#diainternacionaldelapalabra
¿Para qué sirve la palabra?
En la era de la posverdad, donde las emociones y las creencias personales a menudo superan a los hechos objetivos, la palabra enfrenta un desafío sin precedentes.
Pareciera absurdo, pero en las últimas décadas se ha erosionado la capacidad de la palabra para construir puentes de entendimiento, y su función como vehículo de la verdad ha sido limada hasta convertirse en el polvo más fino. Pero, desde la perspectiva de la filosofía del sur de nuestro continente, hay una mirada revitalizante que sostiene a la palabra como herramienta de resistencia, memoria y conexión con el misterio del universo.
Palabra como tejido comunitario y sagrado
Para nuestras culturas sudamericanas, la palabra es un acto vivo que construye comunidad. En las tradiciones andinas y amazónicas, hablar implica un compromiso ético con los demás y con la naturaleza.
El concepto del ayni, reciprocidad en runasimi, refleja cómo las palabras se entrelazan con acciones para mantener el equilibrio en las relaciones humanas y con la Pachamama. En la cosmovisión guaraní, el Nhe'ẽ (palabra-aliento) no sólo une a las personas, sino que conecta con lo espiritual y el cosmos. Así, en una época donde el lenguaje se utiliza para manipular o desinformar, la filosofía ancestral nos recuerda que hablar es un acto de creación y sanación.
Palabra como resistencia y memoria histórica
La colonización no sólo despojó territorios, también silenció lenguas y narrativas. Para filósofos como Enrique Dussel, recuperar la palabra propia es un acto de emancipación, pues permite a los pueblos colonizados reconstruir su identidad y desafiar los discursos impuestos por siglos de dominación.
En Sudamérica, la palabra ha sido el pilar de movimientos sociales que buscan justicia y verdad. Las Madres de Plaza de Mayo en Argentina, los reclamos por derechos indígenas en Bolivia y Ecuador, o las luchas por justicia frente a las dictaduras de la región han utilizado la palabra para narrar historias invisibilizadas y mantener viva la memoria colectiva.
En un mundo posverdad, donde lo falso intenta reemplazar lo verdadero, estas narrativas actúan como antídoto contra el olvido.
Palabra como liberación y transformación
El educador y filósofo brasileño, Paulo Freire, subraya que la palabra auténtica es aquella que une reflexión y acción. En su “Pedagogía del oprimido”, Freire plantea que el diálogo basado en el respeto y la horizontalidad permite la educación liberadora. En la posverdad, donde el diálogo frecuentemente se reemplaza por gritos y descalificaciones, esta visión de la palabra como puente hacia la emancipación resulta más relevante que nunca.
Hablar transforma porque las palabras tienen el poder de cuestionar sistemas opresivos, reconfigurar la sociedad y dar voz a los marginados. El uso ético y liberador de la palabra contrasta con la manipulación ejercida en la dinámica de desinformación contemporánea.
Palabra en equilibrio con la naturaleza
La palabra no es exclusivamente humana. En rituales y ceremonias, las palabras dialogan con la Pachamama y otras entidades espirituales, reconociendo la interdependencia de todos los seres. En este sentido, hablar implica responsabilidad, ya que lo dicho afecta el equilibrio del mundo.
En tiempos de posverdad, donde el lenguaje a menudo se trivializa, esta conexión sagrada con el lenguaje nos invita a reflexionar sobre su poder y sus consecuencias. Aprender que la palabra no sólo nombra, sino que crea, transforma y conecta, es un acto ético, político y espiritual.
En medio del ruido de la posverdad, en un contexto donde las palabras se usan para dividir, desinformar y manipular, recuperar el valor de la palabra implica tejer vínculos, resistir la opresión, preservar la memoria y dialogar con el mundo desde un lugar de respeto y verdad.