Los vecinos están comprometidos con el proyecto
Un área verde, la esperanza para cerrar el Botadero de Tarija
Hace más de 25 años atrás, la zona del Botadero era considerada rural, existían grandes sembradíos de maíz, potreros, unos cuantos postes de luz improvisados y una naciente de agua llamada “Quebrada Cabeza de Toro”
Son como las siete de la noche, en medio de una oscuridad incompleta dos gemelas riegan las últimas plantas de la zona, afanadas recogen pequeñas herramientas bajo la mirada protectora de su abuela, quién ya no le cree a los políticos, pero sí a sus avejentadas manos y las de sus generaciones, que han decidido recuperar un área verde, al lado de cerros y cerros de basura en el mal o bien llamado Botadero de Pampa Galana.
Oficialmente este sitio abrió sus puertas a la basura en 1993, pero quienes son oriundos de allí recuerdan que desde mucho antes por sus suelos erosionados y quebradas, esta zona se convirtió en el lugar “ideal” para los desechos.
Hace más de 25 años atrás, el área era considerada aún rural, existían grandes sembradíos de maíz, potreros, unos cuantos postes de luz improvisados y una naciente de agua llamada “Quebrada Cabeza de Toro”. Como siempre, los loteamientos le ganaron al ordenamiento territorial de la ciudad capital, es así que dos barrios se constituyeron alrededor, a menos de 100 metros del botadero.
Doña Sabina llegó de San Lorencito en 1994, los lotes por lo que ahora es el Distrito 10 tenían un valor de 3 mil dólares aproximadamente, relativamente baratos en comparación a otros ubicados por el centro de Tarija. Con nostalgia, recuerda que su casa era una de las pocas del lugar, pero con el tiempo los vecinos aumentaron, los olores, la contaminación y la basura también.
Alrededor de la malla perimetral, un basurero a cielo abierto casi logró arrasar con un ecosistema de fauna y flora que nacía con la quebrada de peculiar nombre. En los churquis amarillos casi extintos y propios de aquel lugar flameaban bolsas de todo tipo, mientras que jaurías de perros llegaban allí en busca de comida, así como lo hicieron familias completas.
Las promesas de cerrar el lugar hasta hoy no se cumplieron, más los vecinos decidieron poner su esperanza en un área verde que colinda precisamente con el vertedero, el objetivo es recuperarla de la basura y convertirla en un espacio de recreación donde niñas y niños de la zona pudieran jugar y hacer deporte.
“Diosito quiso que justo cuando explicaron el proyecto vaya a la reunión a vender mis empanadas, lo único que he dicho, es que estaba de acuerdo, porque esa obra era lo único que se iba a quedar para los niños, incluso para nosotros los viejos, para que podamos ir a sentarse, con ese motivo hay más fuerza para que retiren el basurero” fueron las palabras de Sabina, quien con sus once nietos, su hija y su nuera desde hace diez meses acuden al área verde que aún no tiene un nombre, pero que se ha ganado el corazón de la gente.
“Creo firmemente en que la educación, la disposición y la acción consciente pueden mejorarnos como sociedad, este proyecto me permitió conocer un nuevo nivel de entrega, de conciencia y de voluntariado, me mostró lo que hace la unidad de vecinos y voluntad de ciudadanos que juntos actuaron por el bien común”, señala Cinthia Reynozo, técnica de esta hazaña.
Este proyecto de recuperación ambiental es financiado por la WWF y la Embajada de Suecia con contraparte del Municipio y ejecutado por la Fundación Acción Cultural Loyola (FACLO). Estas instituciones apostaron por hacer de los vecinos, sin importar su edad, los principales gestores del cambio ambiental y de conciencia que se generó al frente del basurero.
Samuel La Madrid, oficial de Gestión Ambiental del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), señala que este proyecto logró evidenciar un ecosistema dañado, por lo cual, el objetivo no solo fue recuperar tres hectáreas de la basura, sino también la calidad de vida de las familias que allí habitan.
“Podemos sensibilizar y llevar gente externa a limpiar un espacio y sentirnos felices, pero cuando retornemos al día siguiente la basura de nuevo estará porque no hay cultura ambiental” indica Patricia Serrano, directora de FACLO – Tarija, quién resaltó el proceso socioeducativo impulsado en los vecinos de la zona y el grado de corresponsabilidad con la naturaleza que los rodea.
Hoy, familias completas se dirigen a la Quebrada Cabeza de Toro, donde crecen más de 450 plantines, aún se encuentran churquis, cactus y especies nativas conservadas. Hay senderos, ciclovías, cabañas y parques, pero sobre todo destaca una sensación de esperanza de que es posible recuperar tres hectáreas en ochos meses, sanar la tierra que fue un basurero y recuperarla para vivir.