Los sueños del Guadalquivir
“No somos autos”: El dilema de la representación
El texto científico no es la realidad sino una representación de ella, de la misma manera que el plano de una casa no es la casa en sí misma. ¿Desde dónde lo hablas?, ¿qué representas y a quién representas?, ¿hablas por ti mismo?
La cita completa del título dice: “No hablemos de zoología, total no somos animales; no investiguemos nada de mecánica, ¿acaso somos autos…? Ni hablemos del clima, ¿acaso somos viento?” Esa fue la salva de apertura con la que un gran amigo mío, Javier Conzelmann, se me reportó para comentarme mis últimos dos artículos (“La carretilla de comadres” y “¿No tiene un tufillo machista, hermano?”). Su postura básica fue que no le parecía lógico invalidar ningún análisis (en este caso: “mi” análisis) solo por el hecho de ser hombre. “No me resulta coherente”, me dijo. El tema era, por supuesto, las relaciones de género. Y eso lo hace especialmente complicado.
Recuerdo que en mis épocas de estudiante de antropología nos pusimos a conversar con la Dani. La Dani venía de La Paz y me comentó que en el movimiento feminista paceño estaban en una discusión interna sobre si los varones podían o no ser feministas. Y me preguntó qué opinaba yo al respecto. Yo le dije que, a un nivel puramente académico de producción de conocimiento situado, por supuesto que sí. Le puse mi propio caso de ejemplo y mi investigación sobre la fiesta de compadres y comadres. “La perspectiva de género abarca tanto lo masculino como lo femenino, y en ese sentido la mirada doble es una ventaja, no una debilidad. Otra cosa es el tema de activismo político y de representación”, le dije.
No creo que un hombre pueda ser activista feminista, no sin mucho esfuerzo y en condiciones protegidas. Dejemos que las mujeres hagan su propia lucha
Cuando hablamos de las mujeres organizadas para la defensa de sus derechos como población afectada, los hombres no tenemos nada que hacer ahí, a menos que nos llamen. La presencia masculina en un espacio exclusivamente femenino es, por lo menos, disruptivo. Resulta que cuando hay un hombre en medio de un movimiento de mujeres, la opinión pública suele enfocarse en el varón al grado de ponerlo sobre las mujeres. Conocemos muy bien de casos donde los secretarios de temas de género son varones, donde el panel de investigadores está compuesto exclusivamente por varones, y hasta de gabinetes completos de congresos de temas de la mujer donde son puro hombres. Yo lo he visto, no son ningunas historias. Así que en ese sentido no, no creo que un hombre pueda ser activista feminista, no sin mucho esfuerzo y en condiciones protegidas. Dejemos que las mujeres hagan su propia lucha.
Yo trabajé de partero para traer al mundo a mis tres wawas. Eso fue algo que nuestros amigos y todo nuestro círculo social nos celebró enormemente. Eso me permitió una aproximación enormemente intima al acto de nacimiento de mis hijos. Pero mi esposa me tuvo que recordar repetidamente a lo largo de los años que fue ella la que los trajo al mundo, no yo. Esa me parece una situación ejemplar en la especificidad de la experiencia femenina y de qué manera los varones estamos imposibilitados de hablar de ciertas experiencias femeninas particularmente íntimas, tanto para lo bueno como para lo malo.
Otra experiencia que tengo es la de un amigo que alguna vez se puso a renegar de los cambios de humor repentino y caprichoso de las mujeres. Yo vivo (viví) con mi mujer la mayor parte de mi vida y comprendo muy bien lo que pasa con su cuerpo. “¿Acaso a vos nunca te pasa que por hambre o diarrea no se te altera el humor?” le dije a mi amigo. “No” fue su respuesta tajante. Y la verdad que no lo puedo comprender. Yo compartí con amigas desde mi infancia y nunca las encontré especialmente complicadas; o por lo menos no más que a nosotros los hombres. Por eso nunca me gustaron las discusiones de compadres y comadres, y me cae pesado ese adagio de que “los hombres son de marte y las mujeres de venus”, como si viviéramos en mundos separados y fuéramos especies distintas.
El feminismo y la teoría de género nunca fueron divergentes, sino convergentes; una forma de reconocernos en nuestras particularidades.
Por eso siempre me gustaron los estudios de género: porque me abrían a una forma más sutil de entender nuestras diferencias, pero también para recordarme de que vivíamos en un mismo mundo. Para mí el feminismo y la teoría de género nunca fueron divergentes, sino convergentes; una forma de reconocernos en nuestras particularidades.
Si es que la lucha de las mujeres es así como es, puro mujeres, es porque tiene una historia especifica. La exclusividad es una estrategia con la que puedo empatizar, y algo que respeto como hombre y como intelectual. Hay cosas que como varón no puedo hacer.
Ahora, ¿qué significa eso para estos mis escritos? Que debo ir de puntitas. Que no represento a nadie y represento a todos. Que lo que digo son solo imágenes. Que tengo mucho para decir, un imperativo intelectual y emocional de expresar cosas que han estado guardadas demasiado tiempo. Que espero no pisarle los pies a nadie (ni hombres, ni mujeres; ni feministas, ni no-feministas). En todo caso, espero que estos mis escritos sean la excusa perfecta para iniciar un diálogo largamente retrasado. Así sea.