Del Libro: Motivos Campestres, Poemas. Tarija. 1960
La vuelta al pago A mi hermana Ñola Aguirre de Ville
Circundados por tres cerros,



Circundados por tres cerros,
Cubiertos de piedra y paja,
Existen algunos ranchos
Allá en la planicie baja.
Son las viviendas campestres,
De un lugar semialtiplano,
Azotadas por el viento
En invierno y en verano.
Sus habitantes son gente,
1 tocia y dura en el trabajo;
Se alimentan pobremente,
Visten con cualquier andrajo.
Y viven en su miseria,
Valientes y resignados
A los golpes que el destino,
Tiene siempre reservados.
La choza de Juan se halla,
En la palca de caminos,
Y en trazo circunstancial
Las de los otros vecinos.
En ella viven contentos
El Juan y la Ceferina,
El preparando el arado,
Ella, hilando en su cantina.
Más allá doña Santusa,
Anciana madre de Juan,
Teje un costal en la «aguana»,
Sin interrumpir su afán.
El ranchito está formado
Por dos cuartos de piedra,
Con techo de paja y barro
Donde crece alguna hiedra.
Por baja y estrecha puerta,
Se penetra a estas viviendas,
En las que se ve dispersas,
Algunas humildes prendas.
En los palos de los techos
ha ropa se halla mezclada,
Con los cueros de sus lechos,
Herramientas y frazadas.
En improvisada hamaca,
Tosco tejido de hilo;
El primer hijo de Juan,
Duerme su sueño tranquilo.
El Juan y la Ceferina,
Lo vigilan con cariño,
Forjando mil esperanzas
En la sonrisa del niño.
Una tropilla de ovejas,
Bala en el corral inquieta,
Esperando que una mano,
Venga a despircar la puerta.
Otras libres en el campo,
Recorren locas los cerros;
Sintiéndose muy seguras
Con la guardia de los perros.
En esta pobre morada,
Reina perfecta armonía
Y solo brilla el trabajo
Desde que Dios hace el día.
El Juan y la Ceferina,
No conocen otro halago,
Que los frutos del trabajo
Y alguna fiesta del pago.
Hace dos años que el hombre,
Trabaja haciendo el barbecho;
Ha despedrado la falda
Y se halla muy satisfecho.
Contempla orgulloso el campo,
Revuelta la tierra nueva,
Tiene lista la semilla
Y sólo espera que llueva.
Le dice a la Ceferina.
Que está ayudando a su suegra,
Ya le di la tercer reja
No hay tropezones ni piedra.
La cosecha aquí es segura,
La tierra está bien arada;
Dios permita que este año
No nos castigue la helada
.
Por fin tendremos la suerte
De echarle papa a un barbecho,
Quiero «tacar» la semilla
Sin dejar un solo trecho.
Y henchido de esperanza
Aguarda Juan la humedad,
Que posiblemente traiga,
La ansiada prosperidad.
Ya se han abierto los trojes
Y el calor y la humedad,
Ha hecho brotar la semilla
Pronta a la fecundidad.
La Ceferina ya está
A la faena preparada,
Para invitar a la gente
Que le ayude en la jornada.
Tiene chicha en abundancia
Que aquel día ya estará buena,
Para «challar» la siembrita
Haciendo sonar la quena.
Un amanecer de Octubre,
Con sus bueyes preparados,
El Juan y la Ceferina,
Esperan sus invitados.
Ese día se hará la siembra,
Ha pasado ya la «llena»;
El sol derrama sus rayos,
Y la humedad está buena.
Por los estrechos caminos
Que parten el pajonal,
Van viniendo los vecinos
Con su canasta y costal.
La Ceferina en la puerta,
Con el yambuy rebosante,
Los espera, toda alerta,
Obsequiosa y muy galante.
Toman con gusto la chicha,
Guardan su ración de coca;
Juan distribuye el trabajo
Que a cada vecino toca.
Listas para abrir el surco,
Las yuntas están armadas
Y solo esperan la seña
De las temidas picanas.
Challan a la madre tierra,
Con chicha y algo de trago
Y se inicia la labor
Como es costumbre en el pago.
Trabajan muy satisfechos,
Deteniéndose un instante;
Cuando les alcanzan chicha
Y hay que mojar el gaznate.
Se ven serpentear los surcos,
Después de dura jornada,
El sol esconde su brillo,
La tierra se muestra arada.
Ha terminado la siembra
Y sólo la «challa» queda,
Se deja sentir un erque
Y se organiza una rueda.
Doña Santusa, animosa
También ojotea en la fiesta;
Pues, nadie queda sentado
En ocasiones como ésta.
Con simulada malicia,
Un mozo de mala traza,
Pide que salgan al centro
Simón y la dueña de casa.
Sabe bien que entre los dos,
Hay brasa mal apagada;
De cuando la Ceferina,
No era todavía casada.
La moza se ruboriza
Y por dar gusto a la gente;
Sale a bailar la soleada,
De las miradas pendiente.
El mozo baila con garbo,
Su apostura es elegante;
Y tiene fama de bravo
Como también de tunante.
Forman bonita pareja,
Fueran marido y mujer;
Pero cuando enamoraban
Le tocó ir al cuartel.
Volvió después de dos años;
Halló casada a la moza;
La espinita no le sale
Y vive solo en su choza.
De noche lo ven rondar,
Tocando el erque y la caja;
A gallitos de este temple
Ninguna pared ataja.
Ella se casó con Juan,
Por darles gusto a los viejos;
Pero llevando a Simón.
Metido en los aparejos.
Se cambian invitaciones,
Animando la reunión;
Salen y entran a la rueda
Siempre golpeando el talón.
Así continúa la fiesta
Hasta que el refrán de Pancho,
Les dice a los invitados:
«Cada carancho a su rancho».
Han pasado varias lunas,
Se aproxima el Carnaval;
El Juan y la Ceferina,
Cuidan muy bien el papal.
La planta está exuberante,
Floreciendo con vigor;
El cielo mandó la lluvia,
El sol brindó su calor.
La familia ve el sembrado,
Con inusitado orgullo;
Muchas plantas ya floridas
Y las demás en capullo.
El surco se va cubriendo
Con aquella verde alfombra,
Y se aprecia claramente,
Que habrá cosecha de sobra.
Por todas partes se encuentra,
Plantaciones sin igual;
Y la gente ya se apresta
A bailar el Carnaval.
En grandes ollas de barro,
La chicha está casi lista;
Mozas y viejas preparan
Estrenos para la fiesta.
Uno arregla la montura,
Otro plancha un pantalón;
Las mujeres, todas tienen,
Sus ojotas de charol
Llega la esperada fecha,
Se ve mucha animación;
Y suenan camaretazos,
Invitando a la reunión.
La mozada de a caballo,
Con botellas en la mano,
Compartiendo su alegría
Recorre por todo el llano
Simón monta un lindo moro,
Pintado color lagarto;
Desafiando a los muchachos
Que le resbalen el cuarto.
El Juan y la Ceferina,
También lucen sus estrenos
Ninguno en esta ocasión,
Quiere demostrar que es menos.
Durante tres días continuos
Se ven serpentear las ruedas;
Que recorren los caminos,
Haciendo llorar las quenas.
Al fin la gente se cansa
De esta loca algarabía,
Y van retornando a casa,
Para empezar otro día.
El atardecer del viernes
Cambia la temperatura;
Corre un airecito frío,
Que viene desde la altura.
Ya se acabó la alegría
La gente se halla espantada;
Presiente por muchas señas
Que se aproxima la helada.
Y rondan toda la noche,
Como queriendo parar,
Aquel castigo del cielo
Que nadie podrá evitar.
De las fuerzas naturales,
No puede pararse el mal;
El hielo cae en raudales
Como una lava infernal.
Y pronto se ven los campos,
Antes, bellos y floridos,
Negros, secos y sin vida.
Como por un rayo heridos.
Las mujeres se lamentan,
Buscando consuelo al mal;
Los hombres ya más serenos,
Van en busca del jornal.
El Juan y la Ceferina,
Parados sobre un mojón.
Contemplan aquel desastre,
Muerta toda su ilusión.
Han revuelto algunas plantas
Esperando que en la orilla,
Hubiera dejado el hielo
Por lo menos la semilla.
Y cuando ya se convencen
Con santa resignación;
Vuelven en silencio al rancho
A rezar una oración.
El mozo no se acobarda,
Sabe ganar y perder
Y para darle consuelo,
Le dice así a la mujer.
No te aflijas Ceferina,
Olvidemos esta pena,
Yo me voy a la Argentina,
Allá el jornal no se hiela.
Doña Santusa ha llorado,
Pero curtida al dolor
Les dice: Hay que conformarse
Con lo que manda el creador.
Pasada la tempestad
Otra vez vuelve la calma,
Y pronto las esperanzas
Se renuevan en el alma.
Ya se aproxima la fecha,
En que vienen comisiones
De toditos los ingenios
Para el renganche de peones.
Juan ha resuelto su viaje,
Dejando a la Ceferina,
Para que cuide a su vieja,
Mientras esté en la Argentina.
Hasta recibir el pago,
Para sus gastos primeros,
Tuvo que vender el mozo
un lindo par de terneros.
Le dijo a la Ceferina:
Que te ayude la Pascuala
Y haceme unos tamalitos,
Envueltos en doble chala.
Quisiera llegar primero,
Ya hay gente de todo tipo
Y los que van a la cola,
No agarran buen anticipo.
Amaneció el día siguiente,
Con todas sus provisiones;
Allá, en el camino grande
Lo esperaban otros peones.
Abrazó Juan a su madre
Y al apretarla con ganas;
Sintió que dos lagrimones
Iban a mojar sus canas.
La besó a la Ceferina,
Acarició mucho al hijo
Y partió aquella mañana,
Llevándose un crucifijo.
Han pasado varios días,
Van llegando a las haciendas;
En donde les pasan lista
Y depositan sus prendas.
Juan, se encuentra en campamento
Esperando que lo llamen
De allá los sacan por turno
Después de un ligero examen.
Al día siguiente temprano,
Los forman de arriba, abajo;
Para que hagan sus cuadrillas
Y se inicien al trabajo.
El hombre se halla impaciente
Y listo con su guadaña;
Contemplando silencioso
La gran plantación de caña.
No teme al trabajo duro
Y se conoce que es fuerte;
Es el destino del hombre
Trabajar hasta la muerte.
Se lo ve pelando caña,
Cada vez con más ardor;
No lo domina el cansancio,
Ni lo doblega el calor.
Escribió el mozo a su casa,
Enviando su dirección;
Está esperando dos meses
La ansiada contestación.
El muchacho está sufrido,
Agotada su paciencia;
Al ver que todos reciben
Alguna correspondencia.
Por fin llega un conocido,
Voló el nombre a averiguar
Y de todas sus preguntas,
Solo esto pudo sacar.
La he visto a doña Santusa,
Baja a lavar a la aguada;
Está guapa la viejita,
Pero también preocupada.
Nada de la Ceferina,
No había una noticia presta;
Parecía más bien que el hombre
Esquivaba la respuesta
En la oficina afanosos,
Están pagando a la gente;
Ya le indicaron a Juan,
Que él también se haga presente.
Le liquidaron su saldo,
Diciéndole ¡Que coraje!
¿Cómo solito y sin cuarta
Marcas tanto tonelaje?
Con el famoso pro, pro...
Le descontó varios reales;
Al fin el pro, le costó.
Por lo menos tres jornales.
Amarrucó bien los pesos,
Dejándose plata suelta,
Para hacer algunas compras
Y para gastos de vuelta.
Y se embarca rumbo al pago,
Contento con su ganancia
Y otra vez con la ilusión,
De trabajar en su estancia.
Van llegando a la frontera,
Los que salen del trabajo
Y su primera impresión
Es que el cambio se halla bajo.
Allá los tienen al ojo,
Para sacarles la plata;
Los hacen pagar derechos
Por sólo andar de alpargata.
Otra vez en Villazón,
Les alivianan en peso;
Lo cierto es que en la frontera
Saben descarnar un hueso.
Al fin toman un camión
Con rumbo directo al pago;
Compartiendo alegremente
Sus botellitas de trago.
Al sentir, en el camino,
El aire de su región,
Se alegran los corazones,
Se les ensancha el pulmón.
Y aunque el recorrido es largo
Ellos no se desesperan,
Presintiendo la alegría
De aquellos que los esperan.
En las paradas cercanas,
Encuentran ya conocidos
Y mujeres que les piden
Noticias de sus maridos.
Hacen parar el camión,
Los que llegan a destino;
De muchos sus familiares
Esperan en el camino.
Al fin el Juan se bajó
En su palca de caminos;
Allí estaba la familia
También algunos vecinos.
Abrazó a su anciana madre,
Que a punto de sollozar,
Le dijo: hijito estoy vieja,
No me vuelvas a dejar.
La Ceferina al contrario,
No mostró gran emoción;
Como llevando en la mente,
Una gran preocupación.
Al verse Juan en su casa,
Con gente de su lugar;
No pudiendo contenerse
Los invitó a festejar.
Destapó algunas botellas
Y entre saludos y abrazos;
La gente desocupaba
Con gran avidez los vasos.
Casi todos vecinos,
Se hallaban en la reunión;
Sólo faltaba que vengan,
El Pedro con el Simón.
Y cuando Juan preguntó,
Le respondieron a coro:
El Pedro se fue «pal» pueblo,
El Simón, anda en su moro.
Se retiraron al fin,
Con la mañana aclarando;
Muy próximo a amanecer,
Los gallos ya repicando.
Al otro día en familia,
Desató Juan los paquetes;
Se vio muchas cosas buenas,
También algunos juguetes.
Paro su mujer había,
Polleras, ojotas, mantos
Y hasta un estreno completo
Para el día de Todos Santos.
Y para doña Santusa,
Cuidando con mucho afán,
Trajo una imagen en bulto,
De la Virgen de Luján.
Pasó algunos días felices,
Otra vez en el hogar;
Acariciando aquel niño
Que ya empezaba a jugar.
Un día Domingo en la tarde,
Le despircaron la tranca,
Y salió con los amigos,
En su negro cara blanca.
Entre apreciación y tragos,
Alguno le dio a entender,
Que cuando él estuvo ausente,
Simón, rondó a su mujer.
Otro dijo que una noche,
Que salió a buscar su toro;
Vio él que la Ceferina,
Subía a las ancas del moro.
Por la mente de aquel hombre,
Cruzó una intención macabra;
Palideció su semblante
Y no dijo una palabra.
Aquel hombre tan confiado
Y recto como una vela,
Jamás pensó en la traición
Del amigo de la escuela.
Muchos detalles confusos
Se aclararon en su mente;
Notaba a la Ceferina,
A su amor indiferente.
Ese día se hacía la hierra,
En casa de don Ramón,
Hombre con bastante hacienda
Que era el padre de Simón
Se apartó de los amigos
Y cortando por la sierra;
Picó muy fuerte a su negro
Y se presentó en la hierra.
Mostrándose, muy sereno,
Saludó a los concurrentes
A don Ramón, a Simón,
Y a todos allí presentes.
Pagó unas invitaciones,
Dejando los vasos secos;
El hombre se preparaba
a deshilachar los flecos.
El Simón mirando el negro,
Que goteá de la pechera;
Presintió que lo buscaban
Y canta de esta manera:
S. Soy hombrecito de agallas;
No me asusta ni la peste;
Ni los que vienen de afuera,
Con pañuelito celeste.
J. El Juan viéndose aludido,
Le contestó con ardor;
Sos pichón que no has sentido
En el cuero gran calor.
J. No te importan los amigos,
Ni te importa la traición;
Y es como panza de sapo
Tu pecho sin corazón.
S. Fuimos doce en la reunión
Y trece con uno más;
El número no me agrada
Aquí, alguno está demás
Y con la última frase,
Desenvainó su puñal;
Lanzándose sobre el otro
Que apenas pudo parar.
El Juan a la vez peló,
Violentamente su acero;
Y pronto se vio que el hombre,
Sabía pialar un ternero.
Las fuerzas eran parejas
Y muy iguales por cierto;
Pues la punta de las dagas,
Busca en vano un claro abierto.
Bajo la luz de la luna,
Se ven brillar los cuchillos;
Y ambos saben esquivarse
Con movimientos sencillos
Perdió Juan el equilibrio,
Por un desnivel del piso,
Simón, lo cargó imprudente
Y allá rematarlo quiso.
Escapó Juan al cuchillo
Y sin perder la razón;
Encajó el suyo hasta el mango
Con singular precisión.
El mozo se dejó caer
Y al desplomarse algo nombra;
El matador al instante,
Desapareció en la sombra.
La gente quiso agarrarlo,
Para que pague su culpa;
Pero se portaron lerdos
Y ya no tienen disculpa.
Lo buscaron esa noche,
Hasta clarear la mañana;
Al final todos dijeron
«Se lo ha tragao la escurana».
De la población vinieron,
Policías de mucho nombre
Y también se convencieron
Que se evaporó aquel hombre.
La anciana con esta pena,
Voló al cielo una mañana;
Sólo quedan en el patio
Los sostenes de la aguana.
La encontraron en su cama,
Con el retrato de Juan,
Y aquel precioso bultito
De la Virgen de Luján.
La Ceferina se fue,
Yo no sé con qué destino;
Nunca pude averiguar
El final de su camino.
Y aquel hombre que la suerte
Lo castigó con tal saña,
Lo vieron en un ingenio
Otra vez pelando caña.
Y dicen que algunas noches
Cuando las luces se van;
Cuando pasa la lechuza,
Con su tétrico graznar.
Alumbrado desde el suelo
Por una luz infernal,
Pasa un jinete en un moro
Por el barbecho del Juan.