El País en Santa Cruz
Yarituses danzarán en las fiestas de San Pedro y San Pablo
Del 28 al 30 de junio, San Javier festejará las fiestas santorales, pero sobre todo se harán las ofrendas al dios alado Nupayarés.



Hace cientos de años atrás, antes de la llegada de los españoles al continente, la antigua etnia de los piñocas moraba en lo que hoy se conoce como San Javier. Solían practicar la cacería en ciertas temporadas, saliendo por varios días para abastecer de alimento a sus familias. Se dice que, en una ocasión, intentaron cazar un ave extraña, pero las flechas desaparecían antes de llegar a la presa. En la noche, mientras los piñocas se calentaban alrededor de una fogata, el ave se presentó esplendorosa en el cielo, como un dios alado. Le dieron el nombre de Nupayarés, que significa Piyo Sagrado, y le atribuyeron la cualidad de alejar lo malo y traer bonanza en tiempos de cosecha, caza y pesca. Su imagen se relaciona con la constelación que hoy conocemos como la Cruz del Sur.
Los piñocas crearon un ritual para alabarle y agradecerle. Subían a lugares altos, danzando y cantando, y por ello en su idioma, el bésiro chiquitano, a estos danzantes se les llamó Yarituses, que significa “adoradores de los cerros”. Cuando los jesuitas establecieron su primera misión en 1691, en el territorio que hoy es San Javier, se encargaron de fusionar su religión con las prácticas rituales de los piñocas. Así fue que la danza de los Yarituses encontró coincidencia con las festividades de San Pedro y San Pablo.
En un inicio, los Yarituses danzaban en taparrabos, con un penacho de plumas en sus cabezas. Los jesuitas les obligaron a usar vestimentas para tapar su desnudez, y es así que la figura actual del Yaritú tiene pantalón, camisa, un manto, una vara con cintas de colores, una máscara con elementos de la flora y fauna chiquitana, y los paichichís, sonajeros colocados en las pantorrillas que sirven para espantar a los malos espíritus.
Además del Yaritú, está la figura del abuelo, o Iñuma, que lleva una máscara hecha con el caparazón del tatú o de la peta, es decir, del quirquincho o la tortuga, una vara de mando con la cabeza de un ave, y una cesta, o panacú, a la espalda, en la que cargan los primeros frutos de la cosecha y algunas carnes animales para ofrendar al Nupayarés.
Una vez que los jesuitas fueron expulsados de la Chiquitania en 1767, el Cabildo Indígena Chiquitano trabajó para mantener la cultura y las tradiciones, al punto que, en 2018, el Estado Plurinacional declaró el ritual de los Yarituses como parte del Patrimonio Cultural e Inmaterial de los bolivianos, pues en su canto se mantiene viva la lengua indígena bésiro. Además, la fiesta es también un recordatorio de la cristianización de los antepasados piñocas.
La celebración comienza el 28 de junio con una serenata a los santos, y continúa con el ritual de los Yarituses que se realiza el 29 y 30 de junio, para el cual llegan danzantes desde 48 comunidades de la Chiquitania. El ritual se realiza desde temprano, comenzando en la Piedra de los Apóstoles, uno de tantos sitios con formaciones líticas elegido por los antepasados y nombrado así a partir de la evangelización. Desde ese lugar, la procesión se dirige hacia el templo misional, donde después de la celebración religiosa, atraviesa las calles del pueblo entonando los antiguos cantos en honor al Piyo Sagrado.
El 25 de junio, y al son de la tamborita, un grupo representó la danza de los Yarituses en la Plaza 24 de septiembre, haciendo invitación a la población a recorrer los 230 kilómetros que separan San Javier de Santa Cruz de la Sierra para que puedan disfrutar de este ritual en todo su esplendor.
Para la población tarijeña serán notables las semejanzas entre la figura del Yaritú y la del Chuncho. Aunque pueda pensarse que son “primos”, el antropólogo y “chunchólogo” tarijeño, Daniel Vacaflores, hace notar que “tienen los mismos orígenes simbólicos, pero no rituales. Los unos son andinos y los otros amazónicos”. Otra diferencia es que, con el tiempo, en la danza de los Yarituses se admitió la entrada de mujeres, niñas y niños, logrando que el ritual se vuelva más rico y complejo.