Las aventuras de Rosario Vaca, madre y cuidadora
Quien la conoce, sabe que ella es una mujer de trabajo con la claridad y el corazón, suficientes y necesarios, para dedicarse a una de las labores más importantes: el cuidado.
Hace 18 años ya que trabaja “en Jurídicas”, y todos los días se da su vuelta para limpiar los pasillos, la calle y los ambientes que la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho tiene en la Av. Domingo Paz. Es habitual verla en el casco viejo de la ciudad, siempre con algún tipo de sombrero o gorra encima, tal vez por combatir el frío, con mayor razón en esta temporada, tal vez porque es más fácil ponerse un sombrero y en seguida ir a dedicar su tiempo a lo que le interesa, que es, sin duda, el trabajo.
Pero la limpieza es sólo una parte de sus habilidades, las cuales confluyen en el arte de saber cuidar. Y es que Rosario Vaca, a falta de una familia, ha sabido dedicarse a entregar cariño en todas sus formas. Seguramente aprendió en el Hogar Moisés Navajas, donde recibió crianza y convivió con tantas necesidades, las suyas y las ajenas. Estas últimas son las que supo atender con mayor presteza.
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Niños y abuelas
Antes de trabajar en la Universidad, Rosario hizo una larga carrera de cuidadora. Comenzó en el Hogar Moisés Navajas, pues luego de haber recibido lo necesario, se puso a cuidar a las pequeñas. También estuvo un tiempo en el hogar Maryknoll de Cochabamba, y cuando volvió a Tarija, siguió cuidando en el hogar Sagrada Familia. Sobre todo, cuidó a muchas personas mayores, algunas de familias importantes.
“Paraba viajando, cuidaba abuelas donde iba. Las abuelitas son igual que los niños, hay que hacerles caso de todo”, recordó Rosario con Pura Cepa. Tras sus lentes fotocromáticos, se advierte una mirada que pesca las memorias con picardía, con un espíritu que abarca la irónica vuelta de la vida que nos hace vivir una segunda infancia antes del final.
En su trayectoria, tuvo una experiencia divertida trabajando a tiempo completo, cuarto incluido, cuidando a una abuelita que dormía en un cuarto de dos camas. “Yo quería dormir con ella, y no me dejaba. Le daba la otra cama al perro”. Rosario sonríe mientras busca en la distancia otras anécdotas, que no siempre tienen el mismo tono de humor. Se acuerda de otra abuelita.
“A veces, se enojaba porque sus familiares le decían que no podía hacer ciertas cosas, y se ponía rebelde contra mí. Y otras veces me quería regalar el cielo y las estrellas. Abría su ropero, tenía joyas, plata, ropa de lujo, y me decía, ‘¡llévate todo lo que vos quieras!’”. Las risas rápidamente se acabaron cuando Rosario recordó que también esa “abuelita” la trató “con el palo de la escoba, y hasta quería matar a mi hijo”.
¿Quién te cuida?
“Mi hijo… No me cuida, yo lo sigo cuidando (Risas)”. A los 48 años, Rosario tuvo un hijo. Su nombre es Miguel Vargas. “Mi hijo estudia y hace pasantías. Ha estudiado administración y ahora va a sacar comercial. Está haciendo pasantía en la Biblioteca de la U. Mire usted, de mi familia no somos estudiosos, yo no era capa para el estudio. Pero mi hijo sacó todo lo que yo no tenía, lo que estaba guardando profundamente. Ahora va a sacar también un diplomado. Capo es para el estudio, yo no sé de dónde ha salido. Parece que me lo han cambiado (Risas)”.
Rosario le ha dedicado todo su trabajo, y ha impulsado a Miguel a estudiar todo lo que quiera y pueda. Y para Miguel no ha sido fácil nacer de una madre de 48 años vividos en las condiciones que tuvo Rosario. “Tenía un carácter, por Dios Santo que ha nacido hambriento, y no esperaba ni que le prepare la leche. Yo, con cariño y con amor, lo he puesto bien”.
Una de las anécdotas maravillosas de la infancia de Miguel fue el día en que Rosario recibió la indemnización por su trabajo de niñera en el hogar Maryknoll: “Me he viajado por todos los parques de Bolivia. Santa Cruz, Potosí, Oruro, Cochabamba. Nos hemos ido a divertir”. Ella recuerda que lo que más le gustó fue conocer a los dinosaurios en el Parque Cretácico de Sucre.
“Casi nos sacamos la lotería”
Antes de la indemnización, Rosario estuvo cerca de un hallazgo que le hubiera cambiado la vida. “Yo me alojaba en el convento, con las hermanitas. Me han dado una pieza que daba a la calle, como una tienda, y había un tumbado. No era muy alto, ponía la silla en la cama y alcanzaba. Si hubiera bichado con curiosidad, hubiera encontrado oro”.
Claro, Rosario no sabía. Supo de eso mucho tiempo después por boca de “la Anita Jerez, la que vendía vinos Aranjuez, años que vendía por la Plazuela Sucre. ‘¡Pero yo estaba en ese cuarto!’, le dije”. Las monjas cochabambinas habían vendido esa parte del convento, y los nuevos dueños quisieron “bajar todo”. El albañil encontró dos cofres con monedas de oro, y nadie lo volvió a ver.
“¿No ve que las monjitas entraban con su dote, su herencia y hasta su empleada más? El tipo se ha escapado, no ha dejado ni una moneda. Me llamaba la atención el tumbado, pero mi hijo era tan nervioso. Por cuidar el sueño de mi hijo, no subí. Era insoportable, tiraba unos gritos en el convento. Después se ha dominado. Le he dado mucho cariño”, concluyó la cuidadora.
Chocolatosa
Miguel Vargas comenzó a trabajar siendo casi un niño. “Me daba pena cada vez que lo veía de cargador. Era una espada que se metía a mi corazón”, expresó Rosario. “¿Qué hago para entrar a la U?”, le dijo un día Miguel. “Tienes que estudiar”, respondió Rosario. Y Miguel estudió, dio su examen, “¡cien, ha sacado!”, gritó Rosario.
Ella tuvo a Miguel a sus 48 años. Ahora tiene 75. Su cumpleaños es el 4 de septiembre, el Día Nacional de las Áreas Protegidas en Bolivia. Protección, cuidado, madre, tierra, chocolate. Rosario y su hijo suelen comprarse una torta ese día. “El Miguel tiene una amiga que hace, sabe que me gusta la torta de chocolate”. ¿Bien chocolatosa? Rosario se ríe. “Y no me gusta que nadie se acuerde de mi cumpleaños (Risas)”.
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