Un Gobierno grande ¿perjudica la libertad, sociedad civil y felicidad?
¿Los beneficios generados gracias a los bienes, servicios y transferencias del gobierno vienen necesariamente a costa de una reducida libertad, una debilitada sociedad civil y una disminución de la felicidad? “La experiencia en los países democráticos y desarrollados sugiere que, al...



¿Los beneficios generados gracias a los bienes, servicios y transferencias del gobierno vienen necesariamente a costa de una reducida libertad, una debilitada sociedad civil y una disminución de la felicidad?
“La experiencia en los países democráticos y desarrollados sugiere que, al menos hasta el momento, la respuesta es no”. Es la conclusión de la investigación del profesor de Sociología y catedrático de Pensamiento Social de la Universidad de California San Diego, Lane Kenworthy.
Ya en anteriores investigaciones, Kenworthy confirmó que los bienes, servicios y transferencias públicas elevan los estándares de vida, reducen la inseguridad, mejoran la salud e igualan las oportunidades. Pero quedaba pendiente la pregunta si, en el camino, los programas de gobierno perjudican aspectos clave de la vida y libertad de las personas.
Los críticos del gobierno, como el padre del neolibralismo Milton Friedam, o más recientemente Yuval Levin, afirman que sí. “El Estado puede amenazar gravemente el espacio de la vida privada”, dice Levin, “al invadir el espacio e intentar llenarlo, colapsando ese espacio bajo el peso del gobierno, su tamaño y su costo”.
Por su parte, décadas antes Friedman advertía del “gran mal” de los programas sociales: “su efecto en el tejido de nuestra sociedad. Debilitan a la familia… y limitan nuestra libertad”.
Sin embargo, realizando un análisis estadístico y econométrico con datos de varios años y provenientes de diversas fuentes, el académico estadounidense refuta estas apreciaciones.
Si bien el estudio se centra en economías avanzadas, las lecciones son útiles para países en desarrollo, puesto que no es el tamaño del gobierno y sus políticas sociales lo que causa problemas, sino la falta de mecanismos que aseguren que los recursos públicos recaudados vía impuestos y otros se utilicen de manera transparente, adecuada y bien pensada.
Libertades
Debido a que los programas sociales son generalmente financiados a través de los impuestos, ello implica cierta restricción a lo que la gente puede hacer con sus ingresos económicos, y en ese sentido se considera que el gobierno reduce la libertad. La pregunta es, cuán fuerte es esa restricción.
En EEUU, la quinta parte de los ciudadanos con ingresos más bajos pagan en promedio el 20% de sus ingresos en impuestos. Los que tienen ingresos medios pagan alrededor del 27%. Y los que están en la cúspide de la pirámide (el 1% más rico) paga cerca del 33% de sus ingresos.
“Si esto constituye una reducción significativa de la libertad, dependerá del observador”, afirma al respecto Kenworthy, pero agrega que “la pregunta más interesante es si el gobierno reduce la libertad en otros aspectos”.
A veces se asume que un gobierno que implementa un generoso y expansivo conjunto de programas sociales inevitablemente también utilizará una pesada mano reguladora, limitando la libertad de empresas y trabajadores para tomar decisiones en busca de su interés.
El estudio de Kenworthy refuta esta idea para los países ricos y democráticos, pues demuestra que “las naciones que más gastan no tienden a tener regulaciones más pesadas”. Es más, evidencian una “regulación económica ligera”, tomando en cuenta indicadores para la libertad de negocios, libertad laboral, libertad comercial, libertad de inversión y libertad financiera.
En cuanto a las libertades individuales, el académico utiliza el “índice de libertad personal” del Instituto Cato, una institución de tendencia libertaria. El índice considera indicadores como la protección legal, seguridad, libertad de movimiento, libertad de religión, libertad de asociación, asamblea y sociedad civil, libertad de expresión y libertad de relaciones.
El análisis de Kenworthy revela que no hay incompatibilidades entre un gobierno grande y las libertades individuales.
Otra fuente de datos adicional usada para estudiar las libertades fueron las encuestas de opinión pública que el Gallup World Poll viene publicando desde 2005 en varios países, acerca de si la población está o no satisfecha con su libertad de elegir lo que quiere hacer con su vida. Esta encuesta muestra que “los ciudadanos en países que tienen mayores gastos gubernamentales no tienen mayor probabilidad de ver sus vidas restringidas o limitadas”.
Es más, la periodista e investigadora finlandesa Anu Partanen considera que los programas sociales suelen incrementar la libertad. Haciendo una comparación de su nativa Finlandia con su patria adoptiva, EEUU, Partanen nota que muchos estadounidenses no tienen acceso a servicios –accesibles y de calidad- de salud, cuidado de niños, vivienda, educación, cuidado de ancianos.
Esto, afirma, disminuye no solamente la seguridad de los estadounidenses, sino también su libertad: “Para poder competir y sobrevivir, los estadounidenses que conocí y aquellos acerca de los que leí estaban… atados o en deuda con sus parejas, padres, hijos, colegas y jefes en maneras tales que constreñían su propia libertad”.
Sociedad civil
Otra idea que se tiene respecto a los gobiernos con elevados gastos sociales es que erosionan o desincentivan las llamadas “instituciones intermediarias”, o sea las familias, organizaciones voluntarias, y quizá incluso los lazos de amistad.
El politólogo estadounidense Charles Murray es uno de los más conocidos críticos del Estado de bienestar europeo, e incluso identifica un fenómeno psicosocial que denomina “el Síndrome Europeo”, caracterizado porque “el propósito de la vida es pasar el tiempo entre el nacimiento y la muerte de la manera más placentera posible, y el propósito del gobierno es hacer que ese estilo de vida sea lo más fácil posible”.
En ese sentido, “las cortas semanas laborales europeas y las frecuentes vacaciones son un síntoma de ese síndrome”, al igual que “la precipitada declinación de matrimonios” y “la declinación de las tasas de fertilidad”.
Sin embargo, usando las Bases de Datos de los países desarrollados de la Organización Económica de Cooperación y Desarrollo (OECD), Kenworthy encuentra algo que contradice a Murray.
Aunque considera que el matrimonio no es un indicador útil: “Esa institución ha perdido prestigio en muchos países europeos, pero eso no necesariamente significa que hay menos relaciones de largo plazo y menos compromiso entre las parejas. Por tanto, un mejor indicador es la proporción de niños que viven en un hogar con dos padres”.
Usando ese indicador, el académico encontró que las familias no son más débiles en países con gobiernos “más grandes”.
Aprovechando que tiene datos de EEUU desde principios del Siglo XX, Kenworthy profundiza su análisis para ese país.
“El tamaño del gobierno creció fuertemente desde principios de los 1900 hasta mediados de la década de 1960. Desde entonces, siguió creciendo pero a un ritmo mucho menor. Durante los años en que el tamaño del gobierno crecía rápidamente, la proporción de niños viviendo con ambos padres se mantuvo constante en alrededor del 75%. A mediados de los 1960 comenzó a declinar, cayendo a 55% en la década actual de 2010”, afirma el experto. Una tendencia que también contradice la hipótesis de Murray.
¿El elevado gasto social de los gobiernos desincentiva tener hijos? Según Murray, el expansivo y generoso gasto social fomenta una cultura en que los niños son considerados una carga y una distracción de las cosas divertidas de la vida. Pero Kenworthy encuentra, también con datos de la OECD, que esa interpretación es igualmente equivocada. “En los países ricos y democráticos, no hay asociación entre el tamaño del gobierno y la tasa de fertilidad”.
Respecto a la participación en organizaciones voluntarias, Yual Levin –crítico del gasto social y del gobierno- afirma que “las políticas sociales progresivas hacen que la sociedad civil sea menos importante al asignarle al Estado muchos de los roles que antes tenían las congregaciones religiosas, las asociaciones civiles, fraternidades y caridades, especialmente las que ayudaban a los pobres”.
Kenworthy encuentra que efectivamente existe una relación inversa entre el gasto social y la proporción de adultos que afirman tener una vida activa en grupos civiles u organizaciones de este tipo, “pero la relación es muy débil”.
Por ejemplo, en Suecia (elevado gasto social), el 10% de los adultos dicen ser miembros activos de este tipo de grupos, frente al 14% de los estadounidenses (bajo gasto social). “Y esa diferencia se debe en gran parte a los grupos religiosos”, afirma el experto, ya que “apenas el 6% de los suecos se dice miembro activo frente al 36% de los estadounidenses”.
Y en cuanto a las redes familiares y de amistad, los datos duros también “sugieren que no existe un impacto negativo cuando hay elevado gasto social”.
Felicidad
Según la visión de Charles Murray, tener un gobierno grande tiende a reducir la felicidad, en parte porque debilitaría las familias y la sociedad civil, aunque los datos vistos anteriormente muestran lo contrario.
Otra posible causa para reducir la felicidad se relaciona al trabajo. Según Murray, en los países europeos con estados de bienestar, “la idea de trabajo como forma de autorrealización se ha desvanecido. El trabajo es visto como un mal necesario, que interfiere con el ocio. Tener que buscar trabajo o sufrir el riesgo de perderlo son vistos como terribles imposiciones”.
Sin embargo, los datos vuelven a contradecir esta noción, pues “no hay asociación entre el tamaño del gobierno y la proporción de población en edad de trabajar que está en empleos remunerados”, dice Kenworthy.
De manera más directa, el Informe Mundial de Felicidad 2017 (que presenta promedios entre los años 2014 y 2016), del Gallup World Report, mide la felicidad a través de la satisfacción con la vida. En su encuesta, la pregunta clave era la siguiente: “Imagínese una escalera con peldaños numeradas de 0 a 10. El más elevado representa la mejor vida posible para usted, y el más abajo representa la peor vida posible para usted. ¿En qué peldaño de la escalera siente usted que se encuentra en este momento?”.
Los resultados de la encuesta, cruzados con datos del tamaño de gobierno/gasto social, muestra que “el nivel promedio de satisfacción con la vida tiende a ser igual de alto en países con gobierno grande, como los Nórdicos, que en aquellos con un gobierno de tamaño mediano, como Suiza y EEUU”.
La solución no parece venir de recetas “universales” sobre recortes de gasto público, sino que se relaciona más con cómo y cuán bien se maneja ese gasto en beneficio de la sociedad, de manera responsable y sostenible.
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“La experiencia en los países democráticos y desarrollados sugiere que, al menos hasta el momento, la respuesta es no”. Es la conclusión de la investigación del profesor de Sociología y catedrático de Pensamiento Social de la Universidad de California San Diego, Lane Kenworthy.
Ya en anteriores investigaciones, Kenworthy confirmó que los bienes, servicios y transferencias públicas elevan los estándares de vida, reducen la inseguridad, mejoran la salud e igualan las oportunidades. Pero quedaba pendiente la pregunta si, en el camino, los programas de gobierno perjudican aspectos clave de la vida y libertad de las personas.
Los críticos del gobierno, como el padre del neolibralismo Milton Friedam, o más recientemente Yuval Levin, afirman que sí. “El Estado puede amenazar gravemente el espacio de la vida privada”, dice Levin, “al invadir el espacio e intentar llenarlo, colapsando ese espacio bajo el peso del gobierno, su tamaño y su costo”.
Por su parte, décadas antes Friedman advertía del “gran mal” de los programas sociales: “su efecto en el tejido de nuestra sociedad. Debilitan a la familia… y limitan nuestra libertad”.
Sin embargo, realizando un análisis estadístico y econométrico con datos de varios años y provenientes de diversas fuentes, el académico estadounidense refuta estas apreciaciones.
Si bien el estudio se centra en economías avanzadas, las lecciones son útiles para países en desarrollo, puesto que no es el tamaño del gobierno y sus políticas sociales lo que causa problemas, sino la falta de mecanismos que aseguren que los recursos públicos recaudados vía impuestos y otros se utilicen de manera transparente, adecuada y bien pensada.
Libertades
Debido a que los programas sociales son generalmente financiados a través de los impuestos, ello implica cierta restricción a lo que la gente puede hacer con sus ingresos económicos, y en ese sentido se considera que el gobierno reduce la libertad. La pregunta es, cuán fuerte es esa restricción.
En EEUU, la quinta parte de los ciudadanos con ingresos más bajos pagan en promedio el 20% de sus ingresos en impuestos. Los que tienen ingresos medios pagan alrededor del 27%. Y los que están en la cúspide de la pirámide (el 1% más rico) paga cerca del 33% de sus ingresos.
“Si esto constituye una reducción significativa de la libertad, dependerá del observador”, afirma al respecto Kenworthy, pero agrega que “la pregunta más interesante es si el gobierno reduce la libertad en otros aspectos”.
A veces se asume que un gobierno que implementa un generoso y expansivo conjunto de programas sociales inevitablemente también utilizará una pesada mano reguladora, limitando la libertad de empresas y trabajadores para tomar decisiones en busca de su interés.
El estudio de Kenworthy refuta esta idea para los países ricos y democráticos, pues demuestra que “las naciones que más gastan no tienden a tener regulaciones más pesadas”. Es más, evidencian una “regulación económica ligera”, tomando en cuenta indicadores para la libertad de negocios, libertad laboral, libertad comercial, libertad de inversión y libertad financiera.
En cuanto a las libertades individuales, el académico utiliza el “índice de libertad personal” del Instituto Cato, una institución de tendencia libertaria. El índice considera indicadores como la protección legal, seguridad, libertad de movimiento, libertad de religión, libertad de asociación, asamblea y sociedad civil, libertad de expresión y libertad de relaciones.
El análisis de Kenworthy revela que no hay incompatibilidades entre un gobierno grande y las libertades individuales.
Otra fuente de datos adicional usada para estudiar las libertades fueron las encuestas de opinión pública que el Gallup World Poll viene publicando desde 2005 en varios países, acerca de si la población está o no satisfecha con su libertad de elegir lo que quiere hacer con su vida. Esta encuesta muestra que “los ciudadanos en países que tienen mayores gastos gubernamentales no tienen mayor probabilidad de ver sus vidas restringidas o limitadas”.
Es más, la periodista e investigadora finlandesa Anu Partanen considera que los programas sociales suelen incrementar la libertad. Haciendo una comparación de su nativa Finlandia con su patria adoptiva, EEUU, Partanen nota que muchos estadounidenses no tienen acceso a servicios –accesibles y de calidad- de salud, cuidado de niños, vivienda, educación, cuidado de ancianos.
Esto, afirma, disminuye no solamente la seguridad de los estadounidenses, sino también su libertad: “Para poder competir y sobrevivir, los estadounidenses que conocí y aquellos acerca de los que leí estaban… atados o en deuda con sus parejas, padres, hijos, colegas y jefes en maneras tales que constreñían su propia libertad”.
Sociedad civil
Otra idea que se tiene respecto a los gobiernos con elevados gastos sociales es que erosionan o desincentivan las llamadas “instituciones intermediarias”, o sea las familias, organizaciones voluntarias, y quizá incluso los lazos de amistad.
El politólogo estadounidense Charles Murray es uno de los más conocidos críticos del Estado de bienestar europeo, e incluso identifica un fenómeno psicosocial que denomina “el Síndrome Europeo”, caracterizado porque “el propósito de la vida es pasar el tiempo entre el nacimiento y la muerte de la manera más placentera posible, y el propósito del gobierno es hacer que ese estilo de vida sea lo más fácil posible”.
En ese sentido, “las cortas semanas laborales europeas y las frecuentes vacaciones son un síntoma de ese síndrome”, al igual que “la precipitada declinación de matrimonios” y “la declinación de las tasas de fertilidad”.
Sin embargo, usando las Bases de Datos de los países desarrollados de la Organización Económica de Cooperación y Desarrollo (OECD), Kenworthy encuentra algo que contradice a Murray.
Aunque considera que el matrimonio no es un indicador útil: “Esa institución ha perdido prestigio en muchos países europeos, pero eso no necesariamente significa que hay menos relaciones de largo plazo y menos compromiso entre las parejas. Por tanto, un mejor indicador es la proporción de niños que viven en un hogar con dos padres”.
Usando ese indicador, el académico encontró que las familias no son más débiles en países con gobiernos “más grandes”.
Aprovechando que tiene datos de EEUU desde principios del Siglo XX, Kenworthy profundiza su análisis para ese país.
“El tamaño del gobierno creció fuertemente desde principios de los 1900 hasta mediados de la década de 1960. Desde entonces, siguió creciendo pero a un ritmo mucho menor. Durante los años en que el tamaño del gobierno crecía rápidamente, la proporción de niños viviendo con ambos padres se mantuvo constante en alrededor del 75%. A mediados de los 1960 comenzó a declinar, cayendo a 55% en la década actual de 2010”, afirma el experto. Una tendencia que también contradice la hipótesis de Murray.
¿El elevado gasto social de los gobiernos desincentiva tener hijos? Según Murray, el expansivo y generoso gasto social fomenta una cultura en que los niños son considerados una carga y una distracción de las cosas divertidas de la vida. Pero Kenworthy encuentra, también con datos de la OECD, que esa interpretación es igualmente equivocada. “En los países ricos y democráticos, no hay asociación entre el tamaño del gobierno y la tasa de fertilidad”.
Respecto a la participación en organizaciones voluntarias, Yual Levin –crítico del gasto social y del gobierno- afirma que “las políticas sociales progresivas hacen que la sociedad civil sea menos importante al asignarle al Estado muchos de los roles que antes tenían las congregaciones religiosas, las asociaciones civiles, fraternidades y caridades, especialmente las que ayudaban a los pobres”.
Kenworthy encuentra que efectivamente existe una relación inversa entre el gasto social y la proporción de adultos que afirman tener una vida activa en grupos civiles u organizaciones de este tipo, “pero la relación es muy débil”.
Por ejemplo, en Suecia (elevado gasto social), el 10% de los adultos dicen ser miembros activos de este tipo de grupos, frente al 14% de los estadounidenses (bajo gasto social). “Y esa diferencia se debe en gran parte a los grupos religiosos”, afirma el experto, ya que “apenas el 6% de los suecos se dice miembro activo frente al 36% de los estadounidenses”.
Y en cuanto a las redes familiares y de amistad, los datos duros también “sugieren que no existe un impacto negativo cuando hay elevado gasto social”.
Felicidad
Según la visión de Charles Murray, tener un gobierno grande tiende a reducir la felicidad, en parte porque debilitaría las familias y la sociedad civil, aunque los datos vistos anteriormente muestran lo contrario.
Otra posible causa para reducir la felicidad se relaciona al trabajo. Según Murray, en los países europeos con estados de bienestar, “la idea de trabajo como forma de autorrealización se ha desvanecido. El trabajo es visto como un mal necesario, que interfiere con el ocio. Tener que buscar trabajo o sufrir el riesgo de perderlo son vistos como terribles imposiciones”.
Sin embargo, los datos vuelven a contradecir esta noción, pues “no hay asociación entre el tamaño del gobierno y la proporción de población en edad de trabajar que está en empleos remunerados”, dice Kenworthy.
De manera más directa, el Informe Mundial de Felicidad 2017 (que presenta promedios entre los años 2014 y 2016), del Gallup World Report, mide la felicidad a través de la satisfacción con la vida. En su encuesta, la pregunta clave era la siguiente: “Imagínese una escalera con peldaños numeradas de 0 a 10. El más elevado representa la mejor vida posible para usted, y el más abajo representa la peor vida posible para usted. ¿En qué peldaño de la escalera siente usted que se encuentra en este momento?”.
Los resultados de la encuesta, cruzados con datos del tamaño de gobierno/gasto social, muestra que “el nivel promedio de satisfacción con la vida tiende a ser igual de alto en países con gobierno grande, como los Nórdicos, que en aquellos con un gobierno de tamaño mediano, como Suiza y EEUU”.
La solución no parece venir de recetas “universales” sobre recortes de gasto público, sino que se relaciona más con cómo y cuán bien se maneja ese gasto en beneficio de la sociedad, de manera responsable y sostenible.
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