Adrián Daroca y el aura de la tradición
El segundo hijo de la cuarta generación Daroca se encarga de que todo salga bien en la bodega centenaria.
Su bisabuelo se asentó en el valle de Los Cintis, donde comenzó a cultivar vides y enseñó todos los secretos a Waldemar, su abuelo, quien partió hacia Tarija con todo, barricas, toneles y una falca-alambique, entre otras cosas. Waldemar inculcó el amor por la tierra a Óscar, su padre, el agrónomo-enólogo que le ha enseñado mucho de lo que sabe. Y ahora él, Adrián, lleva adelante la Bodega Daroca, sosteniendo más de cien años de tradición y experiencia en la producción de vino, singani y, la novedosa y reciente adición al catálogo familiar, singañac.
“Una herencia que continúa tiene un aura diferente, es una experiencia más íntima, cercana”
Adrián es Ingeniero Químico de profesión, pero hizo una maestría en Nanotecnología y un diplomado en Enología en la ciudad francesa de Grenoble, en la actual región de Auvergne-Rhône-Alpes, famosa, entre otras cosas, por la producción de vinos con denominación de origen. Ahora es el encargado de producción, “desde la planta hasta la barrica. Obviamente, mi papá me ayuda. Con él aprendo mucho de la viña. Para hacer un buen producto, más del 70% del éxito está en la materia prima. La transformación depende de mí y de los conocimientos de mi familia, que vienen de mis abuelos”, relata orgulloso.
Antes de centrar su ánimo en lo propio, ganó experiencia trabajando en la industria cervecera nacional, apasionado por la escala industrial. Pronto quiso “hacer un switch” hacia la investigación, y encontró lo que quería en Europa. “No había nada en inglés, tuve que aprender francés”, comenta. Pudo conocer muchos países y ciudades en dos años de intenso aprendizaje. “Cada lugar tiene lo suyo. No diría que hay un lugar que no me ha gustado”.
El énfasis en la investigación aplicada tuvo como resultado la exitosa elaboración del singanac. “Yo venía de una escuela de planta, artesanal. Se hace investigación, pero en Europa hay metodología y la aplicas a todo. Por ejemplo, para nuestro singañac hicimos muchas pruebas, y es muy diferente el resultado con una barrica que tiene paso de vino, que aporta muchísimas ventajas”, relata el ingeniero.
Después de formarse y volver a la tierra, Adrián valora de otra manera la tradición de su familia. Sin duda, el vino y sus rutas son uno de los grandes motores de la economía tarijeña, que asociada al turismo presenta nuevas oportunidades. “Puedes venir a Tarija y haber pasado tres veces la ruta del vino. Y ahora, ¿qué vas a hacer? Una herencia que continúa tiene un aura diferente, es una experiencia más íntima, cercana. No hay una persona contratada. Somos los dueños quienes te atendemos y te hablamos de lo que hacemos. No hay nadie más”.