Piraí Vaca, el camino del fuego
Tarija fue la última parada de la gira “Lado B: Rock en la Sangre”, proyecto con el que el laureadísimo guitarrista dio otro paso más hacia la creación de una banda de metal progresivo.
Una guitarra es un incendio en manos de Piraí Vaca. Para dominar la intensidad de la interpretación, el excelso guitarrista estudió en 4 países: Argentina, Cuba, Estados Unidos y Alemania. Conoce la música europea del siglo XVI tan bien como la música boliviana nacionalista de principios del siglo XX, y las ejecuta con una impronta muy personal.
A partir de sus 23 años, Piraí Vaca empezó “a vivir de tocar la guitarra”, haciendo giras en varios lugares del mundo mientras continuaba sus estudios, y a ganar premios como el Fellowship of the Americas, del Centro John F. Kennedy para las Artes en Washington, o el Premio Nacional de Música de la Asociación de Literatos, Artistas Plásticos y Músicos de Bolivia, entre tantos más.
A sus 56 años, Piraí conversó con Pura Cepa acerca del camino que lo ha llevado a domar los fuegos de su juventud, del estudio intenso que le ha permitido conocer mejor sus motivaciones, y de su última gira con la que se acerca un poco más al sueño de tocar metal progresivo.
Pura Cepa (PC). Hace poco, la Cámara de Senadores aprobó un reconocimiento a tu trayectoria. Son 33 años tocando de manera profesional. ¿Cómo te hace sentir eso?
Piraí Vaca (PV). Los reconocimientos son algo muy importante, y los agradezco muchísimo. Pero no hay mayor reconocimiento para mí que haber vencido una dificultad que yo mismo quiera superar. Quiero decir que, para mí, lo que lleva mi camino es mi interior, porque creo que se trata siempre de vos mismo y lo que pensás acerca de vos, lo que querés hacer y has logrado, o lo que no podés hacer. Pero agradezco muchísimo un reconocimiento externo, como el de la Cámara de Senadores, porque me ayuda a ubicarme, a levantar la mirada hacia el eco que produce lo que hago. Muchas veces estoy sumido en el lugar donde produzco las cosas, y la gran mayoría de las veces es un lugar complejo para mí. Es una crítica propia, que es una bendición y una maldición, porque me permite alcanzar niveles que no están al alcance de la mano y requieren mucho trabajo, estudio y dedicación, pero también me quedo mucho en lo que no puedo hacer todavía, y eso muchas veces me causa desazón. Entonces, los reconocimientos me equilibran en ese sentido, me hacen dar cuenta que hay cosas que se han logrado y están bien, y tengo que agradecer, y eso me impulsa a seguir haciendo lo que hago.
“¡Cómo me vas a decir que terminé y gané, si apenas estoy entendiendo de qué va esto!”
PC. ¿Alguna vez sentiste un reconocimiento como una afrenta?
PV. Ya no. Desde hace unos años para acá, he aprendido a aceptar y agradecer las cosas. Pero eso que acabás de describir me sucedió cuando estudiaba en La Habana. A partir del tercer año, me nombraron alumno de alto rendimiento y no di más exámenes. Cuando me gradué, la universidad me dio un premio al trabajo artístico, y en ese preciso momento sentí la afrenta que estás mencionando. En esa época, empecé a estudiar diez horas al día, y recién estaba empezando a comprender de qué iba la guitarra. Que la universidad me dijera, “usted terminó sus estudios y ganó un premio”, fue muy irónico. “¡Cómo me vas a decir que terminé y gané, si apenas estoy entendiendo de qué va esto!”. Esa fue mi sensación en ese momento. No le dije a mis padres, ni le avisé a nadie de ese premio hasta un año después. Por suerte, esa sensación se ha suavizado, porque puede ser autodestructiva. Como que lo fue en algún momento. Creo que la base de tu trabajo tiene que ser disfrutar. Durante mucho tiempo, por ser tan exigente, me olvidé de disfrutar algo. La verdadera creación sucede en el abandono. No importa si estudiaste cinco mil horas. El momento artístico mágico sucede cuando esas cinco mil horas se desvanecen y simplemente pasás a ser algo mucho más grande que vos, el momento en el que surgen las cosas por sí solas. Como el “¡Eureka!” de Arquímedes, ese momento en el que aparece la solución, la creación. Para ese momento, necesitás años de estudio y preparación.
PC. ¿Cómo llegaste a la guitarra?
PV. Mi papá, el muralista y pintor, Lorgio Vaca, él cantaba y tocaba la guitarra, y me regaló una a mí. Y tengo la sensación de que él quería que cantemos y toquemos juntos. Y justo cuando me la regaló, se abrió en Santa Cruz el Instituto de Bellas Artes y había un profesor de guitarra. No fue más que eso. Musicalmente, en mi casa no había nadie más, excepto Lorgio que le gustaba cantar y tocar. Pero artísticamente, tenía una corriente extraordinaria que venía de él, un artista monumental. Eso me ha impregnado muchísimo. No fue un instrumento que amé desde el principio. Empecé a amarla cuando tenía 22 años, en la época que mi maestro me obligó a ir a ese concurso que no quería ir, y empecé a estudiar 10 horas diarias durante meses para prepararme. Ahí fue que empecé a sentir un amor por la guitarra, pero como el del Principito por la Rosa, por el tiempo que le dedicás. No fue un amor a primera vista. Incluso a mis 18, me cuestioné muchísimo si realmente era yo el que quería estudiar guitarra y música, o si lo hacía simplemente porque mi papá era un artista. Fueron años de crisis en los que me llevaba mal con mi padre, estaba empezando a conocerme y a vincularme, o a desvincularme de él. Y eso acarrea conflicto, hasta que solito me di cuenta que estaba en la guitarra y en la música porque yo quería, y porque tenía ciertas habilidades para ello. Y de ahí para allá, el camino se hizo llano.
PC. En el camino que has hecho como guitarrista clásico, ¿qué percepción y experiencia tienes de la industria musical boliviana?
PV. Debemos ser de los países menos poblados de Latinoamérica. Bolivia tiene cerca de 12 millones de habitantes en un poco más de 1 millón de kilómetros cuadrados. Santa Cruz tiene 3 millones, ponele, en 300 mil metros cuadrados. Alemania tiene 80 millones exactamente en ese mismo espacio. ¿Qué pasa con eso? Determina la industria. ¿Quién va a consumir? Podés ser un músico famoso en el Brasil y un músico famoso en Bolivia. Son realidades muy distintas. El mercado es ínfimo en Bolivia. Eso no impulsa ninguna industria. Sin embargo, se están dando pasos al respecto. Se habla de industria, se entiende qué podría ser. Pero falta un largo camino hasta que un público boliviano tenga conciencia para consumir y pagar arte, que es algo tan natural en cualquier otro país. Ejemplo, en Estados Unidos nadie espera que vos lo ayudés con una cosita en algo. Lo primero que hacen es, “¿cuánto me cobras por una hora de clases?”, sea de guitarra o matemáticas. No existe en la cabeza de esa gente el amor al arte. Se paga. Pero eso está empezando a cambiar. Ya hay universidades de música en Bolivia, eso ya cambia un poco la mentalidad. Por otra parte, pienso que en los conservatorios de música la enseñanza es todavía eurocentrista y enfocada en los métodos del siglo pasado, se dedican a la enseñanza de música clásica, y los que estudian ahí no sólo no están capacitados, sino que no les interesa tocar otro tipo de música que no sea esa. A estas alturas del universo, hay escuelas para estudiar rock, jazz. Recién se está comprendiendo que la música es una sola, cualquiera sea su género. Si bien yo he tenido una formación totalmente académica, mis intereses son más amplios. Cuando voy al gimnasio, oigo rock. Cuando voy a bailar, oigo Juan Luis Guerra o Michael Jackson. Cuando tengo un momento meditativo, oigo Bach. Cada tipo de música me aporta algo distinto. Yo toco guitarra, es mi instrumento, pero he traído la música boliviana del nacionalismo, la música popular, y ahora el rock, a la guitarra sola. Y no sólo se viene el metal progresivo. Quiero hacer música tecno. Me gusta mucho trabajar con la computadora. Si no he hecho más cosas, es por falta de tiempo. El próximo año quiero hacer un “AC/DC en la Sangre”, y ahí voy a tocar guitarra eléctrica. Es el paso anterior al metal progresivo y tengo un año para estudiar y comprender la eléctrica. Es muy diversa la música y todo depende del nivel de dificultad que vos querrás darte. Si querés tocar guitarra y hacer cherenguechengue, dos, tres acordes, en unos pocos meses ya podés hacer eso.
PC. Llevas dos giras de “Rock en la Sangre”, ¿has pensado en grabar un disco?
PV. Por supuesto. Justo ahora estamos viendo dónde y cómo grabar esta música que he arreglado para guitarra. Vamos a hacer videoclips y ese material se va a demorar todavía medio año, pero es parte de la idea. Ahora se lanzan más sencillos, pero yo creo que van a ser parte de un concepto más grande, como un disco.
En la simplicidad hay una gran belleza.
PC. Traes 100 kilos de equipo.
PV. No, son 160. En los últimos años, para mí lo más importante ha sido la simplicidad: un tipo en un escenario con una silla, una guitarra y no mucho más. Sin embargo, este proyecto de “Lado B: Rock en la Sangre”, pucha, hermano… Mira, viajar con una guitarra no es sencillo. Siempre hay la posibilidad de que metan la guitarra a la bodega. Y ahora tengo que viajar con tres guitarras, mi propio ingeniero de sonido y nuestros propios equipos. Es la primera vez que llevamos amplificación en una gira por Bolivia. Hemos sacado la cuenta y son 160 kilos. Se requiere toda una infraestructura para que suene como debe sonar. Toco con efectos, he tenido que aprender a manejar eso que me interesaba mucho. Es un nivel de producción diferente. En la simplicidad hay una gran belleza. Es donde la música se alza por encima de cualquier parafernalia. Si me preguntás qué conciertos quisiera ver yo, a mí me importan tres pinos los conciertos de Madonna, de Beyoncé. Esos fuegos artificiales, no es lo que a mí me seduce. Apunto a que la música en sí misma haga el efecto de conmocionarte, de revolucionar sin necesidad de una luz que te ciega o una llamarada para excitarte. Pareciera que estas generaciones de ahora son cada vez más difíciles de excitar. Cada vez necesitás más cosas, zarandearlos más para que se emocionen. Todo es muy visual. Una tonelada de equipo, eso es guau. Hay mucho que se puede reflexionar sobre eso. Pero en toda esta gira, estamos viajando con eso. Hay teatros que tienen buenos equipos, pero llevo más de 30 años preocupado por el sonido como para que un mal micrófono o parlante me echen a perder el trabajo. La cadena tiene que ser completa.
PC. Hablando de cadenas, ¿qué efectos usas?
PV. Tengo un Big Sky, un procesador antológico que nos da una resonancia que buscamos. Y tenemos un looper para hacer sonar varias guitarras a la vez. Tres guitarras, dos electroacústicas con cuerdas de metal, una clásica con cuerdas de nylon, y cinco afinaciones para abarcar todas las piezas. Una de las electroacústicas está afinada muy grave, otra con afinación normal, como la clásica. Y esas varían de afinación. Hay una empresa en Santa Cruz que se llama Exomad, exportan maderas y están haciendo guitarras. Ellos tenían unos modelos, pero para esta gira nos hemos aliado y hemos mejorado algunas cosas de balance de sonido y de facilidad técnica para ambas manos. Y así hemos logrado estas guitarras con las que estoy tocando, que son bárbaras y estéticamente bellísimas. Sacamos 10, las estaban vendiendo en la gira. La línea Piraí Vaca. En el futuro vamos a hacer algo, porque hay mucha gente que desea una guitarra, y qué mejor que una guitarra con madera boliviana, hecha por un boliviano y que tenga el sello de ese sonido que yo busco.
PC. ¿Cómo te preparaste para esta gira?
PV. Me ha costado muchísimo. He tenido que trabajar como nunca. Más todavía porque no medí las consecuencias, y no me di cuenta que hubiera necesitado un año para tomarme las cosas con calma y preparar esto. Lo resolví en seis meses, pero estudié muchísimo y busqué mis propias maneras de que las cosas suenen. Los arreglos que estoy tocando son muy complejos técnicamente, sumado a un instrumento que no conocía. Puede parecer que es la misma guitarra, pero es otro instrumento, es otro feeling, otra técnica. Toco con plectros en los cuatro dedos, otra manera de sonar. Y toco de pie, que parecería una obviedad, porque todos los rockeros tocan de pie, pero no lo es, en absoluto. Son cosas complejas. No llevo una sola melodía, llevo 3, 4, 5 a la vez, y necesito estabilidad. Tocar de pie es cualquier cosa menos estable. Eso está bien para cualquier rockero que lleva una melodía, toca su solo, y después va corriendo y saltando, tocando acordes. Entonces, muy difícil, porque estudiaba y se acercaba la fecha de estreno, y las cosas no salían. Hice seis conciertos de prueba antes del estreno. Invito 10 personas, intento tocar, me grabo, me corrijo en un cuaderno que tengo, vuelvo a tocar, vuelvo a corregir, porque es muy distinto tocar con público.
PC. ¿Qué haces antes de entrar al escenario?
PV. En años anteriores, cuando era más rígido, me tomaba más en serio el rito de antes de entrar a tocar. No me gustaba hablar con nadie. Todavía, porque hay un momento en el que te estás constriñendo para después expandirte. Necesitás estar solo. Pero soy mucho más relajado que años atrás. Y no es necesario hacer una meditación de cinco minutos antes de tocar. Es necesario hacer esa meditación en tu vida misma. Lo que vos oís, es resultado no sólo de lo que pienso, de lo que estudio, sino de mi vida, de lo que soy y se ha desarrollado dentro de mí. Y ahora lo entiendo mucho más así. No voy a cambiar nada meditando cinco minutos antes de un concierto, más bien tratás que tu vida toda sea una meditación. Y cuando vas a tocar, no hay manera de que no esté ahí. Sos vos. Es tu naturaleza. Te lo puede decir Ramiro Tarifa, mi ingeniero de sonido. Nos conocemos hace como 25 años, me ha acompañado no sólo aquí sino en Europa. Él mismo se ríe y se burla de cómo era antes respecto de ahora. Pero bueno, son procesos.
La música es mi método de conocimiento.
PC. ¿Cuál es tu relación con lo espiritual?
PV. Yo creo que la música facilita una conexión con lo metafísico. No quiero que se entienda en absoluto alguna relación con la religión. Todas las religiones son metafísicas, pero tienen su dogma, sus reglas, y claman que son dadas por Dios. Entonces te imaginarás la diversidad de religiones que claman ser las verdaderas. Cuando hablamos de lo metafísico, de lo espiritual, tocamos algo que es inherente al ser humano, una parte que está más allá de lo físico y que forma parte de nosotros. Si no la alimentás, tiene sus consecuencias. Como cuando no alimentás la parte física o emocional. Quizá las consecuencias no son tan obvias, porque cuando no alimentás a tu cuerpo, te morís. No alimentas tu corazón, estás triste. En lo metafísico es más sutil, pero es muy importante. Sería ridículo suponer que el mundo se reduce a lo que vos percibís con tus cinco sentidos. Hay todo un mundo más allá. Los cinco sentidos tienen una capacidad perceptiva ridícula comparada con el universo que existe. Y la música nos da acceso a estos espacios que están más allá de los sentidos. La música es mi método de conocimiento, de mí, de los demás, y del mundo.
PC. ¿Cómo te sientes de volver a Tarija?
PV. Es fantástica, amo Tarija. Me gusta mucho venir aquí. No puedo faltar los viernes de bohemia en Pizza Pazza, donde he visto vibrar al tarijeño en su chispa, en su canto, en su forma de ser. Tarija es un pueblo cantor. Una vez que fui a unas cascadas que hay por aquí, me sorprendió ver jóvenes y adultos yendo, y todos llevaban un instrumento, o un bombo, o una guitarra. Tarija tiene una forma de ser particular, y me emociona mucho y me encanta.
PC. Todavía es un proyecto, pero en un futuro próximo Tarija tendrá un Conservatorio de Música. Si dieras una clase, ¿de qué sería?
PV. Me gusta muchísimo enseñar. Si yo tuviera que dar una clase para instrumentistas, la mejor clase que podría dar es que un instrumentista toque y que yo transforme la música que está tocando. Cuando un instrumentista ve cómo, mediante algunas técnicas e ideas, esa música se puede volver más interesante, no existe nada mejor, porque implica no sólo técnica y conocimiento, implica metafísica. Esa sería mi clase.