Casi está en la oscuridad.
La enferma lo está esperando,
Su rostro toma color,
Como si por un momento
Olvidara su dolor.
Tratando de incorporarse,
Entreabre sus ojos glaucos
Y una sonrisa ilumina
La belleza de sus rasgos.
El mozo toma su mano,
Ella, lo mira extasiada,
Y muchas cosas se dicen
Tan sólo con la mirada.
Permanecen un momento
En muda contemplación,
Temiendo que las palabras
Interrumpan su pasión.
Mucho has tardado Fermín,
Por culpa de ese adivino;
Los remedios nada pueden
Cuando Dios, echa el destino.
Tuve un sueño impresionante,
Los dos en tu zaino en anca
Saltamos a la quebrada
Del borde de una barranca.
Siento que se va la vida
Y si hay ser esta mi suerte,
No quiero que te separes,
En las horas de mi muerte.
Iba a expresar el muchacho,
Tal vez, algún juramento,
Pero entró doña Pascuala,
En el preciso momento.
Pasaron algunos días,
La moza, está mejorada;
Nuevamente se la vé
Bajar alegre a la aguada.
Y bajo los botones de oro
De los churquiales en flor,
Se han hecho con el Fermín,
Nuevas promesas de amor.
Y sólo esperan la fecha
En que llega la misión,
Para que el Santísimo Padre,
Les eche la bendición.
La gente de aquel lugar,
De esta unión no tiene queja;
Pues Fermín y la muchacha,
Forman bonita pareja.
El mozo es muy apreciado
Y lo conocen buenazo,
Para «quebrar» una mula
O asentar un latigazo.
Es el único que lee
Y soluciona cuestiones,
Siempe le salen cabal
Toditas sus opiniones.
Pero lo que no agradaba
A aquellos buenos vecinos,
Es que el mozo se reía
De brujerías y adivinos.
Cuando en reuniones nocturnas,
Se planteaba estas querellas,
Salía Fermín por el campo
A contemplar las estrellas.
Nunca quiso discutir
Esté engorroso problema,
Pero sabía que en el mundo
No existen almas en pena.
Y no creía en otro hechizo,
Que los ojos de su amada,
Que le embriagaron el alma
Con una sola mirada.
Una noche vuelve al rancho,
Con gran intranquilidad;
Nuevamente su Lorenza,
Cayó con la enfermedad.
Pasada la media noche,
Sintió que el perro ladraba,
Percibíanse claramente,
Voces de doña Pascuala.
Temiendo por su adorada,
Se vistió ligeramente;
Mil pensamientos oscuros
Se atropellan en su mente.
El perro volvió a la casa,
Cuando lo vió aparecer
Y nuevamente se oyeron
Los gritos de la mujer.
Voló al lado de la anciana
¿Que pasa doña Pascuala? ...
Apúrate Fermincito,
La Lorenza está muy mala.
En dos segundos Fermín,
Se halló en el rancho vecino;
Había en el muchas personas
Y también el adivino.
Aquel silencioso grupo
Que lo miró con tristeza,
Le trajo a su pensamiento
Una terrible certeza.
Y sin perder un momento,
Penetró en la habitación
En donde varias personas,
Se hallaban en oración.
La moza estaba sin vida,
Tendida sobre su lecho,
Fermín quiso dar un grito
Que se estranguló en el pecho.
Contempló como un demente
Aquel cuadro aterrador;
Sin que siquiera una lágrima
Amortigüe su dolor.
Y le dice al crucifijo,
Que se halla en la cabecera,
Alumbrado débilmente
Por toscas velas de cera.
De mi profundo pesar
Eres único testigo
¿Que mal hice en este mundo
Para tamaño castigo? ...
Y quiere abrazar el cuerpo,
Arrancándolo del lecho,
Sintiendo que el corazón
Aún tiene vida en el pecho.
La gente compadecida
Ante tan hondo pesar,
Rogándole que se aparte
Lo alejan de este lugar.
Desde ese momento el hombre,
No tuvo más expresión,
Dejando que el pensamiento
Se concentre en la oración,
Y cuando al amanecer
Volvió al rancho compungido,
Lo mira el perro a los ojos
Y lanza un terrible aullido.
El muchacho lo acaricia
Diciendo con emoción:
Parece que vos también,
Comprendes mi honda aflicción.
Más tarde se ve a la gente,
Que sin hacer mucho alarde,
Va preparando el entierro
Que se hará esa misma tarde.
Y entre un trago y otro trago,
Cada uno en algo trabaja,
Unos arman la camilla,
Otros cosen la mortaja
Y algunos indiferentes
A la desgracia pasada,
Se reparten muy golosos
Pedazos de carne asada
El cielo se ha encapotado
Y el nublado se presenta,
Como anunciando muy pronto
Una furiosa tormenta.
La gente aumenta su afán,
Ya está lloviendo en el cerro
Y han decidido que se haga,
Lo antes posible, el entierro.
Fermín, vuelve a contemplar
A la muchacha que inerte,
No presenta todavía
La rigidez de la muerte.
Y vuelvo a tocar el cuerpo,
Con extremada porfía,
Nuevamente le parece
Que el corazón le latía.
Y pensando que tal vez,
Es una obsesión macabra,
Se retira muy confuso,
Sin decir una palabra.
Como a las tres de la tarde,
Después de larga oración;
La fúnebre comitiva
Se encamina hacia el panteón.
Ha empezado la llovizna
Y al subir la alta pendiente,
Por un estrecho camino,
Va resbalando la gente.
Fermín, tirando su zaino,
Va lejos de la tropilla;
No le permiten que cargue
Ni un momento la camilla.
Pues lo dijo el adivino,
El mozo se halla con pena
Y si se acerca a la muerta
La muchacha se condena.
Caminando lentamente,
Siempre en constante oración,
Llegan a la alta colina,
De donde se ve el panteón,
Allá esperan varios hombres,
Con la herramienta en la mano;
Que a cavar la sepultura
Se vinieron muy temprano.
Han llegado al cementerio
Y al borde de aquella fosa,
Depositan el cadáver,
Con la expresión dolorosa.
Le descubren la cabeza.
Arrojan algunas flores
Y el curandero le reza,
Las postreras oraciones.
Fermín se encuentra alejado,
Ya dijeron que su pena,
Podría hacer que la muchacha
Sufra en el mundo condena.
Pasada esta ceremonia
Doña Pascuala aturdida,
Se lanza sobre su hija
En la última despedida.
Y en momento en que la abraza,
Con devoción, de rodillas,
Creyeron ver que la sangre
Asomaba a sus mejillas.
Y alguien en este momento,
Con terror, y en voz muy baja,
Dice, señores he visto,
Se ha movido la mortaja.
De nuevo con claridad.
Se repite aquel encanto
Y el cuerpo de la muchacha,
Se estremeció bajo el manto.
Y ante tamaño prodigio,
Creyéndola condenada,
La gente se ha retirado
Y se amontona espantada.
Sentencioso el adivino,
Dice mirando el confín:
La moza está condenada
Y es por culpa del Fermín.
No se amontonen así
Y escuchen lo que les hablo;
Preparen unos chicotes;
No hay más que sacarle el diablo.
Fermín, que comprende el caso
Y conoce aquella gente,
Ha visto en sus ademanes
Que el peligro es inminente.
No pudiendo permitir
Aquel horroroso crimen,
Toma una resolución,
Mientras los otros dirimen.
Y aprovechando el momento,
Que la gente está en tropel.
Toma a la moza en sus brazos,
Y salta sobre el corcel.
Quieren detenerlo algunos,
Pero, la bestia es ligera
Y picada brutalmente,
Arranca por la ladera.
Saltando enormes pedrones
Cual fantásticos espectros,
El caballo ha recorrido
Por la falda algunos metros.
El mozo vuelve a picarlo,
Para que salte al camino;
Más la cruel fatalidad
Ha marcado su destino,
Resbalan sus duros cascos,
En este momento mismo,
Y el caballo con su carga,
Se precipita al abismo.
Un ruido sordo y siniestro,
Repercute en la montaña;
Y se desbordan las piedras
A destrozarlos con saña.
Aquellas almas gemelas,
Castigadas por la suerte,
No se unieron en la vida;
Sólo se unen en la muerte.
Allí quedaron sus cuerpos
Al fondo de aquel averno,
Confundidos para siempre
En aquel abrazo eterno.