Aguas servidas de la cárcel “embriagan” a San Jorge I
Doña Nélida se levanta antes de las seis de la mañana. Siempre prende la cocina y pone la caldera para sus mates mientras visita sus plantas que tiene en el patio trasero. Le gusta ver cómo las albahacas crecen, seguir el camino de las hormigas que se llevan los brotes del pomelo y escuchar...
Doña Nélida se levanta antes de las seis de la mañana. Siempre prende la cocina y pone la caldera para sus mates mientras visita sus plantas que tiene en el patio trasero. Le gusta ver cómo las albahacas crecen, seguir el camino de las hormigas que se llevan los brotes del pomelo y escuchar los pájaros que migraron del Chaco en los últimos años.
En la esquina de arriba, sobre la calle Dillman Flores a media cuadra del penal de Morros Blancos en el barrio San Jorge 1, doña Lidia y sus hijas abren la tienda de víveres. Ordenan las verduras en los cestos, las cebollas a un lado, los tomates al otro; y envuelven el pan en una tela blanca sobre una canasta para que la temperatura que tienen al salir del horno no los humedezca.
Entre ambas casas, un vecino taxista se levanta y despierta a sus cuatro hijos ya deben ir al colegio de San Jorge 1. Ellos viven en un cuarto. La economía no da para pagar un espacio más grande, pero, aun así, adoptaron al Negro. Un perro grande que tiene su propia casa de cartón en la puerta del cuarto, éste observa con cuidado a cualquier extraño de la cuadra. El Negro los despide desde su puesto de vigilancia y los recibe feliz cuando todos vuelven.
No hay patio al fondo. La calle se transforma en el patio, en la cancha de fútbol, en la plaza para chismear, a veces en el bar y algunas noches también en la iglesia que está ubicada justo al frente de ellos.
Sobre la misma calle, en la esquina por donde pasa el micro 4, doña Yaneth puso un puesto de empanadas desde hace tres años. Al principio hacía tucumanas y las acompañaba con ensalada de repollo y zanahoria cortadas en juliana y las mezclaba con mayonesa. Después empezó a hacer papas rellenas y jugos de frutas. Su puesto se convirtió en un espacio de interacción entre los vecinos y los trabajadores.
La Dillman Flores no es la calle más larga del barrio. Nace frente al gran muro de la cárcel sobre la avenida Camilo Moreno, atraviesa la calle Sustach y desenlaza pasando por la avenida Renán Justiniano Soto en un pasaje que tampoco tiene salida.
Las aguas servidas del penal
En la época de lluvia es un problema. La pendiente de la calle hace que el agua sea arrastrada hasta el pasaje y en varias ocasiones la familia que tenía su casa al final de la calle tuvo que llamar a la Policía pidiendo ayuda porque se inundaba y corría peligro.
Las autoridades hicieron una boca tormenta que solucionó parcialmente la situación, pero otra corriente no cesa. Las aguas servidas del penal son vaciadas a la Dillman Flores. Doña Lidia vive hace 30 años en el barrio. Hace aproximadamente 10 años empezó a brotar una corriente de agua de un hueco que había en el muro del penal hacia la calle.
“Es un agua amarilla, olor a orines que contamina. Toda la calle se queda impregnada y todos los que vivimos aquí tenemos que pisarla y entrar a nuestras casas. Por esta calle pasa mucha gente, los estudiantes bajan para irse al colegio, los trabajadores de los galpones de la flota Tarija y la misma gente del barrio. Las autoridades dijeron que no hay solución porque viene del pozo que colapsó en la cárcel”, explicó.
Hace unos meses atrás, uno de los niños -dueños del Negro- se enfermó del estómago. Tuvo diarrea y vómitos. Fue a la posta de salud del barrio y tenía una infección. Una de las posibles causas era haber ingresado a su boca algún objeto contaminado con excrementos. Pudo haber sido cualquier objeto, la pelota con la que juega por las noches, el abrazo del Negro o el saludo de su compañero.
Doña Janeth cuenta que la peor época para sus ventas es la de lluvia y verano todo lo contrario a las otras vendedoras. Los dueños de las tiendas alrededor también sienten el olor. Todo aquel que pasa por la calle y por esa zona puede sentir la pestilencia a cloaca. Por temporadas, los perros también se enferman. Ellos ven charcos de agua y se acercan a calmar su sed. “Corre un río de agua hedionda a mierda”, dice enojado uno de los trabajadores del galpón.
Detrás del muro gris que divide el penal del resto -entre tantos otros- hay problemas con el alcantarillado. Más de 500 internos deben convivir mientras cumplen su condena o esperan la sentencia.
Don J.D. es un recluso de Morros Blancos. Dentro del régimen las viviendas se dividen en barrios. Él vive en el barrio Sausal y es uno de los que tiene más problemas, así como el barrio Nuevo, el barrio El Mollar y el pabellón de mujeres. Según lo que cuenta, los trabajadores de la Cooperativa de Agua y Alcantarillado de Tarija (Cosaalt) deben asistir consecuentemente para destrancar su pozo.
La cárcel, como la ciudad, se construyó sin un plan. Mientras se fue aglutinando de reclusos aparecieron más barrios y hasta ahora no hay un proyecto de alcantarillado, y mucho menos los recursos para ejecutarlo. Los pozos sépticos que hay dentro de la cárcel desembocan a través de pequeñas quebraditas a un cúmulo de agua sucia, justo al otro lado de la Dillman Flores y por el arrastre de la lluvia, en algún momento rebalsa. Ese problema se repitió durante más de una década.
J.D. dice que el cúmulo de agua también hace que los zancudos se multipliquen y “como ellos no entienden de muros” también se esparcen por el barrio. Entonces la contaminación por las aguas servidas y los zancudos se transforman en problemas cotidianos que afectan la vida de los vecinos y visitantes.
La directiva del barrio San Jorge I dio parte al director de Régimen Penitenciario del penal de Morros Blancos, Ariel Miranda, quien accedió a una visita de los vecinos para que puedan observar el conflicto. Doña Nélida, que forma parte de la directiva asistió.
El agua estancada era sucia y tenía el mismo olor fétido que tiene la calle cuando colapsan los pozos, pero Miranda negó que se tratara de aguas servidas y explicó que es agua de las duchas y del enjuague de la ropa. Por el momento, no hay un proyecto de alcantarillado y para ello se debería buscar financiamiento nacional.
El presidente de la Federación de Juntas Vecinales del Departamento de Tarija (Fedjuve), Edwin Rosas, pidió mediante una carta dirigida al Ministerio de Gobierno que se traslade el penal para mejorar las condiciones de los internos como también de los vecinos de los alrededores, más aún el pedido fue rechazado. El rechazo estuvo ligado a la instrucción que dio Miranda negando los conflictos demandados.
APUNTES SOBRE EL ANTIGUO PROBLEMA
Puesto de empanadas
Sobre la misma calle, en la esquina por donde pasa el micro 4, doña Yaneth puso un puesto de empanadas desde hace tres años. Al principio hacía tucumanas y las acompañaba con ensalada de repollo y zanahoria cortados en juliana y las mezclaba con mayonesa. Después empezó a cocinar papas rellenas y jugos de frutas. Su puesto se convirtió en un espacio de interacción entre los vecinos y los trabajadores.
Agua hedionda
“Es un agua amarilla, olor a orines que contamina. Toda la calle se queda impregnada y todos los que vivimos aquí tenemos que pisarla y entrar a nuestras casas. Por esta calle pasa mucha gente, los estudiantes bajan para irse al colegio, los trabajadores de los galpones de la Flota Tarija y la misma gente del barrio. Las autoridades dijeron que no hay solución porque viene del pozo que colapsó en la cárcel”, explicó doña Lidia
Sin soluciones
El presidente de la Federación de Juntas Vecinales del Departamento de Tarija (Fedjuve), Edwin Rosas, pidió mediante una carta dirigida al Ministerio de Gobierno que se traslade el penal para mejorar las condiciones de los internos como también de los vecinos de alrededor, pero el pedido fue rechazado. El rechazo estuvo ligado a la instrucción que dio Miranda negando los conflictos demandados.
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En la esquina de arriba, sobre la calle Dillman Flores a media cuadra del penal de Morros Blancos en el barrio San Jorge 1, doña Lidia y sus hijas abren la tienda de víveres. Ordenan las verduras en los cestos, las cebollas a un lado, los tomates al otro; y envuelven el pan en una tela blanca sobre una canasta para que la temperatura que tienen al salir del horno no los humedezca.
Entre ambas casas, un vecino taxista se levanta y despierta a sus cuatro hijos ya deben ir al colegio de San Jorge 1. Ellos viven en un cuarto. La economía no da para pagar un espacio más grande, pero, aun así, adoptaron al Negro. Un perro grande que tiene su propia casa de cartón en la puerta del cuarto, éste observa con cuidado a cualquier extraño de la cuadra. El Negro los despide desde su puesto de vigilancia y los recibe feliz cuando todos vuelven.
No hay patio al fondo. La calle se transforma en el patio, en la cancha de fútbol, en la plaza para chismear, a veces en el bar y algunas noches también en la iglesia que está ubicada justo al frente de ellos.
Sobre la misma calle, en la esquina por donde pasa el micro 4, doña Yaneth puso un puesto de empanadas desde hace tres años. Al principio hacía tucumanas y las acompañaba con ensalada de repollo y zanahoria cortadas en juliana y las mezclaba con mayonesa. Después empezó a hacer papas rellenas y jugos de frutas. Su puesto se convirtió en un espacio de interacción entre los vecinos y los trabajadores.
La Dillman Flores no es la calle más larga del barrio. Nace frente al gran muro de la cárcel sobre la avenida Camilo Moreno, atraviesa la calle Sustach y desenlaza pasando por la avenida Renán Justiniano Soto en un pasaje que tampoco tiene salida.
Las aguas servidas del penal
En la época de lluvia es un problema. La pendiente de la calle hace que el agua sea arrastrada hasta el pasaje y en varias ocasiones la familia que tenía su casa al final de la calle tuvo que llamar a la Policía pidiendo ayuda porque se inundaba y corría peligro.
Las autoridades hicieron una boca tormenta que solucionó parcialmente la situación, pero otra corriente no cesa. Las aguas servidas del penal son vaciadas a la Dillman Flores. Doña Lidia vive hace 30 años en el barrio. Hace aproximadamente 10 años empezó a brotar una corriente de agua de un hueco que había en el muro del penal hacia la calle.
“Es un agua amarilla, olor a orines que contamina. Toda la calle se queda impregnada y todos los que vivimos aquí tenemos que pisarla y entrar a nuestras casas. Por esta calle pasa mucha gente, los estudiantes bajan para irse al colegio, los trabajadores de los galpones de la flota Tarija y la misma gente del barrio. Las autoridades dijeron que no hay solución porque viene del pozo que colapsó en la cárcel”, explicó.
Hace unos meses atrás, uno de los niños -dueños del Negro- se enfermó del estómago. Tuvo diarrea y vómitos. Fue a la posta de salud del barrio y tenía una infección. Una de las posibles causas era haber ingresado a su boca algún objeto contaminado con excrementos. Pudo haber sido cualquier objeto, la pelota con la que juega por las noches, el abrazo del Negro o el saludo de su compañero.
Doña Janeth cuenta que la peor época para sus ventas es la de lluvia y verano todo lo contrario a las otras vendedoras. Los dueños de las tiendas alrededor también sienten el olor. Todo aquel que pasa por la calle y por esa zona puede sentir la pestilencia a cloaca. Por temporadas, los perros también se enferman. Ellos ven charcos de agua y se acercan a calmar su sed. “Corre un río de agua hedionda a mierda”, dice enojado uno de los trabajadores del galpón.
Detrás del muro gris que divide el penal del resto -entre tantos otros- hay problemas con el alcantarillado. Más de 500 internos deben convivir mientras cumplen su condena o esperan la sentencia.
Don J.D. es un recluso de Morros Blancos. Dentro del régimen las viviendas se dividen en barrios. Él vive en el barrio Sausal y es uno de los que tiene más problemas, así como el barrio Nuevo, el barrio El Mollar y el pabellón de mujeres. Según lo que cuenta, los trabajadores de la Cooperativa de Agua y Alcantarillado de Tarija (Cosaalt) deben asistir consecuentemente para destrancar su pozo.
La cárcel, como la ciudad, se construyó sin un plan. Mientras se fue aglutinando de reclusos aparecieron más barrios y hasta ahora no hay un proyecto de alcantarillado, y mucho menos los recursos para ejecutarlo. Los pozos sépticos que hay dentro de la cárcel desembocan a través de pequeñas quebraditas a un cúmulo de agua sucia, justo al otro lado de la Dillman Flores y por el arrastre de la lluvia, en algún momento rebalsa. Ese problema se repitió durante más de una década.
J.D. dice que el cúmulo de agua también hace que los zancudos se multipliquen y “como ellos no entienden de muros” también se esparcen por el barrio. Entonces la contaminación por las aguas servidas y los zancudos se transforman en problemas cotidianos que afectan la vida de los vecinos y visitantes.
La directiva del barrio San Jorge I dio parte al director de Régimen Penitenciario del penal de Morros Blancos, Ariel Miranda, quien accedió a una visita de los vecinos para que puedan observar el conflicto. Doña Nélida, que forma parte de la directiva asistió.
El agua estancada era sucia y tenía el mismo olor fétido que tiene la calle cuando colapsan los pozos, pero Miranda negó que se tratara de aguas servidas y explicó que es agua de las duchas y del enjuague de la ropa. Por el momento, no hay un proyecto de alcantarillado y para ello se debería buscar financiamiento nacional.
El presidente de la Federación de Juntas Vecinales del Departamento de Tarija (Fedjuve), Edwin Rosas, pidió mediante una carta dirigida al Ministerio de Gobierno que se traslade el penal para mejorar las condiciones de los internos como también de los vecinos de los alrededores, más aún el pedido fue rechazado. El rechazo estuvo ligado a la instrucción que dio Miranda negando los conflictos demandados.
APUNTES SOBRE EL ANTIGUO PROBLEMA
Puesto de empanadas
Sobre la misma calle, en la esquina por donde pasa el micro 4, doña Yaneth puso un puesto de empanadas desde hace tres años. Al principio hacía tucumanas y las acompañaba con ensalada de repollo y zanahoria cortados en juliana y las mezclaba con mayonesa. Después empezó a cocinar papas rellenas y jugos de frutas. Su puesto se convirtió en un espacio de interacción entre los vecinos y los trabajadores.
Agua hedionda
“Es un agua amarilla, olor a orines que contamina. Toda la calle se queda impregnada y todos los que vivimos aquí tenemos que pisarla y entrar a nuestras casas. Por esta calle pasa mucha gente, los estudiantes bajan para irse al colegio, los trabajadores de los galpones de la Flota Tarija y la misma gente del barrio. Las autoridades dijeron que no hay solución porque viene del pozo que colapsó en la cárcel”, explicó doña Lidia
Sin soluciones
El presidente de la Federación de Juntas Vecinales del Departamento de Tarija (Fedjuve), Edwin Rosas, pidió mediante una carta dirigida al Ministerio de Gobierno que se traslade el penal para mejorar las condiciones de los internos como también de los vecinos de alrededor, pero el pedido fue rechazado. El rechazo estuvo ligado a la instrucción que dio Miranda negando los conflictos demandados.
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