La alquimia que se escondía detrás de las farmacias antiguas en Tarija
Las farmacias siempre fueron instituciones de mucho respeto en la ciudad de Tarija y en el resto del país, éstas cocinaban cierta magia que las hacía únicas. En ellas no sólo se vendían medicamentos, sino también se diagnosticaban varias enfermedades, y no podía faltar la mano de charla y...



Las farmacias siempre fueron instituciones de mucho respeto en la ciudad de Tarija y en el resto del país, éstas cocinaban cierta magia que las hacía únicas. En ellas no sólo se vendían medicamentos, sino también se diagnosticaban varias enfermedades, y no podía faltar la mano de charla y consejos que antecedía a todo esto.
Desde pasados años si alguien tenía alguna dolencia lo único que hacía era ir a la botica y era ahí donde tenía todas las probabilidades de encontrar la respuesta. También hubo mucho de aquellos farmacéuticos que preparaban medicinas únicas, como si de una magia se tratara. Esta práctica en su tiempo fue muy exitosa.
Para la mayoría de los tarijeños de antaño, que recuerdan este pasaje del pago, había algo que destacaba a estas antiguas instituciones y esto se resumía en “las ganas de ayudar al prójimo”.
“Recuerdo que había una farmacéutica, cuyo esposo era un doctor, por lo que él tras una revisión nos recetaba sin cobrarnos, así que de la farmacia que quedaba cerca a la plaza principal ya salías con el remedio. Era realmente algo muy bueno. Lejos de tanta norma y malas intenciones, antiguamente había mucha bondad”, recuerda Lucinda Terán, una cochabambina que se mudó a Tarija desde hace 60 años por motivos de trabajo.
Para la historiadora Lupe Cajías las farmacias siempre mantuvieron un aire de misterio y alquimia. Según escribe en su columna “Desde la Tierra”, “antiguamente las boticas eran barberías y centros de conspiración y susurros, letra de tango y confidencia de coquetas porque esos sitios conocían sus secretos”.
Agrega que dichas instituciones tienen una particular historia en Bolivia, desde la fundación de esa carrera a fines del Siglo XIX, como rama independiente de la Medicina, y mantuvieron un aire de misterio y alquimia.
Citando un ejemplo de la ciudad de La Paz, Cajías cuenta “A mí, como seguramente a muchos, la farmacia me fascinó porque conocí al Doctor Rivera en la Avenida Ecuador preparando recetas en tubos de vidrio que a veces calentaba y las luces amarillas se volvían azules, y saltaban estrellitas extrañas. Me encantaba el olor extraño de las pomadas para calmar las paperas que mamá nos colocaba con trapos limpios, calentados en la plancha”.
Dice también que allá en La Paz, en la Plaza España funcionó durante décadas la farmacia de la doctora Vilma, quien cumplía un rol de consejera y confidente, pues jamás comentaba los males del viejo o los deseos del joven, y mucho menos los días rojos de la adolescente.
“Colocaba las inyecciones en la trastienda y mantenía los preservativos en un rincón alejado de la tentación adúltera. Cuando murió, una red se hizo cargo del negocio”, afirmó.
Las nostalgias de las farmacias en Tarija
En Tarija, antiguamente a las farmacias se las llamaba boticas, eran tres o cuatro siendo la principal, más grande y conocida -especialmente por gente pobre- “La Cruz Roja” de don Justino López. Ésta se encontraba situada a media cuadra de la plaza principal en la calle General B. Trigo.
Según relata el escritor Agustín Morales en su libro “Estampas de Tarija”, “La Cruz Roja” constituía una institución de salud porque atendía permanentemente con inmenso surtido de drogas, remedios y artículos anexos. El boticario era colaborado por su hermano don Eulogio o sus hijos, además de muchos empleados.
Según recuerda Luisa Carrillo de 90 años, don Justino fue infatigable, laborioso, y esforzado boticario que se lo encontraba día, noche, y feriados atendiendo a la extensa clientela.
Cuenta Morales en su escrito que el establecimiento fue el más grande de la ciudad, pues poseía cuatro puertas sobre la calle, amplios mostradores, estanterías, laboratorios y sección cosméticos, revistas y varios.
Según el escritor casi nunca faltaba el remedio para la receta que se buscaba, aunque también se detalla que fueron tiempos en los que toda receta se la preparaba desde sus mínimos componentes. “No faltaban remedios importados. Nunca volvió a existir en Tarija una farmacia y droguería igual”, dice Lucinda.
Pero en su documentación Morales también registra la existencia de otras farmacias más pequeñas como la botica de Don Moisés Navajas, que si bien era surtida se abría esporádicamente y cerró definitivamente antes de la guerra.
Luego señala otra relativamente grande, antigua e importante que era la de don Enrique Borda, ubicada a media cuadra de la iglesia San Francisco en la calle La Madrid. Más aún, cuentan que al morir el propietario ésta cerró para siempre.
También existió “La Guadalquivir” de don Deterlino Caso, ubicada frente a la Recova sobre la calle Sucre, ésta era atendida por su propietario que fue médico y sus hijas. Según escribe Morales ésta tenía una llamativa característica, pues exhibía frascos de colores.
Pero en este cúmulo de recuerdos a Luisa se le vienen a la memoria otras boticas, así recuerda a la farmacia “La Salud” de don Alberto Arce, que después fue vendida a don Alberto Rodo Pantoja, quien era más poeta que boticario. Esta botica estaba ubicada en la esquina Sucre e Ingavi.
Finalmente estaba la botica de don Mario Martínez que abría sus puertas en la plaza principal y que más servía como centro de reunión de los principales caballeros de la ciudad, atendiendo solo recetas que las preparaba el mismo propietario, que fue uno de los pocos boticarios titulados, un caballero sucrense enraizado en el pago, casado y con muchos hijos en la ciudad.
La llegada de las cadenas de farmacias
Años más tarde en Tarija las boticas pasaron a llamarse farmacias, las nuevas normas restringieron su acción. Con los años y en los últimos tiempos llegaron las grandes cadenas farmacéuticas, que de cierta manera quitaron mercado a las pequeñas farmacias de barrio, por lo que muchos de estos emprendimientos a nivel local y nacional terminaron por cerrarse.
De acuerdo a Cajías en 2015 la tradicional “Farmacia Oruro”, heredera de la pionera “Farmacia Bristol”, anunció el cierre de su atención a los clientes en el centro histórico paceño. “Poco antes, otra botica pequeña cerró sus puertas cerca de la Plaza Murillo y una de las más antiguas, la “Farmacia Colón”, su puso en venta”.
Para los pobladores que recuerdan la alquimia de las farmacias antiguas el paso del tiempo ha enterrado un gran valor. Cajías resume este fenómeno de la siguiente manera “Los nuevos empleados de las farmacias modernas no conocen a nadie, hay que sacar ficha para una apurada atención, (…). Nadie se queda a charlar y hay que contentarse con la oferta de un sorteo, con algún premio que nunca toca”.
Apuntes sobre la temática
Medicinas
En varias de las farmacias antiguas hubo mucho de aquellos farmacéuticos que preparaban medicinas únicas, como si de una magia se tratara.
Dolencias
Desde pasados años si alguien tenía alguna dolencia lo único que hacía era ir a la botica y era ahí donde tenía todas las probabilidades de encontrar la respuesta
Las cadenas
Con los años y en los últimos tiempos llegaron las grandes cadenas farmacéuticas, que de cierta manera quitaron mercado a las pequeñas farmacias de barrio.
Desde pasados años si alguien tenía alguna dolencia lo único que hacía era ir a la botica y era ahí donde tenía todas las probabilidades de encontrar la respuesta. También hubo mucho de aquellos farmacéuticos que preparaban medicinas únicas, como si de una magia se tratara. Esta práctica en su tiempo fue muy exitosa.
Para la mayoría de los tarijeños de antaño, que recuerdan este pasaje del pago, había algo que destacaba a estas antiguas instituciones y esto se resumía en “las ganas de ayudar al prójimo”.
“Recuerdo que había una farmacéutica, cuyo esposo era un doctor, por lo que él tras una revisión nos recetaba sin cobrarnos, así que de la farmacia que quedaba cerca a la plaza principal ya salías con el remedio. Era realmente algo muy bueno. Lejos de tanta norma y malas intenciones, antiguamente había mucha bondad”, recuerda Lucinda Terán, una cochabambina que se mudó a Tarija desde hace 60 años por motivos de trabajo.
Para la historiadora Lupe Cajías las farmacias siempre mantuvieron un aire de misterio y alquimia. Según escribe en su columna “Desde la Tierra”, “antiguamente las boticas eran barberías y centros de conspiración y susurros, letra de tango y confidencia de coquetas porque esos sitios conocían sus secretos”.
Agrega que dichas instituciones tienen una particular historia en Bolivia, desde la fundación de esa carrera a fines del Siglo XIX, como rama independiente de la Medicina, y mantuvieron un aire de misterio y alquimia.
Citando un ejemplo de la ciudad de La Paz, Cajías cuenta “A mí, como seguramente a muchos, la farmacia me fascinó porque conocí al Doctor Rivera en la Avenida Ecuador preparando recetas en tubos de vidrio que a veces calentaba y las luces amarillas se volvían azules, y saltaban estrellitas extrañas. Me encantaba el olor extraño de las pomadas para calmar las paperas que mamá nos colocaba con trapos limpios, calentados en la plancha”.
Dice también que allá en La Paz, en la Plaza España funcionó durante décadas la farmacia de la doctora Vilma, quien cumplía un rol de consejera y confidente, pues jamás comentaba los males del viejo o los deseos del joven, y mucho menos los días rojos de la adolescente.
“Colocaba las inyecciones en la trastienda y mantenía los preservativos en un rincón alejado de la tentación adúltera. Cuando murió, una red se hizo cargo del negocio”, afirmó.
Las nostalgias de las farmacias en Tarija
En Tarija, antiguamente a las farmacias se las llamaba boticas, eran tres o cuatro siendo la principal, más grande y conocida -especialmente por gente pobre- “La Cruz Roja” de don Justino López. Ésta se encontraba situada a media cuadra de la plaza principal en la calle General B. Trigo.
Según relata el escritor Agustín Morales en su libro “Estampas de Tarija”, “La Cruz Roja” constituía una institución de salud porque atendía permanentemente con inmenso surtido de drogas, remedios y artículos anexos. El boticario era colaborado por su hermano don Eulogio o sus hijos, además de muchos empleados.
Según recuerda Luisa Carrillo de 90 años, don Justino fue infatigable, laborioso, y esforzado boticario que se lo encontraba día, noche, y feriados atendiendo a la extensa clientela.
Cuenta Morales en su escrito que el establecimiento fue el más grande de la ciudad, pues poseía cuatro puertas sobre la calle, amplios mostradores, estanterías, laboratorios y sección cosméticos, revistas y varios.
Según el escritor casi nunca faltaba el remedio para la receta que se buscaba, aunque también se detalla que fueron tiempos en los que toda receta se la preparaba desde sus mínimos componentes. “No faltaban remedios importados. Nunca volvió a existir en Tarija una farmacia y droguería igual”, dice Lucinda.
Pero en su documentación Morales también registra la existencia de otras farmacias más pequeñas como la botica de Don Moisés Navajas, que si bien era surtida se abría esporádicamente y cerró definitivamente antes de la guerra.
Luego señala otra relativamente grande, antigua e importante que era la de don Enrique Borda, ubicada a media cuadra de la iglesia San Francisco en la calle La Madrid. Más aún, cuentan que al morir el propietario ésta cerró para siempre.
También existió “La Guadalquivir” de don Deterlino Caso, ubicada frente a la Recova sobre la calle Sucre, ésta era atendida por su propietario que fue médico y sus hijas. Según escribe Morales ésta tenía una llamativa característica, pues exhibía frascos de colores.
Pero en este cúmulo de recuerdos a Luisa se le vienen a la memoria otras boticas, así recuerda a la farmacia “La Salud” de don Alberto Arce, que después fue vendida a don Alberto Rodo Pantoja, quien era más poeta que boticario. Esta botica estaba ubicada en la esquina Sucre e Ingavi.
Finalmente estaba la botica de don Mario Martínez que abría sus puertas en la plaza principal y que más servía como centro de reunión de los principales caballeros de la ciudad, atendiendo solo recetas que las preparaba el mismo propietario, que fue uno de los pocos boticarios titulados, un caballero sucrense enraizado en el pago, casado y con muchos hijos en la ciudad.
La llegada de las cadenas de farmacias
Años más tarde en Tarija las boticas pasaron a llamarse farmacias, las nuevas normas restringieron su acción. Con los años y en los últimos tiempos llegaron las grandes cadenas farmacéuticas, que de cierta manera quitaron mercado a las pequeñas farmacias de barrio, por lo que muchos de estos emprendimientos a nivel local y nacional terminaron por cerrarse.
De acuerdo a Cajías en 2015 la tradicional “Farmacia Oruro”, heredera de la pionera “Farmacia Bristol”, anunció el cierre de su atención a los clientes en el centro histórico paceño. “Poco antes, otra botica pequeña cerró sus puertas cerca de la Plaza Murillo y una de las más antiguas, la “Farmacia Colón”, su puso en venta”.
Para los pobladores que recuerdan la alquimia de las farmacias antiguas el paso del tiempo ha enterrado un gran valor. Cajías resume este fenómeno de la siguiente manera “Los nuevos empleados de las farmacias modernas no conocen a nadie, hay que sacar ficha para una apurada atención, (…). Nadie se queda a charlar y hay que contentarse con la oferta de un sorteo, con algún premio que nunca toca”.
Apuntes sobre la temática
Medicinas
En varias de las farmacias antiguas hubo mucho de aquellos farmacéuticos que preparaban medicinas únicas, como si de una magia se tratara.
Dolencias
Desde pasados años si alguien tenía alguna dolencia lo único que hacía era ir a la botica y era ahí donde tenía todas las probabilidades de encontrar la respuesta
Las cadenas
Con los años y en los últimos tiempos llegaron las grandes cadenas farmacéuticas, que de cierta manera quitaron mercado a las pequeñas farmacias de barrio.