1. El violinista Joshua Bell toca en una estación de metro de washington
Es interesante hallar dos versiones sobre una misma noticia, que a su vez motiva dos reflexiones que se complementan: ¿el hecho?, una anécdota verídica sobre un destacado joven violinista norteamericano: Joshua Bell (1967)



Israel Daniel Gutiérrez (Agencia de Noticias Amazónicas)
Un hombre se sentó en una estación de metro de Washington DC y comenzó a tocar violín, una fría mañana de enero; tocó seis piezas de Bach durante aproximadamente 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora de pico, se calcula que alrededor de 1,100 personas cruzaron la estación, su mayoría, en camino al trabajo.
Tres minutos se pasaron cuando un hombre de mediana edad notó al músico, ralentizado el paso y se detuvo por unos segundos, pero siguió después su recorrido para no llegar tarde.
Un minuto después, el violinista recibió su primer dólar, una señora tiró el dinero sin siquiera parar y siguió su camino.
Unos minutos después, alguien se detuvo a la pared para escucharlo, pero mirando el reloj reanudó la marcha. Estaba claramente atrasado para el trabajo
Quien prestó mayor atención fue un niño de 3 años. Mamá lo traía por la mano, apurada, pero el niño se detuvo para mirar al violinista. Por fin, mamá lo sacó con más fuerza y el niño siguió caminando, girando la cabeza varias veces para ver al violinista. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos los padres, sin excepción, obligaron a los niños a continuar.
En los 45 minutos en que el músico tocó, sólo 6 personas pararon por un tiempo. Alrededor de 20 le dieron dinero, pero continuaron en su paso normal. Tomó unos 32 dólares. Cuando dejó de tocar y el silencio se ocupó del lugar, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún tipo de reconocimiento.
Nadie sabía que este violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Tocó algunas de las piezas más elaboradas una vez escritas en un violín de 3,5 millones de dólares.
Dos días antes de tocar el metro, Joshua Bell agotó un teatro en Boston, donde cada lugar costó un promedio de 1000 dólares.
Esta es una historia real, Joshua Bell tocó incógnito en la estación de metro en un evento organizado por el Washington Post que formaba parte de una experiencia social sobre percepción, gustos y prioridades.
La pregunta era: en un lugar común, en una hora inapropiada, ¿somos capaces de percibir la belleza? ¿Paramos para disfrutar? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
Una de las posibles conclusiones que se pueden sacar de esta experiencia puede ser: “Si no tenemos un momento para parar y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocar algunas de las canciones más bien escritas del mundo, ¿cuántas otras cosas estaremos perdiendo?”
2. No tiene precio
Wálter Ch. C.
Un joven baja del metro de Nueva York, vistiendo jeans y camiseta. Se para cerca de la entrada… Saca el violín de la caja y comienza a tocar con entusiasmo para la multitud que pasa por ahí, en la hora pico del día.
Tocó durante 45 minutos, y fue prácticamente ignorado por todas las personas que pasaron.
Nadie sabía que el músico era JOSHUA BELL, uno de los mejores violinistas del mundo, ejecutando piezas musicales consagradas, con un instrumento rarísimo: un Stradivarius de 1713, estimado en más de tres millones de dólares. Algunos días antes, Bell había tocado en el Symphony Hall de Boston, donde las entradas costaron más de 1.000 dólares.
La experiencia en el Metro, grabada en vídeo, muestra hombres y mujeres de andar ligero, taza de café en la mano y celular al oído… INDIFERENTES AL SONIDO DEL VIOLÍN.
Este es un ejemplo de tantas cosas que pasan en nuestras vidas, que son únicas, singulares y que no les damos importancia, porque no vienen con la “etiqueta de precio”. Y es lo que precisamos aprender: a valorar aquello que no tiene precio, porque no se compra.
No se compra la amistad, el amor, el afecto. No se compra cariño, dedicación, abrazos y besos. No se compra el rayo de sol, ni las gotas de lluvia.
Es gratis la canción del viento que pasa silbando por el tronco hueco de un árbol.
El niño que corre en forma espontánea a nuestro encuentro y se cuelga de nuestro cuello, no tiene precio. El collar que hace alrededor de nuestro cuello, con sus bracitos, no está en venta en ninguna joyería, y el calor que transmite, dura lo que dure nuestro recuerdo.
El aire que respiramos, la brisa que enreda nuestros cabellos, el verde de los árboles y el colorido de las flores, nos es dado por Dios, gratuitamente.
Desde hoy seamos agradecidos a lo que nos es ofertado gratuitamente por Dios, y seamos felices, mientras el día nos sonríe y el sol despliega luz en nuestro corazón apasionado por la vida.
Dios te bendiga hoy, mañana y siempre.