Una manera de subir las defensas, alegrar el corazón y sobrellevar la cuarentena
En Tarija, el Covid se vence al ritmo de la cueca y el jazz
La cueca tarijeña, por la pandemia, pudo llegar a Suiza, España y hasta Canadá. Mientras que el jazz, un estilo de danza poco usual, se abre camino en medio de la crisis con una joven maestra, Jazmín Portal



Muchas actividades permanecen paralizadas por las restricciones de la cuarentena. Sin embargo, algo que no logró parar el Covid, fueron los corazones y las ganas de enseñar de quienes por años se han entregado a la danza, sin importar su poco rédito, el mínimo apoyo o el valor real que esta pueda tener para aquellos que no la practican.
La cueca tarijeña, gracias a la cuarentena, pudo bailarse en Suiza, España y hasta Canadá, cuenta Flavio Palacios, representante de Unidos por el Arte y Somos Danza. Mientras que el jazz, un estilo de danza poco usual, se abre camino en los hogares tarijeños de la mano de una joven maestra, llamada Jazmín Portal.
Es fácil darse cuenta que, en Tarija, muchos negocios o locales ya no van más, vidrios con anuncios de “Se alquila”, comprueban que muchos ballets han entregado sus salones, con alquileres altos y sin alumnos, estos emprendimientos, en su mayoría, ya no son sostenibles.
Cuando la música para
No hay más ruido, ni la canción “Chapaco soy” espera a ser bailada, la radio ya no suena y en el espejo no se logra ver la silueta de quien danza. El salón de Sangre Latina, un ballet tarijeño, permanece cerrado ya seis meses y de tantas alegrías que le trajo a su fundador, sin lugar a dudas, el momento más difícil que ha atravesado es este.
Del 100% de alumnos que un día llenaron sus instalaciones, hoy solo un 25% permanece activo y junto a su maestro han decidido continuar con su pasión virtualmente.
“Siempre hubo altibajos, pero nunca como los que se está viviendo ahora”, cuenta Flavio Palacios, un hombre que por 34 años dedicó su vida a ese arte y que a estas alturas de su vida lo ve incierto.
Nadie se imaginaría que detrás de ese bailarín, descansa un ingeniero en sistemas, y que eso precisamente le ayudó a buscar otras formas para llegar con su danza a la gente. Él reconoce que los 25 años de vida de su ballet le han permitido tener algunos ahorros, que en varias oportunidades llegaron a cubrir el monto que le faltaba para pagar el alquiler, y no perder su salón.
Ahora, para seguir vigente, la mensualidad de los cursos bajó a la mitad, ya que las familias tienen otros gastos que priorizar.
“Estamos fregados”, dice Palacios, quien aún busca una respuesta a qué pasará cuando finalmente pueda implementar un protocolo de seguridad en su academia y por miedo los niños no quieran asistir o las leyes no permitan que estos salgan.
Definitivamente, la emoción regresa a su voz cuando empieza a hablar de lo positivo de esta pandemia, y es que la chacarera y la cueca desde sus manos y piernas ha llegado hasta otros continentes pues, con las clases online, su arte encontró nuevas puertas. “Rescato el contacto con otras personas”, dice emocionado.
Jazz by Jaz, una ocasión para bailar en pandemia
A Jazmín Portal, una joven de 24 años, la pandemia le permitió cumplir un sueño que siempre vio lejano, tener un estudio propio donde enseñar jazz. Es así que su cocina y patio se convirtieron en el salón que ella no pudo pagar, su laptop, unos parlantes y su fuerza de voluntad la llevaron a ver que esta cuarentena era el momento preciso para vencer sus miedos y emprender.
Un 12 de agosto, con un arte en Facebook diseñado por ella misma, decidió lanzarse oficialmente como maestra de jazz. Sin más que sus redes sociales y la experiencia que había ganado después de dar por más de cinco años clases en otros ballets de la ciudad, inició su travesía.
Para mí es una ventaja, porque puedo hacer clases online con cosas que tengo a la mano, soy yo, mis alumnas y el nombre, y si me va bien podré pensar en alquilar algo.
Para Jazmín la danza “es crear, es sentir y sanar”, dice y sonríe tímidamente, mientras recuerda que a través del baile ella pudo “hacer las paces” con su cuerpo y tenerse más confianza, pues cuando era más pequeña le costaba expresarse o ser extrovertida. De esa forma, la danza se convirtió en su lenguaje.
Desde allí ella crea y siente al ritmo de la música, y durante la cuarentena ha sido su motor para enfrentar la realidad que en algunos contextos es más dura.
Por algunos meses le invadió la frustración de ver que el jazz no era tan “valorado” en Tarija, pese a ello continuó con sus “alumnas fieles” que, aunque se podían contar con los dedos de una mano, siempre les enseñó a ser auténticas y humildes.
“Bailar es expresar sentimientos, es contar una historia”, dice Jazmín quien cree que, en medio de la pandemia y el confinamiento, el baile puede ser un medicamento natural para subir defensas, alegrar el corazón y vencer el coronavirus.
