Evocación de un poeta
Se suele decir que entre los poetas se encuentra a raros especímenes de la fauna literaria, con perdón de los aludidos sea dicha esta frase. Y ello, ¿por qué? Por el vestuario, el tren de vida que llevan o, sencillamente, el modo de ser de los amantes de la luna y la bohemia. En el caso que...



Se suele decir que entre los poetas se encuentra a raros especímenes de la fauna literaria, con perdón de los aludidos sea dicha esta frase. Y ello, ¿por qué? Por el vestuario, el tren de vida que llevan o, sencillamente, el modo de ser de los amantes de la luna y la bohemia. En el caso que nos ocupa, una o más razones debieron existir en su vida. Usaba monóculo cuando nadie ni conocía este artefacto, era solterón, asiduo bebedor que en lugar de usar loción yardley olía a whisky, sin llegar a sorber el agua de los floreros, y confeso “admirador de las birlochas”, según escribe Paulovich en su simpático libro titulado Apariencias, lo mejor de su vasta producción a juicio nuestro.
Hace muchos años atrás, siendo muy joven, tuve la ocasión de leer un libro de poesía juguetona, sencilla como el devenir de aquellos días sin cargas ni fardos de pena, abandono, o desamor. La Editorial Renacimiento, en 1957, lanzó a la venta los Epitafios a los que viven, firmados por Pietro Sintini, de extraño aroma y profundidad permeable a las almas sensibles; obra que leí en la década de los años ’60 del pasado siglo, en la que el autor sostiene:
Epitafio:
historia
corta
de una vida
larga
que no valía
la pena.
El marmolista gana.
Y la temática de este poemario de un extranjero, avecindado durante muchos años en la ciudad de La Paz, al punto de ser considerado –y considerarse él mismo- natural de la urbe altiplánica, es variopinta y grata a la fácil lectura.
Sobre el Estado de sitio, figura constitucional que restringe el marco de garantías y derechos ciudadanos, el poeta lacónicamente apunta:
Es raro
que lo llamen
“estado de sitio”
si no hay sitio
donde estar.
El vate tarijeño Roberto Echazú Navajas en un trabajo dedicado a su hijo Humberto Esteban, poemario publicado en 1994, manifiesta:
Aprende
hijo
la vejez
es el estado de sitio
del alma.
Pero vuelvo a la poesía de Pietro el romano apaceñizado, quien a tiempo de pedir conversar sin palabras, solemnidad alguna ni testigos, ni luz mundana, manifiesta:
Quiero
hablar
con alguien
sin proferir
palabra.
Además
quiero
hablar
a oscuras.
Quiero
estar
lejos
de mi interlocutor
para
hacerme
entender.
Quiero
algo así:
Conversar
con Dios.
Y para compungir el corazón del lector asequible a los mensajes poéticos, muchas veces no bien comprendidos por la forma o alcance de los mismos, Sintini narra una historia verosímil:
La pelota
de goma
yacía
muerta
en la calle.
Fue una muerte
sin flores,
sin cortejo,
sin palabras
de adiós.
Un niño,
sólo un niño
lloraba por ella.
De verdad
lloraba
el niño.
Fue la despedida
más bella.
Pietro Sintini un día del que no se tiene memoria marchó lejos, al más allá. A quienes aún no partieron y habitan este mundo, esta Viña del Señor según un escritor, el poeta deja un mensaje de paz, concordia y optimismo para saber vivir la cotidianeidad, de la que fue un ferviente y rendido admirador. ¡Ah, la vida! ¡Quién volviera a vivir…! Loado sea tu nombre poeta-cantor de los arrabales existenciales.
Hace muchos años atrás, siendo muy joven, tuve la ocasión de leer un libro de poesía juguetona, sencilla como el devenir de aquellos días sin cargas ni fardos de pena, abandono, o desamor. La Editorial Renacimiento, en 1957, lanzó a la venta los Epitafios a los que viven, firmados por Pietro Sintini, de extraño aroma y profundidad permeable a las almas sensibles; obra que leí en la década de los años ’60 del pasado siglo, en la que el autor sostiene:
Epitafio:
historia
corta
de una vida
larga
que no valía
la pena.
El marmolista gana.
Y la temática de este poemario de un extranjero, avecindado durante muchos años en la ciudad de La Paz, al punto de ser considerado –y considerarse él mismo- natural de la urbe altiplánica, es variopinta y grata a la fácil lectura.
Sobre el Estado de sitio, figura constitucional que restringe el marco de garantías y derechos ciudadanos, el poeta lacónicamente apunta:
Es raro
que lo llamen
“estado de sitio”
si no hay sitio
donde estar.
El vate tarijeño Roberto Echazú Navajas en un trabajo dedicado a su hijo Humberto Esteban, poemario publicado en 1994, manifiesta:
Aprende
hijo
la vejez
es el estado de sitio
del alma.
Pero vuelvo a la poesía de Pietro el romano apaceñizado, quien a tiempo de pedir conversar sin palabras, solemnidad alguna ni testigos, ni luz mundana, manifiesta:
Quiero
hablar
con alguien
sin proferir
palabra.
Además
quiero
hablar
a oscuras.
Quiero
estar
lejos
de mi interlocutor
para
hacerme
entender.
Quiero
algo así:
Conversar
con Dios.
Y para compungir el corazón del lector asequible a los mensajes poéticos, muchas veces no bien comprendidos por la forma o alcance de los mismos, Sintini narra una historia verosímil:
La pelota
de goma
yacía
muerta
en la calle.
Fue una muerte
sin flores,
sin cortejo,
sin palabras
de adiós.
Un niño,
sólo un niño
lloraba por ella.
De verdad
lloraba
el niño.
Fue la despedida
más bella.
Pietro Sintini un día del que no se tiene memoria marchó lejos, al más allá. A quienes aún no partieron y habitan este mundo, esta Viña del Señor según un escritor, el poeta deja un mensaje de paz, concordia y optimismo para saber vivir la cotidianeidad, de la que fue un ferviente y rendido admirador. ¡Ah, la vida! ¡Quién volviera a vivir…! Loado sea tu nombre poeta-cantor de los arrabales existenciales.