Las travesuras de Edmundo Torrejón Jurado (III)
El médico, poeta y escritor es muy querido fuera de Tarija.
El oficio de cirujano ha tenido influencia en la escritura de Torrejón Jurado. Entre sus anécdotas está la llegada de más de 7.000 mineros a Tarija a raíz de la relocalización. Muchos venían con problemas relacionados de la actividad minera. Quizá las cosas no han cambiado tanto, pero en ese tiempo “nadie quería operar a los Mamanis y Quispes. Yo era jefe de cirugía, y me di cuenta de la situación. Muy bien, yo los opero”, relata el cirujano.
Como en Tarija no había experiencia de lucha sindical, de huelgas y matanzas, Torrejón Jurado se interesó en las historias de los migrantes. “Me iba en la noche a charlar con ellos, y terminé sacando un folleto que se llama ‘La Duda’. Fue finalista en el Juan Rulfo”. Operó tantos casos de peritoneales, fasciolas en hígados, tuberculosis y más que se hizo miembro de número de la Asociación Boliviana de Cirugía. El único tarijeño en ese entonces.
Se acerca una señora y dice, “quiero tenerlo en mi casa”. Yo miro a mis acompañantes, me dicen, “es mecenas, acéptale”
Su habilidad le hizo ser el primero en operar esófago, poner marcapasos, intervenir una arteria para evitar la amputación de piernas, y hacer delicadas operaciones de malformaciones congénitas en los intestinos de recién nacidos. “El caso más grave que tuve, ahora lo veo caminando por ahí. Con menos de un día de vida, tenía perforaciones en unos intestinos tan pequeños que no había material para costurar”, recuerda Edmundo, que en ese tiempo hacía cirugía vascular de arterias. “Mandé a unos anestesistas a buscar el material a casa. Mi mamá no los dejaba entrar, y yo con la panza abierta. Eran nueve perforaciones y las cerré. Ahora ese niño está muy bien, a punto de estudiar medicina”, ríe.
“Son tantas y tantas travesuras”, dice el escritor y cirujano cuyo camino está sembrado de hitos que llenan una hoja de vida de más de 80 páginas, surtida de honores médicos y literarios, complacencias y viajes al extranjero. Entre las más queridas, la presentación de uno de sus libros en la Maison d’Or de París: “Se acerca una señora y dice, ‘quiero tenerlo en mi casa’. Yo miro a mis acompañantes, me dicen, ‘es mecenas, acéptale’. Tiene un palacio pasando la Gare du Nord, me da un departamento, una libreta para que escriba, vista al jardín. Toda la delicadeza francesa”.
En Italia le pasó lo mismo, cuando en 2010 presentó otro de sus libros en la Organización Internacional Italo-latinoamericana: “Me han alojado en una casa del Cinquecento, una belleza. Tenía que estar tres días, me voy a despedir y me dijeron, ‘no, poeta, quédese el tiempo que quiera’. Me quedé dos semanas”, sonríe, satisfecho de tener tantas experiencias por el mundo.
En estos últimos años, recibió el título de Doctor Honoris Causa de manos del Premio Nobel de Paz, el Dr. Ernesto Kahan, en el XLI Congreso Mundial de Poetas, realizado en Manta, Ecuador. Fue invitado de honor y cabeza de un festival de poesía en Argentina, llamado a ser parte del Proyecto Integral Libros por la Paz y la Solidaridad, donde presentó sus últimos libros, y se le nombró Catedrático de Paz, Solidaridad y Hermandad de la Cátedra de Derechos Humanos y Pensamiento Latinoamericano “Leopoldo López Forastier” de la Universidad Nacional de Misiones, Argentina.
Pero de todas sus travesuras recientes, las que más lo iluminan son la lectura de poesía en el Café Tortoni, “el café porteño más antiguo, fundado en 1858”, dice, y la visita a la Biblioteca Nacional de Argentina, donde leyó “Enigma”, un poema que dedicó a Jorge Luis Borges hace 25 años mientras se paseaba por Ginebra, Suiza, y que publicaremos en la próxima edición.
