EL CARDO
con trazas de rufián y de mendigo, no va a pedir limosna a la orilla del áspero camino. Sale a ofrecer a los romeros el agua que custodian sus espinos Pero hay que hender sus erizados leños a tajos de cuchillo, para que mane el agua del venero escondido. Parece que al saciar la sed...



con trazas de rufián y de mendigo,
no va a pedir limosna
a la orilla del áspero camino.
Sale a ofrecer a los romeros
el agua que custodian sus espinos
Pero hay que hender sus erizados leños
a tajos de cuchillo,
para que mane el agua
del venero escondido.
Parece que al saciar la sed ajena,
el cardo compasivo
mitigara de un solo sorbo amargo
su propia sed de amor y sacrificio.
Después, torna a exprimir la tierra avara;
a chupar la humedad de mata y guijo;
a lamer, en el viento,
briznas de escarcha y gotas de rocío.
Y cuando se desgaja
la lluvia en primavera, de improviso
el cardo milagrero se corona
de sangrientas ululas de prodigio.
En el aire recién lavado flota
un perfume eucarístico;
y sólo entonces llegan hasta el cardo
mariposas de luz, alas y trinos.